“Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”.
Así comienza la historia de Metamorfosis, la más conocida obra del célebre escritor checo Franz Kafka. Vale la pena notar que Kafka, quien escribía en alemán, jamás llegó a aclarar el tipo de insecto –la palabra “ungeziefer” puede significar tanto cucarachas, como langosta o escarabajo. El autor tampoco nos ilumina respecto a la causa, ni la manera en la que ocurre tan desagradable acontecimiento. Sabemos solo que el cuerpo de Samsa muta pero su mente permanece intacta.
Igual sucede a los venezolanos, aunque es difícil localizar el momento exacto de nuestra transformación, quedan pocos que aún pueden dudar la causa. Con cada día el país se vuelve más una nación de ungeziefer, sus habitantes comen lo poco que se encuentra, escabulléndose siempre entre escondites y refugios en un ambiente hostil, donde a todas horas amenaza el hampa, la corrupción y la censura.
Sin embargo, a diferencias del relato de Kafka, la mente venezolana también se encuentra transformada. A través de los años los venezolanos, por necesidad, hemos desarrollado un carapacho artrópodo mental para protegernos de las cataratas de insultos, intimidaciones y mentiras que pasan por discurso político en nuestros tiempos. Gracias a la arraigada costumbre chavista de divulgar cada módico punto de información, con un interminable acto o cadena, también hemos brotado antenas cerebrales, con lo cual identificar y devorar las raras migas de relevancia dentro de suntuosos banquetes de paja, escusas y ruido blanco.
El darwinismo nos enseña que las características desarrolladas para sobrevivir en un ambiente particular suelen volverse desventajosas –hasta peligrosas– en otro. Por eso mueren tantas ballenas encalladas y por eso es que no tienen un oso polar en el Zoológico Metropolitano del Zulia.
Me pregunto si características adquiridas a lo largo de la dolorosa metamorfosis del venezolano, hoy en día no estén haciendo más daño que bien: la fortaleza con la cual el venezolano se ríe de sus desgracias cotidianas, el carapacho contra el “ruido blanco”, las antenas para encontrar oportunidades en el caos que nos rodea, las alas para poder huir…
A través de sus instintos y su exoesqueleto, el venezolano a lo mejor puede existir en sus adversas circunstancias, pero para prosperar tarde o temprano tendrá que cambiarlas…
“Cuando el venezolano se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido nuevamente en humano” Así comenzará la historia de Venezuela.
* Como en ocasiones anteriores, esta semana cedemos nues- tro espacio editorial a una columna de especial interés.
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