Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.

Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
Casa de la Estrella, ubicada entre Av Soublette y Calle Colombia, antiguo Camino Real donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830, con el General José Antonio Páez como Presidente. Valencia: "ciudad ingrata que olvida lo bueno" para el Arzobispo Luis Eduardo Henríquez. Maldita, según la leyenda, por el Obispo mártir Salvador Montes de Oca y muchos sacerdotes asesinados por la espalda o por la chismografía cobarde, que es muy frecuente y característica en su sociedad.Para Boris Izaguirre "ciudad de nostalgia pueblerina". Jesús Soto la consideró una ciudad propicia a seguir "las modas del momento" y para Monseñor Gregorio Adam: "Si a Caracas le debemos la Independencia, a Valencia le debemos la República en 1830".A partir de los años 1950 es la "Ciudad Industrial de Venezuela", realidad que la convierte en un batiburrillo de razas y miserias de todos los países que ven en ella El Dorado tan buscado, imprimiéndole una sensación de "ciudad de paso para hacer dinero e irse", dejándola sin verdadero arraigo e identidad, salvo la que conserva la más rancia y famosa "valencianidad", que en los valencianos de antes, que yo conocí, era un encanto acogedor propio de atentos amigos...don del que carecen los recién llegados que quieren poseerlo y logran sólo una mala caricatura de la original. Para mi es la capital energética de Venezuela.

lunes, 21 de marzo de 2016

El Bogotazo y la participación Fidel Castro en la insurrección popular

ANÁLISIS/ El Bogotazo y la participación Fidel Castro en la insurrección popular

Gaitandandounfogosodiscurso
Gaitán dando un fogoso discurso
Por Humberto Gómez/ La Caracola/
EL ASESINATO DE GAITÁN. EL BOGOTAZO.
PARTICIPACIÓN DE FIDEL CASTRO EN LA INSURRECCIÓN POPULAR
CAPÍTULO XV DE LA BIOGRAFÍA: “FIDEL CASTRO.
HURACÁN REVOLUCIONARIO DE AMÉRICA”
PRESENTACIÓN
Al cumplirse 66 años del vil asesinato de extraordinario líder colombiano Jorge Eliécer Gaitán, hecho abominable producido por el conservadurismo de la rapaz oligarquía colombiano que temía el ascenso y seguro triunfo presidencial del aguerrido conductor de masas liberal, cuya absurda muerte creó una era de violencia en Colombia, una recurrente guerra civil que ha tenido diversas etapas hasta la consolidación de ejércitos revolucionarios como las FARC y el ELN y que en los albores de cumplirse esa fecha fatídica se están cumpliendo y realizando unas complejas Conversaciones de Paz entre los dos bandos en pugna tratando de darle la paz tan ansiada y necesitada por el pueblo y la república de Colombia, pero también la paz eterna a ese hombre magnífico y extraordinario cuya muerte aún pesa sobre sus asesinos nacionales e internacionales.
Presento a los lectores en Capítulo XV de mi obra sobre la vida del Comandante Fidel Castro que aborda buena parte de lo ocurrido en aquellos aciagos días y donde ese también magnífico líder cubano, con apenas 22 años fue arrastrado por aquel huracán popular que se desató tras conocerse el asesinato de Gaitán, vivió aquella experiencia inédita y sacó de ella valiosas experiencias y enseñanzas que las pondría en práctica en su futura vida política.
Al publicar este trabajo rindo un modestísimo y humilde homenaje a Jorge Eliécer Gaitán desde la Venezuela bolivariana y socialista.
Sin dudas que la muerte de Jorge Eliécer Gaitán conmocionó a toda la sociedad colombiana, sin excepción. Aquel fatídico 9 de abril de 1948 se detendría en la memoria colectiva y fracturaría por tiempo indefinido a Colombia, agudizaría los antagonismos de clase, institucionalizaría la violencia política y social, el derecho a la vida virtualmente desaparecería de los conceptos fundamentales de las clases dominantes colombianas, quienes la extenderían prácticamente a todo el estamento: ejército, policía, etc.
Su muerte antes que estimular un sentimiento, por parte de sus partidarios y del pueblo todo, a dar pasos políticos que pudieran dar al traste con aquel oprobioso orden de cosas, crímenes, injusticias, produjo un inmenso odio colectivo que lo canalizó la venganza destructiva, irracional, sin objetivos estratégicos ni políticos. Hubo, evidentemente, sectores e individualidades que trataron de darle un rumbo revolucionario, incluso canalizando a parte del poder como la policía afecta al gaitanismo y, sectores que dentro del ejército también simpatizaban con el líder. Pero ni el liberalismo, y dentro de éste, el gaitanismo propiamente dicho, tenían un plan político alterno, para la contingencia, ni existía un liderazgo, ni individual ni colectivo, capaz sino no de sustituir al caudillo, continuar su obra.
Ni los sectores ultraderechistas de la oligarquía que propiciaron el magnicidio, ni el gobierno, tampoco los sectores medios y populares y las vanguardias políticas, estaban preparadas para aquella terrible explosión emocional y política que se generó después del crimen de Gaitán. Sólo el terror, el crimen a mansalva, las extremas medidas de excepción, la conculcación legal de los pocos derechos civiles y políticos que aún podían quedarle al ciudadano bajo el desgobierno conservador de Mariano Ospina, la militarización del país, y el odio más reconcentrado escupiendo metralla por la boca de los fusiles, pudieron controlar aquel huracán de violencia popular que se desató a las pocas horas de la muerte del penalista y tribuno amado por las masas.
No asombra que el periodista norteamericano, Jules Dubois, diga en su biografía: Fidel Castro, publicada el 20 de junio de 1959, es decir, 11 años después del tristemente célebre Bogotazo, que Gaitán había salido del Capitolio donde asistió a una reunión con los cancilleres de América reunidos en la Conferencia Panamericana. Ese es un error más que elemental.
“Gaitán visitó el Capitolio, donde estaban reunidos los ministros de Relaciones Exteriores de ventiuna repúblicas americanas y sus delegados. Salió de allí poco después de las once y media de la mañana, en compañía del senador Plinio Mendoza Neira. Fue rodeado por partidarios y simpatizantes mientras cruzaba a pie la plaza Bolívar para recorrer las seis manzanas que mediaban hasta la redacción del periódico. No llegó a ella.
En la Carrera Séptima, casi en la esquina de la Avenida Jiménez de Quesada, solamente a una manzana y media de la redacción del periódico, Gaitán fue asesinado”.1
En un reiterado desconocimiento de los hechos y una total desinformación del acontecer del Congreso Estudiantil Latinoamericano, Jules Dubois, quien ignora –y siempre lo ignoró, por lo visto– que Fidel ya se había entrevistado con Gaitán, da a entender en su obra que el estudiante cubano iba a entrevistarse con éste por vez primera y en la redacción del periódico El Tiempo, pero no pudo hacerlo pues lo asesinaron. Ciertamente no lo hizo, pero por segunda vez, pues ya la entrevista estaba concertada y la reunión sería en su oficina y no en la redacción del periódico, tal y como consta de la hoja de la agenda del propio Gaitán y de lo dicho por el propio Fidel.
“No había empezado aún el congreso estudiantil cuando la Conferencia Panamericana inició sus debates. Jorge Eliécer Gaitán, popular líder del Partido Liberal, había advertido unos días antes que los comunistas se proponían sabotear la Conferencia Panamericana. Castro esperaba con un grupo de estudiantes, la mayoría colombianos y partidarios de Gaitán, para entrevistarse con el líder del Partido Liberal. La entrevista debía tener lugar en la redacción del periódico El Tiempo, de Bogotá. Nunca se celebró. “El día 9 de abril de 1948 yo me encontraba en aquella capital, a dos mil ochocientos metros sobre el nivel del mar, en la meseta central de la Cordillera de los Andes, para observar e informar sobre el acontecimiento y sus consecuencias”.2
¿A cuál acontecimiento y a cuáles consecuencias se refería Dubois que iba a informar, el de la IX Conferencia o el crimen de Gaitán?
A Gaitán lo asesinan saliendo de su oficina, cuando iba a almorzar con el senador Plinio Mendoza Neira, quien lo había invitado. El testimonio del propio senador es contundente al respecto y no admite la más mínima duda. Iban a almorzar, no iba a entrevistarse con nadie en esos instantes y menos en la redacción del periódico señalado.
“Yo necesitaba conversar con Gaitán algunas cosas urgentes. Concurrí a su oficina, a medio día, pero allí lo encontré departiendo con varios amigos, como Pedro Eliseo Cruz, Alejandro Vallejo y Jorge Padilla, entre otros. Comentaba en esos momentos, su intervención de anoche, en defensa del teniente Cortés, verdadero éxito oratorio suyo, que terminó con la absolución del sindicado, a las cuatro de la mañana. Yo lo felicité.
Gaitán estaba eufórico y reía con mucha complacencia. Consideraba que había sido aquel el mayor triunfo de su carrera de penalista. Lo invité, entonces, en compañía de los presentes, a almorzar en un restaurante.
–Aceptado. Pero te advierto, Plinio, que yo cuesto muy caro– dijo Gaitán, al disponerse a salir, con una de sus carcajadas habituales, cuando se hallaba de humor, como en aquel instante.
Todos reímos y, poco después, abandonamos la oficina, para tomar el ascensor del edificio Agustín Nieto.
Al ganar la puerta principal, sobre la carrera séptima, tomé yo del brazo a Gaitán y, adelantándonos a los demás amigos, le dije:
–Lo que tengo que decirte es muy corto.
Sentí de pronto que Gaitán retrocedía, tratando de cubrirse la cara con las manos y procurando ganar de nuevo el edificio. Simultáneamente escuché tres disparos consecutivos y un cuarto retardado, pero sólo unos fragmentos de segundo más tarde. Gaitán cayó al suelo. Me incliné para ayudarlo, sin poder salir de la inmensa sorpresa que aquel hecho absurdo me causaba.
–¿Qué te pasa, Jorge? –Le pregunté.
No me contestó. Estaba demudado, los ojos semiabiertos, un rictus amargo en los labios y los cabellos en desorden, mientras un hilillo de sangre corría bajo su cabeza.
Cuando sonó la primera detonación volví la cara al frente y pude ver en forma absolutamente nítida, al individuo que disparaba. Traté de dar un paso adelante para arrojarme sobre él e inmediatamente levantó el revólver a la altura de mi cara y entonces yo hice un movimiento similar al de Gaitán, esto es, quise ponerme a salvo entrando al edificio. Alcancé a poner un pie en el piso de la puerta, reaccioné enseguida y me volví. En ese momento el asesino bajaba el revólver en ademán de apuntarle a Gaitán, que yacía absolutamente inmóvil sobre el pavimento y luego fue retirándose, protegiéndose la fuga con el revólver, un poco vacilante, sobre la dirección que debía tomar en su fuga. El policía, que se encontraba casi en la esquina, dentro de un grupo de gentes, vaciló notoriamente, sacó su revólver o pistola y quizás cuando se disponía a dispararla al asesino, alguien se arrojó sobre él por detrás o por un lado, avanzó rápidamente el policía y lo capturaron. Unos hombres se lanzaron sobre el grupo que formaban los tres: el policía, el particular y el asesino y le tiró a éste unos puntapies. En ese momento me fui precipitadamente a buscar un carro para llevar a Gaitán a la Clínica, lo encontré a la vuelta de la Avenida, pero cuando llegué con él, ya lo estaban echando a otro taxi que había llegado primero”.3
La mano vil, asesina de aquel torvo sujeto, Juan Roa Sierra, de un solo disparo, había matado la esperanza de aquel sufrido pueblo. De nuevo la ignominia se enseñoreaba, se desataba la ira popular, la irracional explosión colectiva cuyo detonante fue la muerte del jefe. En la calle, en el inicio del proceso insurreccional que el mundo conocerá como el bogotazo, las responsabilidades apuntaban al gobierno conservador de Mariano Ospina Pérez, a su ministro, el fascista Laureano Gómez y a la cúpula conservadora. Una descomunal explosión social se desataría para quedar en el camino más de 300 mil colombianos muertos, alta cuota en vidas humanas por aspirar a tener el derecho de poseer un ideal, sueños de una vida mejor, una vida justa. No volvería ya más la paz a Colombia, una guerra civil que se prolonga en el tiempo, la violencia más terrible, como respuesta y contrarespuesta, es lo que se conoce como ese interminable rosario de sangre iniciado aquel fatídico 9 de abril por la oligarquía conservadora colombiana; un Estado que institucionalizó el terrorismo, con el apoyo de las torvas fuerzas imperiales quienes desde el exterior estimulaban la cacería de brujas.
En su libro: Así fue La Revolución Cubana, Edwin Harrington aborda los sucesos de Bogotá y la muerte de Gaitán, y da unas pinceladas que resultan interesantes.
“El 9 de abril se produjo el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, uno de los políticos más enigmáticos y populares de Colombia de los tiempos modernos. Fue asesinado por un sujeto llamado Juan Roa Sierra, en plena calle, provocando un motín popular que estuvo a punto de derribar al gobierno conservador de Mariano Ospina Pérez. La reacción completamente inesperada del pueblo colombiano hizo tambalear al gobierno y produjo estupor en el mundo: la gente linchó en el mismo lugar del hecho a Roa Sierra (un demente desquiciado porque Gaitán no lo había recibido, o un agente, según las distintas versiones) y se produjo una espontánea revuelta popular de caracteres apocalípticos. Por la noche, Bogotá parecía una ciudad en guerra: las tiendas habían sido saqueadas, las comisarías quemadas, los tranvías volcados, los autobuses y coches particulares, incendiados y los policías y militares de bajo rango confraternizaban con los civiles enfurecidos. Laureano Gómez, ultraconservador, sindicado como mentor del atentado, pues era enemigo de Gaitán, debió refugiarse en una embajada”.4
¿Dónde estaban Fidel Castro y sus compañeros en el momento de producirse el asesinato de Gaitán?
Entre las dos y las dos y quince se iban a reunir con Gaitán en su oficina para ultimar los detalles del acto de clausura del Congreso donde el líder liberal sería el principal orador, y a darle informaciones sobre sus acuerdos y resoluciones.
“Sería la una y cuarto, la una y media o la una y veinte, cuando nosotros salimos del hotel para ir acercándonos allá, dar unas vueltas hasta que llegara la hora de la entrevista, que creo, como te dije, que era a las dos o dos y cuarto de la tarde”.5
Se encontraba en el hotel donde estaba hospedado y se aprestaban a partir, ya habían almorzado y estaban haciendo tiempo. Iban caminando Fidel y Alfredo Guevara, a pocos metros de su recorrido escucharon gritos que provenían de muchas voces: ¡Mataron a Gaitán! ¡Asesinaron a Gaitán!
Fidel le refiere al escritor colombiano Arturo Alape sus impresiones de aquellos primeros momentos inmediatos a la muerte de Gaitán. Esa conversación se produce en 1981, es decir, a 33 años de haberse producido el bogotazo, y a 22 del triunfo revolucionario, y se puede advertir en la lectura de la entrevista la fuerte, honda, y profunda impresión que dejaron en Fidel Castro aquellos terribles sucesos que, no dudamos, le marcarían para siempre una imborrable huella en su sensibilidad humana e influirían en su conducta revolucionaria; muchos elementos convergerían en esos decisivos días para la radicalización de su concepción antimperialista.
Aquellas masas enardecidas contra un gobierno dictatorial, fascista, que acababa de truncar la esperanzas de un pueblo con el asesinato de su líder y caudillo; aquel torrente humano desbordado, sin dirección ni programa político definido, pero decididas a derrocar aquel orden injusto de cosas, a un gobierno reaccionario y fascistoide, criminal, le demostraban al joven dirigente estudiantil lo que podía ocurrir en Cuba o en cualquier país americano, y que una insurrección y una revolución no podía ser nunca producto de la espontaneidad, la desorganización, la ira o la improvisación.
La otra lección aprendida en esos días fue la crueldad de las políticas anticomunistas preconizadas por los Estados Unidos del Norte a nivel continental e impuesta a los sumisos gobiernos de América quienes le hacían el juego, y vino a ser la partida de nacimiento de la Organización de Estados Americanos. Nacía la OEA teñida de sangre, para ahogar las luchas de los pueblos americanos, para aplastar cualquier intento revolucionario, por moderado que fuera, como ocurrió en Guatemala en 1954 o en la propia Cuba en 1961. Había vivido en su propia piel, en sus carnes lo que era y significaba el imperialismo; se hizo, entonces, su antimperialismo mucho más profundo.
Conversando con Alape, Fidel dirá: “En ese momento, cuando salimos a la calle, a los pocos minutos, comenzó a aparecer gente corriendo frenéticamente en distintas direcciones. Gente como enloquecida, corriendo en una dirección, en otra o en otra. Yo te puedo asegurar que lo del 9 de abril no lo organizó nadie; pienso plantearte este punto de vista, porque lo presencié casi desde los primeros momentos, te puedo asegurar que lo del 9 de abril fue una explosión espontánea completa, que ni lo organizó nadie, ni lo podía organizar nadie. Únicamente los que organizaron el asesinato de Gaitán podían imaginarse lo que podía ocurrir. Tal vez los que organizaron el asesinato de Gaitán lo hicieron para eliminar un adversario político. Tal vez podían imaginarse la explosión, tal vez ni siquiera se la imaginaron. Pero es que a partir del hecho del asesinato de Gaitán, se produce una fabulosa explosión de forma totalmente espontánea. Nadie puede atribuirse haber organizado lo del 9 de abril, porque precisamente lo del 9 de abril lo que careció fue de organización. Esa es la clave, careció absolutamente de organización”.6
Fidel Castro está en pleno corazón de Bogotá cuando se produce el estallido social, popular y su dinámica lo va arrastrando progresivamente hasta incorporarlo definitivamente en su torrente incontenible; vive así su primera gran experiencia en la lucha de masas, distinta totalmente a las que había vivido en Cuba en el marco de las luchas estudiantiles. Lo de Bogotá no se parecía a ninguna experiencia anterior. Sus magnitudes, su poder destructor, la anarquía, el caos junto al poder inconmensurable de las masas heridas, cargadas de odio, destruyéndolo todo, asaltando periódicos conservadores, combatiendo al clero falangista, enfrentando a los conservadores, a los militares; aquella fusión de policías y soldados con el pueblo; todo era nuevo, una vorágine incontenible que si marcó a un pueblo, a una nación, no podía menos que marcar a un joven revolucionario latinoamericano con una alta carga de sensibilidad, inteligencia y vocación de poder.
En su relato de aquellos hechos, Fidel dirá: “Nosotros a la una aproximadamente salimos para ir caminando y acercarnos a la oficina de Gaitán, cuando vemos que empieza a aparecer gente corriendo como desesperada en todas direcciones. Uno, dos, varios a la vez por acá, por allá, gritando: “¡Mataron a Gaitán! ¡Mataron a Gaitán! ¡Mataron a Gaitán!” Era gente de la calle, gente del pueblo, divulgando velozmente la noticia. “¡Mataron a Gaitán! ¡Mataron a Gaitán!”. Gente enardecida, gente indignada, gente que reflejaba una situación dramática, trágica, planteando lo que había ocurrido, una noticia que empezó a regarse como pólvora. A tal extremo, que nosotros que habíamos caminado como dos cuadras más y llegamos a un parquecito, vimos en ese momento que la gente empezaba a asumir algunas actitudes violentas. Ya en ese momento, alrededor de la una y media la gente estaba realizando actos de violencia. Nosotros, cerca de la oficina de Gaitán, seguimos caminando por la Séptima y ya la gente se había introducido en algunas oficinas”.7
La dinámica que hasta esos momentos tiene conmovidos a Fidel y Rafael Delpino produce preocupación en el futuro líder, lo obligan a hacer reflexiones pues percibe el caos, la anarquía. Ya en esos instantes está para él perfectamente clara la idea, la formulación de lo que es una revolución social.
“Seguimos caminando y en la carrera séptima se veían también manifestaciones de violencia. Nosotros íbamos en dirección al parque donde estaba el edificio del Parlamento y reunida la Conferencia. Vamos por la carrera séptima creo, y veo gente rompiendo vidrieras y rompiendo cosas. Ya eso empieza a preocuparme, porque a todo esto ya en esa época tenía ideas muy claras y muy precisas de lo que es una revolución, qué cosas deben pasar en una revolución y qué cosas no deben pasar. Empecé a ver manifestaciones de anarquía, a decir verdad, en la carrera séptima. Una gente rompiendo vidrieras. Se veía un estado de irritación muy grande en la masa. En esa carrera que siempre estaba llena de gente, la multitud se dedicó a romper vidrieras, a romper cosas. Yo estoy preocupado, me empiezo a preocupar por la situación, porque veo que aquella situación anárquica que se está produciendo. Me pongo a pensar qué estarían haciendo los dirigentes del Partido Liberal, qué estarían haciendo y si no habría nadie que organizara aquello, me preguntaba”.8
Continúa Fidel reviviendo sus experiencias aquel fatídico 9 de abril de 1948 en Bogotá, inmediatamente después del asesinato de Gaitán, y cómo, al margen de sus concepciones sobre lo que es o debe ser una revolución, esa explosión social lo va arrastrando y lo lleva a participar, de hecho, en la insurrección, se pone al lado del pueblo bogotano alzado en armas, y trata de dar algún aporte en aquellos aciagos días.
“Seguí caminando, esto sería entre la una y media y las dos menos cuarto, por la carrera séptima y llegamos a la esquina de la plaza en donde estaba el Parlamento. Allí había alguien en el balcón a la izquierda, hablando desde un balcón, unos pocos ahí reunidos, pero sobre todo mucha gente dispersa por todas partes en actitud de ira y de violencia absolutamente espontánea. En el parque había varias decenas de gente gritando furiosa, indignada, y empiezan a romper los faroles del parque, les tiraban piedras; de manera que había que tener cuidado…A todo esto en los portales del Parlamento, había una hilera de policías recién lustrados, muy bien vestidos, bien organizados. Apenas aquellas decenas de gentes o cientos de gentes, que estaban rompiendo bombillos y cosas se acercaron al portal como un vendaval, el cordón de policías se deshizo, parece que estaban desmoralizados, y en avalancha entran todas aquellas gentes al Palacio… Ellos entraron al Parlamento que tenía como tres o cuatro pisos. Nosotros no entramos propiamente en el Parlamento, sino que nos quedamos en el borde del edificio mirando aquella erupción, porque aquello fue una erupción del pueblo. Estábamos mirando y la gente subió y desde allá arriba empezó a tirar sillas, empezó a tirar escritorios, empezó a tirar todo, no se podía estar allí, porque era un diluvio lo que venía de allá arriba. Y ya te digo, un hombre tratando de pronunciar un discurso en un balcón en una esquina, cerca del parque, pero nadie le hacía caso, aquellos era un espectáculo increíble”.9
Aquellos acontecimientos llevan a Fidel y a Delpino a buscar a sus compatriotas Ovares y Guevara en su hospedaje con la intención de tomar alguna decisión en torno a aquellos acontecimientos que estaban ocurriendo, conocer su opinión de los mismos; en eso estaban cuando un río humano pasa al lado del lugar donde estaban conversando, muchos manifestantes iban armados, blandiendo objetos y con una resolución política de lucha, de producir si no un cambio a través del hecho armado, tomando cuarteles de policía, vengar la muerte de su amado líder; es allí, en ese preciso momento cuando Fidel se incorpora a aquel torrente humano, es arrastrado por él y comienza a vivir una de las experiencias más impresiones de su vida, la que marcará su futuro en muchos sentidos.
Dejemos que sea el propio Fidel el que señale sus impresiones de aquellos momentos en los que toma una decisión trascendental, participar en la insurrección popular de un país que no es el suyo y al que escasamente conoce, pero en cuya gesta, en cuya ira percibe un germen revolucionario indiscutible. ¿Por qué participa en vez de abstenerse si sabe que no está en su patio? “Para nosotros la Patria es América”, quizás pensó o dijo, evocando al Libertador Simón Bolívar, para justificar aquella trascendental decisión; probablemente recordó el verso del Apóstol José Martí: “Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar…”. Ambos libertadores serán sus guías espirituales.
“Llegamos a la casa de huéspedes, conversamos con ellos (con Ovares y con Guevara) unos minutos, y en ese momento ya se ve como una gran procesión de gente, un río de gente que viene por una calle paralela más o menos a la carrera séptima. Van algunos ya con armas, hay algunos fusiles, otros con palos, hierros, todo el mundo con algo, porque el que agarraba un palo, un hierro, cualquier cosa, lo llevaba en la mano. Se veía una gran multitud por esa calle, parecía una procesión, como dije, por esa calle estrecha, larga, ya se puede decir de miles de gentes. Cuando veo aquella multitud no sé para donde van, dicen que para una división de policía, entonces yo voy y me uno a la multitud. Yo me incorporo en las primeras filas de esa multitud y voy para la División de Policía. Veo que hay una revolución andando, y decido sumarme como un hombre más, uno más. Yo, desde luego, no tenía ninguna duda de que el pueblo estaba oprimido, de que el pueblo que se estaba levantando tenía razón, de que la muerte de Gaitán era un gran crimen, y adopto partido. Hasta ese momento no había hecho nada, hasta que veo que la multitud está pasando delante de mí, después de haber visitado a los dos cubanos. Cuando veo a la multitud en marcha, me sumo a ella. Puede decirse que ese es el momento en que yo me sumo a la multitud que está sublevada”.10
Estamos, en presencia de una enorme y trascendental decisión que adopta un joven revolucionario que está en la búqueda de su propio destino, de una respuesta a los males no ya sólo de su patria, Cuba, sino de todas las patrias americanas. Su confesión, su propia versión de los hechos, 37 años después de ocurridos, es altamente reveladora, aun cuando esa participación no pasa de estar en hechos masivos, sin grandes objetivos, ni metas políticas definidas por parte de los actores de aquel terrible drama social; decisión de participar que, a los pocos días, cambiará pues llega a la convicción de que aquello está irremisiblemente perdido. Seguir la secuencia del relato nos permite ver la evolución político-emocional de Fidel en aquellos sucesos y extraer algunas conclusiones en torno a cómo influirán en él en el decursar de los años; cómo pudiéramos pensar, especular, que Gaitán, el gaitanismo, lo influirán políticamente en su accionar en Cuba.
Fidel va en el torrente, romántico, soñador, en busca de la gloria anónima o de la muerte, pues aun cuando calibra el poder de aquella mole humana, no sabe a ciencia cierta qué podrá ocurrir. Es, sin dudas, un gesto emocional, pues, sin contacto, sin conocer qué ocurre en el resto de Bogotá ni en el resto de Colombia, sin un plan político ni militar es difícil que una masa en actitud espontánea, anarquizada pueda cambiar por el sólo hecho de su rabia, de su odio, la estructura del poder. Sigamos con Fidel en su relato.
“Yo veo que la multitud va para la división, y estoy entre los primeros. Aquellos están apuntando con sus fusiles, pero no tiran. Doblamos la esquina y como a 30 metros de la entrada, la multitud como un río desbordado penetra por todas partes, recogiendo armas y recogiendo cosas. A todo esto había policías que se habían sumado, se veían policías con uniformes en la multitud. Esa división tiene un patrio en el medio (se refiere a la Tercera División de la Policía), y como dos pisos en la parte delantera. Yo no sé cuántas armas había, las pocas que habría disponibles las agarraron rápidamente. Algunos policías se quedaron con el arma y se sumaron. Yo entro en la sala de armas, pero no veo ningún fusil, realmente no veo ningún fusil. Sí, había unas escopetas de gases lacrimógenos, con unas balas largas y gruesas. Yo lo único que pude agarrar fue una de esas escopetas de gases lacrimógenos. Me empiezo a poner mis cananas de balas aquellas, me puse 20 ó 30. Yo digo: ‘No tengo un fusil, pero por lo menos tengo algo que dispara’, un escopetón con un cañón grande. Y digo; ‘Bueno, pero a todas estas yo estoy con un traje, zapatos de esos, no estoy vestido para una guerra’. Encuentro una gorra sin visera, pum, y me pongo la gorra sin visera. Pero a todo esto tengo mis zapatos corrientes, no aptos para la guerra; pero, además no estoy muy conforme con mi escopeta. Salgo al patio que está lleno de gente, la gente registrándolo todo, hay que imaginarse el cuadro, todo el mundo sube escaleras… Bajo al patio para enrolarme ya en algo, una escuadra o algo, y veo a un oficial de la policía que está organizando una escuadra o algo… No tengo pretensiones de ser jefe, ni de dirigir nada, voy de soldado raso. Y llego con mi escopeta de gases lacrimógenos y mis balas y me pongo en fila. El oficial tenía un fusil y me ve a mí, cargado de balas de aquellas y con la escopeta y dice: ‘Pero cómo, qué haces con eso’, le digo: ‘Es lo único que encontré’, y me pide la escopeta. Parece que el hombre no estaba muy decidido a luchar, a pesar de que estaba organizando una escuadra. Me pide aquello y me da un fusil con unas 12 ó 14 balas, me lo da. Por cierto que, cuando me da el fusil, se tira un montón de gente a querer coger el fusil, y yo tuve que luchar duro para quedarme con el fusil… A partir de ese momento, ya estoy armado con un fusil, pero allí no hay ninguna organización, sino que la gente iba saliendo de la división sin orden alguno. De la misma manera que había entrado, una muchedumbre estaba saliendo sin saber para dónde iba, se oían voces que para palacio, que para no sé dónde. Yo salgo de la división, me reúno a aquella multitud que dice que va no sé para dónde, sin ninguna dirección. Estoy viendo un gran desorden, una gran indisciplina, que no hay organización”.11
La secuencia del relato de Fidel es apasionante pues revive instantes donde convergen diversos aspectos de aquella dinámica insurreccional donde él actúa en un medio que no es el suyo y, sin embargo, la gente, los colombianos insurrectos, esos que están con él, o él con ellos, lo asumen como uno más, no lo discriminan, no lo rechazan, no hay actitudes xenofóbas, chovinistas. ‘A lo mejor no se dan cuenta que de que no es colombiano’, podrá argüir alguien, pero es muy difícil no percibir la diferencia de dicción entre el castellano de Fidel y el castellano de los bogotanos; fonéticamente las diferencias son no sólo notables, sino absolutamente inconfundibles. Admitamos, entonces, que aquellos hombres y mujeres del pueblo insurreccionados, en busca de un líder, intuitivamente buscando un cambio, aceptan a aquel joven cubano como uno más y, seguramente, aceptaron a muchos latinoamericanos que se integraron como Fidel a aquel proceso insurreccional.
Dentro de la lógica más simple no es posible admitir que Fidel pasara desapercibido, aún en aquel maremagnun; desapercibido por la gente común, por el pueblo donde él estaba. Tal vez mientras caminaban, mientras marchaban en pos de la División de Policía, eso no se notaba, incluso es probable que Fidel coreara las consignas que gritaba la multitud, hiciera suyas las voces de rebelión y lucha armada que estaba en desarrollo; pero cuando ya estaba armado, cuando ya estaba ‘uniformado’ para la guerra, cuando se presenta como voluntario a una escuadra militar para emprender alguna operación, la que fuera, tuvo que percibirse que él no era nativo de Colombia, que alguien le preguntara qué hacia él allí y él le respondiera, con la vehemencia característica de un joven apasionado de 21 años, con alguna frase de Martí o Bolívar, que apelara al internacionalismo bolivariano, incluso no es descartable que explicara su presencia en Colombia, su sentimiento antimperialista, su rechazo a la OEA, su amistad con Gaitán con quién debía reunirse ese mismo día para organizar la clausura de un evento estudiantil latinoamericano. Ya le había tocado defenderse en los comienzos del Congreso de Estudiantes de ataques y dudas y salido airoso ¿por qué no pensar que en aquellas peculiares circunstancias, donde la vida de una persona dependía de una voz o una actitud, se defendiera con pasión y convenciera con su sinceridad, pues estaba ante un pueblo noble, heredero de la gesta libertadora bolivariana? Que se quedara entre aquella multitud, se ganara su espacio como combatiente ya indica que fue considerado como uno de ellos.
Su participación en los hechos insurreccionales, en aquella incipiente revolución demuestra que no sólo no fue rechazado sino que el pueblo no le negaba a nadie su participación en su propia lucha, fuese cubano, venezolano, guatemalteco o mexicano. Tan así fue que cuando un grupo le intentó quitar el fusil que le daba el oficial de policía, no era porque era extranjero, simplemente porque todos querían un arma. Fidel defiende lo que considera a esas alturas es su derecho a estar armado y eso le es respetado por aquella masa gaitanista. Es decir, en pocas horas se ha ganado un puesto en una trinchera de lucha popular y se lo asume como un gaitanista, como algo más que un liberal, como un revolucionario, pues para el pueblo colombiano no era ninguna novedad que fueran elementos de otros países de América a luchar codo con codo, hombro con hombro; ¿no fue así en las gestas independentistas? ¿Entonces? Ya existía un aval histórico, antecedentes históricos donde los ejércitos venezolanos, neogranadinos, ecuatorianos fueron a luchar juntos al Alto Perú para culminar la independencia de la América Española.
Aún percibiendo el desorden, la anarquía, la indisciplina, la carencia total de organización, no se retira, no se va a buscar a sus compañeros ni se esconde o refugia en la Embajada de Cuba en Bogotá o en el Consulado cubano; permanece junto a aquel pueblo tratando siempre de ayudar a organizar la lucha. Sigamos su relato para captar estos elementos.
“Avanzamos como tres cuadras y allí veo como cuatro o cinco soldados que están poniendo orden en un cruce de calles. A todo esto, como había mucha gente de uniforme ya sumada a la multitud, yo me imagino que aquellos cuatro o cinco soldados están sumados a la multitud y que están poniendo orden; entonces, yo voy y me pongo a ayudar a los soldados a poner orden… Ayudo a los soldados a poner orden, como ellos decían: ‘Por aquí no, por allí.’ Entonces, yo creo que ellos eran soldados sublevados. Después he podido darme cuenta que aquellos no eran soldados sublevados, sino de la Guardia Presidencial, que estaban allí con sus fusiles, pero no en actitud bélica, sino sobrepasados por todo aquel océano de pueblo, y que estaban tratando de poner orden. Yo, en el primer momento, me confundo y creo que son sublevados. ¿Por qué los soldados están poniendo orden? Porque por la calle por donde iba la multitud, de unos edificios donde había un colegio religioso dispararon. Del colegio de San Bartolomé dispararon. Yo no sé quién disparaba, no puedo asegurar. Yo estaba incrédulo, no podía imaginarme que estuvieran disparando de un convento. Estaba incrédulo, parado ahí en la esquina…al fin me tuve que cuidar…dondequiera que yo veía la posibilidad de alguien que quisiera organizar, yo trataba de ayudarlo. En medio de la balacera aquella, yo me coloco en una esquina. Allí, en aquella esquina, veo algunos estudiantes conocidos, que había visto en la universidad, que estaban con nosotros. Pasa un carro de los estudiantes con altoparlantes; llevaba varios cadáveres arriba, ellos iban agitando. No era una agitación organizada, sino de esas cosas que ocurren espontáneamente. Nosotros estaríamos como a dos o tres cuadras de la carrera séptima. En eso llegan noticias de que los estudiantes habían tomado la radio y de que estaban siendo atacados”.12
El relato permite revivir el dramatismo de los hechos que acontecían aquella tarde del 9 de abril, el desatarse una virtual guerra civil, los sectores eclesiásticos conservadores atacando al pueblo con fuego desde los conventos, la confusión reinante, los intentos extremos de Fidel de colaborar tratando de poner orden en aquel desconcierto de unas masas sin objetivos claros y que iban hacia un inevitable sacrificio. Siendo un miembro más de las masas insurrectas, se empina sobre éstas, porque siente en sus venas circular la angustia de ellas y no puede evitar su carrera desenfrenada hacia un despeñadero de no torcerse el rumbo hacia una acción victoriosa. No había sido en balde las enseñanzas de las luchas con la campaña de la campana de La Demajagua, donde comprende, cuando ve la posibilidad de derrocar al presidente Ramón Grau de San Martín, que el poder burgués es más sólido de lo que puede aparentar.
Por otra parte surge un elemento nuevo, que a nuestro juicio lo afianzará en aquellas circunstancias entre las masas insurrectas donde actúa, me refiero al reencuentro con compañeros, camaradas y amigos de la universidad, jóvenes estudiantes que participaron junto con él y muchos delegados latinoamericanos en el Congreso Latinoamericano de Estudiantes. Debemos suponer que eso, en el dramatismo del momento, la gravedad de las circunstancias, agrega un elemento de momentánea alegría, de descubrirse nuevamente en una misma trinchera de lucha popular y revolucionaria. ¿Cuál sería la reacción de los estudiantes colombianos que conocían a un Fidel vehemente y fogoso, antimperialista, antioligarca, admirador y amigo de Gaitán, al encontrarlo con un atuendo militar, una especie de boina, con una canana de balas cruzada en el pecho y un fusil defendiendo la causa gaitanista, la causa del pueblo colombiano que iba, sin dudas, más allá del liberalismo?
Suponemos, que más allá de la sorpresa, el estupor incluso de algunos o la comprensión en otros, la dinámica no permitía excesivas elucubraciones o digresiones. Era un hombre más de un pueblo hermano de América que estaba allí, con aquel atuendo militar tan peculiar luchando por una causa que acababa de hacer suya. Fidel mismo lo dice cuando los ve: “Allí, en aquella esquina, veo algunos estudiantes conocidos, que había visto en la universidad, que están con nosotros.” Es decir, Fidel, con la fiebre revolucionaria en pleno desarrollo, queriendo ‘hacer algo’, dar su aporte, ser parte de aquel drama estará aquí, allá, acullá intentando sembrar semillas de conciencia en lo que él entiende es una revolución popular en desarrollo; con las armas en la mano, con el discurso de barricada, con el aporte a la organización de aquel caos. Madurará en pocas horas y días tal vez mucho más de toda la experiencia política y social anterior.
Sigue el relato de Fidel de su participación en el bogotazo, fascinante documento que permite comprender aún más la recia personalidad de este líder singular y concluir en cómo aquellos aciagos sucesos irán a influir en su lucha social, política y revolucionaria de los próximos años.
“La situación nuestra era difícil, porque había como 10 ó 12 desarmados y dos nada más con armas. Decidimos ir a apoyar a los estudiantes que estaban en la Radiodifusora Nacional. La multitud había seguido en una dirección, en otra, y en otra, cuando escuchamos el carro que dice que están atacando la Radiodifusora Nacional… Agarramos la carrera séptima y vamos hacia el norte como quien se dirige a la ermita de Monserrate…Ya en la carrera séptima, prácticamente hay una multitud atacando todo, atacaba a los edificios, atacaba a los comercios, empezaban ya a saquear también aquellos establecimientos. Nosotros vamos por esa calle. Hay gente que ha tomado, llegaban con una botella de ron medio colorado que tienen ustedes los colombianos y decían: ‘Beba carajo, de ahí.’ Imagínese, yo iba con mi fusil y el otro con su fusil y como 15 desarmados por toda la carrera esa. Había una situación muy confusa, nadie sabía lo que estaba pasando. Muchos policías se habían sublevado, incluso se decía que unidades militares se habían sublevado. En ese momento, no se sabía cuál era la posición del ejército de Colombia, no se sabía. Gaitán tenía simpatía entre los militares, eso no se podía discutir, pero la confusión era muy grande”.13
Cual si fuera un periodista, Fidel va haciendo en su relato una descripción de lo que estaba aconteciendo, verdadera crónica que nos permite revivir el dramatismo de cómo ocurrieron aquellos terribles acontecimientos.
“En ese momento, había muchos lugares ardiendo, oficinas ardiendo. La multitud, cuando nosotros vamos por la carrera séptima, había atacado todos los establecimientos. En esas circunstancias, estamos llegando a un lugar que más tarde me dí cuenta que era el Ministerio de Guerra. Llegamos. Yo recuerdo que yendo hacia el norte, vimos un lugar en que había un parque a la derecha y otro a la izquierda. Cuando llegamos allí, vemos que viene un batallón de soldados enfrente, vienen hacia el sur. Vienen con sus cascos alemanes, que eran los que se usaban en esa época, no sé cuáles usen ahora, sus fusiles, venía marchando todo un batallón con algunos tanques, vienen avanzando”.14
Esta parte del relato es realmente importante, pues enfrenta a Fidel con la incertidumbre, no planteada hasta ese momento con la crudeza de vivir los hechos, de con quién podía estar el ejército en esos momentos, si con la insurrección o con lo que quedaba de gobierno y sosteniendo el sistema en vías de desmoronamiento. La duda hace que el grupo haga un pequeño repliegue táctico, y nos preguntamos: ¿quién era el jefe militar de aquel grupo, de aquella escuadra de 12 estudiantes de los cuales sólo dos estaban armados, uno de esos, Fidel?
Supongamos que era Fidel, por ser uno de los que estaba armado, con la experiencia militar adquirida durante los entrenamientos en cayo Confites en el verano de 1947; que los demás lo hayan aceptado como su jefe para la coyuntura. Ya replegados, los militares no los toman en cuenta.
“Nosotros, como vemos el batallón que se acerca, tomamos la precaución de alejarnos unos 20 metros y nos parapetamos detrás de unos bancos a la expectativa de saber si aquella tropa era amiga o enemiga… Pero entonces el batallón no nos hace ningún caso y sigue marcialmente por la calle. Creo que detrás del batallón iban los tanques. Iban los soldados delante y detrás iban tres tanques. No nos hacen ningún caso y siguen de largo por la carrera séptima”.15
¿Qué significaba que un batallón, por lo menos 600 hombres armados, con dotación y apoyo de tanques no tomara en cuenta la presencia de civiles armados, de policías sumados a la sublevación civil, como seguramente se toparon en su recorrido y los ignoraron como seguramente ocurrió y es lo que Fidel precisamente cuenta que le ocurrió?
Probablemente los soldados y sus oficiales están viviendo el impacto de aquella descomunal explosión social, las consecuencias devastadoras, destructivas de aquella ira popular desbordada. A su paso por las calles de Bogotá con seguridad vieron la destrucción, el enfrentamiento entre sectores clericales y los insurrectos, el alzamiento de los policías, la destrucción del Parlamento, de los periódicos conservadores. Por las emisoras llaman al derrocamiento definitivo del gobierno y a impulsar una revolución popular y social contra la oligarquía. No hay información del gobierno, momentáneamente se rompen las comunicaciones, el gobierno está virtualmente caído, no hay gobierno, todo es caos. La no participación de aquella unidad armada y otras que se encuentren en Bogotá en esos momentos, su no represión a los insurrectos, su ‘dejar hacer’, su momentánea abstención, revela su confusión, sus dudas. Eso lo percibe Fidel en el acto toma, entonces, el fusil de la palabra, vuelve a la escena el agitador político, como en los tiempos de La Habana, y arenga desde un banco a los soldados y los invita a sumarse a la revolución en marcha.
Semejante audacia, temeridad diríase, retrata al joven Fidel y nos lo revela en toda su extensión de lo que será años después. En la trinchera, al fragor de la más descomunal lucha social, como si estuviera en las barricadas de París cuando la Comuna, se gana sus galones de líder y conductor de pueblos. ¿Qué otro líder de los muchos de América que estaban allí en esos momentos, se sumó con tanta pasión, vehemencia y fuerza a una causa del pueblo, con tal desprendimiento, sin buscar nada sino el triunfo de una causa? ¿Dónde estaban los líderes que después dirigirían a nuestros pueblos?
La Radio Nacional ya ha sido tomada por los grupos universitarios que se suman a la insurgencia, arengan desde los micrófonos al pueblo a sumarse a la lucha.
“Aquí la Radio Nacional tomada por el Comando Revolucionario de la Universidad. En este momento Bogotá es un mar de llamas como la Roma de Nerón. Pero no ha sido incendiada por el Emperador sino por el pueblo en legítima venganza de su Jefe. El Gobierno ha asesinado a Gaitán, pero a estas horas ya el cuerpo de Guillermo León Valencia cuelga de la lengua en un poste de la plaza Bolívar. Igual suerte han corrido los ministros Montalvo y Laureano Gómez. ¡Arden los edificios del gobierno asesino! ¡El pueblo se levanta grandioso e incontenible para vengar a su Jefe y pasean por la calle el cadáver de Ospina Pérez! Pueblo ¡A la carga!, ¡A las armas! ¡Tomaos las ferreterías y armaos con las herramientas!”.16
“Aquí el comando de la Universidad con vosotros: ¡La juventud toda está con nosotros! ¡La policía nacional y el ejército están con nuestro movimiento! El edificio de (el periódico) El Siglo arde y ese cuartel del asesinato y la calumnia ya no es más que un puñado de cenizas. Como lo será pronto el Palacio de la Carrera y el señor Ospina Pérez. Comunicamos al país que Bogotá ha caído, que el ejército y la policía están con nosotros y que nos guardan las espaldas aquí en el edificio de la Radio Nacional. Pueblo buscad las armas donde las encontréis, asaltad las ferreterías. ¡Sacad los machetes y a sangre y fuego tomaos las posiciones del Gobierno!…”.17
Prácticamente todas las emisoras están en esos primeros momentos en manos de los insurrectos, se arenga desde ellas al pueblo, se le incita, en boletines a veces exagerados, desproporcionados incluso, a sumarse a la violenta revuelta, a tomar el palacio de Gobierno y ajusticiar al presidente Ospina. El Presidente, temeroso, consciente de la gravedad de aquello, ordena que se acalle esa emisora.
OSPINA PÉREZ: -¿Por qué aún siguen las emisoras en poder de los revolucionarios? Que envíen patrullas a tomarlas a toda costa”.18
A ese ataque a la Radio Nacional se refiere Fidel Castro y se apresta a ir en pos de su defensa y la de sus compañeros estudiantes allí atrincherados.
“… Yo no tengo información, solo sabemos que están atacando la Radiodifusora y vamos para allá con los estudiantes. Cruzamos la calle, y yo me quedo sin saber con quién está el batallón, si con el pueblo o contra el pueblo, si sublevado o a favor del gobierno, aunque en aquel momento realmente no había gobierno. Cruzo la calle y vamos al otro parque que está frente adonde estaba el Ministerio de Guerra; yo no sabía que era el Ministerio de Guerra, que tiene un edificio no alto, como de uno o dos pisos todo lo más. Hay una puerta y unos barrotes, unos cuantos militares, y entonces yo, que estoy con una fiebre revolucionaria también y que estoy tratando que se sume la mayor cantidad de gente al movimiento revolucionario, me encaramo en un banco frente al Ministerio de Guerra y le hago una arenga a los militares que están allí, para que se sumen a la revolución. Todo el mundo oyó, nadie hizo nada, y yo con mi fusil haciendo mi arenga sobre un banco. Termino mi arenga y sigo, porque los estudiantes van para allá”.19
¿Podemos imaginar circunstancia más insólita, interesante, que lanza a este hombre, así no hubiese hecho todo lo que hizo después en Cuba, al memorial de la historia? ¿Podemos imaginar un solo instante que esa revolución, en conjunción de fuerzas revolucionarias, el gaitanismo, los comunistas y todo el movimiento progresista y popular colombiano hubiese triunfado, no se le hubiese reconocido, acaso, al joven Fidel su participación y colaboración en aquellos instantes de inicio de una revolución social en tierras americanas?
Fidel Castro hablándole a un grupo de soldados colombianos confundidos, dudosos e incitándolos a sumarse a la insurrección, que pongan esas armas al servicio de la causa popular, que es la causa de Colombia, ¿no es realmente sorprendente y aleccionador para el movimiento bolivariano continental?
Pero, acabando de arengar Fidel a los soldados, montándose en el autobús para ir a la Radio Nacional, sale una patrulla de soldados a buscarlo, a perseguirlo, le disparan cuando ven que se monta en el autobús y se aleja de allí.
Fidel, después de esos hechos se va con los estudiantes a la emisora que están atacando, en aquel corre no se ha percatado de que su cartera se le ha perdido, después, cuando va en el autobús hacia la emisora es que se da cuenta de ello; le parece insólito que en medio de un alzamiento sangriento, en aquellas difíciles condiciones un ratero, que seguramente iba montado en aquel vehículo, le roba la cartera. Se acuerda entonces de que antes de salir de Cuba para Bogotá alguien le había dicho: “Fidel, tu no te vas de Colombia sin que te roben” y le robaron la cartera.
Al llegar el vehículo cerca de la emisora los reciben con una descarga de plomo cerrado, balacera descomunal dirá el propio Fidel, ello los obliga a parapetarse detrás de unos bancos, por poco y los matan. Sólo había un fusil, el de Fidel y 12 hombres desarmados; imposibilitados de enfrentar militarmente a los soldados, una compañía sería, mucho mejor armados que ellos, toman, entonces, hacia la Universidad con la esperanza de encontrar allí una mejor organización paramilitar y política, un mando, un estado mayor, algo.
“Cuando llegamos a la universidad no había nada organizado realmente. Noticias que iban y venían de hechos y acontecimientos, mucha gente, sin armas todo el mundo. No lejos de la universidad había una división de policía, entonces decidimos ir a tomar la División de Policía para que se armaran, contando sólo con mi fusil y una cantidad de gente desarmada. Se suponía que yo era el que tenía que tomar la división, porque era el único que tenía fusil. Nos dirigimos con una multitud de estudiantes a tomar la División de Policía, aquello realmente era un suicidio. Ya se había tomado una y pensamos en tomar la segunda para armar a toda aquella gente. Con tan buena suerte para nosotros que, cuando llegamos frente a la División de Policía, ya estaba tomada. Se habían sublevado. Es decir, fuimos a tomar una división de policía, con mi fusil y unas cuantas decenas de estudiantes, y cuando llegamos frente a la División de Policía, la división estaba sublevada, ya estaban policías y pueblo mezclados. Cuando llego me presento al jefe de la división que coincidió con ser el jefe de toda la policía sublevada. Yo me le presento, le digo inmediatamente que soy estudiante, que soy cubano, que estamos en un congreso, en breves palabras le explico todo y el hombre me convierte en su ayudante”. 20
Analicemos la secuencia del relato de aquellos hechos que Fidel le narra al escritor colombiano Arturo Alape. Los estudiantes, en la universidad, viendo que necesitan armas para continuar la insurrección y enfrentar a los grupos militares que están contra el alzamiento, deciden ir a tomar un cuartel de policía; de hecho Fidel es el jefe militar, quien encabezará la toma por ser el único armado. ¿Por qué él y no cualquier otro estudiante colombiano, más conocedor del medio, al que Fidel le prestara momentáneamente su fusil, sin correr aquel inmenso riesgo?
Fidel hará una indiscutible demostración de valentía. Ponerse al frente de una masa que no lo conoce y a la que no conoce, pero que los une un sentimiento común de justicia social, alzados en armas como están -así no tengan armas-; ello significa, de hecho, el reconocimiento por parte de aquella masa, en esos instantes, de su liderazgo, de sus condiciones de conductor, grado político y militar que se ha ganado por su participación en la insurrección, más allá de que todavía no hubiese hecho cosas trascendentales.
Por otra parte Fidel fue honesto con el jefe policial que estaba al mando de la unidad sublevada, le confiesa su condición de cubano, de encontrarse en Colombia en un Congreso estudiantil. Pero Fidel no dice en su entrevista con Alape qué otras cosas le dijo al jefe policial insurrecto, que éste lo tomó como su ayudante.
¿Podemos imaginar la impresión que dio, en las circunstancias de una insurrección, donde todo es caótico, confuso, dudoso incluso, que al presentarse con aquella vestimenta, quizás algo estrafalaria de guerrillero popular, mezcla de varias cosas, con un fusil, una boina, sudoroso, fatigado pero con una increíble carga de optimismo?
Pensamos que, además de las credenciales verbales que le presentó Fidel al jefe policial, tuvo el apoyo y reconocimiento de los estudiantes universitarios que lo acompañaban, algunos lo conocían desde los días del Congreso, de su admiración por Gaitán, con quién –insistimos– iba a encontrarse ese día, de su participación en prácticamente todo el proceso insurreccional desde el principio, su adhesión a la causa popular colombiana y su coincidencia con el ideario gaitanista. De otra forma, nos parece, no es posible que se le dé ese enorme grado al nombrarlo ayudante del jefe supremo de todos los policías alzados en Bogotá.
¿Qué vio en él el militar de alta graduación, además de su fogosidad y fuerza, de su vehemencia y pasión?
Capacidad de organización, inteligencia extrema, audacia, sentido de la estrategia. Pero, no dudamos, además, del sentimiento bolivariano, internacionalista que acompañaba a aquel oficial de policía. Podemos presumir un comentario en ese sentido cuando supo que un cubano estaba en las filas del pueblo insurrecto. ¿No unieron venezolanos y neo granadinos dirigidos por Bolívar sus fuerzas para la libertad de la América del Sur? ¿No quiso Bolívar darle la independencia a Cuba y a Puerto Rico?
Fidel de ayudante del coronel jefe de los policías sublevados, pasa, por la dinámica de aquel caos, a ser de nuevo soldado raso. En el segundo viaje con el Comandante policial, cuando iban a la sede del Partido Liberal, se accidenta el jeep donde iba el Comandante, Fidel que va en otro vehículo le cede su puesto para que continúe el viaje, y se queda en la calle, cerca del Ministerio de Guerra junto con tres estudiantes más, andando son atacados a tiros desde el Ministerio y llegan, ya cayendo la noche, como la seis de la tarde, a la Quinta División de Policía que estaba, al igual que las demás, sublevada. Fidel contará su llegada a aquel lugar.
“Entro en la Quinta División, dondequiera que llegaba inmediatamente me identificaba: ‘Soy estudiante cubano, estamos en un Congreso’, y dondequiera me recibían bien, inmediatamente. Entonces entramos, yo estaba sin un centavo ni para tomar un café, quiero que sepas eso. Allí hay una gran cantidad de policías sublevados y un número de civiles, en total había unos 400 hombres armados, estaban organizándose”.21
Fidel va relatando su incorporación a las filas policiales insurrectas.
“Llegué, hay un patio grande en el centro, están organizando la gente, yo inmediatamente me pongo en fila y me organizo allí con la gente. Más que organizar unidades lo que hacía era pasar revista para contar los hombres que había. Nos asignaron distintos lugares en la defensa de la División. A mí me tocó como en un segundo piso. Había un dormitorio allí, y yo defendiendo con otros policías todo el piso”.22
Todo continuaba confuso, sin saber con exactitud qué estaba pasando en el resto de Bogotá, mientras el pueblo, inconsciente, sin visión política, movido por necesidades primarias, se dedicaba al saqueo de tiendas y comercios. Fidel da sus impresiones de aquel saqueo que presenciaba.
“¿Qué ocurría en la calle mientras tanto? Mucha gente, parecían hormigas cargando, había gente que cargaba un refrigerador en la espalda, cargaba un piano. La realidad es que mucha gente, desgraciadamente, por la falta de organización, por un problema de cultura, por una situación de pobreza muy grande, por lo que fuera, lo cierto es que mucha gente del pueblo en aquella situación, cargó con todo lo que había…Por falta de una preparación política, por los factores que sean, lo cierto es que se produjo el saqueo de la ciudad. No se puede negar que se produjo el saqueo. Yo estaba muy preocupado de ver que la gente en vez de estar encaminada a buscar una decisión política de la situación, mucha gente sin dirección se dedicó a saquear y saqueó”.23
Todo aquello preocupa hondamente a Fidel, al igual que la pasividad en la que se encuentra el regimiento acantonado, con 400 hombres armados a la defensiva, sin tomar iniciativas militares, esperando no se sabía qué; eso hace que aquel joven inquieto tome la iniciativa y converse con los jefes de aquella unidad y les proponga que saquen la tropa a la calle, que tomen objetivos militares o gubernamentales. Pone en juego, quizás por primera vez y dentro de un campo de operaciones atípico, en un lugar desconocido, sus concepciones militares, su visión de la estrategia militar en una ciudad insurrecta. Esa iniciativa de Fidel será, a nuestro juicio, crucial, marcará una característica en muchas de las tomas de decisiones que implementará en distintos momentos políticos de años posteriores. El mismo cuenta ese episodio.
“Yo veo aquella fuerza grande de 400 a 500 hombres armados, acuartelados a la defensiva, y entonces voy y pido una entrevista con el jefe de la guarnición y había varios oficiales, y les digo: ‘Toda la experiencia histórica demuestra que una fuerza que se acuartela está perdida.’ En la propia experiencia cubana, en las luchas armadas en Cuba, toda tropa que se acuarteló estaba perdida. Yo le propongo que saque a esa tropa a la calle y le asigne una misión de ataque, a tomar objetivos contra el gobierno. Le razono, le discuto y le propongo que saque la tropa al ataque. Que aquella tropa es una tropa fuerte, que atacando se pueden realizar acciones decisivas y que en tanto estuviera ahí, estaba perdida. Se lo planteo, se lo argumento, él tuvo la amabilidad de escucharme, pero no tomó ninguna decisión, entonces yo me fui para mi puesto”.24
Aquí vemos al novel estratega, al militar que ya tiene una visión totalizante de lo que está aconteciendo y no comparte la forma de enfocar militarmente la insurrección, pero nada puede hacer.
“Yo tenía algunas ideas militares que surgían de todos los estudios que había hecho de la historia de las situaciones revolucionarias, de los movimientos que se produjeron durante la Revolución Francesa, de la toma de la Bastilla y cuando los barrios se movían y atacaban; de la propia experiencia de Cuba, y yo ví con toda claridad que aquello era una locura. ¿Qué ocurría? Estaban esperando un ataque de las fuerzas del gobierno. Ya aparentemente el ejército había tomado posición, se había puesto al lado del gobierno y la policía estaba esperando un ataque del ejército”.25
Esa insólita decisión de permanecer acantonados en aquel cuartel, no tomar la iniciativa militar teniendo fuerzas para ello; la tensión de aquellos momentos en la espera de un ataque de parte de las fuerzas contrarias; la incertidumbre, la vaga certeza de una derrota de la insurrección por falta de una adecuada conducción, al menos en lo militar, producen en Fidel un conflicto moral, una lucha interior que lo llevan a reflexionar, en la medianoche del 9 de abril, si se quedaba allí, continuaba allí esperando, inmolándose probablemente o sale de aquella ratonera y busca otras opciones. Un corrientazo sentimental lo cubre: recuerda la familia, la patria lejana, la universidad… Un breve instante de ser o no ser que se esfuma de inmediato ante sus ya sedimentadas convicciones martianas, bolivarianas, internacionalistas, solidarias.
“Yo hice varios intentos en vano por convencer al oficial de salir a la calle. En ese momento, yo tengo dudas, ya eran las doce o la una de la madrugada… En ese momento me acuerdo de Cuba, me acuerdo de mi familia, me acuerdo de todo el mundo y me veo solito, porque yo estoy solito allí en esa división, con mi fusil y las pocas balas que tenía, y me digo: ¿Qué hago yo aquí? He perdido contacto con todo el mundo, con los estudiantes, con el jefe de la policía, estoy aquí en una ratonera, esto está equivocado de pies a cabeza, esto es un disparate estar aquí esperando un ataque, en vez de salir al ataque con esta fuerza a realizar acciones decisivas. Me pongo a pensar si yo debía quedarme y por qué me quedaba. Entonces decido quedarme. Era fácil entregarle el fusil a alguno de los que estaban desarmados. Yo en ese momento tengo un pensamiento internacionalista y me pongo a razonar y digo: ‘Bueno, el pueblo aquí es igual que el pueblo de Cuba, el pueblo es el mismo en todas partes, éste es un pueblo oprimido, un pueblo explotado.’ Yo tenía que persuadirme a mí mismo, y digo: ¡Le han asesinado al dirigente principal, ésta sublevación es absolutamente justa, yo voy a morir aquí, pero me quedo”.26
Resulta realmente conmovedora la impresión que de esas digresiones de Fidel hace el escritor colombiano Arturo Alape que lo está entrevistando, cómo capta sus estados emocionales, la transformación que sufre Fidel en la medida que revive el relato.
“El silencio nos invadió a todos. Sentíamos el momento mismo en que Fidel decide correr la suerte de un pueblo que no era el suyo, esa noche en que aún ardía la esperanza, en los 700 hombres armados, en la Quinta División de Policía. Fue dramático ver a Fidel sobrecogido, al bajar de tono su voz y casi en susurros volver al recuerdo de esa noche, tan intensa como pocas noches en la vida de un hombre. Uno lo imaginaba agarrado de su fusil como si fuera su propio corazón. Y la imaginación corría para preguntarse, cuántas situaciones similares viviría Fidel en el proceso de la guerra de liberación de su país. Los hombres marcan su destino cuando toman decisiones supremas. Fidel apagó la voz y el silencio nos dejó a la espera impaciente de otro día”.27
De esas reflexiones da una versión Jules Dubois donde describe más o menos los hechos de ese momento que vivió internamente Fidel, consigo mismo donde el sentimentalismo no podía más que su voluntarismo, una actitud de muchacho soberbio y no una decisión de conciencia política, de convicción política solidaria.
“Sentóse, solo, sosteniendo su rifle entre sus largas piernas y sus igualmente largos brazos, preguntándose qué hacía en Bogotá en medio de una revolución. Trató de razonar sobre su participación en los acontecimientos de la jornada, discutiendo consigo mismo y refutando sus propias objeciones. Eso duró un rato. Finalmente, Castro decidió que había hecho lo que debía. Salió para diversas misiones con uno de los oficiales, casi todas con el objeto de establecer contactos, y logró volver sano y salvo no obstante haber pasado el toque de queda”.28
La visión militar de Fidel de la posición en la que se encuentra la unidad policial allí acantonada lo hace concluir que eso, militarmente, está liquidado si sufre un ataque. La División está detrás de un cerro y desde la parte alta pueden fácilmente hacerle un ataque y toman la División por lo que es preciso, le recomienda al oficial en jefe, que defienda las alturas, le pide una patrulla y se propone él mismo para la misión. El jefe accede en eso, con pocos hombres a su mando, unos siete u ocho, el equivalente a una escuadra, y Fidel cumple la misión, protege las alturas, patrulla esas alturas que están entre la Divisón y el cerro Monserrate.
Jules Dubois, en su comentada biografía: Fidel Castro, da una versión de la presencia de Fidel en esa defensa que hizo la unidad donde estaba que tal parece que fue un gesto de rebeldía extrema del joven cubano y otros estudiantes colombianos, molestos ante el anuncio de un acuerdo entre el gobierno y las fuerzas opositoras para terminar la insurrección.
Dice Dubois: “Por la mañana Castro y todo el mundo en Colombia se enteró por la radio de que habían llegado a un acuerdo entre el presidente Ospina y los liberales para poner fin al conflicto. Entonces Castro, junto con un grupo de estudiantes, se internó en las montañas que rodean la ciudad bajo el pico de Monserrate, de 3.600 metros de altura, donde permaneció veinticuatro horas con los otros, disparando de cuando en cuando, hasta que hubo agotado los cartuchos que quedaban en su rifle. Así Fidel Castro probó por primera vez la guerra de guerrillas”.29
El día 11 de abril la revolución popular ha sido traicionada, ha sido entregada la insurrección en un acuerdo de las cúpulas liberales reaccionarias con la oligarquía conservadora, con el gobierno criminal de Ospina Pérez y Laureano Gómez, ello implica la rendición de los insurrectos, policías y civiles, la entrega del armamento; no se produjeron garantías para los combatientes y muchos murieron asesinados por el ejército, cazados como animales.
Ese día Fidel se despide de sus compañeros de armas, de aquellas personas con quienes convivió unos días emocionantes, terribles días, con ellos compartió penurias y angustias, esperanzas y el sueño de un destino mejor para Colombia y para su sufrido pueblo. La despedida es triste, se han tejido esos nexos que hermanan a los hombres en la adversidad y en la lucha común por un mundo mejor.
No le queda más remedio que entregar su fusil, la canana de balas vacía e irse de allí a buscar a sus compatriotas; se encuentra con Del Pino, que vivió también su odisea, estuvo en la misma División de Policía, casi lo matan, lo agarraron prisionero y lo soltaron porque hablándole en inglés a sus captores les dijo que era ayudante del general Marshall. Ambos se dirigen al hotel donde estaban hospedados, cuando llegan allí se percatan de que el gobierno, los medios, todo el mundo está acusando a los cubanos de ser los fomentadores de aquella insurrección y de aquella violencia social sin freno desatada después del asesinato de Gaitán.
Ya la oligarquía, el Gobierno, los Conservadores, el general Marshall, la embajada Norteamericana y el gobierno yanqui han encontrado al chivo expiatorio y culpable de todos aquellos sucesos: el comunismo colombiano e internacional. Estaba montada una descomunal tramoya, una grotesca farsa para desatar en Colombia y en América una despiadada y criminal cacería de brujas. En Colombia ese crimen costaría más de 300 mil muertos, hijos del pueblo en su mayoría asesinados; sistemática matanza que entronizaría para siempre el terrorismo de Estado en esa sufrida nación, ya bajo gobiernos militares y dictatoriales, ya bajo gobiernos democráticos, conservadores o liberales.
En América, con los acuerdos tomados por la IX Conferencia Panamericana, de la validés para sus miembros, de legitimar las políticas antipopulares y anticomunistas. En el punto del Acuerdo General de la Conferencia, se establece que: “Adoptar, dentro de sus territorios respectivos y de acuerdo con los preceptos constitucionales de cada Estado, las medidas necesarias para desarraigar e impedir actividades dirigidas, asistidas o instigadas por gobiernos, organizaciones o individuos extranjeros que tiendan a subvertir, por la violencia, las instituciones de dichas Repúblicas, a fomentar el desorden en su vida política interna, o a perturbar por presión, propaganda subversiva, amenazas o cualquier otra forma, el derecho libre y soberano de sus pueblos a gobernarse por sí mismos de acuerdo con las aspiraciones democráticas”.30
Pero no sólo se legitimaba la persecución a cualquier movimiento popular disidente, la cacería de bruja a las ideas y al pensamiento, sino que se establecía, dentro de las políticas injerencistas y de control de cada país por los gobernantes norteamericanos, sino el trasiego de información de todo movimiento social, popular y revolucionario que sucediera en nuestras naciones a la metrópoli norteña. El propio presidente Ospina además de señalar a los comunistas como responsables de la situación insurreccional, acusaba a los estudiantes cubanos que se encontraban en Bogotá de ser responsables de los motines, de dirigir la insurrección.
Las vicisitudes de Fidel Castro y sus compañeros cubanos de la Universidad de La Habana no habían concluido. Cuando llegan al hotel Claridge a buscar sus pertenencias, los reciben con las alarmantes noticias de su búsqueda por estar señalados de ser los presuntos responsables de los sucesos acaecidos. Serían las dos o tres de la tarde del 11 de abril de 1948. Los jóvenes, preocupados, sin saber qué hacer, a quién acudir o a dónde dirigirse, sin dinero incluso para movilizarse en la emergencia, con un toque de queda que comenzaba a las seis de la tarde en una país sin garantías constitucionales y en estado de excepción, están en un serio dilema. Deciden ir en busca de Ovares y Guevara, quedarse esa noche en la pensión donde ellos están albergados y buscar salir de Colombia en los próximos días y llegar a Cuba.
La tarde está corriendo, son las cinco y media, la seis está cerca. Los jóvenes habían comido algo en la pensión San José cuando el propietario de la residencia, conservador extremista, se expresa en términos ofensivos y groseros sobre Gaitán, sobre los liberales y el liberalismo, denosta del alzamiento. Fidel, influido por la lucha de la víspera, de sus vivencias durante el bogotazo comete el error de no controlarse, de no tomar en cuenta que pronto entrará en vigencia el toque de queda y que si él o sus compañeros están en la calle, pueden estar condenados a muerte. Le responde con fuerza el joven cubano al propietario del lugar. Airado le riposta que está equivocado, que el colombiano es un pueblo oprimido, lleno de luchadores sociales por una causa justa. Pierde Fidel la ecuanimidad, se exalta y se enfrenta a aquel hombre, lo contradice, defiende a Gaitán, a los liberales y al pueblo insurrecto; pero no mide las circunstancias, lo grave de su situación. En una actitud imprudente para las circunstancias, le recrimina sus ofensivas palabras. El dueño de la pensión, iracundo, en represalia por aquella actitud echa airado de su casa, en aquellos graves momentos, a los jóvenes cubanos.
Sin pensarlo mucho se ponen a caminar y llegan al Hotel Granada donde estaban alojadas varias delegaciones extranjeras, son las seis menos cinco de la tarde, es decir, en cinco minutos entrará en vigencia el toque de queda. En esos momentos sale del lugar un vehículo conducido por el secretario de la delegación argentina, de apellido Iglesias, quien había estado en los preparativos del Congreso Latinoamericano de Estudiantes.
Los cubanos le hacen señas al conductor, éste se detiene, le explican la situación entonces Iglesias los invita a subir y les dice que los llevará al Consulado de Cuba en Bogotá. “En qué lío os habéis metido, en que lío os habéis metido”, les dice el argentino a los cubanos.
Jules Dubois se refiere a esa circunstancia en su biografía, pero falsea los hechos, les da un cariz sensacionalista, un tanto truculenta, y oculta deliberadamente la presencia de dos cubanos más.
“En el Hotel Granada, Castro encontró a un secretario de la embajada argentina que había actuado en los preparativos del congreso estudiantil.
–¡Tiene usted que sacarme de aquí! –Dijo Castro al secretario.
No hablaba por él solamente, sino también por Del Pino, quien se había unido a él. El diplomático lo ignoró y se dirigió a su automóvil, estacionado frente al hotel. El motor había sido puesto en marcha y el coche iba a arrancar cuando Castro saltó dentro de él y Delpino lo siguió. El argentino decidió entonces dejarlos en la embajada de Cuba”.31
Una versión más equilibrada y ajustada a los hechos la da el norteamericano Lionel Martin.
“Con sólo media hora antes del toque de queda, llegó Fidel a otro hotel donde la delegación argentina estaba hospedada. Algunos de los argentinos se mostraron nerviosos al llegar Fidel puesto que conocían los rumores que ‘los comunistas cubanos’ habían participado activamente en los acontecimientos ocurridos después de la muerte de Gaitán. Castro convenció a un diplomático argentino que lo llevara en auto a la embajada cubana en Bogotá”.32
Fidel relatará lo que en verdad ocurrió.
“Faltaban cinco minutos para el toque de queda, cuando va saliendo la máquina de uno de los argentinos que nosotros habíamos conocido en la organización del congreso, Iglesias se llamaba el argentino, está saliendo en un carro diplomático, uno de los que había estado en la Conferencia Panamericana. A todo esto estaban buscando a los cubanos por todos lados.
Paramos el automóvil de Iglesias, y le dijimos la situación en que estábamos, el toque de queda y tal, y el dijo: ‘¡Monten!’ Y nos montamos en la máquina diplomática en donde estaba Iglesias. Nos recibe diciendo: ‘En que lío os habéis metido, en qué lío os habéis metido.’ Ésas son las palabras con que nos recibe Iglesias: ‘¡Qué lío, suban, yo los llevo al consulado de Cuba.’ Fue donde nos llevó esa noche. Él nos llevó al consulado”.33
La vida de Fidel Castro está llena de sorpresas, buena suerte y paradojas. Sin duda haber salido de aquel trance al haber sido echados de la pensión a escasos minutos de comenzar un mortal toque de queda fue, sin dudas, una fatalidad, por las causas que hayan sido; pero encontrar a un diplomático latinoamericano amigo, conocido al menos y a los pocos minutos de encontrarse de nuevo en la calle, no deja de ser una grata sorpresa, una positiva sorpresa, y saliendo del hotel en carro y que acepte llevarlos es la más increíble de las suertes. Pero ¿no es una paradoja que se salven de ser cazados por la jauría militar y policial colombiana que los buscan hasta debajo de las piedras por el transitorio asilo que les da el Cónsul de un gobierno del cual son enemigos acérrimos, es decir, su propio país les da protección?
Todavía deben pasar las alcabalas militares. Los guardias detienen el carro con su carga cubana y argentina, pero tiene inmunidad diplomática y pasa sin mayores problemas. A eso de las 6.10 de la tarde llegan a la residencia del Cónsul, Tabernilla, quien recibe a los jóvenes cubanos con afabilidad, con afecto y respeto y les da la debida protección. Ya la noticia de la participación de los cubanos en la insurrección es conocida en todas partes, así que en aquel pedazo de Cuba en Colombia también lo sabían, igualmente que los están buscando. Fidel tiene palabras de reconocimiento y agradecimiento para el Cónsul y su esposa, los recuerda con ternura.
“¿Sabes quién era el cónsul? Un señor de unos 65 años de edad, se veía un hombre muy noble, la señora se veía una señora muy afectuosa también. Nos reciben, ese hombre era hermano de quien después fue jefe del ejército de Batista; Tabernilla se llamaba el cónsul, pero el hombre más bondadoso que te puede imaginar. Era hermano de un viejo militar, que había estado con Batista, y un gran esbirro, fue jefe del ejército de Batista durante nuestra guerra, y quien me recibe entonces es su hermano Tabernilla, hombre de carrera diplomática, de muchos años, pero sobre todo un hombre bondadoso”.34
Señala Jules Dubois en su nombrada obra, que cuando Fidel Castro y sus amigos llegan a la sede diplomática (él dice que fue a la embajada) en su interior se encontraba el Embajador de Cuba en los Estados Unidos del Norte, que encabezaba la delegación cubana a la IX Conferencia Interamericana, Guillermo Belt. Se encontraba, además el reportero Eduardo ‘Guayo’ Hernández, quien toma películas de la salida de los estudiantes del aeropuerto bogotano. Según Dubois el Embajador hizo los arreglos para que Fidel Castro y sus compañeros salieran para Cuba en un avión cubano de carga que estaba en Colombia buscando un cargamento de toros de lidia.
Fidel, en sus recuerdos de aquellos días, no se refiere a eso del Embajador, más bien dice que “ante los acontecimientos ocurridos, el gobierno de Cuba había enviado un avión militar, había unos militares allí, comandantes, capitanes, pilotos, estaban allí. Creo que había dos aviones, uno que había ido a buscar unos toros a Colombia para una corrida, unos toros de lidia y otro avión militar que había ido con su tripulación… El hecho es que el cónsul nos dio toda la protección y nos recibieron y nos atendieron. Nosotros le dijimos de los dos cubanos, que había otros dos cubanos, ellos fueron en su automóvil diplomático a la casa de huéspedes donde estaban los otros dos cubanos, y los buscaron, los juntaron con nosotros…Ya estábamos los cuatro, hicieron los trámites, y en el avión que había ido a buscar los toros regresamos a Cuba nosotros, el día 12. Hizo escala en Barranquilla el avión”.35
En efecto, en la noche del 12 de abril de 1948, en un avión cubano de la Empresa Aérea Interamericana S.A., el mismo que salió de Cuba rumbo a Bogotá el 7 de abril para traer unos toros de lidia comprados por la señora Clara Sierra; según los informes de inteligencia colombianos, procesados después de un “Informe Confidencial” que envía la Embajada de Colombia en Cuba, llegan a su país natal, a las 11.35 de la noche, Fidel Castro, Rafael del Pino, Rafael Rodríguez Cervera, junto a dos mexicanos: Jorge Minville y Raúl Gaspar, ¿en ese vuelo no iban Guevara y Ovares? El propio embajador Belt, según las mismas fuentes, los acompañó al aeropuerto en los vehículos de la Embajada de Cuba.
Cosa curiosa, Fidel Castro sale de Cuba para Venezuela en un tren lechero, el 21 o el 22 de marzo, y regresa en un avión ganadero, el 12 de abril de 1948, es decir, 22 días después. ¿Regresó el mismo Fidel que salió tres semanas atrás? Rotundamente: ¡No!
De izquierda a derecha Fidel Castro y Enrique Ovares dirigentes
De izquierda a derecha Fidel Castro y Enrique Ovares dirigentes
asesinato de Gaitán el 8 de abril
asesinato de Gaitán el 8 de abril
Ultimas Noticias anuncia guerra civil en Colombia
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NOTAS, CITAS Y BIBLIOGRAFÍA
1 DUBOIS, Jules, Fidel Castro, p. 20, Editorial Grijalbo, México, 1959.
2 DUBOIS, Jules, ob. cit. págs.19/20.
3 ALAPE, Arturo ob. cit. págs. 222/223.
4 HARRINGTON, Edwin, Así fue la Revolución Cubana, p. 64/65, Grupo Editorial, S.A, México, 1976.
5 ALAPE, Arturo, ob. cit., pág. 31.
6 ALAPE, Arturo, Fidel y el Bogotazo, ob. cit. pág. 30.
7 ALAPE, Arturo, Fidel y el Bogotazo, ob. cit. pág. 31 y 32.
8 ALAPE, Arturo, Fidel y el Bogotazo, ob. cit. pág. 32 y 33.
9 ALAPE, Arturo, Fidel y el Bogotazo, ob. cit. pág. 35.
10 ALAPE, Arturo, Fidel y el Bogotazo,ob. cit. pág. 36.
11 ALAPE, Arturo, Fidel y el Bogotazo,ob. cit. pág. 38.
12 ALAPE, Arturo, Fidel y el Bogotazo,ob. cit. pág. 40/41.
13 ALAPE, Arturo, Fidel y el Bogotazo,ob. cit. pág. 41/42.
14 ALAPE, Arturo, Fidel y el Bogotazo,ob. cit. pág. 43/44.
15 ALAPE, Arturo, Fidel y el Bogotazo,ob. cit. pág. 44.
16 ALAPE. Arturo, El Bogotazo: memoria del olvido, pág. 269,
Ediciones Casa de las Américas, 1983.
17 ALAPE, Arturo, El Bogotazo,ob. cit. pág. 272.
18 ALAPE, Arturo, El Bogotazo,ob. cit. pág. 289.
19 ALAPE, Arturo, Fidel y el Bogotazo, ob. cit. págs. 44/45.
20 ALAPE, Arturo, Fidel y el Bogotazo, ob. cit. pág. 46.
21 ALAPE, Arturo, Fidel y el Bogotazo, ob. cit. pág. 49.
22 ALAPE, Arturo, Fidel y el Bogotazo, ob. cit. pág. 50.
23 ALAPE, Arturo, Fidel y el Bogotazo, ob. cit. pág. 50.
24 ALAPE, Arturo, Fidel y el Bogotazo, ob. cit. pág. 51.
25 ALAPE, Arturo, Fidel y el Bogotazo, ob. cit. pág. 51.
26 ALAPE, Arturo, Fidel y el Bogotazo, ob. cit. pág. 53/54.
27 ALAPE, Arturo, Fidel y el Bogotazo, ob. cit. pág. 54.
28 DUBOIS, Jules, ob. cit. pág. 22.
29 DUBOIS, Jules, ob. cit. pág. 22.
30 ALAPE, Arturo, El Bogotazo,ob. cit. pág. 56
31 DUBOIS, Jules, ob. cit. pág. 23.
32 MARTIN, Lionel, El Joven Fidel, pág. 66, Ediciones Grijalbo, México, 1984.
33 ALAPE, Arturo, Fidel y el Bogotazo,ob. cit. pág. 61.
34 ALAPE, Arturo, Fidel y el Bogotazo,ob. cit. pág. 62.

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