Un Altar de maíz para la misa que celebrará el Papa Francisco hoy domingo en Paraguay
La Presidenta de Argentina asistíó a la Misa del Papa Francisco en paraguay.
Texto completo de la homilía del Santo Padre en Ñu Guazú
10.00. Asunción. Santa Misa en el campo grande de Ñu Guazú. Francisco invita a vivir la hospitalidad
Por Redacción
Ciudad del Vaticano, 12 de julio de 2015 (ZENIT.org)
El papa Francisco celebró este domingo la Santa Misa en el campo de gran Ñu Guazú, una base aérea militar en Asunción. En el mismo lugar --un santuario con una gran cruz conmemora el acontecimiento--, san Juan Pablo II canonizó a san Roque González de Santa Cruz y compañeros durante su viaje apostólico a Paraguay en 1988.
Durante la Eucaristía de esta mañana, después de la proclamación del Evangelio, el Santo Padre pronunció la homilía que publicamos a continuación:
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Durante la Eucaristía de esta mañana, después de la proclamación del Evangelio, el Santo Padre pronunció la homilía que publicamos a continuación:
«El Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto», así dice el Salmo (84,13). Esto estamos invitados a celebrar, esa misteriosa comunión entre Dios y su Pueblo, entre Dios y nosotros. La lluvia es signo de su presencia en la tierra trabajada por nuestras manos. Una comunión que siempre da fruto, que siempre da vida. Esta confianza brota de la fe, saber que contamos con su gracia, que siempre transformará y regará nuestra tierra.
Una confianza que se aprende, que se educa. Una confianza que se va gestando en el seno de una comunidad, en la vida de una familia. Una confianza que se vuelve testimonio en los rostros de tantos que nos estimulan a seguir a Jesús, a ser discípulos de Aquel que no decepciona jamás. El discípulo se siente invitado a confiar, se siente invitado por Jesús a ser amigo, a compartir su suerte, a compartir su vida. «A ustedes no los llamo siervos, los llamo amigos porque les di a conocer todo lo que sabía de mi Padre» (Jn 15,15). Los discípulos son aquellos que aprenden a vivir en la confianza de la amistad de Jesús.
Y el Evangelio nos habla de este discipulado. Nos presenta la cédula de identidad del cristiano. Su carta de presentación, su credencial.
Jesús llama a sus discípulos y los envía dándoles reglas claras y precisas. Los desafía con una serie de actitudes, comportamientos que deben tener. Y no son pocas las veces que nos pueden parecer exageradas o absurdas; actitudes que sería más fácil leerlas simbólicamente o «espiritualmente». Pero Jesús es bien claro. No les dice: «Hagan como que» o «hagan lo que puedan».
Recordemos juntos esas recomendaciones: «No lleven para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero... permanezcan en la casa donde les den alojamiento» (cf. Mc 6,8-11). Parecería algo imposible.
Podríamos concentrarnos en las palabras: «pan», «dinero», «alforja», «bastón», «sandalias», «túnica». Y es lícito. Pero me parece que hay una palabra clave, que podría pasar desapercibida frente a la contundencia de las que acabo de enumerar. Una palabra central en la espiritualidad cristiana, en la experiencia del discipulado: hospitalidad. Jesús como buen maestro, pedagogo, los envía a vivir la hospitalidad. Les dice: «Permanezcan donde les den alojamiento». Los envía a aprender una de las características fundamentales de la comunidad creyente. Podríamos decir que cristiano es aquel que aprendió a hospedar, que aprendió a alojar. Jesús, no los envía como poderosos, como dueños, jefes, cargados de leyes, normas; por el contrario, les muestra que el camino del cristiano es simplemente transformar el corazón, el suyo y ayudar a transformar el de los demás. Aprender a vivir de otra manera, con otra ley, bajo otra norma. Es pasar de la lógica del egoísmo, de la clausura, de la lucha, de la división, de la superioridad, a la lógica de la vida, de la gratuidad, del amor. De la lógica del dominio, del aplastar, manipular, a la lógica del acoger, recibir y cuidar.
Son dos las lógicas que están en juego, dos maneras de afrontar la vida y de afrontar la misión.
Cuántas veces pensamos la misión en base a proyectos o programas. Cuantas veces imaginamos la evangelización en torno a miles de estrategias, tácticas, maniobras, artimañas, buscando que las personas se conviertan en base a nuestros argumentos. Hoy el Señor nos los dice muy claramente: en la lógica del Evangelio no se convence con los argumentos, con las estrategias, con las tácticas, sino aprendiendo a alojar.
La Iglesia es madre de corazón abierto que sabe acoger, recibir, especialmente a quien tiene necesidad de mayor cuidado, que está en mayor dificultad. La Iglesia como la quería Jesús es la casa de la hospitalidad. Cuánto bien podemos hacer si nos animamos a aprender este lenguaje de la hospitalidad, este lenguaje de recibir, de acoger. Cuántas heridas, cuánta desesperanza se puede curar en un hogar donde uno se pueda sentir recibido. Para eso, hay que tener las puertas abiertas. Sobre todo las puertas del corazón.
Hospitalidad con el hambriento, con el sediento, con el forastero, con el desnudo, con el enfermo, con el preso (cf. Mt 25,34-37) con el leproso, con el paralítico. Hospitalidad con el que no piensa como nosotros, con el que no tiene fe o la ha perdido, y a veces por culpa nuestra. Hospitalidad con el perseguido, con el desempleado. Hospitalidad con las culturas diferentes, de las cuales esta tierra paraguaya es tan rica. Hospitalidad con el pecador, porque cada uno de nosotros también lo es.
Tantas veces nos olvidamos que hay un mal que precede a nuestros pecados, que viene antes. Hay una raíz que causa tanto pero tanto daño, y que destruye silenciosamente tantas vidas. Hay un mal, que poco a poco, va haciendo nido en nuestro corazón y «comiendo» nuestra vitalidad: la soledad. Soledad que puede tener muchas causas, muchos motivos. Cuánto destruye la vida y cuánto mal nos hace. Nos va apartando de los demás, de Dios, de la comunidad. Nos va encerrando en nosotros mismos. De ahí que lo propio de la Iglesia, de esta madre, no sea principalmente gestionar cosas, proyectos, sino aprender la fraternidad con los demás. Es la fraternidad acogedora el mejor testimonio que Dios es Padre, porque «de esto sabrán todos que ustedes son mis discípulos, si se aman los unos a los otros» (Jn 13,35).
Y el Evangelio nos habla de este discipulado. Nos presenta la cédula de identidad del cristiano. Su carta de presentación, su credencial.
Jesús llama a sus discípulos y los envía dándoles reglas claras y precisas. Los desafía con una serie de actitudes, comportamientos que deben tener. Y no son pocas las veces que nos pueden parecer exageradas o absurdas; actitudes que sería más fácil leerlas simbólicamente o «espiritualmente». Pero Jesús es bien claro. No les dice: «Hagan como que» o «hagan lo que puedan».
Recordemos juntos esas recomendaciones: «No lleven para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero... permanezcan en la casa donde les den alojamiento» (cf. Mc 6,8-11). Parecería algo imposible.
Podríamos concentrarnos en las palabras: «pan», «dinero», «alforja», «bastón», «sandalias», «túnica». Y es lícito. Pero me parece que hay una palabra clave, que podría pasar desapercibida frente a la contundencia de las que acabo de enumerar. Una palabra central en la espiritualidad cristiana, en la experiencia del discipulado: hospitalidad. Jesús como buen maestro, pedagogo, los envía a vivir la hospitalidad. Les dice: «Permanezcan donde les den alojamiento». Los envía a aprender una de las características fundamentales de la comunidad creyente. Podríamos decir que cristiano es aquel que aprendió a hospedar, que aprendió a alojar. Jesús, no los envía como poderosos, como dueños, jefes, cargados de leyes, normas; por el contrario, les muestra que el camino del cristiano es simplemente transformar el corazón, el suyo y ayudar a transformar el de los demás. Aprender a vivir de otra manera, con otra ley, bajo otra norma. Es pasar de la lógica del egoísmo, de la clausura, de la lucha, de la división, de la superioridad, a la lógica de la vida, de la gratuidad, del amor. De la lógica del dominio, del aplastar, manipular, a la lógica del acoger, recibir y cuidar.
Son dos las lógicas que están en juego, dos maneras de afrontar la vida y de afrontar la misión.
Cuántas veces pensamos la misión en base a proyectos o programas. Cuantas veces imaginamos la evangelización en torno a miles de estrategias, tácticas, maniobras, artimañas, buscando que las personas se conviertan en base a nuestros argumentos. Hoy el Señor nos los dice muy claramente: en la lógica del Evangelio no se convence con los argumentos, con las estrategias, con las tácticas, sino aprendiendo a alojar.
La Iglesia es madre de corazón abierto que sabe acoger, recibir, especialmente a quien tiene necesidad de mayor cuidado, que está en mayor dificultad. La Iglesia como la quería Jesús es la casa de la hospitalidad. Cuánto bien podemos hacer si nos animamos a aprender este lenguaje de la hospitalidad, este lenguaje de recibir, de acoger. Cuántas heridas, cuánta desesperanza se puede curar en un hogar donde uno se pueda sentir recibido. Para eso, hay que tener las puertas abiertas. Sobre todo las puertas del corazón.
Hospitalidad con el hambriento, con el sediento, con el forastero, con el desnudo, con el enfermo, con el preso (cf. Mt 25,34-37) con el leproso, con el paralítico. Hospitalidad con el que no piensa como nosotros, con el que no tiene fe o la ha perdido, y a veces por culpa nuestra. Hospitalidad con el perseguido, con el desempleado. Hospitalidad con las culturas diferentes, de las cuales esta tierra paraguaya es tan rica. Hospitalidad con el pecador, porque cada uno de nosotros también lo es.
Tantas veces nos olvidamos que hay un mal que precede a nuestros pecados, que viene antes. Hay una raíz que causa tanto pero tanto daño, y que destruye silenciosamente tantas vidas. Hay un mal, que poco a poco, va haciendo nido en nuestro corazón y «comiendo» nuestra vitalidad: la soledad. Soledad que puede tener muchas causas, muchos motivos. Cuánto destruye la vida y cuánto mal nos hace. Nos va apartando de los demás, de Dios, de la comunidad. Nos va encerrando en nosotros mismos. De ahí que lo propio de la Iglesia, de esta madre, no sea principalmente gestionar cosas, proyectos, sino aprender la fraternidad con los demás. Es la fraternidad acogedora el mejor testimonio que Dios es Padre, porque «de esto sabrán todos que ustedes son mis discípulos, si se aman los unos a los otros» (Jn 13,35).
De esta manera Jesús, nos abre a una nueva lógica. Un horizonte lleno de vida, de belleza, de verdad, de plenitud.
Dios nunca cierra horizontes, Dios nunca es pasivo a la vida, nunca es pasivo al sufrimiento de sus hijos. Dios nunca se deja ganar en generosidad. Por eso nos envía a su Hijo, lo dona, lo entrega, lo comparte; para que aprendamos el camino de la fraternidad, el camino del don. Es definitivamente un nuevo horizonte, es una nueva Palabra para tantas situaciones de exclusión, disgregación, encierro, aislamiento. Es una Palabra que rompe el silencio de la soledad.
Y cuando estemos cansados o se nos haga pesada la tarea de evangelizar es bueno recordar que la vida que Jesús nos propone, responde a necesidades más hondas de la persona, porque todos hemos sido creados para la amistad con Jesús y para el amor fraterno (cf. Evangelii gaudium 265).
Hay algo que es cierto, no podemos obligar a nadie a recibirnos, a hospedarnos; es cierto y es parte de nuestra pobreza y de nuestra libertad. Pero también es cierto que nadie puede obligarnos a no ser acogedores, hospederos de la vida de nuestro Pueblo. Nadie puede pedirnos que no recibamos y abracemos la vida de nuestros hermanos especialmente la vida de los que han perdido la esperanza y el gusto por vivir. Qué lindo es imaginarnos nuestras parroquias, comunidades, capillas, donde están los cristianos, no con las puertas cerradas sino como verdaderos centros de encuentro entre nosotros y con Dios, como lugares de hospitalidad y de acogida.
La Iglesia es madre, como María. En ella tenemos un modelo. Alojar, como María, que no dominó ni se adueñó de la Palabra de Dios sino que, por el contrario, la hospedó, la gestó, y la entregó.
Alojar como la tierra que no domina la semilla, sino que la recibe, la nutre y la germina.
Así queremos ser los cristianos, así queremos vivir la fe en este suelo paraguayo, como María, alojando la vida de Dios en nuestros hermanos con la confianza, con la certeza que: «El Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto». Que así sea.
Texto distribuido por la Sala de Prensa del VaticanoDios nunca cierra horizontes, Dios nunca es pasivo a la vida, nunca es pasivo al sufrimiento de sus hijos. Dios nunca se deja ganar en generosidad. Por eso nos envía a su Hijo, lo dona, lo entrega, lo comparte; para que aprendamos el camino de la fraternidad, el camino del don. Es definitivamente un nuevo horizonte, es una nueva Palabra para tantas situaciones de exclusión, disgregación, encierro, aislamiento. Es una Palabra que rompe el silencio de la soledad.
Y cuando estemos cansados o se nos haga pesada la tarea de evangelizar es bueno recordar que la vida que Jesús nos propone, responde a necesidades más hondas de la persona, porque todos hemos sido creados para la amistad con Jesús y para el amor fraterno (cf. Evangelii gaudium 265).
Hay algo que es cierto, no podemos obligar a nadie a recibirnos, a hospedarnos; es cierto y es parte de nuestra pobreza y de nuestra libertad. Pero también es cierto que nadie puede obligarnos a no ser acogedores, hospederos de la vida de nuestro Pueblo. Nadie puede pedirnos que no recibamos y abracemos la vida de nuestros hermanos especialmente la vida de los que han perdido la esperanza y el gusto por vivir. Qué lindo es imaginarnos nuestras parroquias, comunidades, capillas, donde están los cristianos, no con las puertas cerradas sino como verdaderos centros de encuentro entre nosotros y con Dios, como lugares de hospitalidad y de acogida.
La Iglesia es madre, como María. En ella tenemos un modelo. Alojar, como María, que no dominó ni se adueñó de la Palabra de Dios sino que, por el contrario, la hospedó, la gestó, y la entregó.
Alojar como la tierra que no domina la semilla, sino que la recibe, la nutre y la germina.
Así queremos ser los cristianos, así queremos vivir la fe en este suelo paraguayo, como María, alojando la vida de Dios en nuestros hermanos con la confianza, con la certeza que: «El Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto». Que así sea.
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Texto completo del Ángelus en Ñu Guazú
11.45. Asunción. Ángelus en el campo grande de Ñu Guazú. Francisco pidió que 'con la ayuda de María, la Iglesia sea casa de todos, una casa que sepa hospedar, una madre para todos los pueblos'
Por Redacción
Ciudad del Vaticano, 12 de julio de 2015 (ZENIT.org)
Al final de la celebración eucarística, y después de los saludos del arzobispo de Asunción, Mons. Edmundo Ponciano Valenzuela Mellid, SDB, y del arzobispo ortodoxo Tarasios, el papa Francisco guió el rezo del Ángelus dominical.
A continuación publicamos las palabras que el Santo Padre dirigió a los fieles paraguayos antes de rezar la tradicional oración mariana:
Agradezco al Señor Arzobispo de Asunción, Mons. Edmundo Ponziano Valenzuela Mellid, y al Señor Arzobispo de Sudamérica Tarasios las amables palabras.
Al terminar esta celebración dirigimos nuestra mirada confiada a la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra. Ella es el regalo de Jesús a su pueblo. Nos la dio como madre en la hora de la cruz y del sufrimiento. Es fruto de la entrega de Cristo por nosotros. Y, desde entonces, siempre ha estado y estará con sus hijos, especialmente los más pequeños y necesitados.
Ella ha entrado en el tejido de la historia de nuestros pueblos y sus gentes. Como en tantos otros países de Latinoamérica, la fe de los paraguayos está impregnada de amor a la Virgen. Acuden con confianza a su madre, le abren su corazón y le confían sus alegrías y sus penas, sus ilusiones y sus sufrimientos. La Virgen los consuela y con la ternura de su amor les enciende la esperanza. No dejen de invocar y confiar en María, madre de misericordia para todos sus hijos sin distinción.
A la Virgen, que perseveró con los Apóstoles en espera del Espíritu Santo (cf.Hch 1,13-14), le pido también que vele por la Iglesia, y fortalezca los vínculos fraternos entre todos sus miembros. Que con la ayuda de María, la Iglesia sea casa de todos, una casa que sepa hospedar, una madre para todos los pueblos.
Queridos hermanos: les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí. Yo sé muy bien cuánto se quiere al Papa en Paraguay. También los llevo en mi corazón y rezo por ustedes y por su País.
Y ahora los invito a rezar el Ángelus a la Virgen:
El Ángel del Señor anunció a María...
Texto distribuido por la Sala de Prensa del Vaticano con añadidos de ZENIT tomados del audio
A continuación publicamos las palabras que el Santo Padre dirigió a los fieles paraguayos antes de rezar la tradicional oración mariana:
Agradezco al Señor Arzobispo de Asunción, Mons. Edmundo Ponziano Valenzuela Mellid, y al Señor Arzobispo de Sudamérica Tarasios las amables palabras.
Al terminar esta celebración dirigimos nuestra mirada confiada a la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra. Ella es el regalo de Jesús a su pueblo. Nos la dio como madre en la hora de la cruz y del sufrimiento. Es fruto de la entrega de Cristo por nosotros. Y, desde entonces, siempre ha estado y estará con sus hijos, especialmente los más pequeños y necesitados.
Ella ha entrado en el tejido de la historia de nuestros pueblos y sus gentes. Como en tantos otros países de Latinoamérica, la fe de los paraguayos está impregnada de amor a la Virgen. Acuden con confianza a su madre, le abren su corazón y le confían sus alegrías y sus penas, sus ilusiones y sus sufrimientos. La Virgen los consuela y con la ternura de su amor les enciende la esperanza. No dejen de invocar y confiar en María, madre de misericordia para todos sus hijos sin distinción.
A la Virgen, que perseveró con los Apóstoles en espera del Espíritu Santo (cf.Hch 1,13-14), le pido también que vele por la Iglesia, y fortalezca los vínculos fraternos entre todos sus miembros. Que con la ayuda de María, la Iglesia sea casa de todos, una casa que sepa hospedar, una madre para todos los pueblos.
Queridos hermanos: les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí. Yo sé muy bien cuánto se quiere al Papa en Paraguay. También los llevo en mi corazón y rezo por ustedes y por su País.
Y ahora los invito a rezar el Ángelus a la Virgen:
El Ángel del Señor anunció a María...
Texto distribuido por la Sala de Prensa del Vaticano con añadidos de ZENIT tomados del audio
Francisco en Ñu Guazú: 'La Iglesia es la casa de la hospitalidad'
10.00. Asunción. Misa y Ángelus en el campo grande de Ñu Guazú. El Papa señaló que en la lógica del Evangelio no se convence con los argumentos, con las estrategias, con las tácticas, sino aprendiendo a alojar
Por Iván de Vargas
Madrid, 12 de julio de 2015 (ZENIT.org)
En su último día en Paraguay, el papa Francisco celebró este domingo por la mañana la Santa Misa en el campo grande de Ñu Guazú, donde al término de la multitudinaria Eucaristía rezó también el tradicional Ángelus dominical.
El Santo Padre llegó a la base aérea militar en papamóvil, saludando en medio de la gente, al son del impresionante coro de 500 voces, compuesto por la Orquesta Sinfónica Nacional, el Coro Papal y el Conjunto Nazarenos.
Más de 60 mil espigas de maíz, 20 mil calabazas y 150 mil cocos revistieron la estructura del altar donde el Santo Padre presidió la celebración central de su visita a la tierra guaraní. En la parte lateral se observaban las imágenes de san Ignacio de Loyola y san Francisco de Asís, en honor a las misiones de los jesuitas y los franciscanos que evangelizaron el país.
A los costados del altar destacaban también las imágenes de la Virgen de la Asunción y de san Roque González de Santa Cruz, canonizado en el mismo lugar por san Juan Pablo II durante su viaje apostólico a Paraguay en 1988.
En su homilía ante unos dos millones de personas, el Pontífice se dejó inspirar por “una palabra central en la espiritualidad cristiana, en la experiencia del discipulado: hospitalidad”. “Podríamos decir que cristiano es aquel que aprendió a hospedar, que aprendió a alojar”, añadió.
“La Iglesia es madre de corazón abierto que sabe acoger, recibir, especialmente a quien tiene necesidad de mayor cuidado, que está en mayor dificultad. La Iglesia como la quería Jesús es la casa de la hospitalidad”, subrayó el Papa. “De ahí que lo propio de la Iglesia, de esta madre, no sea principalmente gestionar cosas, proyectos, sino aprender la fraternidad con los demás”, explicó.
Así, pidió “hospitalidad con el hambriento, con el sediento, con el forastero, con el desnudo, con el enfermo, con el preso, con el leproso, con el paralítico. Hospitalidad con el que no piensa como nosotros, con el que no tiene fe o la ha perdido, y a veces por culpa nuestra. Hospitalidad con el perseguido, con el desempleado. Hospitalidad con las culturas diferentes, de las cuales esta tierra paraguaya es tan rica. Hospitalidad con el pecador, porque cada uno de nosotros también lo es”.
“Qué lindo es imaginarnos nuestras parroquias, comunidades, capillas, donde están los cristianos, no con las puertas cerradas sino como verdaderos centros de encuentro entre nosotros y con Dios, como lugares de hospitalidad y de acogida”, dijo.
Francisco señaló además que “en la lógica del Evangelio no se convence con los argumentos, con las estrategias, con las tácticas, sino aprendiendo a alojar”. “Cuánto bien podemos hacer si nos animamos a aprender este lenguaje de la hospitalidad, este lenguaje de recibir, de acoger”, insistió.
“Nadie puede obligarnos a no ser acogedores, hospederos de la vida de nuestro pueblo. Nadie puede pedirnos que no recibamos y abracemos la vida de nuestros hermanos especialmente la vida de los que han perdido la esperanza y el gusto por vivir”, advirtió.
Por último, el Santo Padre propuso “pasar de la lógica del egoísmo, de la clausura, de la lucha, de la división, de la superioridad, a la lógica de la vida, de la gratuidad, del amor. De la lógica del dominio, del aplastar, manipular, a la lógica del acoger, recibir y cuidar”.
Con el rezo del Ángelus, culminó la Santa Misa en el campo grande de Ñu Guazú. Durante sus palabras antes del rezo de la tradicional oración mariana, el Pontífice destacó que la fe de los paraguayos está impregnada de amor a la Virgen.
Por eso, les invitó a dirigir la mirada a la Madre de Dios: regalo de Jesús a su pueblo, que siempre ha estado y estará con sus hijos, en especial con los más pequeños y necesitados.
Esta tarde, el papa Francisco se reunirá con los obispos paraguayos en el Centro Cultural de la Nunciatura Apostólica y con los jóvenes en la Costanera de Asunción.
El Santo Padre llegó a la base aérea militar en papamóvil, saludando en medio de la gente, al son del impresionante coro de 500 voces, compuesto por la Orquesta Sinfónica Nacional, el Coro Papal y el Conjunto Nazarenos.
Más de 60 mil espigas de maíz, 20 mil calabazas y 150 mil cocos revistieron la estructura del altar donde el Santo Padre presidió la celebración central de su visita a la tierra guaraní. En la parte lateral se observaban las imágenes de san Ignacio de Loyola y san Francisco de Asís, en honor a las misiones de los jesuitas y los franciscanos que evangelizaron el país.
A los costados del altar destacaban también las imágenes de la Virgen de la Asunción y de san Roque González de Santa Cruz, canonizado en el mismo lugar por san Juan Pablo II durante su viaje apostólico a Paraguay en 1988.
En su homilía ante unos dos millones de personas, el Pontífice se dejó inspirar por “una palabra central en la espiritualidad cristiana, en la experiencia del discipulado: hospitalidad”. “Podríamos decir que cristiano es aquel que aprendió a hospedar, que aprendió a alojar”, añadió.
“La Iglesia es madre de corazón abierto que sabe acoger, recibir, especialmente a quien tiene necesidad de mayor cuidado, que está en mayor dificultad. La Iglesia como la quería Jesús es la casa de la hospitalidad”, subrayó el Papa. “De ahí que lo propio de la Iglesia, de esta madre, no sea principalmente gestionar cosas, proyectos, sino aprender la fraternidad con los demás”, explicó.
Así, pidió “hospitalidad con el hambriento, con el sediento, con el forastero, con el desnudo, con el enfermo, con el preso, con el leproso, con el paralítico. Hospitalidad con el que no piensa como nosotros, con el que no tiene fe o la ha perdido, y a veces por culpa nuestra. Hospitalidad con el perseguido, con el desempleado. Hospitalidad con las culturas diferentes, de las cuales esta tierra paraguaya es tan rica. Hospitalidad con el pecador, porque cada uno de nosotros también lo es”.
“Qué lindo es imaginarnos nuestras parroquias, comunidades, capillas, donde están los cristianos, no con las puertas cerradas sino como verdaderos centros de encuentro entre nosotros y con Dios, como lugares de hospitalidad y de acogida”, dijo.
Francisco señaló además que “en la lógica del Evangelio no se convence con los argumentos, con las estrategias, con las tácticas, sino aprendiendo a alojar”. “Cuánto bien podemos hacer si nos animamos a aprender este lenguaje de la hospitalidad, este lenguaje de recibir, de acoger”, insistió.
“Nadie puede obligarnos a no ser acogedores, hospederos de la vida de nuestro pueblo. Nadie puede pedirnos que no recibamos y abracemos la vida de nuestros hermanos especialmente la vida de los que han perdido la esperanza y el gusto por vivir”, advirtió.
Por último, el Santo Padre propuso “pasar de la lógica del egoísmo, de la clausura, de la lucha, de la división, de la superioridad, a la lógica de la vida, de la gratuidad, del amor. De la lógica del dominio, del aplastar, manipular, a la lógica del acoger, recibir y cuidar”.
Con el rezo del Ángelus, culminó la Santa Misa en el campo grande de Ñu Guazú. Durante sus palabras antes del rezo de la tradicional oración mariana, el Pontífice destacó que la fe de los paraguayos está impregnada de amor a la Virgen.
Por eso, les invitó a dirigir la mirada a la Madre de Dios: regalo de Jesús a su pueblo, que siempre ha estado y estará con sus hijos, en especial con los más pequeños y necesitados.
Esta tarde, el papa Francisco se reunirá con los obispos paraguayos en el Centro Cultural de la Nunciatura Apostólica y con los jóvenes en la Costanera de Asunción.
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