Hoy y Después en Valencia
Alfredo Fermín
afermin@el-carabobeno.com
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El conferimiento del Doctorado Honoris Causa a nuestra persona nos ha producido una conmoción emocional. Aún nos parece irreales tantas manifestaciones de afecto y de cariños expresadas por tanta gente con las que he quedado agradecido para el resto de nuestra vida. Solo pensaba decir desde esta columna: muchas gracias a todos. Sin embargo ha sido tanta la insistencia de numerosos lectores que tenemos el compromiso de repetir algunos párrafos del discurso que pronunciamos en el Teatro Municipal durante el acto académico.
Estamos conscientes de que no escribimos un texto literario. Solo fue una manifestación de lo más profundo de nuestra alma para contar el extraño caso de un niño que siempre quiso vivir en Valencia, cuya Universidad le confirió la más honrosa de las distinciones académicas. De allí que se nos salió la celebrada frase al inicio del discurso: ¡Ay si mamá nos viera!
Estábamos obligados a expresar nuestra eterna gratitud a la Universidad de Carabobo porque fue la ciencia de esta casa de estudios que, en sus primeros años, nos salvó la vida para que nos convirtiéramos en un profesional al que, 47 años después, le concede su máximo reconocimiento.
Estábamos desahuciados y el doctor Marcelo Corradi y un equipo de la Escuela de Medicina de la Universidad de Carabobo, corrieron el riesgo, desafiando la opinión de los más acreditados neurólogos de Caracas, Alberto Martínez Coll y Abraham Krivoy de someternos a una operación inédita en el país . Nos operaron, de una aneurisma cerebral, en el quirófano de la desaparecida Maternidad Las Acacias por lo cual podemos decir que volvimos nacer y en Valencia.
Este hecho podría ser una casualidad pero, lo más extraño es que, desde niño, tuvimos el anhelo de vivir en Valencia y la vida nos fue llevando a situaciones imprevisibles para que aquello se cumpliera como si se tratara de un guión cinematográfico.
Siendo niño, en Porlamar, nuestra ciudad nativa, en una de esas tardes cuando Margarita es una brasa y la gente sale a las puertas de sus viviendas a lo que allá llaman coger fresco, preguntamos a nuestra madre: a dónde iban bandadas de pájaros que, en algunas temporadas, se dirigen de norte a sur sobre un cielo de porcelana. La madre dijo: van a dormir al Lago de Valencia. Preguntamos ¿por qué van para allá?. La madre respondió porque allá no hace calor como aquí.
-Entonces vamos a vivir para allá, propusimos y la madre respondió que no podíamos, porque éramos muy pobres para mudarnos. En nuestra mente infantil quedó la idea de que Valencia debía ser un lugar muy bello, rodeado de aguas cristalinas donde reposaban aquellos inmensos pájaros que huían del calor margariteño (...).
La madre enfermó de un tumor cerebral - enfermedad que heredamos- y, cuando se la llevaron a Caracas para operarla, después de echarnos la bendición, nos besó y sentenció: “pórtate bien y estudia mucho. Tu vas a vivir en Valencia y yo siempre estaré contigo”. A los pocos días murió en el Hospital Universitario de Caracas . ....
En el bachillerato las cosas fueron diferentes. Encontramos unos nuevos padres Jesús Rojas Campo y Concha Ordaz de Rojas quienes nos tuvieron como el noveno hijo sin que, en ningún momento, sintiera un trato diferente al que daban a sus ocho hijos biológicos. -
Cuando estudiábamos tercer año de Periodismo nos diagnosticaron una “aneurisma en la arteria comunicante cerebral entre la silla turca y el esfenoides”. Como estudiante de la Universidad Central de Venezuela, tuvimos atención preferencial. Nuestros médicos tratantes Abraham Krivoy y Alberto Martínez Coll consultaron a otros prestigiosos neurólogos de Caracas sobre nuestro caso, que llamó su atención por la rareza de que el tumor sanguíneo, en una parte tan sensible, no se hubiese reventado. El diagnóstico unánime fue que toda operación sería un riesgo inútil.
Aprovechando el mes de diciembre nos dieron de alta para que pasáramos, con la familia, las fiestas de fin de año. Cuando regresamos, en enero, no nos admitieron en el hospital. El doctor Krivoy informó después que era preferible dejarnos tranquilos hasta que Dios quisiera.
La señora Concha, nuestra madre afectiva, preguntó si podía llevarnos a un hospital especializado de Nueva York o Boston y el doctor Krivoy opinó que sería adelantar la muerte, por la presión del avión. Vivíamos con una bomba de tiempo en el cerebro, hasta que un día nuestra siempre recordada amiga Conchita Avila Fermín, estudiante de Medicina en la Universidad de Carabobo, informó que había conversado del caso con su profesor el doctor Marcelo Corradi y que éste estaba dispuesto a enfrentar el caso porque lo conocía bien.
La señora Concha nos acompañó pero antes de ir al médico pasamos por la Catedral a ver a la Virgen del Socorro. La patrona de Valencia estaba al lado del altar mayor con su precioso rostro conmovido, lleno de encantos. La señora Concha cubrió nuestra cabeza con su manto que sentimos como un bálsamo. Ella rezó un Ave María y una Salve para luego decir: virgencita del Socorro lo pongo bajo tu protección.
El doctor Corradi nos recibió como si nos conocía de toda la vida y con la voluminosa historia médica abierta nos hizo un examen detenido. Luego llamó aparte a la señora Concha para decirle que era una operación de alto riesgo. Si no se opera, en cualquier momento, se muere. Si se opera hay muchas posibilidades de salvarlo. Autoríceme y procedemos. Pero hacía falta la compra de unos aparatos en Boston que él mismo iría a buscar. “Por plata no se preocupe, lo importante es que lo salve”, respondió la señora Concha.
El doctor Corradi viajó a Boston, durante la Semana Santa y a los pocos días nos sometió a la operación en el quirófano de la desaparecida Maternidad Las Acacias, en Las Acacias.(...)
La recuperación fue increíble por lo cual reiniciamos nuestros estudios en la Universidad Central de Venezuela que concluímos en 1971. Como no conseguíamos trabajo nuestro padrino de promoción, Eleazar Díaz Rangel, nos recomendó venir a El Carabobeño, donde Salvador Castillo, Jefe de Información del diario, nos hizo una prueba, no salimos muy bien pero nos quedamos a su orden durante 40 años... Con él aprendimos no solo normas para la correcta escritura sino a ser personas responsables, discretas y solidarias.
Se había cumplido la predicción de nuestra madre: tu vas a vivir en Valencia. Llegamos a esta ciudad sin conocer a nadie pero sentimos como si siempre habíamos vivido aquí. A pocos metros estaba la Catedral. Allí estaba la Virgen del Socorro bajo cuya protección nos puso nuestra madre afectiva Concha Ordaz Adrián de Rojas.
En estos cuarenta años hemos sido testigos presenciales del ensañamiento con el centro de Valencia para arrasar con su tradición de ciudad colonial... Hay dos Valencia, una que vemos opulenta pero sufrida y otra que los políticos y gobernantes solo toman en cuenta en los tiempos de mentiras, que son las campañas electorales.
PD. Reconocemos que, hace mucho tiempo, nuestro amigo el profesor Gustavo Miranda comenzó a promover la idea de nuestro Doctorado. Lamento su ausencia en los actos y su silencio. Mi gratitud es eterna para con él y para con todos los que hicieron posible su iniciativa.
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