Martha Nussbaum: “Buscar un bien más allá de uno mismo”
Las emociones públicas tienen consecuencias. Pueden acelerar la conquista de objetivos de progreso o introducir fuerzas que dividan y multipliquen las dificultades dentro de una comunidad. Si reconocemos que toda acción política presupone alguna clase de apoyo emocional, es decir, que el ejercicio de la política tiene necesidad de sentimientos, entonces pensar-los-sentimientos es una de las responsabilidades de nuestro tiempo.
Dice Martha Nussbaum: es un error ceder el uso de las emociones a las fuerzas anti-liberales. Es imprescindible la cultivación política de las emociones, si se quiere estimular a las personas a ir más allá del narcisismo inmediato o plantear caminos más complejos ante la aparición de los conflictos, que supere la tentación de denigrar o subordinar a los demás, el deseo narcisista de controlar al Otro. El amor, proyectado hacia el espacio público, puede contribuir a la estabilización de las normas básicas de la convivencia en el seno de una sociedad que aspira a la decencia.
Se trata de un camino muy frágil. De una parte, la aspiración: cómo lograr el cultivo de emociones que impulsen a la sociedad hacia metas de progreso. De otra parte, el peligro: cómo evitar la imposición de emociones que, bajo el patrocinio gubernamental, sean exacerbadas y abran el campo a la exclusión o a nuevas divisiones, al establecimiento de ciudadanías de primera y segunda categoría. En otras palabras: un cultivo de emociones que no ocurra a costa de negar otras emociones, y que esté sometido de modo permanente al escrutinio y a la crítica, al humor y al contraste con lo heterogéneo: “burlarse de las grandilocuentes pretensiones de la emoción patriótica es una de las mejores garantías de que esta, por así decirlo, tendrá siempre los pies en el suelo, en sintonía con las necesidades de unas mujeres y unos hombres heterogéneos”.
Concreto y particular
En todo ello hay un fundamento individual. Nussbaum encuentra en Rawls una pista sustantiva: que es en la familia donde se conforman ciertas emociones que pueden evolucionar hacia el anhelo de una sociedad justa. Parte de reconocer que hay en el ser humano una tendencia a estigmatizar y a excluir que está presente en su naturaleza. De hecho, el derecho a la igualdad es un principio que las personas respetan de forma muy desigual. Si la adhesión de la sociedad a ciertos principios tiene un carácter coyuntural, su estabilidad no será duradera.
Y es aquí, tras este marco de ideas, donde cabe exponer el centro del libro de Nussbaum: cierto es que las personas pueden establecer una conexión con principios elevados de convivencia, presentados como enunciados generales, pero si los mismos son conectados con recuerdos, percepciones o símbolos concretos, envueltos en lo particular, lo más probable es que la adhesión se potencie, porque ello conecta con la necesidad que tienen personas y sociedades de símbolos y relatos. Puesto que las emociones tienen un carácter ‘eudemónico’ (cada quien entiende a su modo qué significa llevar una vida que valga la pena), “la construcción válida de una emoción política debe basarse en los materiales de la historia y la geografía de la nación en cuestión”: debe hablarle a sus raíces y tradiciones.
Nussbaum somete este cuerpo de enunciados a una cuidadosa revisión: estudia, además de algunos momentos de la historia de Estados Unidos y La India, el comportamiento de emociones como la compasión, la aflicción, el miedo, la ira, la esperanza, la inhibición del asco y la vergüenza, todo ello, a su vez, entrecruzado con los usos de la retórica política, los símbolos, las ceremonias y rituales públicos, los himnos y canciones, los parques públicos y la estatuaria, así como otras expresiones públicas que pueden actuar en la posible educación masiva de las emociones.
El recorrido
Como quien sigue los pasos de una infrecuente expedición, Nussbaum se remonta al Lorenzo Ponte y al Wolfang Amadeus Mozart de Las bodas de Fígaro (Nussbaum extrae una frase capitular pronunciada por Cherubino: “Busco un bien fuera de mí”); a las indagaciones de Jean-Jacques Rousseau (la posibilidad de una religión civil o de un amor civil); de Johann Gottfried Herder (sobre las siete ‘inclinaciones’ emocionales de la sociedad); Giuseppe Mazzini (su confianza en la fuerza del sentimiento nacional); Auguste Comte (soñó con una religión cuyo objeto de culto fuese la Humanidad); John Stuart Mill (detrás de cualquier principio moral hay emociones de carácter moral); Rabindranath Tagore (el cultivo del paisaje interior es la base que hace posible proyectar la ciudadanía); Walt Whitman (para alcanzar la ciudadanía hay que vencer la problemática relación que tenemos con nuestros propios cuerpos).
Si todo ideal político tiene unas emociones que le corresponden; si la dignidad está indisolublemente asociada al respeto; si reconocemos que el principio de soberanía nacional goza de preeminencia; si entendemos que es necesario cultivar emociones que nos conduzcan “a la igualdad de respeto y tolerancia para todos los ciudadanos”, entonces todas las sociedades están en la obligación de gestionar emociones como la vergüenza, la envidia, el asco y el miedo, bajo premisas de persuasión (informal, educativa, formativa) y la coacción legal.
Compasión y mal radical
La compasión, la emoción dolorosa orientada al sufrimiento de otro, es reconocible en cuatro elementos: supone la aparición de un pensamiento de gravedad; asociado a un pensamiento de no culpabilidad; un pensamiento de similitud y, por último, un pensamiento eudemónico (lo que ocurre está dentro del círculo de cosas que me importan; lo que ha ocurrido pasa a personas a los que hemos atribuido importancia en nuestros pensamientos). Así, la empatía está próxima a la compasión, pero no es equivalente a ella, si no está asociada a la imaginación. La visión del dolor ajeno se experimenta de forma más intensa que la alegría ajena (Nussbaum se sirve hasta de la comparación entre la compasión animal y la compasión humana para arrojar luz sobre la condición humana).
Sección nuclear de “Emociones políticas. ¿Por qué el amor es importante para la justicia?”, Nussbaum se detiene en la cuestión del mal radical: el deseo activo de causar daño o humillación. Inevitable, vuelve a Kant: en los seres humanos hay tendencias presociales a la mala conducta. El narcisismo y la sensación de desvalimiento humano serían factores originadores del mal radical. Autonegación: rechazo a nuestras propias limitaciones. La promoción de la moral sería insuficiente para superar la denigración del otro. Sólo el amor concede el ‘sí’, hace posible la superación del narcisismo. Como si fuese una ley: “El narcisismo no se detiene y, por lo tanto, los recursos que nos permiten vencerlo tampoco deben detenerse”. El asco es uno de los instrumentos predilectos del narcisismo, que tiene, además, el peligro de que actúa en el corazón mismo de la vida cotidiana (Nussbaum recuerda a Gandhi, quien denuncia la falsedad de la repetida inmundicia de las castas inferiores de la India). Pero no solo el asco: como ya se dijo, la envidia, el miedo y la vergüenza amenazan la estabilidad de la convivencia.
Dos caras
Todo el flujo de este complejo relato conceptual nos conduce a la cuestión del patriotismo, esa compleja emoción que puede ser benéfica (llama al sacrificio por el bien común), pero también malévola (ser fuente de exclusión y belicismo).El patriotismo está siempre sujeto a ser ganado por las fuerzas oscuras que subyacen en toda sociedad. Por eso debe dirigirse a las cosas concretas.
“Para que la emotividad nacional esté dotada de verdadero poder motivacional, tiene que estar adherida a lo concreto: a unos individuos reconocidos (unos fundadores, unos héroes), a unas particularidades físicas (unos rasgos del paisaje, una imágenes y unas metáforas bien gráficas) y, por encima de todo, a unos relatos o narrativas de lucha, que impliquen sufrimiento y esperanza. Una emoción así fortalece los motivos morales, pero también puede suponer una amenaza para los principios imparciales. Esa tensión puede resolverse de dos maneras diferenciadas: extendiendo la compasión y propiciando un diálogo entre emoción y principio”.
Nussbaum responde los argumentos que se esgrimen en contra de las emociones. Uno a uno, los recapitula y los desmonta. Avanza hacia una conclusión: la actitud de verdadero patriotismo rechaza la ortodoxia y la coerción, y promueve las libertades de conciencia y de expresión. Los ejemplos de George Washington, Abraham Lincoln, Martin Luther King, Mahatma Gandhi y Sri Pandit Jaweaharlal Nehru, sirven aquí como lecciones aplicadas a la cuestión medular de las emociones políticas proyectadas hacia discursos y acciones concretas, en cierto modo, que pueden proyectarse a la cuestión de la pedagogía del patriotismo, tema al que este libro dedica unas pocas y luminosas páginas.
Sobre la premisa de que las sociedades necesitan gestionar la aflicción y el duelo, Nussbaum vuelve a la condición del espectador: el debate de argumentos no funciona sin la apelación constante a la imaginación. La tragedia habla de desde su fondo: el ser humano es débil y vulnerable. Al reconocerlo, es posible la aparición de estímulos que nos conduzcan a la reconciliación. Toda sociedad decente es una entidad vulnerable. Necesita de elementos que le permitan sobrevivir, superar, sanar sus heridas. Estos pueden ser discursos, pero también monumentos, parques, efemérides, fechas celebratorias. La superación del miedo, la envidia y la vergüenza, la tarea que se propuso pensar Nussbaum, es posible desde el establecimiento de una cultura política que cultive las emociones políticas. “De lo que se trata, más bien, es de que la cultura pública nos sea tibia y desapasionada, pues, de serlo, corremos el peligro de que no sobrevivan los buenos principios y las buenas instituciones: esa cultura pública debe contar con suficientes episodios de amor inclusivo, con suficiente poesía y música, con suficiente acceso a un espíritu afectivo y lúdico, como para que las actitudes de las personas para con los demás y para con la nación que todas ellas habitan no sean una mera rutina inerte”.
Emociones políticas.
Martha Nussbaum.
Editorial Paidós.
España, 2014.
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