Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.

Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
Casa de la Estrella, ubicada entre Av Soublette y Calle Colombia, antiguo Camino Real donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830, con el General José Antonio Páez como Presidente. Valencia: "ciudad ingrata que olvida lo bueno" para el Arzobispo Luis Eduardo Henríquez. Maldita, según la leyenda, por el Obispo mártir Salvador Montes de Oca y muchos sacerdotes asesinados por la espalda o por la chismografía cobarde, que es muy frecuente y característica en su sociedad.Para Boris Izaguirre "ciudad de nostalgia pueblerina". Jesús Soto la consideró una ciudad propicia a seguir "las modas del momento" y para Monseñor Gregorio Adam: "Si a Caracas le debemos la Independencia, a Valencia le debemos la República en 1830".A partir de los años 1950 es la "Ciudad Industrial de Venezuela", realidad que la convierte en un batiburrillo de razas y miserias de todos los países que ven en ella El Dorado tan buscado, imprimiéndole una sensación de "ciudad de paso para hacer dinero e irse", dejándola sin verdadero arraigo e identidad, salvo la que conserva la más rancia y famosa "valencianidad", que en los valencianos de antes, que yo conocí, era un encanto acogedor propio de atentos amigos...don del que carecen los recién llegados que quieren poseerlo y logran sólo una mala caricatura de la original. Para mi es la capital energética de Venezuela.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Columna del Cronista de Valencia Dr. Guillermo Mujica Sevilla


El Carabobeño 17 septiembre 2012

Guillermo Mujica sevilla || De Azules y de Brumas

Un cántaro ilustre... Memorias de un muchacho (II)
En mi origen fui arma de un prócer de la Independencia la lanza de un soldado valeroso que cayó muerto en la batalla sin abandonarme jamás. ¿Y sabéis en que vine a parar al cabo de mil peripecias? En la vil herradura de un caballo de carga. ¡Quién merecía un puesto en los museos llegó a verse humillada en el polvo, pisoteada por un bruto!
Hubo algunos momentos de profundo y elocuente silencio. La filosofía de la lanza-herradura penetró hasta en los más íntimo de aquellos corazones de hierro.
Por allá en una de los rincones de la monstruosa caja, se oyó entonces un altercado a media voz entre una débil lámina de hierro, que luchaba por levantarse, y una hacha desportillada que la tenía bárbaramente oprimida. Al cabo de muchos esfuerzos, el fierrito logró ponerse encima de todos sus compañeros, y con voz clara y armoniosa habló en estos términos:
Muy beneméritos son los hierros que me acompañan en este cuartel de inválidos, y ya que habéis puesto en competencia nuestros méritos individuales, quiero contaros mi historia, la más notable e ilustre que aquí se haya referido. ¡Miradme bien!: apenas mido un palmo de largo por dos pulgadas de ancho, y soy flaca como de la hoja de un cuchillo; y sin embargo, esta pequeñísima superficie ha sido como una inmensa plaza, donde se han organizado en batalla los ejércitos de la idea. Os hablo de los renglones del libro y del periódico, de los versos del poeta, de las cuentas del matemático, de las producciones, en fin, del ingenio en el vasto campo de las ciencias y la literatura, que han venido aquí a recibir forma, a ser hiladas de nuevo para que la prensa las multiplique por el mundo con su maravilloso poder.
La lámina de hierro se había transformado. No hablaba ya sino que vibraba sobre la herramienta como tocada por una corriente eléctrica. Un ¡hurra! atronador resuena por todo el ámbito de la caja.
¡Yo visité las costas de Venezuela en 1806 con el ilustre Miranda; y aquí, sobre esta superficie gastada por el uso, se formaron las primeras proclamas de la Independencia de la patria! Vine después a Caracas, en 1808, con los empresarios Gallagher y Lamb, y aticé la llama de la gran revolución suramericana de 1810. En una palabra, yo fui primer componedor de imprenta que vino a Venezuela, y estos deterioros que me veis son como la huella luminosa de las ideas que por aquí han pasado a la posteridad!
El maestro Antón, que a todas éstas se ocupaba como de costumbre en pegar un remiendo, se acercó a la caja y cortó bruscamente el discurso del ex componedor, asiéndolo con las tenazas y llevándolo a la fragua.
La lanza-herradura lanzó un profundo suspiro y dijo a media voz: ¿Qué os decía yo, amigo badajo? ¡Ved como paga el mundo a los inmortales servicios de ese hierro de imprenta. Asomaos y veréis cómo el maestro Antón está remendando con él, el fondo de un cántaro de cocina!
El ex componedor se encargó entonces de ponerle la moraleja al cuento, hablando a sus compañeros desde el yunque, en donde los estropeaba de lo lindo el maestro Antón para adaptarlo al cántaro a fuerza de martillo.
¡Recordad que el gran Epaminodas, nombrado por sus enemigos para el bajo destino de limpiador de las calles, aceptó el cargo, diciendo que no debe juzgarse de los hombres por los empleos, sino de los empleos por los que lo sirven. No me aflige, pues, a mi nuevo destino, porque de hoy en adelante este será un ¡cántaro ilustre!
Entró luego a la herrería el dueño del cántaro, averiguando por el valor del remiendo, y el maestro Antón le dijo, frotándose las manos: ¡Déme usted dos reales por mi trabajo, que lo que es el hierro invertido no vale la pena!
Sic transi gloria mundi
“Colección de Cuentos. Tomo VI de Don Tulio Febres Corderos”

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