Del derrumbe cultural
No debería intentar medirse la salud cultural del país por la vistosa y limitadamente promovida emergencia de algunas instituciones privadas y algunas creaciones artísticas o intelectuales aisladas. Esto, que por supuesto es muy meritorio y permite la supervivencia de la alta cultura, tiene un peso muy restringido en el conjunto de la cultura nacional, más limitado todavía en la actual prevalencia generalizada de antivalores espirituales. Sería improcedente clínicamente limitarnos a ese nivel cada vez más angosto y por ende excluyente, entre otras razones por sus imposibilidades financieras, falta de estructuras político-administrativas pertinentes o capacidad promocional.
Pero aun en esa región cultural, comparada con lo que en ella acontecía hace ya casi dos décadas, son notorias las carencias. Ausencias de políticas públicas para el área y cuando las ha habido han sido farruquianemente monstruosas. Museos y otras instituciones oficiales en estado terminal. Difusión de los productos oficiales más detestables y anodinos culturalmente hablando, orientados por una ideología perversa que recoge el nacionalismo y el patrioterismo más grotescos, el detritus del marxismo, la cursilería populista, el culto a la personalidad con ribetes religiosos, el clientelismo de rigor. En este nivel habría que analizar con más detenimiento, quisiéramos hacerlo, lo concerniente al teatro, la música o al cine que han tenido derroteros peculiares, producto de azares, oportunismo y, en algún caso, de afán y autenticidad.
Pero yo prefería darle mayor fuerza en esta instantánea al evidente y creciente deterioro de unos pocos aspectos que de alguna manera son soportes del entramado cultural nacional. Vinculados a la cultura común.
Por ejemplo, el deterioro de la televisión venezolana, tan omnipresente. Que, por supuesto, siempre fue una baratija en que el comercialismo impune devoró cualquier intención cultural o educadora. Pero ahora es mucho peor. No solo por el manejo indecente de los medios públicos que hizo un foro estelar de La Hojilla, con todo y actuaciones del presidente eterno, sino porque la televisión privada, con excepciones mínimas, no solo ha sido casi siempre servil ante el poder despótico, sino que, otrora rica y hoy pobre de solemnidad, da más lástima que nunca. El cable ayuda, en alguna medida, sobre todo el fútbol.
O la premedita demolición de las universidades y de la investigación científica. Con su interminable sangría de cerebros, decenas de miles, y su consecuente empobrecimiento. O convirtiendo cualquier antro en un recinto académico. Afectando esta vez a millones de jóvenes y las reservas básicas de energía espiritual del país.
O la casi desaparición del libro y todo lo que tiene que ver con el papel, periódicos famélicos cuando no difuntos, ausencia casi absoluta de revistas con alguna vocación cultural. Llegando al extremo de que autores venezolanos publicados en el exterior no llegan al país. Uno de nuestros ensayos más brillantes de los últimos años, Del futuro, de Antonio Pasquali, editado en España, no se leerá en mucho tiempo en el país en que vive su autor. Es una escasez que debilita los sesos, nos hace provincianos y lerdos. El Internet ayuda, es cierto. Las publicaciones, todas, de la UCV se hacen ahora en ese prodigioso soporte y uno bendice los pdf que se multiplican. Alá es grande.
Son algunos ejemplos, dijimos. Pero sobre todo hay que subrayar el clima espiritual omnipresente, lleno de la vulgaridad castrense y populachera, del desprecio contra la meritocracia, de la incesante promoción del odio y la falta de estructuras lógicas y sintácticas (Con el Mazo Dando), del adefesio colocado en la vía pública, del temple de desesperanza anímica inducido, de la estupidez de la cotidianidad que nos devora, la cola y el lamento. De esa plaza pública, con ella y contra ella, es de donde nace y renace eso que llamamos cultura, aunque no lo parezca.
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