Texto completo del discurso del Santo Padre al mundo de la educación
16.30. Quito. Encuentro con el mundo de la escuela y de la universidad en la Pontificia Universidad Católica de Ecuador
Por Redacción
Ciudad del Vaticano, 08 de julio de 2015 (ZENIT.org)
Discurso del Santo Padre en el encuentro con el mundo de la escuela y de la universidad
Hermanos en el Episcopado,
Señor Rector,
Distinguidas autoridades, queridos profesores y alumnos, amigos y amigas:
Siento una gran alegría por estar esta tarde con ustedes en esta Pontificia Universidad del Ecuador, que desde hace casi setenta años, realiza y actualiza la fructífera misión educadora de la Iglesia al servicio de los hombres y mujeres de esta Nación. Agradezco las amables palabras con las que me han recibido y me han transmitido las inquietudes y las esperanzas que brotan en ustedes ante el reto, personal y social, de la educación. Pero veo que hay algunos nubarrones ahí en el horizonte, espero que no venga la tormenta, no más una leve garúa.
En el Evangelio acabamos de escuchar cómo Jesús, el Maestro, enseñaba a la muchedumbre y al pequeño grupo de los discípulos, acomodándose a su capacidad de comprensión. Lo hacía con parábolas, como la del sembrador (Lc 8, 4-15). El Señor siempre fue plástico en el modo de enseñar. De una forma que todos podían entender. Jesús, no buscaba, «doctorear». Por el contrario, quiere llegar al corazón del hombre, a su inteligencia, a su vida, para que ésta dé fruto.
La parábola del sembrador, nos habla de cultivar. Nos muestra los tipos de tierra, los tipos de siembra, los tipos de fruto y la relación que entre estos se genera. Ya desde el Génesis, Dios le susurra al hombre esta invitación: cultivar y cuidar.
No solo le da la vida, le da la tierra, la creación. No solo le da una pareja y un sinfín de posibilidades. Le hace también una invitación, le da una misión. Lo invita a ser parte de su obra creadora y le dice: ¡cultiva! Te doy las semillas, la tierra, el agua, el sol, te doy tus manos y la de tus hermanos. Ahí lo tienes, es también tuyo. Es un regalo, un don, una oferta. No es algo adquirido, comprado. Nos precede y nos sucederá.
Es un don dado por Dios para que con Él podamos hacerlo nuestro. Dios no quiere una creación para sí, para mirarse a sí mismo. Todo lo contrario. La creación, es un don para ser compartido. Es el espacio que Dios nos da, para construir con nosotros, para construir un nosotros. El mundo, la historia, el tiempo es el lugar donde vamos construyendo el nosotros con Dios, el nosotros con los demás, el nosotros con la tierra. Nuestra vida, siempre esconde esa invitación, una invitación más o menos consciente, que siempre permanece.
Pero notemos una peculiaridad. En el relato del Génesis, junto a la palabra cultivar, inmediatamente dice otra: cuidar. Una se explica a partir de la otra. Una va de la mano de la otra. No cultiva quien no cuida y no cuida quien no cultiva.
No sólo estamos invitados a ser parte de la obra creadora cultivándola, haciéndola crecer, desarrollándola, sino que estamos invitados también a cuidarla, protegerla, custodiarla. Hoy esta invitación se nos impone a la fuerza. Ya no como una mera recomendación, sino como una exigencia que nace «por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesta en la tierra. Hemos crecido pensado tan solo que debíamos “cultivar” que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados quizás a expoliarla... por eso entre los pobres más abandonados y maltratados, que hay hoy en día en el mundo está nuestra oprimida y desbastada tierra” (Laudato si’2).
Existe una relación entre nuestra vida y la de nuestra madre la tierra. Entre nuestra existencia y el don que Dios nos dio. «El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podemos afrontar adecuadamente la degradación humana y social si no prestamos atención a las causas que tiene que ver con la degradación humana y social» (Laudato si’ 48) Pero así como decimos se «degradan», de la misma manera podemos decir, «se sostienen y se pueden transfigurar». Es una relación que guarda una posibilidad, tanto de apertura, de transformación, de vida como de destrucción y de muerte.
Hay algo que es claro, no podemos seguir dándole la espalda a nuestra realidad, a nuestros hermanos, a nuestra madre la tierra. No nos es lícito ignorar lo que está sucediendo a nuestro alrededor como si determinadas situaciones no existiesen o no tuvieran nada que ver con nuestra realidad. No nos es lícito, más aún, no es humano entrar en el juego de la cultura del descarte.
Una y otra vez, sigue con fuerza esa pregunta de Dios a Caín: «¿Dónde está tu hermano?». Yo me pregunto si nuestra respuesta seguirá siendo: «¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4, 9). Yo vivo en Roma. En invierno hace frío. Sucede muy cerquita del Vaticano, que aparezca un anciano en la mañana muerto de frío. No es noticia en ninguno de los diarios, en ninguna de las crónicas. Un pobre que muere de frío y de hambre hoy no es noticia. Pero si las bolsas de las principales capitales del mundo bajan dos o tres puntos, se arma el gran escándalo mundial. Yo me pregunto ¿dónde está tu hermano? Y les pido que se hagan otra vez cada uno esa preguntó. Y la hagan a la universidad. A vos, universidad católica, ¿dónde está tu hermano?
En este contexto universitario sería bueno preguntarnos sobre nuestra educación de frente a esta tierra que clama al cielo.
Nuestros centros educativos son un semillero, una posibilidad, tierra fértil que debemos cuidar, estimular y proteger. Tierra fértil sedienta de vida.
Me pregunto con Ustedes educadores: ¿Velan por sus alumnos, ayudándolos a desarrollar un espíritu crítico, un espíritu libre, capaz de cuidar el mundo de hoy? ¿Un espíritu que sea capaz de buscar nuevas respuestas a los múltiples desafíos que la sociedad hoy plantea a la humanidad? ¿Son capaces de estimularlos a no desentenderse de la realidad que los circunda? No desentenderse de lo que pasa alrededor. ¿Son capaces de estimularlo a eso? Para eso hay que sacarlos del aula. Su mente tiene que salir del aula. Su corazón tiene que salir del aula. ¿Cómo entra en la currícula universitaria o en las distintas áreas del quehacer educativo, la vida que nos rodea, con sus preguntas, interrogantes, cuestionamientos? ¿Cómo generamos y acompañamos el debate constructor, que nace del diálogo en pos de un mundo más humano? El diálogo, esa palabra puente. Esa palabra que crea puente.
Hay una reflexión que nos involucra a todos, a las familias, a los centros educativos, a los docentes: cómo ayudamos a nuestros jóvenes a no identificar un grado universitario como sinónimo de mayor status, dinero, prestigio social. No son sinónimos. Cómo ayudamos a identificar esta preparación como signo de mayor responsabilidad frente a los problemas de hoy en día, frente al cuidado del más pobre, frente al cuidado del ambiente.
Y con Ustedes, queridos jóvenes, presente y futuro de Ecuador, son los que tienen que hacer lío. Ustedes son semilla de transformación de esta sociedad, quisiera preguntarme: ¿saben que este tiempo de estudio, no es sólo un derecho, sino también un privilegio que tienen? ¿Cuántos amigos, conocidos o desconocidos, quisieran tener un espacio en esta casa y por distintas circunstancias no lo han tenido? En qué medida nuestro estudio, nos ayuda y nos lleva a solidarizarnos con ellos. Háganse estas preguntas, queridos jóvenes.
Las comunidades educativas tienen un papel fundamental, esencial en la construcción de la ciudadanía y de la cultura. Cuidado, no basta con realizar análisis, descripciones de la realidad; es necesario generar los ámbitos, espacios de verdadera búsqueda, debates que generen alternativas a las problemática existentes, sobre todo hoy. Es necesario ir a lo concreto.
Ante la globalización del paradigma tecnocrático que tiende a creer «que todo incremento del poder constituye sin más un progreso, un aumento de seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital, de plenitud de valores, como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico» (Laudato si’ 105), hoy a ustedes, a mí, a todos, se nos pide que con urgencia nos animemos a pensar, a buscar, a discutir sobre nuestra situación actual. Y digo urgencia, que nos animemos a pensar sobre qué cultura, qué tipo de cultura queremos o pretendemos no solo para nosotros, sino para nuestros hijos, para nuestros nietos. Esta tierra, la hemos recibido como herencia, como un don, como un regalo. Qué bien nos hará preguntarnos: ¿Cómo la queremos dejar? ¿Qué orientación, qué sentido queremos imprimirle a la existencia? ¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué luchamos y trabajamos? (cf. Laudato si’ 160). ¿Para qué estudiamos?
Las iniciativas individuales siempre son buenas y fundamentales, pero se nos pide dar un paso más: animarnos a mirar la realidad orgánicamente y no fragmentariamente; a hacernos preguntas que nos incluyen a todos, ya que todo «está relacionado entre sí» (Laudato si’ 138). No hay derecho a la exclusión.
Como Universidad, como centros educativos, como docentes y estudiantes, la vida los desafía a responder a estas dos preguntas: ¿Para qué nos necesita esta tierra? ¿Dónde está tu hermano?
Que el Espíritu Santo nos inspire y acompañe, pues Él nos ha convocado, nos ha invitado, nos ha dado la oportunidad y, a su vez, la responsabilidad de dar lo mejor de nosotros. Nos ofrece la fuerza y la luz que necesitamos. Es el mismo Espíritu, que el primer día de la creación aleteaba sobre las aguas queriendo transformar, queriendo dar vida. Es el mismo Espíritu que le dio a los discípulos la fuerza de Pentecostés. Es el mismo Espíritu que no nos abandona y se hace uno con nosotros para que encontremos caminos de vida nueva. Que sea Él nuestro maestro y compañero de camino.
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Testimonios de un rector, una profesora y una joven estudiante recuerdan ante el Santo Padre que la educación es una herramienta clave para que el mundo pueda mejorar
Por Rocío Lancho García
Ciudad del Vaticano, 08 de julio de 2015 (ZENIT.org)
La educación es la base de la felicidad de las naciones, de las familias y de los individuos; la educación hace buenos padres, buenos hijos y buenos ciudadanos. Así lo ha asegurado Fabián Carrasco Castro, rector de la Universidad de Cuenca, durante el encuentro que el Santo Padre ha mantenido con el mundo de la educación, en Quito, en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Antes del discurso del Santo Padre, tres personas han intervenido presentando la realidad educativa en este país.
En primer lugar ha dado su testimonio Carolayne Espinoza Jiménez, alumna de un Universidad Laica "Eloy Alfaro", represetando a los jóvenes, los detinatarios de la educación, “para unir nuestra voz a la de cuantos sueñan un mundo mejor, en camino hacia el cumplimiento del Evangelio de Jesús entre nosotros”.
Por eso, Carolayne ha afirmado que como jóvenes, “estamos necesitados de maestros, educadores, profesores, padres de familia, consagrados y sacerdotes”, que no solo transmitan conocimientos y herramientas técnicas, sino que principalmente “sean para nosotros guías espirituales”, que “nos ayuden a orientar nuestras vidas y los grandes dones que hemos recibido de Dios, no para un beneficio personal, sino como regalos de amor a la humanidad”.
Así, la joven ha asegurado que aspiran a que en sus centros educativos se dé apertura a “todas las dimensiones de la realidad humana”, “la búsqueda y la valoración de la verdad”, “al aprecio por la sabiduría”. Igualmente aspiran a que en su país pueda, finalmente, “superarse el equívoco de que la dimensión religiosa, y todo lo que ella ha producido en cultura y humanidad, debe ser excluida de las aulas para proteger la libertad personal y la conciencia de cada uno”. Mientras que, ha advertido, “el agnosticismo, e incluso el ateísmo, son ordinariamente propuestos”. De este modo, Carolayne ha indicado que los jóvenes consideran que corresponde al Estado “ser facilitador y no barrera, para las nuevas generaciones, de todo el patrimonio y la riquezas humanas de la sociedad, incluido el religioso”. Sólo así --ha añadido-- podremos ser agentes de cambios positivos.
Reconociendo que sus palabras pueden sorprender, la joven ha hecho mención de la famosa petición del Papa en Río de Janeiro de hacer lío, no puramente para molestar, sino para que las aspiraciones por un mundo más justo, fundamentado sobre la solidaridad y el amor cristiano, “vuelvan a orientar la historia del mundo, en contra del egoísmo y las ofertas locas de felicidad barata que predican los que quieren introducirnos por los caminos de lo superficial y lo efímero”.
En segundo lugar ha hablado Etna Martínez, docente del Colegio “Madre Bernarda”, en nombre de todas las maestras y maestros católicos de Ecuador. Así, la profesora ha recordado los rasgos de la figura del educador católico y de su tarea específica. Educar “es un acto de amor”, es “dar vida” y “dar lo mejor de sí mismos” y “utilizar los mejores recursos materiales y tecnológicos, para despertar la pasión por el conocimiento, promoviendo el crecimiento humano y espiritual”, pero sobre todo, “dando testimonio de vida con el ejemplo, poniendo en marcha la sabiduría, la humildad, la paciencia, la solidaridad, el respeto y la fraternidad”, ha explicado.
La calidad de la educación --ha añadido-- la garantizamos con decisión y voluntad política de hacer un verdadero cambio en la educación, con la participación de los maestros y maestras, de las instituciones educativas, que nos aferramos por un mundo más humano, justo y fraterno.
Y para concluir, el rector, hablando en nombre de docentes y personal administrativo de las universidades, se ha mostrado convencido de que “una educación libre, independiente y de calidad es la única herramienta para que el desarrollo social, humano y económico del Ecuador sea posible”.
Reflexionando sobre el cambio generacional que se está viviendo con el avance tecnológico y económico, Carrasco ha precisado que la niñez y la juventud requieren de orientación y de una buena guía “para enfrentar su futuro con entereza y de manera integral, desde la óptica de la fe y la esperanza”. Y para lograrlo, padres y maestros deben utilizar no solo prácticas tradicionales de educación, sino “criterios innovadores”, de acuerdo “con los tiempos y los problemas actuales” y que provoquen “la curiosidad activa y la ferviente necesidad de progresar intelectualmente”.
Por otro lado, el rector ha subrayado que la educación es "el arma" más poderosa para cambiar el país. Asimismo ha indicado que aún habiendo dado muchos pasos importantes en materia educativa, un reto muy importante es “mejorar el alcance y la calidad educativa a todo nivel”, especialmente en aquellos “sectores pobres y marginados”.
Finalmente ha precisado que los educadores deben centrar sus esfuerzos a la consecución de “un gran acuerdo nacional por la educación de calidad”. Y este acuerdo debe “estar alejado de todo interés sectorial o político y tener como fin último el desarrollo nacional y el bienestar general”.
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