Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.

Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
Casa de la Estrella, ubicada entre Av Soublette y Calle Colombia, antiguo Camino Real donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830, con el General José Antonio Páez como Presidente. Valencia: "ciudad ingrata que olvida lo bueno" para el Arzobispo Luis Eduardo Henríquez. Maldita, según la leyenda, por el Obispo mártir Salvador Montes de Oca y muchos sacerdotes asesinados por la espalda o por la chismografía cobarde, que es muy frecuente y característica en su sociedad.Para Boris Izaguirre "ciudad de nostalgia pueblerina". Jesús Soto la consideró una ciudad propicia a seguir "las modas del momento" y para Monseñor Gregorio Adam: "Si a Caracas le debemos la Independencia, a Valencia le debemos la República en 1830".A partir de los años 1950 es la "Ciudad Industrial de Venezuela", realidad que la convierte en un batiburrillo de razas y miserias de todos los países que ven en ella El Dorado tan buscado, imprimiéndole una sensación de "ciudad de paso para hacer dinero e irse", dejándola sin verdadero arraigo e identidad, salvo la que conserva la más rancia y famosa "valencianidad", que en los valencianos de antes, que yo conocí, era un encanto acogedor propio de atentos amigos...don del que carecen los recién llegados que quieren poseerlo y logran sólo una mala caricatura de la original. Para mi es la capital energética de Venezuela.

domingo, 29 de junio de 2014

Desde sus orígenes como país conquistado por los españoles para Venezuela es "normal" tener hombres de extraña procedencia e historia personal misteriosa hasta el presente.

Juan Germán Roscio: a 240 años de su nacimiento

Participó en la redacción del Acta de Independencia firmada en 1811, Juan Germán Roscio es una importante figura en la consecución de la Venezuela republicana / Imagen tomada de Internet
Juan Germán Roscio es una importante figura en la consecución de la Venezuela republicana / Imagen tomada de Internet
Este ensayo dedicado a Roscio pertenece al libro “Venezolanos (de la A a la Z)”, publicado por Fundavag Ediciones, Caracas, 2013

El 27 de mayo se cumplen 240 años del nacimiento de uno de los venezolanos más importantes de nuestra historia republicana y, paradójicamente, uno de los menos conocidos. Hijo de un milanés, Cristóbal Roscio, y de una mestiza, Paula María Nieves, vio la luz en San Francisco de Tiznados. No pertenecía a los estamentos de la sociedad que podían educarse en la universidad y, sin embargo, gracias a la hija del Conde de San Javier pudo asistir a ella, graduándose de abogado y doctorándose en cánones.
Su participación en el proceso de independencia de Venezuela es fundamental, pero la inmensa mayoría de los venezolanos ignora por qué. Junto con Francisco Isnardy redacta el Acta de la Independencia, firmada el 5 de julio de 1811: acto jurídico y político que determina el nacimiento de la República de Venezuela. Luego es designado por el Congreso Constituyente para que redacte las bases de la Constitución Nacional, tarea que emprende junto a Francisco Javier Ustáriz y Gabriel de Ponte, hasta que el 21 de diciembre de 1811 es sancionada la primera Constitución Nacional que, como se sabe, tuvo vigencia hasta la pérdida de la primera república, hacia mediados de 1812.
Es hecho preso por las fuerzas de Domingo Monteverde y enviado junto a ocho patriotas más a la cárcel de Cádiz, para luego ser trasladado a la prisión de Ceuta en 1813. Finalmente es liberado en 1815, gracias a las gestiones del británico liberal Thomas Richards. En la prisión de Ceuta escribió su libro memorable: El triunfo de la libertad sobre el despotismo.
Hasta donde mis conocimientos alcanzan, considero que este es el esfuerzo intelectual más complejo y profundo que venezolano alguno materializó acerca de la justificación cristiana de la independencia. Más aún, desconozco una obra de mayor peso intelectual que esta a favor del proceso independentista venezolano y de toda la América Hispana. Roscio se da a la tarea titánica de encontrar en la Biblia la necesidad categórica que tienen los auténticos cristianos de buscar la libertad, y de no tolerar el despotismo en ninguna de sus expresiones. Sus esfuerzos van dirigidos a demostrar que la justificación bíblica de la detentación soberana del poder por parte del monarca, es imposible. El libro, que para colmo de maravillas inaugura una escritura en Venezuela de la que va a ser heredero, nada menos, que José Antonio Ramos Sucre, está escrito siguiendo la modalidad agustiniana de la confesión, y es un prodigio de exactitud y elegancia en el dominio del idioma.
El trasfondo filosófico del proceso independentista es el Liberalismo, y de la lectura de la obra de Roscio se desprende que éste había abrevado en esas fuentes con fruición, pero además se dio a la tarea de ensamblar en un solo cuerpo su formación católica de origen, y las nuevas ideas liberales, que en nada concordaban con la posición de la Iglesia Católica de entonces, que defendía el derecho divino de los reyes. Si alguien se empeñó en una verdadera revolución fue Roscio: con sus ideas contravenía las del Status Quo de su tiempo. Roscio leyó la Biblia como el hombre moderno que era: en su contexto histórico, atendiendo a sus dimensiones políticas, y con el necesario sentido interpretativo crítico. Su trabajo, entonces y ahora, fue y sigue siendo asombroso.
Ahora bien, esta joya que invito a leer, según uno de sus más acuciosos conocedores, el sacerdote jesuita Luis Ugalde: “tal vez no pasen de diez los venezolanos que hayan leído íntegramente esta obra.” Y esto lo afirma en su libro El pensamiento teológico-político de Juan Germán Roscio, publicado por La casa de Bello en 1992. El mismo Ugalde refiere unos datos editoriales que son estremecedores y elocuentes. La obra de Roscio se publica en Filadelfia en 1817 y se reedita dos veces más en esta ciudad y tres veces en México. Las seis ediciones tienen lugar entre 1817 y 1857. La primera edición venezolana data de 1953, lo que indica a todas luces que hasta entonces el libro fue escasísimamente leído entre nosotros, ya que no se tiene noticia sobre una pródiga circulación de las ediciones mexicanas del siglo XIX. Esta edición de 1953 se le debe, como muchísimas otras deudas, al trabajo de Pedro Grases. Él mismo relata en el prólogo al libro de Ugalde que compró en la librería hispánica de Oxford, Dolphins, un ejemplar de El triunfo de la libertad sobre el despotismo que ha dado origen a las ediciones venezolanas que se han hecho (Monte Ávila Editores, 1983, Biblioteca Ayacucho, 1996). Me ahorro los comentarios y comparto la vergüenza.
La costra de mitos que impide ver la historia de Venezuela en su dimensión ósea espera por el trabajo de muchas revisiones y relecturas. Entre las más urgentes está la de hincarle el diente al proceso de independencia y exponer a la luz del orgullo la obra insólita y conmovedora de Roscio. Acepten estas breves líneas como una invitación.

El misterio de Francisco Isnardi. Palabras preliminares


La vida de Francisco Isnardi, a cuyo empeño debemos acciones fundamentales de nuestra emancipación cuales la redacción del Acta de Independencia junto con Juan Germán Roscio, y la firma de la misma como secretario del Congreso, había entrañado hasta hoy cierto misterio histórico.
Prócer, persistente luchador por la causa republicana, escritor, periodista, ideólogo a cuyo intelecto se deben la concepción y divulgación de muchas de las mismas ideas que movieron a tantos hombres cuyos apellidos hoy perduran en nuestra historia con transparencia, la realidad de sus orígenes en su caso fue aislada, mistificada y tal vez encubierta. Sobre su existencia se ha tejido una urdimbre de imprecisiones y confusiones que han hecho que su figura fuese
presentada en forma falseada a la mayoría de los venezolanos, y que su valor pasara desapercibido para los españoles, aun siendo de tanta significación en la historia de ambos países.
Era necesaria la actitud y actividad de un investigador que obedeciera, como lo hizo Marisa Vannini, al imperativo según el cual la historia debe ser descubierta y por tanto desvelada, en su más íntima y absoluta claridad, mediante una investigación prolongada, metódica, capaz
de producir nuevos hallazgos, para evidenciar el principio según el cual la historia es, en definitiva, reveladora de las verdades que oculta.
¿Quién era realmente Francisco Isnardi, cuál era su nacionalidad, de dónde provenía? Hasta ayer, generalmente se creía y divulgaba, soslayando ciertas contradicciones de nombres, épocas y circunstancias, que era italiano, específicamente piamontés. Hoy, el estudio de indudable valor de Marisa Vannini, llevado a cabo con profundidad y esmero detallista, nos acerca a los verdaderos hitos y sucesos, hasta ahora conocidos en forma elusiva, en torno a la figura de Francisco Isnardi.
Hubo en realidad, como lo demuestran los sorprendentes resultados de la investigación cuyas palabras preliminares nos ocupan y que acompañan el excelente prólogo del eminente historiador ceutí Don Carlos Posac Mon, dos Francisco Isnardi, uno italiano, el otro español.
Ambos tuvieron destacada actuación progresista en la historia americana en épocas muy próximas. El primero, Francisco Isnardi Esq., noble piamontés, terrateniente en el oriente de Venezuela, fue expulsado del país por mandato del Rey de España en los albores del movimiento emancipador. El segundo, Francisco José Vidal Isnardi, gaditano, médico cirujano egresado del Real Colegio de Cádiz, luego de una exitosa labor en la Provincia de Caracas en el campo de la medicina, se unió a los independentistas venezolanos convirtiéndose en un los principales propulsores y planificadores, hasta su prisión y destierro a raíz de la caída de la Primera República. Además, en el mismo ambiente, período y con el mismo espíritu, también un tercer Isnardi, de nombre Enrique.
Estos son los esclarecedores hallazgos de la tarea a la cual, con el sano e imparcial espíritu de inquisidor de las realidades ya acaecidas, se ha dedicado con ahínco la profesora Marisa Vannini, bien conocida entre nosotros por su trayectoria docente y por sus acuciosas investigaciones históricas: Italia y los italianos en la historia y la cultura de Venezuela, La influencia francesa en Venezuela, El mar de los descubridores, El general Carlos Luis Castelli, ilustre prócer, Las memorias de Agustín Codazzi, entre otras. Ella se ha enfrentado con firmeza al juicio de la historia. Juicio justo o injusto que, en definitiva, el historiador determina La verdad que este persigue, alcanza y comprueba es necesaria, aunque a algunos pueda parecer irreverente, aunque destruya tradiciones, mitos, creencias tan arraigadas que se convierten en convencimientos.
Este estudio, que ve la luz al despuntar un nuevo siglo llenando un secular vacío, comprueba una vez más cómo frecuentemente se cae en el error de no ahondar en detalles históricos que puedan arrojar luces sobre determinados hechos y personajes. Hay pasajes inciertos que se entregan, tal vez por omisión y abulia, a la oscuridad. Allí terminan sumergidos, distorsionados, traicionados por la luz en ocasiones oblicua de sucesos aparentemente indiscutibles.
Ocurre usualmente que en momentos de magnos aconteceres, revoluciones, guerras, enfrentamientos, desastres, se produzcan confusiones de identidades alrededor de una particular figura o circunstancia histórica. Y es indudable que aún resta mucho por aclarar en torno a uno de los más turbulentos períodos de nuestra azarosa historia patria: los duros años de la lucha independentista, aunque a esta apasionante tarea se hayan dedicado las actuales generaciones de investigadores, libres de prejuicios sobre la proveniencia de los protagonistas principales de nuestra gesta libertaria.
Ha sido reconocido que muchos peninsulares, si bien resulta paradójico y para algunos nacionalistas a ultranza hasta desagradable, tuvieron una participación decisiva en los inicios de la revolución venezolana. Es posible que se haya preferido preterir, dejar de lado, una verdad que no interesaba y que nadie reivindicaba. En consecuencia -y este sería el caso de Isnardi-se pudo haber confundido actores y roles en torno a un evento que en nuestra circunstancia vuelve a emerger, despojado de la oscuridad a la cual ha sido sometido, gracias a los hallazgos de esta pesquisa histórica.
Cabe al prestigioso Instituto de Estudios Ceutíes de la liberal y significativa ciudad de Ceuta, cuyos ojos miran constantemente allende el mar a la histórica Cádiz donde naciera el prócer, descorrer el velo sobre Francisco Isnardi, patrocinando esta investigación de la doctora Vannini sobre un personaje de tan preclaras virtudes, tan ligado a la revolución independentista americana. Este meritorio ensayo está precedido por las palabras del destacado investigador don Carlos Posac Mon, quien aporta su aguda visión de estudioso de la historia, que complementa aún más los alcances del texto.
Este tipo de iniciativas tienen el mérito adicional de contribuir a consolidar aún más los lazos entre Venezuela, España y también Italia, y a tender puentes entre estas culturas para aunar esfuerzos y voluntades, siempre en busca de una alianza duradera, en un claro porvenir para naciones amigas.

El misterio de Francisco Isnardi. Prólogo a la primera edición


Francisco Isnardi –o Isnardy– fue uno de los protagonistas de los dramáticos acontecimientos que marcaron la turbulenta historia de la primera República de Venezuela. En aquella fracasada empresa separatista no empuñó las armas, sino que combatió ardorosamente en las filas revolucionarias con su palabra y su pluma. Sus dotes intelectuales y sus méritos cívicos le valieron el nombramiento de secretario del Congreso Nacional y con tal calidad estampó su firma al final del texto de la Constitución promulgada en Caracas en diciembre de 1811, un texto del que él había sido el principal artífice.
A la biografía de este importante personaje y a aclarar la multiplicidad de personas distintas que en su tiempo llevaron el mismo nombre, dedica la prestigiosa historiadora venezolana Marisa Vannini de Gerulewicz las páginas del presente libro. Inicia su estudio seleccionando diecisiete referencias bibliográficas, incluyendo una propia, en las que se afirma el supuesto  origen piamontés de Isnardi, señalando la ciudad de Turín como su lugar de nacimiento. Cita, como excepción, la aseveración del historiador realista Urquinaona que lo calificaba de “español”. Esta pretendida naturaleza piamontesa de secretario del Congreso justifica que hayan sido bautizadas con su nombre diversas asociaciones promovidas por venezolanos oriundos de la península Apenina.
Tras ese preámbulo la autora presenta, aportando notables novedades, fruto de sus investigaciones minuciosas en archivos nacionales y extranjeros, las tres facetas sucesivas que hasta el presente se ofrecían de la vida de Isnardi, atribuyéndose a una sola persona cuando no se sabía que tres llevaban el mismo apellido.
En la primera, situada en el verano de 1801, aparece como un propietario que posee tierras y esclavos en el pueblo de Güiria, del término jurisdiccional de Cumaná, dueño también de una biblioteca compuesta de 171 volúmenes. Un corto número de ellos correspondía a libros de ficción literaria. Los demás mostraban variada temática: científica, económica, filosófica, religiosa, etc. Asimismo se contaban diccionarios y gramáticas de varios idiomas, incluyendo el latín. No faltaban en el catálogo algunos títulos que podían calificarse de subversivos.
Por orden del gobernador y capitán general de Venezuela, don Manuel de Guevara Vasconcelos, el hacendado fue detenido bajo la acusación de ser un espía al servicio de Gran Bretaña proclive a tramas independentistas. Su Excelencia había tomado posesión de su cargo, cuando el Siglo de las Luces estaba próximo a terminar, en virtud de un Real Decreto de 14 de noviembre de 1798. Era Caballero de la Orden de Santiago y pertenecía a una ilustre familia de Ceuta.
Sometido a un juicio el reo manifestó que tenía 36 años de edad y era natural de Turín. Negó su implicación en los delitos que le atribuían. El veredicto del Tribunal, dictado el 18 de junio de 1803, fue absolutorio pero con la imposición de que el encausado debía abandonar para siempre la tierra americana.
Entre los libros editados en 1960 bajo los auspicios de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela, al conmemorarse el Sesquicentenario de la Independencia, figura uno que recoge las actas del proceso político a que fue sometido este Isnardi. Lleva un interesante y bien documentado estudio preliminar del profesor Joaquín Gabaldón Márquez, quien sin embargo no advierte que se trata de un personaje distinto al redactor del Acta de Independencia venezolana.
Hasta 1807 se pedía la traza de aquel Isnardi y en este año reaparecía en Porlamar, en la isla de Margarita. Allí lo encontró un exiliado francés que viajaba por aguas del Caribe. Vestía de forma un tanto informal y daba clases de latín a unos seminaristas criollos. Años después de 1811 ese desterrado galo comentaba que Isnardi, al que primero consideraba provenzal y  ahora convertía en piamontés, desempeñaba el importante cargo de secretario del Congreso de Venezuela.
Marisa Vannini con importantes datos inéditos hace una amplia relación de las actividades políticas del Isnardi que mayor peso tuvo en la historia política venezolana, particularmente en el campo periodístico, durante la ilusionada y efímera época de la Primera República hasta que la rebelión independentista es desbaratada, tras la victoriosa campaña acaudillada por Domingo de Monteverde que forzó a sus adversarios a firmar la Capitulación de San Mateo el 25 de julio de 1812.
El jefe realista incumplió las benévolas condiciones estipuladas en esa capitulación, desatando una dura represalia que contó a Isnardi entre una de sus víctimas. Junto con siete compañeros de infortunio fue enviado a la Península en calidad de presidario.
Mediando el mes de noviembre del año 1812, cuando buena parte de España estaba convertida en un campo de batalla en que los patriotas se batían con los soldados de Napoleón, arribó a Cádiz una fragata procedente de América. Iban a bordo en calidad de presos “ocho de los principales caudillos de la sedición de Caracas”, según explicaba a sus lectores El Conciso, uno de los periódicos locales. Entre ellos venía Francisco Isnardi.
En virtud de una Real Orden dictada el 19 de enero de 1813 por la Regencia que desde el reducto gaditano sitiado por las tropas francesas, gobernaba el reino en nombre del exiliado Fernando VII, esos ocho insurgentes, con la debida escolta, fueron enviados a Ceuta.
En aquel tiempo Ceuta era un baluarte militar en casi constante estado de alerta y tenía también la condición de presidio, albergando varios centenares de delincuentes enviados allí para cumplir largas sentencias impuestas por la Justicia del Reino. Solamente los más peligrosos o condenados por delitos de suma gravedad estaban encadenados y encerrados en lóbregos calabozos. Los restantes gozaban de relativa libertad de movimientos, teniendo por cárcel virtual todo el recinto amurallado de la plaza.
Entre estos últimos, en corto número, se contaban los encausados por motivos políticos y con tal calificación fueron considerados los ocho paladines de la rebelión independentista de Venezuela que recibieron un trato benévolo por parte de las autoridades locales y no faltaron particulares que les ofrecieron ayuda, protección e incluso, amistad.
La doctora Vannini da cuenta de que en 1818 Isnardi ingresó en el Hospital Real para ser  atendido de una dolencia. Podemos añadir que su enfermedad parecía ser de naturaleza anímica más que fisiológica. Superado el mal, durante la convalecencia se dedicó a la lectura y provocó mucho escándalo en ciertos ambientes timoratos de la ciudad saber que entre sus libros de cabecera había uno cuyo autor era el librepensador francés Voltaire. En el curso del año 1819 Isnardi colaboró en el ornato e inscripciones del monumento erigido en la Catedral para las honras fúnebres tributadas a María Isabel de Braganza, esposa de Fernando VII, y de María Luisa de Parma, madre del soberano. Con tal motivo la historiadora recuerda que en 1811 también intervino en la organización de los funerales celebrados en Caracas por las víctimas de la rebelión de Quito.
Isnardi había encontrado cobijo en el hogar de Antonio Salas, un comerciante de ideas liberales que años después, durante el Trienio Liberal, fue elegido alcalde de la ciudad.
A principios de marzo de 1819, Salas y un pariente político suyo de origen catalán, Pedro Huguet y Boltas, presentaron sendas solicitudes para el ingreso de una prestigiosa cofradía fundada en los tiempos en que Ceuta pertenecía a la Corona de Portugal: la Santa y Real Hermandad de la Casa de la Misericordia.
Entre los documentos que acompañaban a ambas demandas figuraban partidas de bautismo y de matrimonio de los antepasados de los pretendientes. Algunas estaban en catalán y fácil su comprensión. Otras venían en latín. Como sabemos, Isnardi conocía el idioma de Roma antigua y fue el encargado de su traducción. Según constaba en el expediente conservado en el archivo de la Hermandad, el intérprete de tales escritos “era perito inteligente, profesor de Medicina y Cirugía, residente en esta plaza”. Esta última referencia era evidentemente un eufemismo para disimular su condición de presidiario.
Diversos personajes relevantes que en las Cortes de Cádiz habían mostrado su talante liberal fueron desterrados a los presidios norteafricanos cuando Fernando VII retornó de Francia e impuso un régimen político absolutista. Uno de ellos fue Agustín Arguelles, calificado por sus partidarios como “el Divino” por sus elocuentes dotes oratorias. Fue confinado en Ceuta y mantuvo buena amistad con Isnardi. Años más tarde, convertido en uno de los políticos más relevantes del Trienio Constitucional, tomó la palabra en la sesión de Cortes celebrada el 4 de mayo de 1822 y dijo “cuando fui conducido y estuve en el presidio de Ceuta conocí a don Francisco Isnardi, le traté, fui su amigo y lo soy, tenía a su favor la presunción de gozar buena opinión”.
El triunfo del pronunciamiento iniciado el 1 de enero de 1820 bajo el caudillaje del comandante Riego supuso el restablecimiento de un sistema político constitucional. Una de las primeras medidas adoptada por los nuevos gobernantes fue una amnistía que devolvió a Isnardi la libertad y el disfrute de sus derechos cívicos. Tenía permiso para retornar a América pero prefirió quedarse en Ceuta. No tardaría en ser nombrado secretario del flamante Ayuntamiento Constitucional.
Contrastando con los capítulos precedentes, en los que la autora narra la biografía de Isnardi con suma minuciosidad, en el que concluye su libro se limita deliberadamente a dar somerísimas referencias sobre los avatares de la vida del ilustre prócer independentista, porque ya no están engranados en la historia de Venezuela ni en el importante período de las luchas por la independencia americana, sino que corresponden plenamente a la de España. Por eso no se extiende en detalles sobre el duro enfrentamiento que mantuvo Isnardi con fray Rafael de Vélez, obispo de la sede septense y acérrimo defensor de la ideología absolutista. Como punto final sitúa la muerte del protagonista de su estudio en una fecha imprecisa, antes del año 1826 que a pesar de rigurosas búsquedas le ha sido imposible determinar.
Como colofón a su brillante trabajo, Marisa Vannini se ocupa de los siete compañeros que compartieron con Isnardi el exilio en tierra africana. De uno de ellos, Antonio Barona, señala que “de este patriota tenemos muy pocas noticias”. Podemos ofrecer una novedad que da cuenta de un episodio sentimental que mantuvo con una joven ceutí, de la que no se conoce la Identidad. Fruto de esa relación fue el nacimiento de un niño al que se bautizó con el nombre de Ezequiel y que Barona llevó consigo cuando en 1820 retornó a Venezuela.
La biografía de Isnardi, tal como se ofrecía hasta el momento presente, ha sufrido un cambio espectacular gracias a las fructíferas búsquedas de Marisa Vannini. Ya no es válido el esquema que lo presentaba como un solo personaje sucesivamente hacendado en Güiria, profesor de latín en Margarita y secretario del Congreso de Caracas. La historiadora ha demostrado de forma irrefutable que, en realidad, cada uno de los capítulos de esa trilogía tenía como interpretes a personas distintas, llamadas, por orden cronológico, Francisco, Enrique y Francisco José Vidal. El primero de ellos, Francisco Isnardi, era natural de Piamonte y posiblemente también el siguiente Enrique Isnardi, si no era provenzal. En cuanto al tercero, Francisco José Vidal Isnardi, la historiadora presenta pruebas irrefutables de su nacimiento en Cádiz y de sus estudios hasta graduarse en aquel Real Colegio de Medicina y Cirugía.
La furiosa y sangrienta tormenta bélica desencadenada por las luchas independentistas de los países americanos de habla hispana se ha convertido en un recuerdo histórico y son hoy cordiales las relaciones entre ambas comunidades de una y otra orilla del Atlántico unificadas sentimentalmente para formar una Hispanidad sin fronteras. Por esta razón constituye una gran satisfacción para el Instituto de Estudios Ceutíes patrocinar la publicación de este libro dedicado a la memoria de uno de los próceres de la independencia de Venezuela, de origen española, felicitando a Marisa Vannini por el éxito con que ha culminado sus abnegadas tareas de investigación.

EL MISTERIO DE FRANCISCO ISNARDI
Marisa Vannini de Gerulewicz
Fundavag Ediciones
Caracas, 2014

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