Ágora
Tragedia bipolar
- "Si queréis probar el carácter de un hombre, dadle un poco de poder." Abraham Lincoln (1809-1865), activista por los derechos civiles, décimo sexto Presidente de los Estados Unidos. (Notitarde / )
Charito Rojas
"Si queréis probar el carácter de un hombre, dadle un poco de poder." Abraham Lincoln (1809-1865), activista por los derechos civiles, décimo sexto Presidente de los Estados Unidos.
Desde que un espontáneo irrumpió en la ceremonia de asunción de mando gritando "¡Nicolás, Nicolaaaaassssss!", supimos por mera cábala que el experimento del finado colocando a dedo a un sucesor que ni siquiera con seis años como canciller había logrado demostrar más que ser un buen recadero, saldría mal. Pero nos quedamos cortos: peor no pudo salir.
Quienes respiramos con cierto alivio la noche del 8 de diciembre de 2012 cuando el moribundo presidente dijo que si a él le pasaba algo, eligieran a… ¡Nicolás!, pensamos que no habíamos salido tan mal parados si considerábamos que al otro lado estaba Diosdado, quien hubiese sido la más espeluznante elección. Así que, de lo malo lo mejor, pensamos.
Nicolás había sido hasta ese momento una sombra callada pero hábilmente ubicada detrás del comandante. Le acompañó en la larga agonía, jamás estuvo en la palestra de la polémica, era un mensajero eficiente entre La Habana y Miraflores. De él decían los diputados opositores que era hasta simpático, poco irritante y casi insignificante.
Cuando se quebrantaron todos los previstos constitucionales para que Nicolás ejerciese como vicepresidente un interinato presidencial de tiempo incierto mientras se producía el desenlace fatal, se le vieron las orillas de la torpeza. Allí recurrió a Cilia, cuya veteranía en el mando y en la maldad la hacían consejera ideal. Arreglaron con la bendición de La Habana unas nupcias que los extintos años de amor no habían resuelto y así quedó una situación públicamente aceptable y políticamente incontestable.
Cuando vio la titularidad como un hecho cierto, Nicolás comenzó a creer que sí podía hacerlo. Dejó la humildad a un lado después que la banda adornó su estatura de toro y trasladó su llano humor a la primera magistratura. Sus primeras declaraciones daban cuenta de un pajarito que le habló como su comandante eterno, "silbándole bien bonito". Desde ese momento las expresiones bobaliconas han sido la constante, hasta en los momentos más dolorosos de la vida nacional.
Calzando unos zapatos que no son de su talla, ha intentado pelear con el imperio, ha roto relaciones con países hermanos como Panamá, se molesta con las críticas pero su variedad de insultos es limitada a la "burguesía parasitaria", "terroristas mediáticos", "yanquis imperialistas" y otras babosadas pasadas de moda y de ocasión. Ha peleado con Google porque lo espía, con los periódicos nacionales cuando no le gusta lo que dicen. Utiliza el poder como quien lo ostenta por primera vez y sin preparación alguna. Ordena inspecciones y multas a los críticos, cárcel a los protestantes y baila meneado mientras el país entierra a estudiantes asesinados.
Su gestión es un despropósito de criminales dimensiones. Bajo su presidencia han ocurrido más detenciones por protestas que durante todo el malhadado período del finado: un récord de más de 3.000 detenidos por el mero hecho de protestar en las calles la crítica situación política, económica y social que tiene hartos a los venezolanos. La imagen de su gobierno ante el mundo es la de un violador de los derechos humanos.
Sin embargo es curioso que aunque su popularidad haya descendido 18 puntos y que el 52% de los venezolanos lo considere directamente responsable de la crisis económica, la gente crea que el malo de la película es Diosdado y no él, que la culpa de la escasez la tiene Ramírez y que Giordani fue quien tiró la economía nacional por la borda. Nicolás parece más un diente roto que un mandinga, a la vista de la sabiduría popular. Pero así éste sea el cuento, los resultados son los mismos: Venezuela afronta un default más temprano que tarde, una escasez aún más terrible que la actual, una situación sanitaria que ya está implosionando y una inseguridad que arrasa con vidas y propiedades. Por no hablar de la corrupción que carcome los cimientos económicos y morales del país.
Ante la debacle, Nicolás sigue la conducta que la revolución impone. Mejor dicho, que la absoluta carencia de escrúpulos, formación y decencia caracteriza a un régimen que ha convertido a Venezuela de un país en vías de desarrollo a un país que va detrás de la ambulancia en todos los índices económicos y humanos del planeta. La irresponsabilidad del "yo no fui, fue aquél" en quienes tienen 15 años de poder absoluto con control de todas las instituciones y sin contraloría alguna, ya toca fondos inexpugnables, cuando ante la alarma por una posible epidemia nacional, el gobierno ordena investigar a los médicos que denuncian y no a los casos de posibles infectados de un virus o bacteria desconocidos.
Las críticas le llueven a Nicolás y él sigue anunciando sacudones, que no son soluciones sino creación de más organismos burocráticos, que es en realidad lo único que florece en esta inepta revolución.
El silencio que antes apreciábamos en Nicolás se ha convertido en un río de despropósitos, lleno de libros y libras, que le han hecho perder totalmente la sindéresis, si es que alguna vez la tuvo. Cree que por ser presidente tiene impunidad para la ignorancia o razón a cuenta de porque sí. Sus más recientes escaramuzas lo demuestran. El profesor Ricardo Hausmann escribió un sesudo artículo sobre el posible "default" de Venezuela ante su deuda pública internacional. Esto indignó a Nicolás, cuya respuesta a falta de argumentos estuvo llena de lo único que tiene: poder para ordenar a la Procuraduría, a la Contraloría, a la Fiscalía, que investigasen hasta las últimas consecuencias al profesor Hausmann.
Para que dimensionen esta carencia absoluta de proporciones y sensatez, les diré que Ricardo Hausmann es un economista venezolano de renombre mundial, es el actual director del Centro para el Desarrollo Internacional de la Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard, una de las más prestigiosas del mundo.
Fue ministro de Planificación de Venezuela durante el gobierno de Carlos Andrés Pérez; economista jefe del Banco Interamericano de Desarrollo; presidente del Comité de Desarrollo del Fondo Monetario Internacional. Fundó el Centro de Políticas Públicas del IESA. Además de economista, Hausmann obtuvo una licenciatura en Ingeniería y Física Aplicada y es Doctor en Ciencias Económicas de la Universidad de Cornell. Y el bachiller Nicolás se atreve a descalificarlo.
Fiel a las enseñanzas de su eterno, cualquiera que critique su caótico gobierno, es un enemigo. Y se enfrenta públicamente, casi cayéndole a trapazos con la banda presidencial. Una vez más, dándole al diente, pisó el peine de pelear con cualquiera, olvidando que él es el presidente, no un discutidor de barra. El cantante José
Luis Rodríguez, quien tuvo sus iniciales devaneos con el chavismo, declaró recientemente en una entrevista de televisión internacional que el finado era el culpable de todo el odio y el desastre de Venezuela, Y que además, Nicolás debía irse para poder reconstruir el país. Esto lo dice la mayoría de los venezolanos, pero no son "El
Puma". Pues Nicolás amenazó al cantante con investigarle sus cuentas y además con ¡sacarle los trapitos de su vida personal! Así mismo, como si se tratase de un chismoso de farándula.
Si esto no fuera una tragedia que cobra diariamente vidas venezolanas, que hace infeliz a un pueblo, que divide familias y provoca exilios, nos reiríamos de tanto despropósito, ignorancia y cursilería. Pero cuando buscamos alrededor para encontrar la alternativa, nos topamos con el otro polo: una dirigencia opositora que no ha sabido sacar provecho político del disparatado desgobierno. Acostumbrados a mecanismos democráticos de diálogo, concertación, negociación, reparto de parcelas y preservación de territorios, se han dividido en el momento en que el país está más unido en torno a la lucha para resolver esta crisis nacional.
Todos los factores opositores coinciden en un mismo fin: cambiar este gobierno que no sirve ni tienen la menor intención de servir para nada. Es válido que cada uno de los partidos o movimientos tengan su propia óptica porque la oposición es ideológicamente heterogénea. Pero lo que es intolerable es que se estén pisando la manguera como malos bomberos. La dirigencia política venezolana está curtida y ha dado grandes batallas. Errores más o menos, hay una dirigencia que en determinado momento se unificó y comprobó que era la única vía al éxito.
El retroceso de la oposición en su espíritu unitario se une al desánimo de muchos venezolanos por el embate brutal de un gobierno que ha decidido gobernar por hambre y humillación. Los caminos no son claros: la salida, la resistencia, la guarimba, el diálogo, elecciones. Todas son alternativas de lucha pero ninguna se ha impuesto como vía única.
La Mesa de la Unidad entra en una nueva etapa que llaman de representación de los intereses del pueblo. Hasta el momento no hay avances visibles. Pero sí hay un paso hacia adelante dado por AD y Primero Justicia, de echar tierra a sus diferencias y trabajar juntos en la unidad. También deben luchar contra un ala radical de la oposición que los critica ferozmente y los llama colaboracionistas.
Antes que termine 2014 los venezolanos esperan ver una ruta marcada hacia la libertad. Y la responsabilidad no es solo de la MUD o de algún movimiento o partido. Es de todos los venezolanos que queremos vivir en paz, sin esta zozobra diaria que nos hace improductivos e intolerantes. Construir debe ser la consigna. De lo contrario, hay que buscar el hueco donde sepultar nuestros huesos.
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