Indocencias
Conejo
Joaquín Burgos/ Cronista de Valencia
Medio revuelta parecerá esta indocencia de hoy, porque no hay disciplina capaz de ordenar los brincos del azar y los latidos del corazón… Suena el teléfono cuando apenas saboreamos el café de la mañana y al encender el aparato escuchamos la voz, siempre fraterna, de Roberto González Guinand, doctor en oftalmología, en aventuras por la noche profunda de la historia y en amistad fecunda.
Y minutos después ya vamos, viajeros invitados, en su auto. “¿Para dónde, Roberto?”. Sonríe. Autopista, avenidas, calles, semáforos… Paseo Cabriales… Navas Spínola… Se detiene y una sonrisa así como de niño en Día de Reyes le baña el rostro. No es para menos: en el cruce de ambas avenidas, al poniente, dos araguayenes hacen más pura, hermosa, profunda y valenciana la mañana. “¿Dónde encontraste esto, Roberto? Estos araguaneyes parecen cosa de magia…”. Roberto sonríe por la travesura. “Estos dos araguaneyes son los únicos que ahora están así, en plena floración. Fuera de tiempo, es cierto, pero impresionantes. Son dos soldados de la naturaleza… y desde hace varios años están cumpliendo su misión: embelleciendo esta esquina antes de que llegue el tiempo de floración para los otros araguaneyes…” Un simple detalle al que los transeúntes (a pie o en vehículos) no toman en cuenta porque ni siquiera lo notan, pero ahí están. Desde hace varios años, como lo apunta el doctor Guinand.
Se nos va la mañana en hablar sobre Valencia y su paisaje fugitivo. Las ruinas invasoras de lo que ha sido vida, historia, señorío y alma de la Valencia que vio nacer en sus propias entrañas a Venezuela… Habrá que echar el cuento de estos araguaneyes, le digo al fecundo historiador… pero, en verdad, ¿quién sembraría estos valientes árboles, capaces de desafiar, por el paisaje, la indiferencia de los invasores y de los invadidos?
… Y, dos o tres días después, sin esperarlo, otro telefonema me sacude la mañana. ¿Será simple casualidad? La llamada es del “Conejo” Luis López, ese valenciano universal conocedor de toda Valencia y a quien todo mundo quiere, creador de la “ORDEN DEL CONEJO DE ORO”, del histórico Club Rondón, repartidor de bondades y afectos, protector de necesitados… un sol, pues, que brilla para todos… llama para avisar que se murió un hijo del pueblo, Juan Trejo, “El Niño de La Peñita”, pescador y defensor del Cabriales en su época, amigo de los pintores y los poetas… 77 años de valencianidad pura y de corazón robusto para latir por su ciudad… popular, conocido y querido por todos… la voz adolorida del Conejo transmite dolor… Y así de pronto recuerdo los araguanayes y le refiero el asunto al Conejo. “Caramba, hermano -me dice- si esos araguaneyes los sembré yo cuando ese terreno, donde estaba el Club Rondón, era mío…” El recuerdo de Juan Trejo, de pronto, florece en la mañana de los araguaneyes…Y colorín colorado…
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