Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.

Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
Casa de la Estrella, ubicada entre Av Soublette y Calle Colombia, antiguo Camino Real donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830, con el General José Antonio Páez como Presidente. Valencia: "ciudad ingrata que olvida lo bueno" para el Arzobispo Luis Eduardo Henríquez. Maldita, según la leyenda, por el Obispo mártir Salvador Montes de Oca y muchos sacerdotes asesinados por la espalda o por la chismografía cobarde, que es muy frecuente y característica en su sociedad.Para Boris Izaguirre "ciudad de nostalgia pueblerina". Jesús Soto la consideró una ciudad propicia a seguir "las modas del momento" y para Monseñor Gregorio Adam: "Si a Caracas le debemos la Independencia, a Valencia le debemos la República en 1830".A partir de los años 1950 es la "Ciudad Industrial de Venezuela", realidad que la convierte en un batiburrillo de razas y miserias de todos los países que ven en ella El Dorado tan buscado, imprimiéndole una sensación de "ciudad de paso para hacer dinero e irse", dejándola sin verdadero arraigo e identidad, salvo la que conserva la más rancia y famosa "valencianidad", que en los valencianos de antes, que yo conocí, era un encanto acogedor propio de atentos amigos...don del que carecen los recién llegados que quieren poseerlo y logran sólo una mala caricatura de la original. Para mi es la capital energética de Venezuela.

domingo, 6 de julio de 2014

Para el periodista Pablo Antillano, en la obra escrita del Dr. Ramón J. Velásquez se evidencia la autoría de un ciudadano que se inclina a manejar diversas versiones de la historia y que sospecha de las formas de Poder

Ramón Velásquez hablaba a través de sus testigos

Ramón J. Velásquez / Foto: Raúl Romero
Ramón J. Velásquez / Foto: Raúl Romero
Para el periodista Pablo Antillano, en la obra escrita del Dr. Ramón J. Velásquez se evidencia la autoría de un ciudadano que se inclina a manejar diversas versiones de la historia y que sospecha de las formas de Poder

Cuando urdía sus libros de Historia, R.J. Velásquez parecía más bien un periodista. Utiliza los archivos con el mismo rigor que sus colegas académicos, porque sabe que el frenesí documental se ha adueñado de la historiografía desde hace un buen rato, pero apela también a ciertos testimonios –no siempre consagrados– de la misma manera que el reportero utiliza al testigo presencial de un hecho noticioso. 
En otras palabras, R.J. Velásquez consultaba como pocos las fuentes documentales de los archivos muertos y mudos –muchos de los cuales él mismo creó–, papeles y pronunciamientos hace tiempo separados de sus autores. Pero es igualmente cierto que incorpora el testimonio de otro tipo de testigos, a los que insufla la misma vida que tiene una fuente de primera para un reportero: un testigo al que se le pide que dé fe, que dé prueba, que sea él mismo parte de lo acontecido.
En La caída del Liberalismo Amarillo utiliza como testigo, como testimonio de la época, a Antonio Paredes, un guerrero, personaje olvidado al que eleva a nivel de rango documental. Y más recientemente, en la Biografía de Joaquín Crespo, hace lo mismo con Telmo Romero, el extraño curandero tachirense que llega a director de hospitales y casi a Rector de la Universidad, en tiempos del último gran caudillo del liberalismo. Ambos personajes secundarios proporcionan a Velásquez la coartada de las sensaciones, de la cultura de la época, y de sus propias convicciones.
Antonio Paredes y Telmo Romero, que deberían ser huellas del pasado en el presente, son a su vez convertidos por el autor en huellas del presente en el pasado. La presencia de los personajes –testigos que atraviesan los tiempos– es a su vez expresión de las inquietudes contemporáneas del autor: de sus perplejidades, de su humor, de su sentido de justicia, de su vocación política, de su interpretación sobre las fuerzas que mueven a los grandes titanes de la historia.
Una vez hizo explícita esta idea cuando escribió: “Me propuse entonces presentar un nuevo personaje a la escena, un hombre olvidado de quien en su libro dijo Picón Salas que había sido ‘el espíritu y la conciencia desvelada y errante de la insurrección venezolana hasta que lo acribillaron a balazos en 1907’: Antonio Paredes. Era una manera de recordar también a los que caen en la lucha, de señalar sus vidas como un camino, distinto al de los vencedores, para entender a Venezuela”. En su estilo, R.J. Velásquez es, él mismo, un personaje de acción que intenta comprender el presente por el pasado, de la misma manera que suele comprender el pasado por el presente.
Es ese estudio apasionado del devenir pasado-presente-futuro el que le hace concluir sabiamente en muchas de sus convicciones, aplicables a cualquiera de nuestras épocas: “el conflicto que debía resolver (...) era el más repetido y conocido de nuestra historia que, traducido a términos populares, se reduce a la obsesión, al desvelo que crea el poder”. Más adelante agrega: “Es la droga (el Poder) que ha causado en Venezuela mayor número de conflictos, sin que de nada sirvan las lecciones del pasado a quienes vuelven a encontrarse en el mismo trance”.  “Las contradicciones entre las palabras y los hechos siempre han sido norma permanente en la política venezolana”. “De nuevo el escenario rural venezolano se puebla de grupos armados que van contentos en busca de la muerte. Parece como si cada cierto tiempo, el venezolano espera con urgencia, esas convocatorias”.
Seguramente que la reconexión con el pasado será posible cuando no sean los archivos oficiales los que rememoren los episodios, sino cuando aparezca otro género de testigos, como los que viene invocando el Dr. Velásquez. Testigos, ora trágicos, ora sintonizados con las curiosidades del ciudadano medio. Ese ciudadano que ya ha dado pruebas suficientes de su inclinación a manejar diversas versiones de la historia y a sospechar de los desvelos del Poder.

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