Los procesos históricos, los procesos humanos, personales, grupales, regionales, mundiales, llevan tiempo. Todo nos indica esto: en la naturaleza, en nuestros cuerpos, en el cosmos.
La semilla encerrada en las frutas no siempre llega al suelo propicio, millones se pierden. Sin embargo, las plantas han sido las grandes colonizadoras del planeta. A veces quedan como dormidas años o siglos, como en el desierto de Atacama, que se cubre de flores apenas algunas gotas de lluvia caen en el suelo sediento. Cuando encuentran un ambiente favorable, crecen, se multiplican, se expanden. Una semilla puede ser insignificante, pero lleva en sí todo el potencial para convertirse en un arbusto que cobija las aves del cielo, o en un árbol que desafía huracanes y tornados, o en una plaga que parasita las otras vidas, las invade y las mata como una boa constrictora.
Parece haber una desproporción entre la semilla y la planta que de ella surge, sin embargo, la semilla tiene una potencia extraordinaria en ella misma. Dependerá del suelo, de la humedad, de la luz o de la oscuridad, del contexto en el que cae, el hecho de que pueda nacer y crecer.
El Ecuador está viviendo como sociedad momentos tensos y graves. Se manifiestan crisis profundas en un país altamente dividido, por regiones, por capacidades económicas, por culturas y nacionalidades diferentes, por lugares donde se vive y por ideologías o elecciones políticas. A pesar de la Secretaría del Buen Vivir y sus prácticas de meditación, no hemos logrado ni de cerca aceptar las diferencias, aprender de ellas, escucharlas, integrarlas, construir desde la diversidad. El buen vivir se ha convertido en un eslogan, una cultura light, un sombrero expuesto en un maniquí desnudo. Sin contenido y sin repercusiones reales en la vida cotidiana.
Durante los últimos años se ha utilizado la confrontación como arma política. Se ha sembrado odio, insultos, vejámenes bajo el pretexto de comunicarse como los pobres y los desposeídos. Añadiendo un insulto más a los muchos que hemos ido recordando o aprendiendo, pues ser pobre no es sinónimo de ser malhablado ni insultador, como no lo es de ser ladrón o asesino. Los pobres saben ser cordiales, acogedores, y como en general han aprendido que necesitan de muchos y que solos no logran salir adelante, saben ser amables y corteses.
Cuando los cambios se imponen sin debate ni diálogo, cuando se llama abiertamente a la confrontación para imponer un modelo de gestión política y económica, tenemos asegurado el caldo de cultivo para estallidos sociales, a corto, mediano o largo plazo. Porque la semilla que se esparce lleva en su entraña ese germen.
La violencia de gestos, palabras, acciones, la imposibilidad y el miedo a expresarse para no sufrir retaliaciones laborales y/o económicas y muchas veces judiciales, en algún momento estallan.
“Siembra viento y cosecha tempestades”, dice el refrán.
O estamos en un camino sin retorno, o las máximas autoridades reconocen y cambian drásticamente el curso del barco antes de chocar contra un iceberg, como el Titanic, que por llegar más rápido se estrelló, fue a dar al fondo del mar y se convirtió en el símbolo de uno de los mayores fracasos humanos y económicos.
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