Indocencias
Golpes
José Joaquín Burgos
“Hay golpes en la vida”, dice Vallejo y la palabra queda vibrando como un rumor de esos sordos y secos que golpean más duro. Pasa lejos la piedra, pero su golpe retumba como las paladas de tierra que retumban sobre la urna donde se nos va uno de esos hondones del alma que todos llevamos dentro. A veces, es un simple decir, no sentimos el golpe en el instante de su terrible impacto. El tiempo, la vida, la ciudad tejen paredes, sombras y silencio para que no sintamos o escuchemos, pero creamos no sentirlo. Son las trampas, las magias del tiempo y de la vida para que olvidemos al ángel que llevamos como un niño dormido…
Y eso nos sucedió hace apenas una semana, cuando el Dr. Carlos Gómez Urquila, insigne pediatra guanareño, profesor universitario, novelista, poeta y, por sobre todo, un fraterno amigo de nuestra niñez y juventud, sencillamente y como buen llanero cogió copla y sabana, por allá por las aguas coromotanas-, así de pronto, “tan callando”, como decía Jorge Manrique que se fue su padre.
Poetas -Manrique y Vallejo- me ayudan a saber del golpe y el silencio que significa su adiós. Y la propia vida me enseña el dolor que significa su partida para Thaís y su prole, para sus tantos amigos de aquí y de otros países, para la institución universitaria, y sobre todo para la coromotana ciudad de Guanare, rincón de su nacencia.
Carlos, personalmente, era un ser extraordinario por su talento, su brillantez intelectual más allá de su señorío profesional como médico, su popularidad, su sencillez y su humildad, que bien podríamos llamar franciscana con toda propiedad.
Carlos Gómez Urquiola como Carlos Emilio Muñoz Oraá, como Alexis y Leopoldo Márquez Rodríguez,
como Rafael Gavidia y como el doctor Carlos Rodríguez Ortiz, para nombrar por lo menos a algunos
guanareños inolvidables y admirados, era -dijera don Miguel de Unamuno- “nada menos que todo
un hombre”. O mejor dicho en llanero y guanareño, “un palo de hombre”. Que el cielo sea con él.
César Abraham Vallejo Mendoza fue un poeta y escritor peruano. Es considerado uno de los
mayores innovadores de la poesía del siglo XX y el máximo exponente de las letras en su país.
(16 de marzo de 1892, Santiago de Chuco_ 15 de abril de 1938,París, Francia)
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
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