Conoce la historia detrás de la dramática foto del niño ahogado en Turquía
Nilufer Demir trabajaba en fotografiar a migrantes paquistaníes cerca de Bodrum, bordeando la costa suroeste de Turquía, cuando vió el cuerpo de Alan Kurdi
6 DE SEPTIEMBRE 2015 - 01:23 PM
Nilufer Demir, fotógrafa turca, hacía tomas a un grupo de migrantes paquistaníes cerca de Bodrum, bordeando la costa suroeste de Turquía.
Rostros tras rostros de este drama humano desfilaban frente a su lente. De pronto, detectó algo que le golpeó por completo todos sus sentidos. Sobre la orilla de la playa se encontraba el cuerpo sin vida de Alan Kurdi, boca abajo y con sus pequeñas manos extendidas.
Sin pensarlo, Nilufer reaccionó como cualquier fotógrafo lo hubiese hecho: accionó su cámara.
La dura imagen que captó mostrando al niño sirio de tres años ha sensibilizado a muchas personas.
"Tenía que tomar esa foto y no lo dudé. Lo único que podía hacer era que el mundo escuchara su grito", dijo la fotógrafo a DHA, la agencia donde trabaja.
Sin embargo, Nilufer no imaginó lo alto que sonaría ese clamor que ha recorrido Europa y más allá.
"Nunca pensé que una fotografía pudiera tener semejante impacto. Me gustaría que pudiera cambiar el rumbo que tienen las cosas en este momento", comentó.
Pero ¿qué pudo generar ese impacto? ¿Por qué esta imagen logró lo que tantas otras no han podido?
Por qué
Will Wintercross es una galardonada fotógrafa de guerra que trabaja para el periódico inglés Daily Telegraph, y ha recorrido Siria.
"Fotos como esta se toman todo el tiempo, pero generalmente son tan gráficas, que difícilmente se publican en los medios. En Siria ves cosas tan grotescas que comienzas a filtrar las fotos que realmente podrás utilizar y las que sabes que nunca será publicadas", explicó Will.
La foto de Alan fue tomada en Turquía, eso le añadió importancia.
"Esta foto no fue tomada en una zona de guerra, ni en Siria. El que fuera tomada en una playa de Turquía provocó que la gente se detuviera y la viera", señaló Wintercross.
Luego está la composición de la imagen, que es ciertamente es terrible pero no grotesca, como lo son muchas de las fotografías de guerra.
"Esta foto es impactante, pero la mitad de lo que ocurre pasa en tu subconsciente, tu mente complementa lo que le falta a la foto", dijo.
Ese tipo de pensamientos tiene un efecto más intenso en las personas que son padres.
Nicole Itano, de la organización Salven a los niños, tiene una pequeña de un año. "Mi primera reacción fue: Dios mío, pudo ser mi hija, tiene el mismo color de cabello y las piernas rellenitas".
"Parte de la razón por la cual la foto ha tocado emocionalmente a tantas personas es que es impresionante, pero no es gráfica. No ves su cuerpo mutilado, o ensangrentado. De no ser por el contexto, luce como si estuviese durmiendo", comentó Nicole.
Publicar o no publicar
Muchas organizaciones como la agencia de noticias BBC decidieron no publicar la foto donde se aprecia a Alan completamente. El diario inglés The Independent la colocó con amplio despliegue en su primera página.
El editor gerente del diario, Will Gore, explicó que "no fue una decisión fácil, pero en nuestra opinión esta imagen era claramente algo diferente al tipo de fotos que hemos visto, y vino justo en el momento cuando el debate sobre migrantes estaba estancado".
"Tuvimos la clara certeza de que necesitábamos publicar esa imagen de la tragedia de ese pequeño niño. La imagen tomada cuando el niño es sacado de la playa es extraordinariamente poderosa, pero pensamos que si queríamos realmente mostrar el horror de lo que le ocurrió, esta era la mejor imagen", resaltó Gore.
Es raro ver la foto de un niño muerto en un periódico. Para Gore hay una buena razón para ello: "Creo que lo correcto es que rara vez publiquemos fotos de un niño muerto, de lo contrario pierden su poder".
Wintercross coincide con ese criterio. "La gente ha visto muchas imágenes y videos sobre la guerra en Siria. Pero parece que todo eso se resume en esta única foto", advierte Wintercross.
Nilufer Demir, fotógrafa turca, hacía tomas a un grupo de migrantes paquistaníes cerca de Bodrum, bordeando la costa suroeste de Turquía.
Rostros tras rostros de este drama humano desfilaban frente a su lente. De pronto, detectó algo que le golpeó por completo todos sus sentidos. Sobre la orilla de la playa se encontraba el cuerpo sin vida de Alan Kurdi, boca abajo y con sus pequeñas manos extendidas.
Sin pensarlo, Nilufer reaccionó como cualquier fotógrafo lo hubiese hecho: accionó su cámara.
La dura imagen que captó mostrando al niño sirio de tres años ha sensibilizado a muchas personas.
"Tenía que tomar esa foto y no lo dudé. Lo único que podía hacer era que el mundo escuchara su grito", dijo la fotógrafo a DHA, la agencia donde trabaja.
Sin embargo, Nilufer no imaginó lo alto que sonaría ese clamor que ha recorrido Europa y más allá.
"Nunca pensé que una fotografía pudiera tener semejante impacto. Me gustaría que pudiera cambiar el rumbo que tienen las cosas en este momento", comentó.
Pero ¿qué pudo generar ese impacto? ¿Por qué esta imagen logró lo que tantas otras no han podido?
Por qué
Will Wintercross es una galardonada fotógrafa de guerra que trabaja para el periódico inglés Daily Telegraph, y ha recorrido Siria.
"Fotos como esta se toman todo el tiempo, pero generalmente son tan gráficas, que difícilmente se publican en los medios. En Siria ves cosas tan grotescas que comienzas a filtrar las fotos que realmente podrás utilizar y las que sabes que nunca será publicadas", explicó Will.
La foto de Alan fue tomada en Turquía, eso le añadió importancia.
"Esta foto no fue tomada en una zona de guerra, ni en Siria. El que fuera tomada en una playa de Turquía provocó que la gente se detuviera y la viera", señaló Wintercross.
Luego está la composición de la imagen, que es ciertamente es terrible pero no grotesca, como lo son muchas de las fotografías de guerra.
"Esta foto es impactante, pero la mitad de lo que ocurre pasa en tu subconsciente, tu mente complementa lo que le falta a la foto", dijo.
Ese tipo de pensamientos tiene un efecto más intenso en las personas que son padres.
Nicole Itano, de la organización Salven a los niños, tiene una pequeña de un año. "Mi primera reacción fue: Dios mío, pudo ser mi hija, tiene el mismo color de cabello y las piernas rellenitas".
"Parte de la razón por la cual la foto ha tocado emocionalmente a tantas personas es que es impresionante, pero no es gráfica. No ves su cuerpo mutilado, o ensangrentado. De no ser por el contexto, luce como si estuviese durmiendo", comentó Nicole.
Publicar o no publicar
Muchas organizaciones como la agencia de noticias BBC decidieron no publicar la foto donde se aprecia a Alan completamente. El diario inglés The Independent la colocó con amplio despliegue en su primera página.
El editor gerente del diario, Will Gore, explicó que "no fue una decisión fácil, pero en nuestra opinión esta imagen era claramente algo diferente al tipo de fotos que hemos visto, y vino justo en el momento cuando el debate sobre migrantes estaba estancado".
"Tuvimos la clara certeza de que necesitábamos publicar esa imagen de la tragedia de ese pequeño niño. La imagen tomada cuando el niño es sacado de la playa es extraordinariamente poderosa, pero pensamos que si queríamos realmente mostrar el horror de lo que le ocurrió, esta era la mejor imagen", resaltó Gore.
Es raro ver la foto de un niño muerto en un periódico. Para Gore hay una buena razón para ello: "Creo que lo correcto es que rara vez publiquemos fotos de un niño muerto, de lo contrario pierden su poder".
Wintercross coincide con ese criterio. "La gente ha visto muchas imágenes y videos sobre la guerra en Siria. Pero parece que todo eso se resume en esta única foto", advierte Wintercross.
La historia del niño ahogado que avergüenza al mundo
La crisis migratoria ha vuelto a mostrar este miércoles su lado más oscuro
Por Redacción
Madrid, 03 de septiembre de 2015 (ZENIT.org)
La imagen del cadáver del pequeño Aylan Kurdi, que apareció ahogado este miércoles en un playa turca, está dando la vuelta al mundo. El pequeño perdió la vida tras el naufragio de una embarcación en la que viajaban una docena de personas y que trataba de alcanzar la isla griega de Kos.
Ahora se comienza a conocer su historia, la de una familia que huía del terror del autodenominado Estado Islámico y a la que se le cerraron las puertas del primer mundo.
Junto con Aylan, de tres años, fallecieron su hermano Galip, de cinco, y su madre. Su padre, Abdulá, trata de recuperarse de la tragedia en un hotel turco. Habían pagado un billete para ir a Grecia en una barcaza que finalmente volcó. Eran de Kobani, al norte de Siria, una localidad acosada por los yihadistas, y querían marcharse a toda costa.
Antes ya habían intentado otras vías: la petición de asilo a Canadá, país en el que reside la hermana de Abdulá. Pero tras meses de espera les rechazaron la solicitud por problemas burocráticos.
Hoy la gran mayoría de medios, tanto nacionales como internacionales, llevan en sus portadas la llamada “foto de la vergüenza”. La instantánea refleja con dureza la situación crítica que viven multitud de refugiados.
Decenas de miles de sirios que huyen de la violencia y la miseria en su país llegaron hasta la costa turca en el mar Egeo este verano para tomar precarias embarcaciones con destino a Grecia, su puerta de entrada en la UE.
Según las agencias humanitarias, durante el mes pasado unas dos mil personas al día realizaron el corto trayecto entre Turquía y las islas griegas, el mismo que ayer tuvo este dramático final.
Por Redacción
Madrid, 03 de septiembre de 2015 (ZENIT.org)
La imagen del cadáver del pequeño Aylan Kurdi, que apareció ahogado este miércoles en un playa turca, está dando la vuelta al mundo. El pequeño perdió la vida tras el naufragio de una embarcación en la que viajaban una docena de personas y que trataba de alcanzar la isla griega de Kos.
Ahora se comienza a conocer su historia, la de una familia que huía del terror del autodenominado Estado Islámico y a la que se le cerraron las puertas del primer mundo.
Junto con Aylan, de tres años, fallecieron su hermano Galip, de cinco, y su madre. Su padre, Abdulá, trata de recuperarse de la tragedia en un hotel turco. Habían pagado un billete para ir a Grecia en una barcaza que finalmente volcó. Eran de Kobani, al norte de Siria, una localidad acosada por los yihadistas, y querían marcharse a toda costa.
Antes ya habían intentado otras vías: la petición de asilo a Canadá, país en el que reside la hermana de Abdulá. Pero tras meses de espera les rechazaron la solicitud por problemas burocráticos.
Hoy la gran mayoría de medios, tanto nacionales como internacionales, llevan en sus portadas la llamada “foto de la vergüenza”. La instantánea refleja con dureza la situación crítica que viven multitud de refugiados.
Decenas de miles de sirios que huyen de la violencia y la miseria en su país llegaron hasta la costa turca en el mar Egeo este verano para tomar precarias embarcaciones con destino a Grecia, su puerta de entrada en la UE.
Según las agencias humanitarias, durante el mes pasado unas dos mil personas al día realizaron el corto trayecto entre Turquía y las islas griegas, el mismo que ayer tuvo este dramático final.
Ahora se comienza a conocer su historia, la de una familia que huía del terror del autodenominado Estado Islámico y a la que se le cerraron las puertas del primer mundo.
Junto con Aylan, de tres años, fallecieron su hermano Galip, de cinco, y su madre. Su padre, Abdulá, trata de recuperarse de la tragedia en un hotel turco. Habían pagado un billete para ir a Grecia en una barcaza que finalmente volcó. Eran de Kobani, al norte de Siria, una localidad acosada por los yihadistas, y querían marcharse a toda costa.
Antes ya habían intentado otras vías: la petición de asilo a Canadá, país en el que reside la hermana de Abdulá. Pero tras meses de espera les rechazaron la solicitud por problemas burocráticos.
Hoy la gran mayoría de medios, tanto nacionales como internacionales, llevan en sus portadas la llamada “foto de la vergüenza”. La instantánea refleja con dureza la situación crítica que viven multitud de refugiados.
Decenas de miles de sirios que huyen de la violencia y la miseria en su país llegaron hasta la costa turca en el mar Egeo este verano para tomar precarias embarcaciones con destino a Grecia, su puerta de entrada en la UE.
Según las agencias humanitarias, durante el mes pasado unas dos mil personas al día realizaron el corto trayecto entre Turquía y las islas griegas, el mismo que ayer tuvo este dramático final.
'Paren la guerra en Siria, no queremos ir a Europa'
Padre del niño ahogado asegura que se le resbaló de las manos
"Teníamos chalecos salvavidas pero el barco se hundió porque varios se levantaron. Yo sostenía la mano de mi mujer. Pero mis hijos se me resbalaron de las manos", declaró Abdalá Kurdi.
Entierran en Kobane a Aylan, el niño refugiado que conmocionó al mundo
El cuerpo sin vida de Aylan fue arrastrado por el mar a una playa de Bodrum. Formaba parte de un grupo de refugiados cuya embarcación naufragó al intentar alcanzar la isla de Kos en Grecia. La policía turca detuvo el jueves a cuatro personas sospechosas de la muerte de los 12 refugiados en ese suceso.
Nunca robemos la dignidad del hombre
Carta pastoral del arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra. 'Trabajemos incansablemente por quienes llegan de otros lugares'
Por Mons. Carlos Osoro
Madrid, 03 de septiembre de 2015 (ZENIT.org)
El título de la carta pastoral del arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra, para esta semana es "Nunca robemos la dignidad del hombre". A continuación publicamos el texto íntegro de la misma:
Al comenzar mi encuentro con vosotros de todas las semanas, quiero hablaros del resumen que hace el Señor de los mandamientos: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. ¿Por qué? En estos meses de verano y en los días presentes, estamos leyendo, oyendo y viendo por los diferentes medios de comunicación social las frecuentes tensiones que amenazan la paz y la convivencia entre los hombres de todos los pueblos, aunque muy especialmente algunos se encuentren afectados con más crudeza. El fenómeno migratorio constituye un dato importante en las relaciones entre los países y los pueblos. Proviene de desigualdades injustas e insidiosas, y de derechos no reconocidos al acceso a los bienes más esenciales: comida, agua, casa, salud, trabajo, paz, vida de familia. Los inmigrantes buscan mejores condiciones de vida o salidas en búsqueda de paz y de salvar sus vidas y las de sus familias, y llaman a las puertas de Europa. Los problemas que surgen para su acogida solamente se pueden resolver colaborando todos los países y teniendo como meta el respeto a la persona: el hombre es el valor fundamental, vale más que todas las estructuras sociales en las que participa. La persistente desigualdad en el ejercicio de los derechos humanos fundamentales ahoga a tantos hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos. Es un imperativo para todos el reconocimiento de la igualdad esencial entre las personas humanas. Nace de su misma dignidad trascendente y está inscrita en la gramática natural que se desprende cuando contemplamos el proyecto de Dios sobre toda la creación. Contemplemos al ser humano desde el valor que Dios le da.
¡Qué hondura tiene contemplar y acoger lo que dice la Sagrada Escritura sobre el ser humano! En esa contemplación escuchamos: “Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó” (Gn 1, 27). Y en esa contemplación descubrimos las consecuencias que tiene tal hechura humana: por haber sido creado a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona. No es algo, es alguien con capacidad de conocerse, poseerse, entregarse libremente y entrar en comunión con otras personas. Por pura gracia está llamado a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y amor que nadie puede dar en su lugar (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 357). Solamente desde el horizonte que Dios le ha dado, se puede comprender al ser humano. Desde esta perspectiva admirable en todos los aspectos es desde donde podemos comprender la tarea que le ha confiado al ser humano de madurar en su capacidad de amor y de hacer progresar el mundo en justicia, verdad, paz, fraternidad, unidad, defensa de la vida y ver al prójimo como a uno mismo. Hay urgencia y necesidad de anunciar el Evangelio, de entregar la alegría del Evangelio, en un mundo de muchas conquistas, de grandes descubrimientos, pero de grandes robos de la dignidad de las personas. Jesús ha venido a este mundo a darnos su vida para que aprendamos a enriquecer al ser humano, para que descubramos que vivir junto a los otros es siempre enriquecerlos en su verdad plena, en la justicia verdadera.
Como nos ha dicho el Papa Francisco en la bula del Jubileo de la Misericordia, “el amor, después de todo, nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano. La misericordia de Dios es su responsabilidad con nosotros. Él se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría, serenos. [...] Como ama el Padre, así aman los hijos” (Misericordiae vultus, 23). Hoy ese amor en nuestra vida tiene rostros concretos en los que se debe mostrar: los refugiados, los emigrantes, los pobres. ¡Qué bien lo decía san Agustín! “Dios, que nos ha creado sin nosotros, no ha querido salvarnos sin nosotros” (Sermón 169, 11, 13: PL 38, 923). En el origen de las tensiones, luchas y enfrentamientos entre nosotros, que nacen de las frecuentes afrentas de la dignidad de todo ser humano, la Iglesia se hace pregonera de los derechos fundamentales de cada persona que habita esta tierra. La convivencia y el logro de la fraternidad entre los hombres necesita que se establezca un límite claro entre lo que es disponible y lo que no lo es: no se puede disponer de la persona, no se le puede robar su dignidad, hay que respetar los derechos que le ha dado el mismo Creador. Y todos, personas, instituciones y fuerzas sociales, hemos de buscar no hacer intromisiones indebidas en ese patrimonio indisponible del ser humano.
La persona emigrante, refugiada, prófuga, desplazada, objeto de trata, pobre en todas sus dimensiones, quien por diversas causas y motivos tiene que marchar fuera de su país de origen, tiene derecho a encontrarse con quien les diga como el apóstol Pablo: “También yo fui conquistado por Cristo Jesús”. Añadió algo fundamental: “Sed imitadores míos” (cf. Fil 3, 12-17). Y es que, quien se ha dejado conquistar por Cristo, tiene su Vida e imita a Cristo, da siempre como Jesucristo hasta su vida, construye, rehace a quien se encuentra, le hace vivir desde la profundidad a la que él ha llegado con Jesucristo, pone fundamentos a su vida que le hacen no solo vivir seguro a él, sino también da seguridad a quien se encuentra en el camino. Trabajemos incansablemente por quienes llegan de otros lugares. Hagamos que se reconozcan sus derechos, y todo lo que está en nuestra mano para que todos los que llegan encuentren hermanos que les reconocen en su dignidad de “imagen y semejanza de Dios”. Esto es un don y una tarea inaplazable. El don nos ha sido regalado por Dios; Él desea que esta tarea la hagamos con quienes nos encontremos, reconociendo la grandeza de ese don y haciendo lo posible para que se desarrolle en su plenitud.
Vivir en la alegría del Evangelio no es secundario. Cuanto más unidos estemos a Jesucristo, más solícitos seremos con el prójimo, más reconoceremos su dignidad; nos sentiremos “hermanos”, y veremos cómo el tesoro de la fraternidad nos hace practicar la hospitalidad. ¿Cómo no vamos a hacernos cargo de las personas que se encuentran en penuria, en situaciones y condiciones difíciles? ¿Cómo no salir al encuentro de quien tiene necesidad de que se le reconozca su dignidad? ¿Qué dignidad? No existe otra más sublime y suprema que la que da Dios mismo a todas las personas sin excepción. Los seres humanos no podemos poner medidas que limitan el reconocimiento de esa dignidad, sin caer nosotros mismos en el abismo de la indignidad. “No os olvidéis de mostrar hospitalidad, porque por ella, sin saberlo, algunos hospedaron ángeles” (Hebreos 13, 2). La construcción de un mundo habitable, de esta “casa de todos” en la que nadie tiene que desplazarse forzosamente, no es cuestión secundaria, sino fundamental. El Dios que se revela en Jesucristo exige construir la convivencia desde derechos inalienables, iguales para todos. Su fundamento y garante es Dios. Nosotros somos llamados a ser “guardianes de nuestros hermanos” (Gen. 4, 9).
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Arzobispo de Madrid
Al comenzar mi encuentro con vosotros de todas las semanas, quiero hablaros del resumen que hace el Señor de los mandamientos: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. ¿Por qué? En estos meses de verano y en los días presentes, estamos leyendo, oyendo y viendo por los diferentes medios de comunicación social las frecuentes tensiones que amenazan la paz y la convivencia entre los hombres de todos los pueblos, aunque muy especialmente algunos se encuentren afectados con más crudeza. El fenómeno migratorio constituye un dato importante en las relaciones entre los países y los pueblos. Proviene de desigualdades injustas e insidiosas, y de derechos no reconocidos al acceso a los bienes más esenciales: comida, agua, casa, salud, trabajo, paz, vida de familia. Los inmigrantes buscan mejores condiciones de vida o salidas en búsqueda de paz y de salvar sus vidas y las de sus familias, y llaman a las puertas de Europa. Los problemas que surgen para su acogida solamente se pueden resolver colaborando todos los países y teniendo como meta el respeto a la persona: el hombre es el valor fundamental, vale más que todas las estructuras sociales en las que participa. La persistente desigualdad en el ejercicio de los derechos humanos fundamentales ahoga a tantos hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos. Es un imperativo para todos el reconocimiento de la igualdad esencial entre las personas humanas. Nace de su misma dignidad trascendente y está inscrita en la gramática natural que se desprende cuando contemplamos el proyecto de Dios sobre toda la creación. Contemplemos al ser humano desde el valor que Dios le da.
¡Qué hondura tiene contemplar y acoger lo que dice la Sagrada Escritura sobre el ser humano! En esa contemplación escuchamos: “Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó” (Gn 1, 27). Y en esa contemplación descubrimos las consecuencias que tiene tal hechura humana: por haber sido creado a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona. No es algo, es alguien con capacidad de conocerse, poseerse, entregarse libremente y entrar en comunión con otras personas. Por pura gracia está llamado a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y amor que nadie puede dar en su lugar (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 357). Solamente desde el horizonte que Dios le ha dado, se puede comprender al ser humano. Desde esta perspectiva admirable en todos los aspectos es desde donde podemos comprender la tarea que le ha confiado al ser humano de madurar en su capacidad de amor y de hacer progresar el mundo en justicia, verdad, paz, fraternidad, unidad, defensa de la vida y ver al prójimo como a uno mismo. Hay urgencia y necesidad de anunciar el Evangelio, de entregar la alegría del Evangelio, en un mundo de muchas conquistas, de grandes descubrimientos, pero de grandes robos de la dignidad de las personas. Jesús ha venido a este mundo a darnos su vida para que aprendamos a enriquecer al ser humano, para que descubramos que vivir junto a los otros es siempre enriquecerlos en su verdad plena, en la justicia verdadera.
Como nos ha dicho el Papa Francisco en la bula del Jubileo de la Misericordia, “el amor, después de todo, nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano. La misericordia de Dios es su responsabilidad con nosotros. Él se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría, serenos. [...] Como ama el Padre, así aman los hijos” (Misericordiae vultus, 23). Hoy ese amor en nuestra vida tiene rostros concretos en los que se debe mostrar: los refugiados, los emigrantes, los pobres. ¡Qué bien lo decía san Agustín! “Dios, que nos ha creado sin nosotros, no ha querido salvarnos sin nosotros” (Sermón 169, 11, 13: PL 38, 923). En el origen de las tensiones, luchas y enfrentamientos entre nosotros, que nacen de las frecuentes afrentas de la dignidad de todo ser humano, la Iglesia se hace pregonera de los derechos fundamentales de cada persona que habita esta tierra. La convivencia y el logro de la fraternidad entre los hombres necesita que se establezca un límite claro entre lo que es disponible y lo que no lo es: no se puede disponer de la persona, no se le puede robar su dignidad, hay que respetar los derechos que le ha dado el mismo Creador. Y todos, personas, instituciones y fuerzas sociales, hemos de buscar no hacer intromisiones indebidas en ese patrimonio indisponible del ser humano.
La persona emigrante, refugiada, prófuga, desplazada, objeto de trata, pobre en todas sus dimensiones, quien por diversas causas y motivos tiene que marchar fuera de su país de origen, tiene derecho a encontrarse con quien les diga como el apóstol Pablo: “También yo fui conquistado por Cristo Jesús”. Añadió algo fundamental: “Sed imitadores míos” (cf. Fil 3, 12-17). Y es que, quien se ha dejado conquistar por Cristo, tiene su Vida e imita a Cristo, da siempre como Jesucristo hasta su vida, construye, rehace a quien se encuentra, le hace vivir desde la profundidad a la que él ha llegado con Jesucristo, pone fundamentos a su vida que le hacen no solo vivir seguro a él, sino también da seguridad a quien se encuentra en el camino. Trabajemos incansablemente por quienes llegan de otros lugares. Hagamos que se reconozcan sus derechos, y todo lo que está en nuestra mano para que todos los que llegan encuentren hermanos que les reconocen en su dignidad de “imagen y semejanza de Dios”. Esto es un don y una tarea inaplazable. El don nos ha sido regalado por Dios; Él desea que esta tarea la hagamos con quienes nos encontremos, reconociendo la grandeza de ese don y haciendo lo posible para que se desarrolle en su plenitud.
Vivir en la alegría del Evangelio no es secundario. Cuanto más unidos estemos a Jesucristo, más solícitos seremos con el prójimo, más reconoceremos su dignidad; nos sentiremos “hermanos”, y veremos cómo el tesoro de la fraternidad nos hace practicar la hospitalidad. ¿Cómo no vamos a hacernos cargo de las personas que se encuentran en penuria, en situaciones y condiciones difíciles? ¿Cómo no salir al encuentro de quien tiene necesidad de que se le reconozca su dignidad? ¿Qué dignidad? No existe otra más sublime y suprema que la que da Dios mismo a todas las personas sin excepción. Los seres humanos no podemos poner medidas que limitan el reconocimiento de esa dignidad, sin caer nosotros mismos en el abismo de la indignidad. “No os olvidéis de mostrar hospitalidad, porque por ella, sin saberlo, algunos hospedaron ángeles” (Hebreos 13, 2). La construcción de un mundo habitable, de esta “casa de todos” en la que nadie tiene que desplazarse forzosamente, no es cuestión secundaria, sino fundamental. El Dios que se revela en Jesucristo exige construir la convivencia desde derechos inalienables, iguales para todos. Su fundamento y garante es Dios. Nosotros somos llamados a ser “guardianes de nuestros hermanos” (Gen. 4, 9).
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Arzobispo de Madrid
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