Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.

Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
Casa de la Estrella, ubicada entre Av Soublette y Calle Colombia, antiguo Camino Real donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830, con el General José Antonio Páez como Presidente. Valencia: "ciudad ingrata que olvida lo bueno" para el Arzobispo Luis Eduardo Henríquez. Maldita, según la leyenda, por el Obispo mártir Salvador Montes de Oca y muchos sacerdotes asesinados por la espalda o por la chismografía cobarde, que es muy frecuente y característica en su sociedad.Para Boris Izaguirre "ciudad de nostalgia pueblerina". Jesús Soto la consideró una ciudad propicia a seguir "las modas del momento" y para Monseñor Gregorio Adam: "Si a Caracas le debemos la Independencia, a Valencia le debemos la República en 1830".A partir de los años 1950 es la "Ciudad Industrial de Venezuela", realidad que la convierte en un batiburrillo de razas y miserias de todos los países que ven en ella El Dorado tan buscado, imprimiéndole una sensación de "ciudad de paso para hacer dinero e irse", dejándola sin verdadero arraigo e identidad, salvo la que conserva la más rancia y famosa "valencianidad", que en los valencianos de antes, que yo conocí, era un encanto acogedor propio de atentos amigos...don del que carecen los recién llegados que quieren poseerlo y logran sólo una mala caricatura de la original. Para mi es la capital energética de Venezuela.

domingo, 15 de junio de 2014

Una potencia de las dimensiones de Brasil -entre las diez economías más desarrolladas y poderosas del mundo- no puede limitarse a ver hacia adentro y desentenderse de lo que ocurre en el resto de Suramérica e, incluso, de Latinoamérica.

Lectura Tangente
Notitarde 14/06/2014 

¿El Mundial de Dilma?

Trino Márquez
Cuando Brasil obtuvo en Zurich en 2007 la sede para el Mundial de Fútbol 2014, aquello constituyó un motivo de emoción tan grande en el coloso del Sur, que terminó convirtiéndose en una lloradera colectiva. Desde Lula, quien encabezó la delegación a Suiza, hasta el seleccionador Dunga y el irreverente Romario, hasta modestos trabajadores públicos, todos dejaban deslizar las lágrimas por sus rostros. En todo el país se festejó la decisión con júbilo. Entregarles la sede a los brasileños era un reconocimiento a su poderío económico y a su liderazgo político planetario. El entonces presidente Luiz Inácio Lula simbolizaba esa nación que durante varios lustros había realizado esfuerzos sostenidos para crecer y repartir los frutos de esa riqueza de forma equitativa. Decenas de millones de familias habían traspasado el umbral de la pobreza y se encaminaban a formar una clase media amplia y sólida.
Esto ocurrió hace siete años. Con el paso del tiempo las cosas han cambiado. Las inversiones milmillonarias, el despilfarro y la corrupción alrededor de la construcción o remodelación de los estadios de balompié y de las obras para las Olimpíadas de 2016, que se celebrarán en Río de Janeiro, han mostrado el rostro más envejecido y deteriorado de la élite gobernante.  Gente vinculada a Dilma Rousseff y a Lula da Silva son señalados como responsables de malgastar y apropiarse del dinero del pueblo, que ya no siente el bienestar ni la prosperidad de antaño. El descontento se expresa por todos lados. En los meses pasados hubo revueltas que sacudieron a Sao Paulo, a Río de Janeiro y a otras grandes ciudades. Dilma tuvo que ceder a las presiones populares para evitar que el movimiento de protesta se extendiera y el país se incendiara. El último conflicto importante fue el de los trabajadores del Metro de Sao Paulo, que puso en jaque la instalación del evento y el juego inaugural.
Los síntomas del malestar aparecen por todos lados. La popularidad de Dilma para las elecciones del próximo octubre ha retrocedido y su reelección se encuentra amenazada ante el avance de la oposición, especialmente del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). La cita mundialista podría darle un nuevo aire a la Presidenta, en el caso de que la selección nacional quede campeona o subcampeona. Pero, si queda eliminada en las fases tempranas del torneo, ese podría ser el puntillazo a sus aspiraciones para volver a estar al frente del Gobierno. En las apuestas, Brasil es considerado favorito por ser la sede, pero todo el mundo sabe que no le resultará fácil vencer a sus poderosos enemigos europeos, latinoamericanos e, incluso, africanos. Tampoco su selección es evaluada entre las mejores que haya presentado la nación sureña.
Dilma pende en una medida importante del comportamiento de la selección en el Mundial. El triunfo justificaría, en parte, el derroche. Esta dependencia se debe a que no ha construido un sólido liderazgo ni en Brasil, ni en el resto del continente. En el frente internacional, especialmente en lo que concierne a Venezuela, prefirió convertirse en dirigente de la ultraizquierda troglodita y, aunque parezca paradójico, en jefa de Relaciones Públicas del grupo Odebrecht, que en la líder visionaria que reclaman los demócratas de toda la región frente a los avances del autoritarismo izquierdista en Argentina, Bolivia, Ecuador y, donde más, Venezuela. El silencio cómplice de la señora Rousseff frente a la violación de los derechos humanos, el acoso a los medios de comunicación independientes y las elecciones fraudulentas, ha sido decepcionante.
Una potencia de las dimensiones de Brasil -entre las diez economías más desarrolladas y poderosas del mundo- no puede limitarse a ver hacia adentro y desentenderse de lo que ocurre en el resto de Suramérica e, incluso, de Latinoamérica. Los jefes políticos de grandes naciones en el mundo globalizado son también líderes internacionales. La señora Ángela Merkel representa un notable ejemplo. En América Latina, tal responsabilidad no corresponde solo a los Estados Unidos, cuyos presidentes siempre son acusados de "imperialistas" precisamente por quienes, situados a la izquierda del espectro político, no honran los compromisos internacionales que tienen.
El liderazgo de Dilma Rousseff va en declive. El Mundial podría salvarla de la hecatombe. Si el milagro ocurriese, sería gracias a la habilidad de los jugadores y del entrenador, no a la maestría de una Presidenta que ha decepcionado por sus numerosas inconsistencias.

Twitter: @tmarquez


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