Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.

Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
Casa de la Estrella, ubicada entre Av Soublette y Calle Colombia, antiguo Camino Real donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830, con el General José Antonio Páez como Presidente. Valencia: "ciudad ingrata que olvida lo bueno" para el Arzobispo Luis Eduardo Henríquez. Maldita, según la leyenda, por el Obispo mártir Salvador Montes de Oca y muchos sacerdotes asesinados por la espalda o por la chismografía cobarde, que es muy frecuente y característica en su sociedad.Para Boris Izaguirre "ciudad de nostalgia pueblerina". Jesús Soto la consideró una ciudad propicia a seguir "las modas del momento" y para Monseñor Gregorio Adam: "Si a Caracas le debemos la Independencia, a Valencia le debemos la República en 1830".A partir de los años 1950 es la "Ciudad Industrial de Venezuela", realidad que la convierte en un batiburrillo de razas y miserias de todos los países que ven en ella El Dorado tan buscado, imprimiéndole una sensación de "ciudad de paso para hacer dinero e irse", dejándola sin verdadero arraigo e identidad, salvo la que conserva la más rancia y famosa "valencianidad", que en los valencianos de antes, que yo conocí, era un encanto acogedor propio de atentos amigos...don del que carecen los recién llegados que quieren poseerlo y logran sólo una mala caricatura de la original. Para mi es la capital energética de Venezuela.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Cuando este artículo alcance a sus lectores, estaremos exactamente a 3 semanas del acto comicial más trascendental que habremos vivido desde que en diciembre de 1998 el pueblo venezolano eligiera presidente de la República al ex teniente coronel Hugo Chávez


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Notitarde 15-09-12

Llegó la hora


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Cuando este artículo alcance a sus lectores, estaremos exactamente a 3 semanas del acto comicial más trascendental que habremos vivido desde que en diciembre de 1998 el pueblo venezolano eligiera presidente de la República al ex teniente coronel Hugo Chávez. A 21 días de ponerle fin a lo que bien podríamos calificar de dictadura cívico militar, de secuestro de la institucionalidad democrática y del intento más articulado por establecer una tiranía de corte castro comunista en otro país de América Latina, tras 53 años de dictadura marxista en Cuba. A 504 horas de resolver la más crucial de las interrogantes que nos venimos haciendo los venezolanos desde hace 14 largos, interminables años: ¿nos dejaremos arrebatar la República para entregársela a los perros salvajes de la desintegración y el caos?

Si es cierto que el tiempo de Dios es perfecto, como dice la conseja, esta vez ha considerado necesario someternos al duro ejercicio de saborear la amarga medicina de nuestra insoportable liviandad. No hubo un solo poder extraterreno que nos impusiera la insólita veleidad de echar por la borda los invalorables frutos de nuestros cuarenta años de esfuerzos democráticos. Tal como en la metáfora testamentaria, una inmensa porción del país corrió enloquecida a lanzarse a los abismos tras del endemoniado. Y no hubo fuerza capaz de ponerle atajo. Se lanzó no una ni dos ni tres. Se lanzó tantas veces como lo quiso quien se había apoderado de sus corazones. Causando un daño en vidas y bienes, en deterioro moral y en ruindad física, del que aún no alcanzamos a tener plena conciencia.

Pero según todos los indicios, llegó el tiempo de la rectificación, llegó el tiempo de la cosecha. Se precipita la crisis física, corporal del endemoniado, pierde a ojos vistos sus antiguos poderes de seducción, ha agotado los medios humanos y financieros con que comprara voluntades y entorpeciera la acción de sus adversarios, el caudal de su incompetencia ha arrasado con los bienes de la República y nada parece sobrevivir a su paso sin devastarse inevitablemente. El pueblo que le brindara todo su soporte a cambio de promesas, prebendas y granjerías parece haber agotado su paciencia y despierta conmovido tras esta homérica borrachera de irresponsabilidad, de abusos, de inmoralidad y atropellos. Para ver los ríos de sangre que ha dejado a su paso, la herencia de devastación y ruindad provocada por los suyos, la insólita cantidad de ignominias que parecen condenarnos a la desesperación.

No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista. Y como nos lo enseña la lección de las tribulaciones desde tiempos bíblicos: no hay mal que por bien no venga. Estamos aproximándonos a la hora de la verdad. Al acto sublime por medio del cual, haciendo acopio de una insólita sabiduría política, el pueblo venezolano termine por liberarse de sus cadenas y expulse al tirano antes de que termine su obra apocalíptica. Ha llegado la hora de la verdad. Faltan 30.240 minutos para que se termine su función. Debemos acabarla para nunca jamás.



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Consciente como todos nosotros de que se aproxima la inexorable hora de su verdad deja ver su desesperación mostrando los peores aspectos de su vil naturaleza. Incapaz de encantar, de seducir y conquistar con promesas a futuro –no es fácil tras 14 años de engaños y desencantos– parece más preocupado por entorpecer, sabotear y boicotear la irrefrenable y desbordante campaña del joven antagonista que comienza a vapulearlo que a recurrir a las nobles artes de una sana competencia. Quien inició la carrera de sus ambiciones engañando, traicionando y escondiendo sus auténticos propósitos tras la aviesa máscara de una obsecuente lealtad, hasta violar todos sus juramentos, apropiarse de las armas de la República e intentar crear un pandemónium de violencia y muerte, no sabe hacer otra cosa que recurrir a todas sus malas artes para permanecer en un poder que ya se le escabulle de entre las manos. El aprendiz de brujo colmó sus posibilidades. Enfrenta la derrota que jamás pensó le llegaría. Y con ella, entramos al terreno de la incertidumbre.

Lo saben todos quienes lo acompañan. Una cáfila de arribistas, mediocres, hampones voraces y desarrapados que legitiman sus desafueros criminales con el noble propósito de una revolución para los pobres. Una revolución que no ha hecho más que montar una camarilla de sanguijuelas ladronas e insaciables en todos los puestos de control económico y social del país. Con un saldo devastador para esos pobres, hoy más pobres, mucho más pobres que cuando los siguieron bajo la seducción de estos desalmados. Jamás se podrá establecer con meridiana exactitud cuántos pobres fueron asesinados en este “gobierno de los pobres”. ¿150 mil, 175.000, 200.000 venezolanos de las clases más humildes y necesitadas?

Si establecer la cifra exacta de ese saldo de homicidios, una cantidad mayor que la de cada una de las guerras libradas en el mundo desde que Hugo Chávez asaltara el poder en aras de la estulticia nacional será imposible, más imposible lo será saber dónde fueron a parar los miles de miles de millones de millones de dólares que aplastaron hasta reventar las arcas fiscales durante el período de mayor bonanza económica en la historia de la República. Las cifras son escalofriantes y provocan vértigo. Más de 160 mil millones de dólares regalados a las voraces sanguijuelas que se plegaron a su estulta revolución bolivariana: Daniel Ortega, Evo Morales, Fidel y Raúl Castro, Rafael Correa, Néstor y Cristina Kirchner, José Mujica, Lula da Silva y una interminable cantidad de aprovechadores de la izquierda latinoamericana y mundial: franceses, españoles, chilenos, brasileños, argentinos, actores, modelos y meretrices hollywoodenses, cineastas, escritores, periodistas, novelistas y un interminable batiburrillo de turistas muertos de hambre aferrados al último vagón de la revolución mundial.

De su cáncer se aferraron los cubanos y los brasileños, los españoles y los argentinos para seguir chupando de nuestra renta petrolera, cada día más exangüe. Los perros de la guerra, rusos, bielorrusos, iraníes, chinos, afganos, saudíes, talibanes ¿quién no terminó hincando sus colmillos en la carne fofa y perturbada de un país a la deriva? El festín de Baltasar de los endemoniados de Gadara llega a su fin. No quedarán ni migajas. Llegó la hora de la verdad.



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De su misma calaña son los desalmados que se prestan a adelantar la guerra sucia con que pretenden impedir el imparable curso de la historia. De esa tela están cortados William Ojeda, Didalco Bolívar, David de Lima y todo la zarrapastra politiquera de partiduchos vendibles al mejor postor. Ésta es, antes que otra cosa, una auténtica cruzada moral. De estos 14 años de estupros, crímenes y asaltos no deben quedar ni las huellas. Todos sus responsables deben rendir cuentas. Y terminar donde una justicia honorable tenga a bien decidir. Sin privilegios ni excusas. Civiles y militares. Que las manos de la República deben volver a ser inmaculadas. Como lo fueran en las maravillosas jornadas que terminaron con la tiranía de Marcos Pérez Jiménez. Ante este despertar que estamos a punto de protagonizar.

Una auténtica democracia, exactamente como cualquier deporte con reglas y principios, es de esencia cualitativa, no cuantitativa. Se gana un proceso electoral así sea por un voto. Como sucediera en México, en donde el presidente Felipe Calderón fuera electo por décimas porcentuales. Tenemos la absoluta certidumbre de que nuestro candidato ha despertado un verdadero terremoto emocional y en estas tres semanas que nos faltan terminará por consolidar una cómoda victoria. Pero se equivocan los forajidos del régimen si creen que podrán esgrimir argumentos falaces para escamotearnos la victoria. O desatar un baño de sangre para suspender las elecciones.

No serán cientos ni miles: serán cientos de miles y probablemente millones de votos los que marquen la diferencia entre el futuro y el pasado. Pero conociendo la naturaleza aviesa y canallesca de quienes usurpan el Poder y el valor de lo que está en juego para castristas e iraníes, narcotraficantes y perros de la guerra, aprovechadores, politicastros y narcoguerrilleros, debemos estar preparados –exactamente como lo estuviéramos durante los últimos tres procesos electorales– para impedir cualquier atisbo de fraude y exigir, reclamar y demandar resultados cuando ellos estén en manos de las autoridades. Los tiempos de la renuncia, de la complacencia y la pasividad pasaron a la historia. No volveremos a vivir las humillaciones del pasado. No correremos a arrodillarnos ante quienes pretendan burlar la decisión popular.

No se hace historia con las manos en los bolsillos. No se conquista el futuro durmiendo la siesta. No se construye la esperanza esperando sentados. Se la hace con sangre, con sudor y con lágrimas. También con la risa y la alegría de la felicidad. Estamos a 3 semanas del acontecimiento más importante y trascendente de nuestras vidas. Honrémoslo con la generosa valentía de nuestros corazones.

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