Hoy y Después en Valencia
Alfredo Fermín | afermin@el-carabobeno.com
Por invitación del alcalde de Valencia, Miguel Cocchiola, tuvimos la oportunidad de pronunciar en el Teatro Municipal el discurso del sobrio pero solemne acto de imposición de la condecoración Arturo Michelena, en su única clase, a un grupo de destacados ciudadanos e instituciones que han contribuido al prestigio de Valencia como ciudad cultural.
Los reconocimientos son una expresión de la idea que tiene el alcalde Cocchiola de realizar con amplitud una gestión de gobierno liberada de las presiones políticas y de proyectos personales que tanto daño han causado en los últimos años. Ese día, lunes 16 de junio, se cumplieron 151 años del nacimiento de Arturo Michelena, el pintor más universal nacido en Valencia, cuyo nombre forma parte de la cotidianidad de esta ciudad. Su nombre distingue urbanizaciones, calles, escuelas y un prestigioso salón de arte. Tiene tanta popularidad que mediante un concurso popular se le dio el nombre de Arturo Michelena al aeropuerto internacional de Valencia.
Y, sin embargo, poco sabe la comunidad de este excepcional dibujante y pintor cuya obra o es desconocida o poco apreciada por los valencianos. Quizá la excepción sea Miranda en La Carraca, considerado el cuadro más popular de toda la pintura venezolana.
Arturo Michelena nació para ser artista. Su abuelo Pedro Castillo era el mejor pintor de Valencia, por lo cual, cuando el general José Antonio Páez se estableció en esta ciudad, en 1828, lo llamó para que decorara las paredes de su casa en la hoy calle Boyacá. Su padre Juan Antonio Michelena era también pintor y su madre Socorro Castillo de Michelena era, en la ciudad que apenas tenía 14 mil habitantes, una dama prestigiosa por sus finos bordados y tejidos que influyeron en la sensibilidad del niño que recibió una educación poco exigente. Pero logró residenciarse en París, donde estudió en la Academia de Paul Laurens y, como escribe el crítico Enrique Planchart, el artista se sometió por su cuenta a dar demostraciones de su capacidad técnica para enriquecer el dibujo en los planos de luz y de sombras sobre la materia descrita. Años más tarde abandonará los recursos del claro oscuro para dar preferencia a la línea sobre el volumen, buscando tonalidades claras y alegres como en los cuadros Carlota Corday y Miranda en La Carraca, no obstante lo dramático de sus escenas.
A pesar de las dificultades, en las dos oportunidades que viajó a París logró que sus obras fuesen premiadas con medallas en el exigente Salón Oficial de Arte de la capital. Pero debió regresar al país, víctima de tuberculosis y, sin embargo, creó una obra numerosa e inigualable en la que, dominando la línea, se expresa de manera ágil y hermosa, exaltando las formas, el color alegre y luminoso y el sentido del espacio. Falleció en Caracas el 29 de julio de 1898, a los 35 años.
Valencia no le ha dado la importancia que merece al patrimonio artístico de Michelena. Su viuda, doña Lastenia Tello de Michelena, antes de morir, en 1955, ofreció a la municipalidad de Valencia que aceptara su patrimonio artístico para que la ciudad natal de su difunto esposo fuera la sede de un museo en su memoria. Pero nunca tuvo respuesta por lo cual el museo se quedó en la esquina de Urapal en Caracas, donde aún funciona.
Incluso, doña Lastenia vino a Valencia, en 1948, cuando el concejo municipal rindió un homenaje a Michelena con motivo de los 50 años de su fallecimiento. En esa oportunidad obsequió a la ciudad una réplica de Miranda en La Carraca que hizo el artista poco antes de morir. La pieza, que mide 79 por 95, fue prestada para una exposición por la administración del alcalde Edgardo Parra a la Galería de Arte Nacional, que no la ha devuelto.
El extraordinario cuadro El Libertador, cuya figura impone respeto por la amplitud de la composición, de una serenidad olímpica, fue pintado por Michelena en 1888 en París desde donde fue enviado al Capitolio de Valencia. Allí fue restaurado en 1982 y continúa en un salón cerrado, sin los cuidados que reclama una obra tan delicada y valiosa.
Hasta hace algunos años, en la Casa de los Celis se conservaban tres obras monumentales, una de las cuales estaba inconclusa, pero en vista de que no tenían mantenimiento los herederos la ofrecieron al Ejecutivo del estado que no se interesó en comprarlas, por lo cual fueron adquiridas por coleccionistas particulares. La iglesia de la Candelaria poseía el cuadro El Bautismo de Cristo y cometieron el error de prestarlo a un particular, que no lo devolvió nunca. Dicen que lo vendieron en Nueva York. La colección del Ateneo de Valencia tenía un cuadro pequeño titulado Niña con maraquita, pero tampoco se sabe de su paradero.
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