Meneses coral. El falso cuaderno de Narciso Espejo
Al definir con su escritura un estilo diferente a las tradiciones narrativas galleguianas predominantes en su época, evidenció sus preocupaciones lingüísticas y existenciales. No fueron muchas las palabras que necesitó para definir “El falso cuaderno de Narciso Espejo”: “la novela de la duda, es decir, de la duda sobre la propia conciencia sobre el espejo…”
"...Soy un hombre –uno como tantos– que escucha sus propios pasos
en el silencio de las calles nocturnas..."
Uno más uno suman dos. Así de simple. Para Guillermo Meneses, sin embargo, la realidad nunca fue tan clara, tan magníficamente equilibrada y evidente como un “1+1=2”. ¿Qué es eso? respondería él, porque detrás de cualquier palabra, gesto o explicación, quedaba siempre la duda. En este sentido, El falso cuaderno de Narciso Espejo, novela publicada en 1952 es, según las propias revelaciones de su autor, “la novela de la duda, es decir, de la duda sobre la propia conciencia. La duda sobre el espejo justamente. El reflejo que de la vida nos da nuestra propia experiencia, nos llega envuelto en dudas...”. Y he aquí que nosotros mismos dudamos de la extrema seriedad y circunspección con que se nos asoma este Meneses de El falso cuaderno... cuando, en 1944, declara con un buen sentido del humor que es requisito conocerle: “Escribir es algo extraordinariamente divertido. No hay que decirlo mucho –porque si todo el mundo se entera, la competencia podría llegar a adquirir características de catástrofe– pero, por una vez, podemos decirlo a nuestras anchas y con absoluta sinceridad: escribir es algo extraordinariamente divertido”.
Aún aquí no estamos seguros de creerle. Sus palabras –como sus ojos– tienen la virtud de desenfocarnos y, como en la mayoría de las fotos que se conservan de Meneses, tienen la virtud de mostrarnos el perfil: la ciudad de sombríos pasadizos, el confesionario entreabierto de sombras, el puerto anochecido y así hasta el lenguaje perfilado, digamos trasvestido y finalmente, solo alcanzable a través de la imaginación. Es entonces cuando la duda llega hasta los lectores porque sí ríen... ¿realmente había motivos para reír? Y si las palabras de Meneses afliguen... ¿había razón también para afligirse? ¿Cuánto de realidad y cuánto de ficción nos está permitido conectar? Y... después de todo ¿dónde nacen una y otra? ¿En el lector? ¿En el narrador? “Es posible –dice Narciso– que yo haya inventado algunos recuerdos de Juan Ruiz como es posible que sea Juan Ruiz quien esté contando mi historia”. La dinámica de “El perseguidor y el perseguido” de Juan Rulfo parece reinventarse y multiplicarse en El falso cuaderno... anunciando la venida de obras como Rayuela de Julio Cortázar o Doble fondo de Salvador Garmendia, por mencionar solo algunas.
El ojo será para Meneses solo un paréntesis: “hay allí un misterio que no nos pertenece...”. El punto de vista, solo un señuelo: “lo que yo busco en el agua es todas las preguntas a las que debo dar contestación”. Y la mínima anécdota pasa a segundo plano. El énfasis se le otorga al ‘acto de contar la historia’. La acción –siempre retardada o como escenificada– se presenta bajo el disfraz del intelecto, en ese intento de explicarse continuamente ante el lector, en querer aclararle dudas, sembrarle o canjearle otras. La acción entonces es la tachadura de un documento o de una versión sobre otra.
Humana arquitectura
Aunque mínima, sí existe una anécdota en El falso cuaderno de Narciso Espejo. Como señala Judit Gerendas la primera parte es la indagación de un par de adolescentes acerca de la sexualidad y la religión. La segunda parte, en cambio, es una historia inversa: el momento de la degradación y la decadencia de uno de estos adultos, Juan Ruiz. Sabiendo ya que la novela contiene dos partes, el elemento que efectivamente incomodó y aún incomoda al lector convencional –llámese pasivo– es su estructura: “humana arquitectura” como sugiere Meneses.
Cuando no existen los extremos, suprimidos los finales, el momento de la llegada puede ser una invitación para la partida: El falso cuaderno... se encubre constantemente y lo dice abiertamente, juega –demasiado bien quizás– y eso por momentos aburre porque su prosa pierde el ritmo vital, algo que Meneses supo manejar con magistral densidad. Una virtud que por el juego de dar explicaciones obvias o corregirse demasiado, termina bajándole el pulso a la escritura: “Como poco he podido encontrar en mi propia experiencia, los actos de Narciso Espejo han tomado el lugar que los míos debían ocupar (...) Tan convencido estoy de la igualdad de experiencias, que podría contar su vida como si fuera él el narrador. Podría cederle el ‘yo’ de mi relato. Decirle Narciso, aquí tienes la pluma. Comienza...”.
Sin embargo, lo mismo que hoy parece un viejo truco de mago revela un espíritu tan arriesgado e inusual para los años cincuenta como lo es transparentar la escritura: “Intento explicar el porqué de este trabajo; decir la razón que me guió para inventar las falsas memorias de Narciso Espejo”. El autor nos desnuda su teoría de la novela inacabada, aplazada y, desde allí, su postura frente a todo acto creador. La novela parece estar en constante peligro: el ritmo, el (los) personaje(s), las pistas –que nunca son tales– podrían perder el equilibrio en cualquier instante.
Lecturas aplazadas
A pesar de ganar el Premio de Novela Arístides Rojas en 1953, El falso cuaderno... no encontró lectores –ni en Venezuela ni en Latinoamérica– sino hasta fines de los años 60. Y aunque quizás éste no haya sido su objetivo, en ese momento su obra fue vista como la demolición de los modelos anteriores caracterizados por Rómulo Gallegos. Este tipo de poética abierta que nos propone en El falso cuaderno. . ., no estaban solos en Latinoamérica. Escritores como el uruguayo Felisberto Hernández y el argentino Macedonio Fernández, aunque nunca llegaron a conocer sus respectivas obras, respondieron con una sensibilidad similar que transgredía la regla literaria establecida y mostraba la delgada consistencia de lo real.
Consecuente con el existencialismo sartriano y con ciertos procedimientos de la novela objetiva francesa, incluso con destellos de novela policial. Consecuente con las líneas de su infancia y de su educación, Meneses demostró también la coherencia que le dio a su propia obra –desarrollada entre 1930 y 1962– y conformada por cinco novelas, más de treinta cuentos, numerosos ensayos artísticos y literarios, varias obras de teatro, crónicas de Caracas, conferencias, programas de radio y televisión y más de dos mil artículos.
Círculos concéntricos se hermanan en su penúltima novela convirtiéndola en el modelo perfeccionado de todas sus posturas estéticas, aunque ciertamente parezcan exageradas aquellas críticas que ven El falso cuaderno... como una “novela sin fallas”. Como señala José Balza, “trabajado casi paralelamente, el cuento ‘La mano junto al muro’ (1950-51) sólo podía conducir a Guillermo Meneses hacia aquella novela compleja y escueta a la vez, en que los rasgos más sonoros o recónditos de su prosa, los temas insistentes del escritor aparecen completándose definitivamente”.
Esto abre al mismo tiempo un reto grandioso para cualquiera que se aproxime a la novela: sugerencias anteriores, resonancias paralelas de sus artículos de prensa, todo entra en un mecanismo donde la permanente posibilidad de escritura se materializa incluso más allá de los límites de El falso cuaderno de Narciso Espejo. En la segunda parte, Juan Ruiz se va desmoronando, igual como lo hizo José Martínez en “La misa de Arlequín” y tal como se desmorona el muro del castillo convertido en burdel en “La Mano junto al muro”. Una a una las piezas-palabras que Meneses va descubriendo en su novela desdoblan la escritura hasta desestabilizar lo que –hasta entonces en Venezuela– se creía un ingenuo y pasivo rol: la lectura. El crítico como artista, el artista como crítico de la sociedad: esa dicotomía que tan caro le costó a Oscar Wilde a fines del siglo XIX, Guillermo Meneses intenta resolverla rotando por momentos el papel de quien escribe y de quien lee: reparte la culpa, reparte las dudas y conforma su propio estilo. El falso cuaderno de Narciso Espejo no se parece a ninguna obra que no sea la menesiana y así, como lo dijo el maestro del estilo cinematográfico Alfred Hitchcock: “el estilo se parece a la antropofagia, pero solo cuando uno es caníbal de sí mismo”.
Vida de espejos
ü Nacimiento. El 15 de diciembre de 1911 nace en Caracas. Su madre muere a los pocos días.
ü Los jesuitas. En el Colegio San Ignacio se destaca como buen estudiante, introvertido y obediente.
ü La rebeldía. Apoya el movimiento estudiantil del 28 y es encarcelado hasta noviembre de 1929.
ü Las primeras publicaciones. En septiembre de 1930 publica “Juan del cine”. En 1934 se publicará su primera novela Canción de negros y los cuentos “Adolescencia” y “La balandra Isabel llegó esta tarde” que será versionada en los años 70 en radio, cine y televisión.
ü Estudios. En 1936 se gradúa como abogado en la UCV.
ü El primer premio. En 1938 con la novela “Campeones” obtiene el Premio Elite.
ü El matrimonio. En 1944 se casa con la periodista Sofía Ímber y de este matrimonio de 20 años quedarán cuatro hijos.
ü Europa. Entre 1948 y 1959 vivirá en París y Bruselas ocupando cargos diplomáticos.
ü Más premios. En 1951 el cuento “La mano junto al muro” hace bullir la polémica cuando gana el Primer Premio de cuentos de El Nacional.
ü CAL. Entre 1962 y 1966 dirige la revista CAL que marcó pauta en el medio artístico e intelectual venezolano.
ü Una misa. En 1963 recibe el Premio Municipal de Prosa por la novela La misa de Arlequín, publicada el año anterior.
ü Cronista de Caracas. en 1965 es elegido cronista de Caracas. Trabaja en la revista “Crónica de Caracas”.
ü Último premio. En 1967 recibe el Premio Nacional de Literatura.
ü Final. En 1967 sufre una hemiplegia y fallece en Porlamar el 28 de diciembre de 1978.
Meneses y sus jueces
Por Jesús Sanoja Hernández
“La mano junto al muro” constituyó una sorpresa en la narrativa de Meneses, pero no de tipo temático o ambiental, sino por el tratamiento temporal, sometido a vaguedades e imprecisiones, como aquella citada por Balza en torno de los tres marinos, “si es que son tres los marineros”. En la cárcel Modelo lo discutieron ampliamente tres jóvenes escritores, si es que eran escritores, animados por una apreciación de Uslar, quien lo señalaba como “cuento antológico”.
La premiación de El Nacional, aquel agosto de 1951, antecedió en dos años a la de su novela del gran vuelco, El falso cuaderno de Narciso Espejo, que marcaría época. Recuerdo que en México, en la casa de Gallegos, cierto miembro de su partido llegó con la noticia y el halago: “Don Rómulo, ¿leyó usted que a Meneses, un servidor de la dictadura, le otorgaron el Arístides Rojas, mientras a La brizna de paja en el viento ni siquiera la miraron?”. Gallegos calló durante un rato y luego contestó: “Yo no escribo para concursos”. Y aquello lo dijo sin amargura ni resentimiento.
Más tarde –entre 1958 y 1959– los de Sardio tuvieron muy en cuenta al Meneses de “La mano junto al muro” y El falso cuaderno de Narciso Espejo, y en lo que podría llamarse el nuevo país literario se desató la reacción contra la narrativa de marca galleguiana. Meneses creció entre los que se abrían paso, y el fortalecimiento de su prestigio fue mayor al fundar la revista CAL, en la que colaboraron muchos de quienes adquirían renombre en la narrativa venezolana. A mi modo de ver, Balza fue, entre todos, el que más hizo para otorgarle puesto de privilegio a Meneses dentro de la literatura venezolana.
Liscano, a quien en 1949 le oí comentarios obsesivos acerca de El mestizo José Vargas, escribió después en Panorama de la literatura venezolana actual que con El falso cuaderno... Meneses alcanzó su culminación creadora, mientras que con La misa de Arlequíninvolucionó, y tanto, que llegó a catalogarlo como su peor libro: “inflado, con un regreso a la retórica verbalista de El mestizo José Vargas, al criollismo, al hampa urbana, a los despliegues discursivos y adjetivantes”.
En cambio, Pérez Perdomo (Revista Nacional de Cultura, No 183, enero-marzo de 1968) opina que La misa de Arlequín es una novela síntesis donde Meneses se muestra como “escritor maduro, en plena posesión de su escritura y que ha decantado sus experiencias”. Y va más allá: “en este libro la metáfora, la imagen poética, se elabora con cuidadoso sentido de la austeridad, de la sobriedad”.
Criterios opuestos, como se ve.
Recoge Arlette Machado en su libro Asedia a Guillermo Meneses lo que González León piensa acerca de la narrativa menesiana, con exaltación “La mano junto al muro” y algunas observaciones críticas acerca de El falso cuaderno... y La misa de Arlequín: “Insisto que si Meneses pasa a la posteridad literaria del país y del continente se deberá fundamentalmente a una pieza única y de antología como “La mano junto al muro”. Aún más, creo que con eso basta”.
Características de la narrativa de Meneses son la traslación de personajes de una obra a otra; la teoría especular o “del espejo”; la contraposición de sueño (futuro) y recuerdo (pasado) y las trampas del tiempo; la contraposición de lo verdadero y lo apócrifo; y explícitas o implícitas referencias autobiográficas.
Irónico, a veces agrio con los de su generación, y abierto con los jóvenes, su aventura con CAL resultó extremadamente positiva. Cuando Carlos Moros elaboraba el inventario de colaboradores de la revista, como parte de la tesis de Licenciatura que nunca llegó a presentar porque la muerte lo sorprendió en Tacoa, me dijo en una tarde de consulta: “Aquí están todos los que ahora mandan en las batallas literarias”. Quien lo dude, que busque y hojee CAL.
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