Salud: Hijos al vuelo
Ver emigrar a la prole es un evento en común para muchos padres en estos tiempos. Una psicóloga familiar ofrece algunas estrategias para manejar esta variante del nido vacío
Cuando los hijos anuncian que han decidido irse del país para probar suerte en otro sitio surgen emociones encontradas. "Los padres racionalmente pueden estar muy de acuerdo con esa decisión migratoria en varios aspectos: que sus hijos tengan grandes oportunidades de estudio, que puedan realizarse profesionalmente, que tengan mayor seguridad, etc., pero a la vez es previsible que les cueste la idea de desprenderse de ellos", apunta la psicóloga familiar Grecia Gómez. Por un lado pueden sentir orgullo, satisfacción y tranquilidad por los beneficios que esos hijos van a obtener y, por el otro, ansiedad, miedo o tristeza al despedirse.
"En cierto modo se vive un proceso muy parecido al duelo, con todas las emociones que eso implica. A diferencia de un hijo que se va del hogar porque se casa, donde hay períodos y expectativas claras, aquí influye otra serie de variables que pueden hacer que esa 'pérdida' se viva con mayor intensidad, sobre todo cuando los hijos reciben propuestas que los obligan a emigrar de forma acelerada y la familia no tiene mucho tiempo para prepararse emocionalmente ante esa separación", señala Gómez. "No es tan duro cuando aún los padres conviven con otros hijos, pero de algún modo les pega".
El impacto suele ser mayor cuando los vástagos tienen familias constituidas y se van con todo su grupo familiar, más aun si los abuelos están habituados a cubrir necesidades de cuido, transporte u orientación de esos nietos y han forjado con ellos una relación muy estrecha. "En esos casos, el sentido de pérdida suele ser mayor. Es un vacío más difícil de manejar. Lo mismo pasa con padres que son divorciados o viudos y se quedan solos, o con aquellos que han concentrado todo su proyecto de vida en los hijos y se sienten anulados porque no saben a qué dedicarse cuando ellos se van", dice la experta. "A eso se suma que a veces no hay una certeza de cuándo van a volver a verse, cómo ni en qué condiciones, o que en algunas familias esta sensación de pérdida es un ciclo que se repite cuando son varios hijos y se van yendo todos, uno por uno".
Cómo reajustarse. Tanto para el que se queda como el que se va es fundamental no aislarse. Según la experta, relacionarse con otras personas y encontrar actividades o propósitos estimulantes ayuda a seguir adelante. Hacer amistades nuevas, estar en mayor contacto con otros familiares y amigos, emprender proyectos o abrir la casa para recibir visitas son algunas de sus sugerencias. "Por lo general la gente mayor tiende a aislarse o a pasar más tiempo en su hogar por medidas de seguridad, pero estos procesos se asimilan mejor cuando la persona tiene más roce social y grupos de apoyo".
Los que son abuelos, por ejemplo, pueden emprender o retomar las actividades que quizás pospusieron por cuidar a sus nietos, como ejercitarse o incluso empezar a aprender el idioma del país al que emigraron los hijos para manejarlo en futuras visitas.
Según Gómez, todo lo que contribuya a la autorrealización y la sensación de provecho es un elemento positivo para hallar acomodo dentro de la nueva situación. Con el tiempo, cada familia encuentra sus propias frecuencias y métodos para comunicarse a distancia. "Ahora con Whatsapp y Skype es mucho más fácil mantener el contacto que antes y sentirse más integrado en la vida de los otros. Cada quien descubre qué le funciona", dice Gómez.
Padres e hijos a veces encuentran complicado manifestar sus sentimientos de nostalgia, revelar cómo se sienten ante la nueva situación o compartir noticias delicadas, por ejemplo. "Eso depende de cómo ha sido históricamente la comunicación en cada familia, pero lo que se recomienda es mantener la sinceridad y la fluidez dentro de lo que esa dinámica permite. Si hay una noticia difícil de salud, por ejemplo, manejarla en los términos que el tacto y el sentido de la oportunidad permitan, con información precisa en mano y en función de cómo sabemos que esa persona pueda reaccionar, sin preocuparla en vano".
Si se extrañan unos a otros, está bien decirlo. "No todo es color de rosa, eso es parte de la vida. Si uno siente que no es a los padres o a los hijos a quienes quieran confesárselo por cualquier motivo, es importante que entonces haya con quien compartirlo para canalizar esas emociones mientras tanto; no tragárselas. No hacerlo puede derivar en una depresión. En cambio, mantener un sentido de la esperanza y darse apoyo mutuamente es lo que cada parte necesita. Ese intercambio de poder compartir cosas e infundirse ánimo es lo más parecido a lo que ocurre a diario en un hogar. Ese acompañamiento es lo que significa seguir siendo una familia".
Preparación oportuna
Si la partida de los hijos ya tiene fecha, Gómez recomienda ir pensando qué se puede hacer para manejar mejor esa situación. "¿En qué voy a invertir mi tiempo? ¿Qué puedo hacer por mi propio bienestar? Planificar eso es muy parecido a lo que uno sugiere cuando se va acercando la jubilación: mientras más herramientas y proyectos tengas en mente para lidiar con ese cambio, mucho mejor".
Vente conmigo
Una vez asentados, algunos hijos animan a sus padres a emigrar también. No son pocos los que agradecen la oferta pero deciden quedarse. "Hay que entender que hay personas mayores a las que les cuesta mucho la idea de hacer su vida en otro sitio (en un idioma que tal vez no hablan y donde no tratan a nadie) y que tal vez prefieran quedarse en el ambiente que conocen o haciendo las actividades que les llenan", opina la psicóloga familiar Grecia Gómez. "Tanto la iniciativa de los hijos de irse como la preferencia de los padres de quedarse son decisiones muy personales que hay que respetar. No se debería obligar a nadie ni a que se quede ni a que se vaya".
"En realidad, no existe un plazo estándar en el que la persona debería haberse adaptado a esa situación. Cada quien es distinto. Lo que sí es importante es que si ese individuo siente que pasa el tiempo y esa ausencia es cada vez menos llevadera, busque ayuda para manejarla"
El drama de un adiós forzado
La preocupación no es sólo por los que se fueron, sino por los que se quieren ir
LUIS VICENTE LEÓN | EL UNIVERSAL
domingo 13 de septiembre de 2015 12:00 AM
El mundo está siendo testigo de uno de los peores dramas por los que puede pasar un ser humano. Las imágenes de los refugiados sirios intentando entrar a Europa son capaces de mover la fibra a los más insensibles, pues pocas cosas pueden causar más tristeza y compasión que el ver huir de su país a miles de familias -desde abuelos hasta nietos- al ser víctimas de una guerra civil que se ha prolongado por cuatro años y que parece no llegar a su fin.
Lo más lamentable es que la tragedia vivida actualmente por los refugiados sirios es algo recurrente en la historia. Numerosos países han pasado por éxodos masivos de sus ciudadanos y, aunque las causas son diversas, generalmente se encuentran relacionadas con hechos de violencia, crisis económicas y radicalismos religiosos o políticos, que muchas veces van de la mano. Vemos entonces cómo, a mediados del siglo XX, Venezuela recibió un número importante de inmigrantes europeos, principalmente españoles e italianos, quienes escapaban de los estragos que dejaron las guerras (Segunda Guerra Mundial y Guerra Civil Española) y los regímenes totalitarios que abundaban en el viejo continente. Décadas más tarde, Venezuela también cobijó a una oleada de hermanos colombianos, quienes buscaban dejar atrás la pobreza y la violencia generada por la guerrilla y las mafias del narcotráfico y más tarde el paramilitarismo.
En aquella época, éramos considerados un destino atractivo, que brindaba múltiples oportunidades de surgir a quienes decidían hacer vida en estas tierras. Sin embargo, desde hace algunos años la cosa cambió. Venezuela dejó de ser un país receptor para convertirse en un exportador de personas, muchas de las cuales se han visto forzadas a partir a otras latitudes por la inseguridad y los numerosos problemas económicos y políticos que empeoran la calidad de vida de la población.
Aunque el caso venezolano dista mucho, en forma y razones, de lo ocurrido hace décadas en Europa, en Colombia y más recientemente en Siria; la creciente emigración de coterráneos no deja de ser un motivo de tristeza y preocupación. Estamos hablando de familias que se han tenido que separar por completo, de personas que tuvieron que dejar atrás sus logros para volver a empezar de cero y de recursos muy valiosos para el país que ahora forman parte del capital humano de otras naciones.
Pero la preocupación no es sólo por los que se fueron, sino por los que se quieren ir. Cuando en la última encuesta de Datanálisis (del mes de agosto) se le preguntó a los venezolanos si tienen intenciones de emigrar y vivir en otro país de tener posibilidades, el resultado es demoledor, pues las respuesta afirmativa alcanza el 30,5%, siendo los jóvenes (de 18 a 23 años) los que se muestran más dispuestos a partir, alcanzando cuatro de cada diez. Esto es un indicador de las pocas oportunidades para el desarrollo personal y profesional que perciben los venezolanos en su país.
Ojalá que podamos reconstruir los conectores de los venezolanos con su tierra. Pero no con discursitos baratos ni amenazas inútiles. Se trata de que Venezuela vuelva a ser un lugar donde la gente quiera vivir porque le da nota. Porque tiene esperanzas de un futuro mejor. Porque se siente segura y confortable. Porque vale la pena vivir aquí. Sólo eso acabará con los adioses forzados. Por mi parte, lo más lejos que quisiera emigrar, con mi cabeza plateada y muchos años a cuestas, es a Tovar, donde este fin de semana, en plenas ferias y colmado de cariño y atenciones de una gente maravillosa y alegre reviví lo que se siente estar en un lugar con instituciones, tradiciones y compromiso, recordándonos con sus acción de lo que han sido capaces... y de lo que serán.
@luisvicenteleon
Lo más lamentable es que la tragedia vivida actualmente por los refugiados sirios es algo recurrente en la historia. Numerosos países han pasado por éxodos masivos de sus ciudadanos y, aunque las causas son diversas, generalmente se encuentran relacionadas con hechos de violencia, crisis económicas y radicalismos religiosos o políticos, que muchas veces van de la mano. Vemos entonces cómo, a mediados del siglo XX, Venezuela recibió un número importante de inmigrantes europeos, principalmente españoles e italianos, quienes escapaban de los estragos que dejaron las guerras (Segunda Guerra Mundial y Guerra Civil Española) y los regímenes totalitarios que abundaban en el viejo continente. Décadas más tarde, Venezuela también cobijó a una oleada de hermanos colombianos, quienes buscaban dejar atrás la pobreza y la violencia generada por la guerrilla y las mafias del narcotráfico y más tarde el paramilitarismo.
En aquella época, éramos considerados un destino atractivo, que brindaba múltiples oportunidades de surgir a quienes decidían hacer vida en estas tierras. Sin embargo, desde hace algunos años la cosa cambió. Venezuela dejó de ser un país receptor para convertirse en un exportador de personas, muchas de las cuales se han visto forzadas a partir a otras latitudes por la inseguridad y los numerosos problemas económicos y políticos que empeoran la calidad de vida de la población.
Aunque el caso venezolano dista mucho, en forma y razones, de lo ocurrido hace décadas en Europa, en Colombia y más recientemente en Siria; la creciente emigración de coterráneos no deja de ser un motivo de tristeza y preocupación. Estamos hablando de familias que se han tenido que separar por completo, de personas que tuvieron que dejar atrás sus logros para volver a empezar de cero y de recursos muy valiosos para el país que ahora forman parte del capital humano de otras naciones.
Pero la preocupación no es sólo por los que se fueron, sino por los que se quieren ir. Cuando en la última encuesta de Datanálisis (del mes de agosto) se le preguntó a los venezolanos si tienen intenciones de emigrar y vivir en otro país de tener posibilidades, el resultado es demoledor, pues las respuesta afirmativa alcanza el 30,5%, siendo los jóvenes (de 18 a 23 años) los que se muestran más dispuestos a partir, alcanzando cuatro de cada diez. Esto es un indicador de las pocas oportunidades para el desarrollo personal y profesional que perciben los venezolanos en su país.
Ojalá que podamos reconstruir los conectores de los venezolanos con su tierra. Pero no con discursitos baratos ni amenazas inútiles. Se trata de que Venezuela vuelva a ser un lugar donde la gente quiera vivir porque le da nota. Porque tiene esperanzas de un futuro mejor. Porque se siente segura y confortable. Porque vale la pena vivir aquí. Sólo eso acabará con los adioses forzados. Por mi parte, lo más lejos que quisiera emigrar, con mi cabeza plateada y muchos años a cuestas, es a Tovar, donde este fin de semana, en plenas ferias y colmado de cariño y atenciones de una gente maravillosa y alegre reviví lo que se siente estar en un lugar con instituciones, tradiciones y compromiso, recordándonos con sus acción de lo que han sido capaces... y de lo que serán.
@luisvicenteleon
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