Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.

Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
Casa de la Estrella, ubicada entre Av Soublette y Calle Colombia, antiguo Camino Real donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830, con el General José Antonio Páez como Presidente. Valencia: "ciudad ingrata que olvida lo bueno" para el Arzobispo Luis Eduardo Henríquez. Maldita, según la leyenda, por el Obispo mártir Salvador Montes de Oca y muchos sacerdotes asesinados por la espalda o por la chismografía cobarde, que es muy frecuente y característica en su sociedad.Para Boris Izaguirre "ciudad de nostalgia pueblerina". Jesús Soto la consideró una ciudad propicia a seguir "las modas del momento" y para Monseñor Gregorio Adam: "Si a Caracas le debemos la Independencia, a Valencia le debemos la República en 1830".A partir de los años 1950 es la "Ciudad Industrial de Venezuela", realidad que la convierte en un batiburrillo de razas y miserias de todos los países que ven en ella El Dorado tan buscado, imprimiéndole una sensación de "ciudad de paso para hacer dinero e irse", dejándola sin verdadero arraigo e identidad, salvo la que conserva la más rancia y famosa "valencianidad", que en los valencianos de antes, que yo conocí, era un encanto acogedor propio de atentos amigos...don del que carecen los recién llegados que quieren poseerlo y logran sólo una mala caricatura de la original. Para mi es la capital energética de Venezuela.

viernes, 8 de marzo de 2013

Hugo Chávez, 1954–2013 / por Jon Lee Anderson



HUGO CHÁVEZ, 1954–2013 / 

POR JON LEE ANDERSON

Por Jon Lee Anderson | 5 de Marzo, 2013
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El presidente venezolano Hugo Chávez Frías, quien murió de cáncer hoy
martes a la edad de cincuenta y ocho años, fue uno de los líderes más
provocadores en la escena mundial durante los últimos años. Su muerte
se produjo después de meses en los cuales su estado de salud fue un
misterio nacional, un tema de ofuscación y de rumores. Chávez pasó el
primer día de su segundo mandato en una cama de un hospital en Cuba.
vicepresidente Nicolás Maduro, quien hizo el anuncio, es uno de los
políticos que ahora maniobra para controlar a Venezuela, donde se
deben llevar a cabo elecciones dentro de treinta días.
Quien fuera alguna vez un paracaidista militar, estuvo dos años en prisión
después de haber liderado un fallido golpe militar contra el gobierno de
Venezuela en 1992. Chávez salió de la cárcel, luego de una amnistía,
con determinación renovada para alcanzar el poder y buscó el apoyo
del veterano comunista cubano Fidel Castro para hacerlo. En 1998,
Chávez ganó las elecciones presidenciales en Venezuela con la promesa
de cambiar las cosas en su país para siempre, de arriba a abajo.
Desde el día en que tomó posesión, en febrero de 1999, se dedicó a hacer
precisamente eso. Deja un país que, de alguna manera, nunca volverá
a ser el mismo y que, de otra, es la misma Venezuela de siempre: un
país rico en petróleo, pero desigual socialmente, con un gran número
de sus ciudadanos viviendo en algunos de los barrios más violentos de
América Latina.
A su favor hay que decir que Chávez se dedicó a tratar de cambiar la vida
de los pobres, quienes eran sus más grandes y fervientes seguidores.
Comenzó a golpe de martillo gracias a una nueva Constitución y cambiando
el nombre del país. Simón Bolívar, quien luchó para unir a América Latina
bajo su gobierno, fue el héroe de Chávez. Por él cambió el nombre del país
a República Bolivariana de Venezuela y, posteriormente, dedicó una
gran cantidad de tiempo y recursos a forjar lo que llamó la “Revolución
Bolivariana”. No fue, en un principio, una revolución socialista ni una
revolución necesariamente anti-estadounidense, pero durante los años
siguientes, el gobierno de Chávez y su papel adoptado en la arena
internacional convirtió a la Revolución en ambas cosas, al menos en
intención.
Estuve con Chávez varias veces a lo largo de estos años, pero la primera
vez que lo vi fue en 1999 en La Habana, Cuba, poco tiempo después
de que él se hubiera convertido en el Presidente de Venezuela. Estaba
dando un discurso en un salón de la Universidad, con los dos hermanos
Castro entre la audiencia –algo extraño de ver– y otros altos miembros
del politburó cubano. Fidel Castro miraba y escuchaba embelesado
cómo Chávez hablaba durante noventa minutos, esencialmente
estableciendo las bases discursivas para la relación intensa y profunda
entre los dos países y los dos líderes que pronto seguiría. Ese día, un
número de observadores presentes en la sala comentaron sobre lo que
parecía ser un “romance” importante entre ambos. Tenían razón. Chávez,
casi treinta años más joven que Fidel, pronto se hizo inseparable del líder
cubano, para quien él era claramente una figura paterna y un modelo
a seguir. (La familia de Chávez es de origen modesto y provinciano,
del interior de Venezuela). Y para Castro, Chávez era un heredero y algo
así como un hijo amado. Misteriosamente, o justamente por esa relación,
fue Fidel quien notó la dolencia de Chávez en una visita a La Habana
en 2011, e insistió en que viera a los médicos, quienes rápidamente
descubrieron el cáncer de Chávez, un tumor que fue descrito como del
tamaño de una pelota de béisbol en algún lugar alrededor de la ingle.
Desde entonces, y hasta su regreso a casa en febrero, terminalmente
enfermo, Chávez recibió prácticamente todo su tratamiento contra el
cáncer en La Habana, bajo estrecha vigilancia de Fidel.
Un showman cálido y amable, con un notable sentido de la ocasión,
así como de la oportunidad estratégica, Chávez creció en ambición y
estatura global durante los años de Bush, en los que América Latina
fue relegada a un segundo plano por Washington. Chávez se molestó
desde el principio por la retórica belicista de la Administración Bush
durante el período posterior al 11 de septiembre, y se convirtió en un
crítico cada vez más fuerte de las políticas y actitudes del “imperio”
norteamericano. Ya había cerrado una oficina de enlace militar de
EE.UU. en Venezuela, y puso fin la cooperación con la DEA. Pronto
fue más allá y disfrutó con ridiculizar al Presidente de los EE.UU.
llamándolo “Mr. Danger ” y “Donkey” en su programa semanal de televisión
“Aló Presidente”, en el que a veces parecía gobernar como si estuviera
en un reality. (En una ocasión ordenó a su Ministro de la Defensa que
enviara fuerzas venezolanas a la frontera con Colombia en vivo, desde
“Aló Presidente”). En 2002, un intento de golpe de Estado por una
camarilla de políticos de derecha, empresarios y militares logró que
Chávez fuera brevemente secuestrado y forzado a renunciar de manera
humillante, antes de que fuera puesto en libertad y se le permitiera retomar
el gobierno.
El golpe de Estado contra Chávez fracasó, pero no antes de que
los conspiradores hubieran recibido, al parecer, el visto bueno y la
aprobación de la Administración Bush. Chávez nunca perdonó a los
estadounidenses. A partir de entonces, su retórica antiestadounidense
se hizo más caliente y trató de incomodar a Washington siempre
que fue posible. Antes de la invasión de EE.UU. a Irak, en 2003,
Chávez viajó a Bagdad en una visita amistosa a Saddam Hussein.
Luego, en su ambición declarada de debilitar al “imperio” y crear
un “mundo multipolar”, solía ir a abrazar a líderes con similares
posturas anti-estadounidenses: Ahmadinejad de Irán fue uno, Lukashenko
de Bielorrusia fue otro. Invitó a Vladimir Putin a enviar a su armada para
hacer ejercicios en aguas venezolanas y a que le vendiera armas. Y
allí estaba su relación, cada vez más entrañable y dependiente, con
Fidel Castro.
Pronto el petróleo venezolano comenzó a fluir a una Cuba deficitaria en
energía, poniendo fin a los casi diez años de penuria del “período especial”
que siguió al derrumbe soviético y al abrupto final de tres décadas
de subsidios generosos de Moscú. Médicos cubanos, entrenadores
deportivos y hombres de seguridad no tardaron en viajar en la otra
dirección, ayudando a Chávez a implementar a algunos de los
programas llamados Misiones, destinados a aliviar la pobreza y las
enfermedades en los barrios pobres de Venezuela y en el interior
del país. Chávez y Castro hicieron viajes juntos y visitaban con frecuencia
sus respectivos países. Era obvio que amaban acompañarse.
En una visita a Caracas en 2005, poco después de que Chávez anunciara
su decisión de que el socialismo era el camino a seguir para su revolución
y para Venezuela, lo vi en el Palacio Presidencial. Estaba emocionado
con el fervor revolucionario recién descubierto. En una reunión con campesinos
pobres, anunció la toma de varias grandes propiedades privadas
en el interior y les dio instrucciones eufóricamente a organizarse en
colectivos y sembrar en las granjas confiscadas. “¡RAS!”, gritó con
alegría, repitiendo varias veces. “¡RAS!”, siglas que significaban
“Rumbo al socialismo”.  Los intentos de Chávez por colectivizar la producción
e implementar una reforma agraria parecían mal planificados y fuera
de tiempo. El mismo a menudo parecía pertenecer a épocas anteriores,
cuando América Latina estaba dominada por caudillos voluntariosos, y
hubo una Guerra Fría en un mundo claramente polarizado.
Un par de años más tarde, le pregunté por qué había decidido adoptar
el socialismo tan tarde. Reconoció que había llegado a él tarde, mucho
después de que la mayor parte del mundo ya lo había abandonado, pero
dijo que había hecho clic con él después de haber leído la novela
épica de Víctor Hugo Los miserables. Eso y escuchar a Fidel.
Impulsado por miles de millones de dólares como consecuencia del
incremento de los precios del petróleo, Chávez ganó una influencia
significativa en todo el hemisferio durante los últimos años, estableciendo
una estrecha relación con una serie de emergentes regímenes de
izquierda en Bolivia, Argentina, Ecuador y Nicaragua, encabezada una
vez más por el antiguo líder sandinista Daniel Ortega. Chávez predijo
una disminución de la influencia de EE.UU. y una oportunidad,
después de todo, para el renacimiento de la gran visión de Bolívar.
¿Qué queda, entonces, después de Chávez? Un enorme vacío para los
millones de venezolanos y otros latinoamericanos, en su mayoría pobres,
que lo veían como un héroe y un mecenas, alguien que “los cuidaba”
de una forma en la que ningún líder político en la América Latina de
los últimos tiempos lo había hecho. Para ellos, ahora, habrá desesperación
y ansiedad porque no habrá nadie como él en el futuro, no con un corazón
tan grande y tan radical de espíritu por el futuro previsible. Y probablemente
tengan razón. El sucesor ungido de Chávez, Maduro, sin duda
tratará de llevar adelante la Revolución, pero los desatendidos problemas
económicos y sociales están creciendo y parece probable que, en un futuro
no muy lejano, toda la desesperación de Venezuela acerca de la pérdida
de su líder se extenderá hasta la revolución inconclusa que dejó atrás.
Estuve en el avión de Chávez cuando viajó a Cuba, en 2008, para
felicitar a Raúl Castro por su asunción formal del poder; su hermano
Fidel cayó enfermo y renunció a su posición oficial. En La Habana, Chávez
se desapareció y fue a visitar a Fidel, quien todavía estaba de reposo.
En el vuelo de regreso, al día siguiente, Chávez informó con alegría a
todos los que estábamos en su avión: “Fidel está muy bien, y manda
sus saludos”. Cinco años más tarde, los Castro, ambos octogenarios,
están vivos y bien, y es Chávez quien ha salido de la escena.
***
Texto publicado en The New Yorker el 5 de marzo de 2013. Puede leerlo en inglés aquí.

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