Rafael sin cadenas
Cuánto tuyo no se devuelve como música perdida en mi
País al que regreso cada vez que me he empobrecido
Sello, fasto, bóveda de los cofres
“Beloved Country”
1966
Lleva nombre de ángel bíblico, uno del trío que le anunció a Sara el milagro de su maternidad tardía. Ella no le creyó y casi muere de la risa. Pero su angélica frase breve dictó un hecho fundacional.
Su apellido significa servidumbre y la rechaza desde hace sesenta años encadenado al concepto de libertad. Es maestro en el arte que desata sin tregua toda forma de esclavitud. Su silencio goteado, pausas con la maestría de un jazzista clásico, es una copa llena que nunca se desborda, su parquedad vibra con una fuerza que rompe muros. Su poema “Derrota”, el más traducido, es la confesión de una tenaz rebeldía frente a toda manifestación de cadena totalitaria, incómodo testigo de la represión ideológica y física, tal cual lo indica el veredicto que acaba de otorgarle en España el XII Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca al muy venezolano y larense Rafael Cadenas.
Quienes lo conocen desde sus años mozos saben de su obstinada y parca expresión oral que hasta se confunde con mutismo, triste mirada inquisidora, vestimenta descuidada que al regresar del destierro en Trinidad por la dictadura perezjimenista a finales de la década de los cincuenta, era de limpios harapos, perfecto lector del inglés académico y una terca timidez al grado de resistencia para ganar algo del pan cotidiano comenzando a juro el oficio docente de la literatura hispanoamericana en el Colegio Moral y Luces, Herzl Bialik, su amor callado y doliente por una inalcanzable alumna en ese plantel, su desarraigo frente a toda militancia banal y exhibicionista, su dulce compañía silenciosa en los momentos duros, su llanto inocultable en el duelo por Raúl Betancourt gran compañero y dueño de Suma, librería-albergue donde casi a diario descansaba sus largos paseos de austero transeúnte solitario en la caraqueña avenida Sabana Grande repleta de bohemia locuaz, antisistema pero bien sustentada por la abierta democracia que resistió a la inmadura subversión, su laboriosa faena investigadora como profesor de la Universidad Central de Venezuela nucleada en la reflexión ensayística sobre el poder de la escritura literaria, su habitual frugalidad, firme vocación conyugal y melosa conducta de abuelo ductor, su sincera modestia que solidaria elogia sin reserva a sus importantes colegas de renombre también mundial.
Poeta natural y fundamental en alma y cuerpo, figura y genio. Nunca engaña con falsas expectativas ni demagogia lírica.
Desde cerca y lejos el próximo nuevo país venezolano lo felicita, lo respeta y lo necesita.
¡Arriba cadenas! por Laureano Márquez
En medio de la hecatombe, como para recordarnos que la única riqueza que tenemos es la cabeza de nuestras gentes, nuestra cultura, nuestros hombres de ideas y de bien, Rafael Cadenas recibe el Premio Internacional de poesía Federico García Lorca como reconocimiento a su trayectoria en la poesía española -“¡na’guará!”, que dirían sus coterráneos-. Eso es titular de primera plana a cuatro columnas del periódico libre lleno de cosas buenas que algún día volveremos a ser, un oasis en este desierto, pan del cielo. Uno de los nuestros y todos nosotros con él, hemos sido reconocidos por la belleza en el uso de la lengua de Cervantes ( El jurado celebra el conjunto de la obra del autor por su “refinada sensibilidad para la experiencia poética”). Nosotros, los mismos que hemos convertido las palabras en plomo que asesina -y lo digo sin afán de metáfora-, también podemos decir:
“Que cada palabra lleve lo que dice.
Que sea como el temblor que la sostiene.
Que se mantenga como un latido.
No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa
ni añadir brillos a lo que es.
Esto me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir verdad.
Seamos reales.
Quiero exactitudes aterradoras.
Tiemblo cuando creo que me falsifico. Debo llevar en peso mis palabras.
Me poseen tanto como yo a ellas.
Si no veo bien, dime tú, tú, que me conoces, mi mentira, señálame la impostura,
restriégame la estafa. Te lo agradeceré, en serio.
Enloquezco por corresponderme.
Sé mi ojo, espérame en la noche y divísame, escrútame, sacúdeme.”
No somos solo colas madrugadoras, muerte, desesperanza y empeño ciego en nuestra propia destrucción, también somos palabra que el mundo reconoce, literatura, belleza que ha de prevalecer cuando ya nadie recuerde por qué era que no se podía conseguir el papel tulalé. Somos poco dados a celebrar nuestra civilidad. Nuestras estatuas son siempre de hombres con espadas, nunca con plumas o libros. El éxito que calibramos en barriles de petróleo, también puede medirse en poemas, en la palabra escrita y meditada. Para un país en el que nos hemos convertido todos en “restriegadores de estafas”, este premio es una apelación a honestidades que también nos distinguen: esta también es la tierra de Bello, de Gallegos, de Uslar y de Cadenas.
Quizá la tarea de mas acuciante urgencia que los venezolanos tenemos por delante, es recuperar el amor propio, el sentido de orgullo de las múltiples cosas buenas que también somos. Reconocernos en lo que hemos construido no solo con concreto armado -nuestra habitual forma de medir el progreso-, sino también en en arte, la cultura, en las letras.
El premio se decidió entre 43 candidatos de 18 nacionalidades distintas que fueron propuestos por 78 instituciones. Es motivo de verdadero orgullo nacional que en el veredicto el jurado diga de un venezolano cosas como esta: “la poesía en español en los últimos sesenta años no puede entenderse sin Cadenas y sin sus reflexiones”. Cadenas con mayúsculas, edificando eternidades del lenguaje. Cuando tanto palabrerío vacío pase, cuando ya nadie alcance a recordar las sinrazones del insulto destemplado, sus poemas seguirán allí tan campantes, lucidos, inspiradores y hermosos.
Gracias Divina Pastora por este milagrito. Gracias Rafael Cadenas por darnos una fama diferente, que el mundo sepa que este país también tiene gente como usted, buscando “exactitudes aterradoras”.
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