Notitarde 7 de junio 2015
José Joaquín Burgos
Cosa seria es, muy seria, que un gesto inesperado por inmerecido nos llegue así, en un
raudal inmenso de sentimientos de esos que aturden cuando el corazón ha perdido
fuerzas para recibir, serenamente, las emociones… y uno termina por sentirse estupefacto,
mudo, “como el niño pobre ante el juguete caro”, dijera Andrés Eloy Blanco.
Eso me sucedió, eso viví y vivo desde el viernes de la pasada semana, cuando en nombre
de una veintena de instituciones de la ciudad, muchos de mis amigos me regalaron un homenaje
que sobrepasó, en todo sentido, cualquier merecimiento mío para ello. Lo recibí con mi familia
(mi esposa, mis hijos, mis nietos María Laura y Daniel, porque Blaylicethl y Rhonald trabajan
lejos de aquí). Y puedo decir que nuestra emoción, nuestra gratitud son infinitas…
Fue en la “Sala Mary Swazemberg” del Teatro Municipal valenciano, con un lleno impresionante
y la presencia y participación de un presídium ocasional que representaba, en el mejor sentido,
el señorío de las instituciones invitantes. Inolvidables fueron sus intervenciones, sus palabras.
Los doctores Edgard Núñez, Oswaldo Angulo Perdomo, Ulises Rojas, Asdrúbal Gonzálezquienes
insistieron, muy noblemente, en la fraternidad esencial de los pueblos y en la búsqueda y
conservación permanente de los valores históricos, morales, familiares, citadinos. Una hermosa
posición ajena a cualquier sectarismo y olorosa a fraternidad, tanto que de no haber sido así
yo no hubiese asistido pese a mi indeclinable y jamás traicionada posición revolucionaria. En
la reunión, realmente, no hubo color político sino corazón puro, fe, amor, fraternidad nacida de
nuestra condición venezolana y nuestro respeto a la posición, militancia y creencias de cada quien.
Especial gratitud y admiración debo al doctor Julio Rafael Silva, por su generosa y brillante
conversación sobre mis libros y mis días docentes. Julio Rafael, escritor de altos méritos, es un
digno descendiente del General José Laurencio Silva.
En fin, fue un regalo de amistad de esos que es imposible olvidar. Al fin y al cabo, aun
cuando no soy, como se dice, “nativo de la región”, desde hace más de sesenta años mi
corazón late, sístole y diástole, en guanareño y valenciano… serán cosas de la Virgen
del Socorro y de la Coromoto, o, para decirlo más sencillamente, como de la derecha y la
zurda en el piano, en el cuatro, en la guitarra cada vez que la música se suelta… así, felizmente,
anda mi corazón, mi eternamente agradecido corazón…
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