Lena Yau: "Yo no creo en la literatura femenina"
"Soy una escritora con manías horrorosas: no puedo comer en platos de plástico o los famosos asquerositos", señala la escritora.
La autora de "Hormigas en la lengua" participa en la Filcar 2016 (Cortesía Efrén Hernández Arias)
DULCE MARÍA RAMOS | ESPECIAL PARA EL UNIVERSAL
domingo 28 de febrero de 2016 10:48 AM
Pino adora las empanadas, Douglis las hormigas de azúcar, Carolina ama la comida pero quiere ser flaca como su madre, Lena, la creadora de estos personajes, necesita sentir en su paladar el sabor de un asado negro, las arepas con queso, el pulpo o una sopa de auyama. Es así que la novela "Hormigas en la lengua" retrata el universo femenino a través de unas niñas cuya amistad perdura en el tiempo y la merienda fue la razón que las unió en las horas de recreo en el colegio.
La escritora Lena Yau nació en Caracas, pero sus padres son canarios. Pertenecen a esa generación de inmigrantes que encontró un futuro en los años 70 y 80 en la famosa Venezuela saudita. Su infancia transcurrió por las calles de Chacao y el colegió Teresiano, creció entre dos universos gastronómicos: la comida española de su casa y los platos típicos venezolanos que degustaba cada vez que visitaba a sus amigas. Si bien cuando niña leía a escondidas por las noches, en un principio quería estudiar Derecho, cuestión que su padre le reclamó porque conocía su pasión por los libros; luego se cambió a la carrera de Letras.
Tiempo después, por destino y trabajo, se fue a Madrid, lugar donde reside desde hace 16 años. La literatura le ha servido para reencontrarse con su país, para presentar su primera novela "Hormigas en la lengua, publicada por Sudaquia Editores. El año pasado lo hizo en la ciudad de Caracas y en esta ocasión lo hará en la Feria Internacional del Libro del Caribe Filcar que se celebra en la isla de Margarita.
–¿En qué momento supo que su estilo de escritura estaba vinculado con la gastronomía?
–Fue una casualidad. No fue un proceso consciente. De pequeña, a la hora de leer, siempre me detenía cuando los personajes comían, cuando un escritor trataba la comida de una forma diferente o si en un cuento había algo muy simbólico con los alimentos. Ya en mi etapa como periodista, por casualidad, me piden hacerle una suplencia a José Rafael Lovera. Después trabajé en el proyecto "El sabor de la Ñ" y descubrí cómo se refleja la relación que tienen los autores con la comida, que suele ser muy complicada en sus obras. Empecé por una pasión y cuando me di cuenta, terminé escribiendo del tema.
–Su primera novela surgió a partir de un blog, ¿este género de escritura la ayudó?
–Yo tengo la necesidad vital de comunicarme pero de forma escrita y a través de la ficción. Empecé con el blog a escribir lo que llamé "gastroficción", que eran pequeños textos o poemas vinculados al universo gastronómico. En ese momento me chocaba mucho cómo se estaba tratando lo gastronómico en ciertos libros que son referencia, en el caso de Laura Esquivel con su novela "Como agua para chocolate" fue interesante, lo que vino después no. Pero la comida no es sólo embeleso, es algo más serio, todas nuestras relaciones familiares o de amistad, nuestros traumas, el amor, el odio, todo se refleja en nuestra relación con la comida.
"El blog –prosigue– tuvo mucho éxito y ahí me di cuenta que había cosas que podía trabajar más, que eran ficciones de largo aliento".
–Siempre evadí la literatura, no era fácil para mí asumir el rol de escritor, no es simple, a veces es hasta un enigma para uno mismo. Escribir significa enfrentarte a cosas quen o quieres enfrentar, el blog me ayudó a aceptar eso y que había gente que quería seguir leyéndome... Ese era mi camino.
–Después de este proceso con el blog y la publicación de su novela, ¿cómo es ahora su rutina como escritora?
–Antes que escritora soy lectora. Me levanto todos los días a las cuatro de la mañana y hasta las diez lo dedico a la lectura, empiezo con poesía, luego cuentos y después narrativa. Es mi forma de calentamiento antes de escribir, estas lecturas nunca están vinculadas con lo que escribo. Ya en la tarde o noche, sí leo ensayos gastronómicos y literarios.
–¿Nunca sintió curiosidad por estudiar la carrera de chef ?
–Los escritores escribimos. Y me pasa algo muy curioso cuando cocino: se me quita el hambre. A mí me gusta comer y me gusta que me atiendan. Encuentro placer a la hora de comer, no en cocinar. Debo confesar que soy una escritora con manías horrorosas: no puedo comer en platos de plástico o los famosos asquerositos. Recuerdo que en las fiestas de cumpleaños las mamás decían: "¿Qué vamos hacer con Lena que no toma refrescos y no come perros calientes?".
–¿Entonces usted es un poco como Pino, la protagonista de Hormigas en la lengua?
–Pino no soy yo; claro, siempre un personaje va a tener rastros de uno. Escribir un personaje como Pino me ayudó a entender alguna de mis manías, a aceptarlas y, a veces, a superarlas.
–¿Qué quería representar con estos personajes femeninos?
–Yo quería que todas las venezolanas estuviesen allí: la hija del inmigrante, la criolla por la que su madre soltera se esfuerza mucho para que tenga la mejor educación... En especial, quería retratar también la forma de hablar y de comer de ese tiempo en Caracas, porque lo que no se escribe no existe. Para mí era muy importante hacer esa arqueología gastrolingüística.
–Además, incluye en la historia otro elemento muy característico de los años 70 y 80, que es la telenovela.
–La televisión era un mundo misterioso, no me dejaban ver la telenovela y menos si era de Cabrujas. Recuerdo que "La hija de Juana Crespo" paralizó a todo el país, hasta las monjas del colegio hablaban de eso en el recreo. Fue un momento feliz de mi infancia porque, además, era una forma de comunicación que unía a todo el mundo, a todas las clases sociales, la hora de la telenovela era como una fiesta diaria.
–Y ahora que mencionó a las monjas, hay una que es muy importante para Pino.
–La hermana Crescencia, claro. Ella existió. Esa no fue su historia, a mí me caía tan bien que escribí la historia que yo hubiera querido para ella. De hecho, es el único nombre real que uso en la novela. Era joven, chispeante, inteligente; en mi caso me botaban del colegio porque cuestionaba mucho a las monjas, y la hermana Crescencia era la única que conversaba conmigo. Quizás, las monjas hoy sean más modernas, pero está rompía con los esquemas de la época. Aproveché la novela para rendirle un homenaje. Al final, la literatura es una forma de querer.
–En un personaje como Carolina, usted hace una crítica social a la forma de concebir hoy la belleza.
–Claro, eso también somos como país, ¿qué niña no ha soñado con ser Miss Venezuela? En el caso de Carolina, es la gordita del colegio y parece que las gorditas no pueden ser niñas, aparte de que no aman, tampoco pueden bailar. Y de paso, con una madre actriz que la limita. El personaje pasa un momento muy duro cuando ve que no puede rebajar y se opera.
–¿Cree en el concepto de literatura femenina?
–Yo no creo en la literatura femenina, tampoco en los géneros y eso se puede ver en mi novela, donde mezclo poesía con narrativa. Yo creo en la literatura.
La escritora Lena Yau nació en Caracas, pero sus padres son canarios. Pertenecen a esa generación de inmigrantes que encontró un futuro en los años 70 y 80 en la famosa Venezuela saudita. Su infancia transcurrió por las calles de Chacao y el colegió Teresiano, creció entre dos universos gastronómicos: la comida española de su casa y los platos típicos venezolanos que degustaba cada vez que visitaba a sus amigas. Si bien cuando niña leía a escondidas por las noches, en un principio quería estudiar Derecho, cuestión que su padre le reclamó porque conocía su pasión por los libros; luego se cambió a la carrera de Letras.
Tiempo después, por destino y trabajo, se fue a Madrid, lugar donde reside desde hace 16 años. La literatura le ha servido para reencontrarse con su país, para presentar su primera novela "Hormigas en la lengua, publicada por Sudaquia Editores. El año pasado lo hizo en la ciudad de Caracas y en esta ocasión lo hará en la Feria Internacional del Libro del Caribe Filcar que se celebra en la isla de Margarita.
–¿En qué momento supo que su estilo de escritura estaba vinculado con la gastronomía?
–Fue una casualidad. No fue un proceso consciente. De pequeña, a la hora de leer, siempre me detenía cuando los personajes comían, cuando un escritor trataba la comida de una forma diferente o si en un cuento había algo muy simbólico con los alimentos. Ya en mi etapa como periodista, por casualidad, me piden hacerle una suplencia a José Rafael Lovera. Después trabajé en el proyecto "El sabor de la Ñ" y descubrí cómo se refleja la relación que tienen los autores con la comida, que suele ser muy complicada en sus obras. Empecé por una pasión y cuando me di cuenta, terminé escribiendo del tema.
–Su primera novela surgió a partir de un blog, ¿este género de escritura la ayudó?
–Yo tengo la necesidad vital de comunicarme pero de forma escrita y a través de la ficción. Empecé con el blog a escribir lo que llamé "gastroficción", que eran pequeños textos o poemas vinculados al universo gastronómico. En ese momento me chocaba mucho cómo se estaba tratando lo gastronómico en ciertos libros que son referencia, en el caso de Laura Esquivel con su novela "Como agua para chocolate" fue interesante, lo que vino después no. Pero la comida no es sólo embeleso, es algo más serio, todas nuestras relaciones familiares o de amistad, nuestros traumas, el amor, el odio, todo se refleja en nuestra relación con la comida.
"El blog –prosigue– tuvo mucho éxito y ahí me di cuenta que había cosas que podía trabajar más, que eran ficciones de largo aliento".
–Siempre evadí la literatura, no era fácil para mí asumir el rol de escritor, no es simple, a veces es hasta un enigma para uno mismo. Escribir significa enfrentarte a cosas quen o quieres enfrentar, el blog me ayudó a aceptar eso y que había gente que quería seguir leyéndome... Ese era mi camino.
–Después de este proceso con el blog y la publicación de su novela, ¿cómo es ahora su rutina como escritora?
–Antes que escritora soy lectora. Me levanto todos los días a las cuatro de la mañana y hasta las diez lo dedico a la lectura, empiezo con poesía, luego cuentos y después narrativa. Es mi forma de calentamiento antes de escribir, estas lecturas nunca están vinculadas con lo que escribo. Ya en la tarde o noche, sí leo ensayos gastronómicos y literarios.
–¿Nunca sintió curiosidad por estudiar la carrera de chef ?
–Los escritores escribimos. Y me pasa algo muy curioso cuando cocino: se me quita el hambre. A mí me gusta comer y me gusta que me atiendan. Encuentro placer a la hora de comer, no en cocinar. Debo confesar que soy una escritora con manías horrorosas: no puedo comer en platos de plástico o los famosos asquerositos. Recuerdo que en las fiestas de cumpleaños las mamás decían: "¿Qué vamos hacer con Lena que no toma refrescos y no come perros calientes?".
–¿Entonces usted es un poco como Pino, la protagonista de Hormigas en la lengua?
–Pino no soy yo; claro, siempre un personaje va a tener rastros de uno. Escribir un personaje como Pino me ayudó a entender alguna de mis manías, a aceptarlas y, a veces, a superarlas.
–¿Qué quería representar con estos personajes femeninos?
–Yo quería que todas las venezolanas estuviesen allí: la hija del inmigrante, la criolla por la que su madre soltera se esfuerza mucho para que tenga la mejor educación... En especial, quería retratar también la forma de hablar y de comer de ese tiempo en Caracas, porque lo que no se escribe no existe. Para mí era muy importante hacer esa arqueología gastrolingüística.
–Además, incluye en la historia otro elemento muy característico de los años 70 y 80, que es la telenovela.
–La televisión era un mundo misterioso, no me dejaban ver la telenovela y menos si era de Cabrujas. Recuerdo que "La hija de Juana Crespo" paralizó a todo el país, hasta las monjas del colegio hablaban de eso en el recreo. Fue un momento feliz de mi infancia porque, además, era una forma de comunicación que unía a todo el mundo, a todas las clases sociales, la hora de la telenovela era como una fiesta diaria.
–Y ahora que mencionó a las monjas, hay una que es muy importante para Pino.
–La hermana Crescencia, claro. Ella existió. Esa no fue su historia, a mí me caía tan bien que escribí la historia que yo hubiera querido para ella. De hecho, es el único nombre real que uso en la novela. Era joven, chispeante, inteligente; en mi caso me botaban del colegio porque cuestionaba mucho a las monjas, y la hermana Crescencia era la única que conversaba conmigo. Quizás, las monjas hoy sean más modernas, pero está rompía con los esquemas de la época. Aproveché la novela para rendirle un homenaje. Al final, la literatura es una forma de querer.
–En un personaje como Carolina, usted hace una crítica social a la forma de concebir hoy la belleza.
–Claro, eso también somos como país, ¿qué niña no ha soñado con ser Miss Venezuela? En el caso de Carolina, es la gordita del colegio y parece que las gorditas no pueden ser niñas, aparte de que no aman, tampoco pueden bailar. Y de paso, con una madre actriz que la limita. El personaje pasa un momento muy duro cuando ve que no puede rebajar y se opera.
–¿Cree en el concepto de literatura femenina?
–Yo no creo en la literatura femenina, tampoco en los géneros y eso se puede ver en mi novela, donde mezclo poesía con narrativa. Yo creo en la literatura.
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