nOTITARDE 17-11-2011 |
Solo vehículos "pequeños" pueden circular por la Av. Constitución
Buhoneros terminaron
de adueñarse de aceras,
calles y avenidas del centro
Valencia de la Reina
/Dedicado afectuosamente a Monseñor Del Prette.
El nacimiento de la República trajo como consecuencia que la ciudad del Cabriales no se denominara en lo adelante Ciudad del Rey; sin embargo, no se acabó la realeza, la ciudad continuó teniendo una Reina que desde los últimos años del siglo XVII entronizaron los esclavos en la parroquial, y ella nunca ha querido abandonarnos. Allí desde su dorado asiento, construido por la generosidad del académico Don José Antonio Cordido Freites (ya desaparecido, pero no olvidado), reinó desde siempre la "Rosa dolida", como la nombró José Gregorio Ponce Bello; en la metáfora genial, el maestro Ponce Bello atribuye a la flor la expresión humana del dolor. ¿Acaso la rosa sufre?
Sin embargo, sabemos y sabe el pueblo de Valencia que esta "rosa lacrimosa" siente también alegrías, y por momentos deja de sufrir y sus lágrimas dejan de ser dolorosas y reflejan alegría desbordante: el dolor y la alegría, en el rostro humano, se expresan con los mismos signos; por eso el poeta cronista Enrique Bernardo Núñez se complacía en decir: que los valencianos antes de comenzar la dura faena se acercaban piadosos al trono de la Señora, y al salir comentaban para sí mismos: "¡Hoy la Virgen está alegre..!, y santiguándose se iban… de más está decir que cuadra y media más abajo de la parroquial estaba el mercado de la ciudad, jardín renovado diariamente, adonde eran llevados los frutos de la tierra y del trabajo del hombre, y también las flores frescas.
Contaba Don Jesús Marrero Wadskier, cuyo hogar fue obligado paradero del poeta cronista Enrique Bernardo Núñez -valenciano-, primer cronista de Caracas, que luego de visitarlos se iba directo hasta el mercado, y regresaba con un hermoso ramo para el Socorro de Valencia. ¡Y hay que decir que "Enrique Bernardo", como le decía Don Jesús, era o se las daba de ateo cumplido y profeso!
La metáfora de Ponce Bello le cuadra perfectamente, pues la conjunción de los términos, rosa y sufrida, se transforma por la magia de Ponce Bello en alegoría, que no había sido leída -al menos por nosotros- antes de que él la escribiera, es decir, la alegoría da a entender una cosa, pero expresa otra diferente. Debo decir que desde hace muchos años, cuando conocimos el poema de Ponce Bello, ya no lo pudimos olvidar. Cuando la imagen está rodeada de flores, pensamos que la fuente del aroma es "Ella", es decir de la "rosa dolida", cuyo corazón traspasado por siete puñales de dolor, por recatada, no exhibe.
Cada año, cuando Leopoldo, el más celoso guardián de la Señora de Valencia, Lourdes y las de más celosas camareras, que tienen el privilegio de cambiar los vestidos a la Señora, con mucho celo la bajan de su trono; entonces Valencia entera la venera, la siente más cerca, la ve más fijamente. También hemos visto quienes susurran sus dolores y lloran. Entonces uno dice para sus adentros: ¡los hijos le están contando sus cuitas a la madre! La historia, "que es solo un cuento bien contado", dice que: los antiguos valencianos tenían cubierta la imagen con una cortina de terciopelo, y solo en contadas ocasiones la dejaban expuesta, querían conservar la faz prodigiosa en las mejores condiciones, fue costumbre observada, para dejarla ver, que se debía encender un determinado número de velas, tal como hacen los japoneses con sus antiquísimas estampas sobre papel, llamadas kakemonos, que no exhiben permanentemente, solo las muestran para contemplarlas, y luego vuelven a enrollarlas y las depositan en cofres de laca, por eso el frágil soporte: papel y seda dura siglos.
También hay quien ha querido esperar su resurrección a los pies de la Madre, allí el más humilde y más brillante de los príncipes de nuestra Iglesia particular: Monseñor Doctor Luis Eduardo Henríquez Jiménez, espera y confía, y nunca pudo pensar en otro lugar que no fuera bajo ese manto de misericordia, el lugar más abrigado para sus restos de poeta y de apóstol: viendo la tumba episcopal resuena en los oídos aquel trozo poético de mi amigo Quevedo, que tanta vulgaridad dijo -y las supo decir-, ¡y las dijo bien y con tanta altura, y tanto genio!, que no desdijeron nunca de un elevado misticismo. Escribió: "alma a quien todo un Dios prisión ha sido,/venas que humor a tanto fuego han dado,/medulas que han gloriosamente ardido./su cuerpo dejarán no su cuidado;/serán ceniza, mas tendrá sentido;/polvo serán, mas polvo enamorado".
Con el Socorro de Valencia, jamás podrá decirse como dice el pueblo bueno, que: "Santo viejo no hace milagros", pues "Ella", con varios siglos velando por la ciudad, no ha sido óbice para nuevas devociones, para nuevas -novísimas imágenes-, para nosotros los católicos siempre es la misma y única.
Cuando celebrábamos el setenta y cinco aniversario de la Coronación Canónica; luego de la liturgia en el Polideportivo de Guaparo, al regreso de la Imagen, aún llovía. El Cardenal Lebrun no la abandonó, iba detrás al paso, lo acompañamos hasta la Catedral; llegando, las campanas saludaron como lo han hecho desde hace siglos; adentro, los fieles esperaban, con un solo canto en todos los corazones: ¡¡¡Valencia te quiere, Valencia te aclama: tienes que reinar!!!
Excelente narrativa. Te felicito...
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