Indocencias
Del sentir
José Joaquín Burgos Cronista de Valencia
Muy especialmente a nuestro amigo, el Gobernador del Estado, Francisco Ameliach, en la dolorosa desaparición física de su señora madre, con nuestro afecto y un fraternal abrazo.
La madre es el comienzo del relámpago. El comienzo de todo. La chispa, mínima, imponderable del amanecer. El rostro de Dios cuando abrimos los ojos y solamente podemos verlo a él en el átomo que apenas somos al asomarnos a la luz. La madre es el océano por el cual navegamos para llegar a nuestra orilla. Ella fue navío imponderable, barco perdido en el azul del sueño y, al llegar, refugio santo, puro, inexpugnable a cualquier invasor, a cualquier miedo, a envidias o tinieblas que se asomen a su sueño más ligero que el relámpago que encendió tu origen… sueños. Es Ïtaca, pintada por los poetas, por Homero en el viaje de Ulises, porque al fin y al cabo todos aprendemos a soñar y urdir equipajes para el inevitable y misterioso viaje del regreso.
La madre sueña y su sueño es el mismo de Dios y de la Virgen en cualesquiera de las religiones del universo. Que no hay galaxia ni rincón extremo donde no exista por lo menos el sueño de la vida. Es El Paraíso pintado por los hombres que sueñan con ser ángeles en el retorno a sus orillas y relámpagos llenos de eternidad.
Escribo esto pensando en mis propias angustias y temores existenciales mientras evoco, bendigo y acaricio el recuerdo de mi madre y reverencio la imagen, la presencia -y a veces el recuerdo- de las madres de mis amigos. Para todos ella ha sido chispa del relámpago, soledad y luz de luciérnaga, lumbre y calor del sueño y la esperanza, fusil a veces y a veces refugio de ternura en la soledad del calabozo, de la mazmorra, de la montaña… siempre serena en el silencio de su señorío, siempre luz en la soledad de la multitud. Un sentir sagrado. Tan sagrado que para los humanos de corazón puro, nada hay capaz de oscurecer su imagen, de callar la música de su presencia, que es, en sí misma, la presencia de Dios…
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