Hace apenas unos dos o tres veranos, de esos que traen calorones casi insoportables, se nos fue de las tertulias el inolvidable César Montero y sentimos, una vez más, su dolida ausencia goteando lloviznas olorosas al sur de los recuerdos.
Alguna vez la amistad nos llevó a regalarle unos versos escritos, precisamente, a orillas de un
aguacero que nos agarró en el inolvidable Club Rondón del “Conejo” Luis López. “César Montero
lo dice, lo dice César Montero”, decíamos y le escuchamos decir a él mismo cuando leyó el texto…
Ahora, César es un recuerdo que apenas titila en un recorte de prensa, y eso nos hace pensar en la
necesitad que tenemos, como transeúntes de la memoria valenciana, de sembrar esos recuerdos para
que florezcan más allá del olvido y una breve conversación con los doctores Oswaldo Angulo y Julio
Rafael Silva nos pone en el camino y en la necesidad de comenzar la recopilación de un gran
archivo donde queden registrados, en lo posible, esos valencianos de tan grata memoria como
el propio César, don Julio Centeno, el doctor Mujica y su hermano el profesor; y también el
loquito que inventó el hit y se llamó Teolindo Petit; Luis Augusto Núñez, Braulio Salazar,
Leopoldo La Madriz, Eleazar Agudo, Aldemaro, el “Negro” Urquía, Lina Jiménez… tantos
valencianos, cuyo talento, sencillez, pureza y fe mariana adornan y eternizan la memoria…
Recuerdo así, momentáneamente, que un día, en la rutina de “Notitarde”, Luis Cisneros
Cróquer y yo, inventando columnas, títulos, reclamos, secciones, decidimos llamarlos
“valencianos universales” y cuando empezamos a elaborar la lista, llegamos a la conclusión
de que, además de universales, los valencianos que deben anotarse allí son infinitos.
De ahí la conversación con Julio y Oswaldo (también estaba Rafael Tortolero) nos convence
de la necesidad de iniciar, lo más pronto posible, la recopilación de estos retratos, fichas o
pequeñas biografías de estos inolvidables, brillantes, hijos de la ciudad que ocuparán lugares
de privilegio en la memoria de los futuros viejos de Valencia… En esa lista, por supuesto,
caben artistas, científicos, deportistas, escritores, analfabetos, artistas, artesanos. Y al mismo
tiempo, será una lección de escritura esencial y magnífica para los muchachos que (por
invitación institucional que haremos), escriban sobre sus vidas y memorias. Una siembra de
escritores, como dicen Oswaldo y Julio. Una siembra necesaria, creo yo, para alimentar la
memoria infinita de la ciudad. Por supuesto, hay otros motivos con qué alimentar esa memoria.
Para allá vamos. Lentamente, pero con la mirada, la conciencia y el corazón en alto, como
mandan Dios y la Santísima Virgen. Digo yo.
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