Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.

Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
Casa de la Estrella, ubicada entre Av Soublette y Calle Colombia, antiguo Camino Real donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830, con el General José Antonio Páez como Presidente. Valencia: "ciudad ingrata que olvida lo bueno" para el Arzobispo Luis Eduardo Henríquez. Maldita, según la leyenda, por el Obispo mártir Salvador Montes de Oca y muchos sacerdotes asesinados por la espalda o por la chismografía cobarde, que es muy frecuente y característica en su sociedad.Para Boris Izaguirre "ciudad de nostalgia pueblerina". Jesús Soto la consideró una ciudad propicia a seguir "las modas del momento" y para Monseñor Gregorio Adam: "Si a Caracas le debemos la Independencia, a Valencia le debemos la República en 1830".A partir de los años 1950 es la "Ciudad Industrial de Venezuela", realidad que la convierte en un batiburrillo de razas y miserias de todos los países que ven en ella El Dorado tan buscado, imprimiéndole una sensación de "ciudad de paso para hacer dinero e irse", dejándola sin verdadero arraigo e identidad, salvo la que conserva la más rancia y famosa "valencianidad", que en los valencianos de antes, que yo conocí, era un encanto acogedor propio de atentos amigos...don del que carecen los recién llegados que quieren poseerlo y logran sólo una mala caricatura de la original. Para mi es la capital energética de Venezuela.

viernes, 5 de febrero de 2016

Yo estudié Letras ¿y?..."los que hemos entendido la maquinaria detrás de la carrera, sabemos que aunque no nos vaya mal, jamás nos irá bien. Porque esta sociedad no está hecha para nosotros, y no le interesa mucho que hagamos algo por ella”.

Papá, quiero estudiar Letras

03/02/2016 



La relación de los padres con la lectura es muy extraña. Con frecuencia, en los colegios, manifiestan preocupación porque los niños no leen. Pues bien, si ustedes tampoco leen, ¿por qué les preocupa tanto que sus hijos no lean? ¿Acaso leer es una cuestión de etapa? «Ah, yo cuando era joven leía mucho» ¡Listo, ya está resuelto! Eso es: los padres hoy día no leen porque ya leyeron en el colegio y en la universidad. Pero sí quieren que el hijo lea, ahora, en este momento histórico de su juventud, porque leer, claro, es de jóvenes, ¿no?
Pero no sólo llama a la risa este asunto de los padres (que no leen) preocupados porque sus hijos no leen; también está el problema de los hijos que leen.
Cuando un muchacho lee demasiado, los padres comienzan a preocuparse. Piensan que con tanta insistencia en la lectura, están perdiendo el tiempo. «Ese carajito no hace más que leer; no hace un carajo útil».
Entonces, ahí lo tiene usted, si no lee es porque no lee, y si lee, es porque es un gandul. También puede que piensen que te vas a volver loco, como me dijeron una vez a mí de carajito unos ciertos tíos por ahí. ¡Qué grande la influencia de Cervantes, ¿no?!
Pero, ¡un momento! Todavía falta. Lo peor está por asomarse, porque puede que, vea usted y aguante, llegué un día en que el jovencito lector decida estudiar Letras. ¡Pues la casa se derrumba y andan todos desmarañados, llorando por las esquinas y contándole la vaina a las tías y a los abuelos y cuanto sicólogo se atreviese por el camino! Al muchacho ese del carrizo se la ha ocurrido estudiar una carrera que lo mantendrá en la pobreza para el resto de la vida.
¡Qué dolor, qué dolor, mi muchacho va a estudiar Letras!
Bueno, en verdad, ¿a cuántos se les ocurre esa vaina? No a muchos, pero pasa. Hoy día los padres hasta prefieren que el manganzón haga un curso de esclavo, es decir, de cocinero, que a que estudie Letras.
¿Pero qué se hace con Letras?
Vamos, la respuesta es inmediata: se es profesor, de universidad o de colegio. En ambos casos, qué pena, porque un profesor en ningún lado gana nada, ni en la universidad ni en el colegio.
Y bueno, así estamos.
Yo estudié Letras, y soy profesor universitario, y en efecto, no soy millonario. Pero como me dijo una vez alguien: Fedosy, si hubieras querido ser millonario no hubieras estudiado Letras. Así de sencillo, así de simple. Y es que no todo el mundo ha de ser millonario, y con esto no me ando confesando comunista. Ni tampoco capitalista, porque mire usted, que en el capitalismo, los millonarios no son muchos. Tampoco en el llamado socialismo, porque acá, donde se supone que tenemos uno, cada día somos más pobres, y los ricos muy pocos, pero estos tan ricos como el más rancio capitalista de Washington D.C.
El asunto, creo yo, con o sin país vuelto un desastre, es que uno puede andar falto de cobres siendo abogado, ingeniero o licenciado en Letras. ¿Qué de qué depende? No sé. ¿De usted, de su empeño, de sus ganas de salir de abajo e incluso de su suerte? Mire que tiene una carrera universitaria, y ya tener un título es mucho, creo yo, y da para bastante.
Yo, se sabe, me licencié en tal cosa como Letras, y así pasé a trabajar en televisión. ¿Que le vendí mi alma al diablo? Pues mi alma es mía, amigo mío, y no se meta, porque hay gente que emprende peores patrañas, como los enchufados, por ejemplo, y esos sí que tendrán sus cuentas pendientes con el infierno. Yo tuve en buen trabajo en televisión, y gracias a ese trabajo viajé a México, Guatemala, Belice, Honduras, Argentina, Perú y hasta a la Antártida. Ah, y luego como escritor (que creo yo es algo más duro y estresante para los padres que decir que vas a estudiar Letras) he viajado a Estados Unidos, Perú de nuevo y Colombia, además de haber tenido el placer de patearme distintas ciudades de mi propio país. Trabajando en televisión conocí escritores, pintores, investigadores, académicos, artesanos, políticos, músicos, luchadores sociales, guerrilleros y hasta, lamentablemente, presidentes. Pero sobre todo, conocí gente de todos los días, gente buena que camina las calles del mundo. Ahora soy profesor universitario y trabajo con editoriales y con revistas como El Estímulo y Clímax. ¿Y sabe qué?, todo lo que hago me gusta y lo disfruto. Y también conozco gente maravillosa.
Como dijo Aristóteles, tampoco está mal tener algo de bienes de fortuna, y yo, Licenciado en Letras, hago lo posible (oh qué burgués todo esto) por vivir bien. Pero, en especial, estoy orgulloso de lo que he hecho y de lo que hago, de lo que aprendido, de lo que he visto, de lo que he vivido siendo, disculpe que repita, Licenciado en Letras. Y no, no voy a decir la ridícula frase esa de Neruda de «Confieso que he vivido» y tal.
El asunto es ese que uno ama la lectura, y un buen día, decide seguir leyendo, aprendiendo y hasta escribiendo para el resto de la vida. Hay quienes se ponen a estudiar Educación, otros Filosofía. Imagínese usted, qué horror, se van a morir de hambre. Pero peor es morir por malandro, ¿no? Por otro lado, eso de morirse por ser lector, no está como tan fácil. A menos que usted sea Bluma Lennon, aquel personaje de La casa de papel, novelita fabulosa de Carlos María Domínguez. Aquella insigne profesora, recordemos, muere atropellada por andar descuidada leyendo poemas de Emily Dickinson.
No me ha ido mal con mi carrera de Letras y menos como escritor. Y hablo de mí, recuerde, un chico de Puerto Cabello. No me quejo, en serio. Y no es que me quiera poner como ejemplo. Sólo le cuento, a usted que es padre, o a usted que es hijo. Sólo eso, muchas gracias.
Papá, estudio Letras
Aquí estudié yo Letras entre  1969-1973
Graduándome en la Promoción “Dr. Domingo MIliani, 1973” UCAB.
Un escrito en respuesta al artículo publicado por Fedosy Santaella, “Papá, quiero estudiar letras” el pasado 3 de febrero
CARLOS EGAÑA
El Nacional Papel Literario 5 DE FEBRERO 2016 - 12:01 AM
Recientemente, he tenido el disgusto de leer un artículo de Fedosy Santaella titulado Papá, quiero estudiar Letras. En el escrito, con un tono jocoso que recuerda a cualquier papá pana de sitcom gringo, el autor intenta rescatar la carrera ante los ojos de la sociedad tan prejuiciada que nos rodea. Menciona sus experiencias, sus éxitos, el gran confort que le ha dado su vida, para justificar el camino que decidió para sí durante su adolescencia. Creo, no obstante, que en vez de profundizar en materia, en qué implica estudiar Letras y en cuál puede ser la función de la carrera, Santaella apenas raspa una superficie para quedar como otro hombre que lo ha logrado. Y que si él lo logró, cualquiera puede lograrlo.
La verdad es que, si hay algo que he aprendido en las aulas de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) como estudiante de Letras, es que estudio una carrera inútil. Para cualquier fin práctico, productivo, propio de nuestra sociedad capitalista, regida por un nietzscheano querer-más, querer-mucho, querer-rápido, esta carrera no tiene cabida alguna. Y no porque el estudiante de Letras se vea condenado a la pobreza o a una vida mísera, sino porque la literatura, como casi todas las artes que han acompañado el quehacer humano, es un campo cuya funcionalidad ha sido reducida a un nicho mínimo, sin mayor influencia sobre la actividad social. En una carrera en que se aprende a abstraer ideas, criticar modelos de pensamiento, apuntalar símbolos y errores ortográficos, volverse un erudito, quien se gradúa de ella apenas sale preparado para formar parte de la vida de consumo a la que pertenecemos. Más bien, la afición por lo aprendido condena al licenciado en Letras a incrustarse en un uróboros, posteriormente cursando estudios de posgrado en literatura para luego cursar estudios de doctorado en literatura para luego dar clases de literatura a un selecto número de supuestos adultos que después harán lo mismo, o a un conglomerado de púberes que jamás les interesará leer más que los últimos chismes en Twitter. De nada sirve, en cualquier sentido práctico, saber que las obras de Masaccio tenían un fuerte contenido propagandístico, o que las tragedias de Esquilo, en el fondo, buscaban subyugar al pueblo ático a las injustas leyes que regían en su tiempo.
Quien triunfa económica o socialmente como estudiante de Letras, lo hace a pesar de su elección universitaria y no a partir de ella. Fedosy se jacta de que trabaja en televisión y de que escribe en revistas, pero esas son cosas que podría hacer perfectamente un estudiante de Comunicación Social o algún aficionado cualquiera. Los campos en los que el licenciado en Letras se ha podido ver lucrándose de alguna forma pueden ser intervenidos por cualquiera que tenga el talento y la devoción que estos requieren. Total, este hablará o escribirá de lo mismo que un licenciado en Derecho o Sociología trabajando en un periódico si quiere adueñarse del mismo prestigio. ¿O cuántos periódicos de renombre, más allá de su suplemento cultural, han circulado por las manos de millones por basar sus noticias en análisis foucaultianos o en la repercusión que ha tenido tal o cual novela en los modales de tal tipo de ciudadanos?
Es terriblemente normal que un padre enloquezca al oír que su hijo quiere dedicarse a la literatura, pues no solo su estudio es un mundo aparte del de su creación (¿cuántos, de los grandes escritores que han formado cualquier canon de la literatura occidental, estudiaron literatura?), sino que el futuro estudiante, al renunciar a incluirse en el modelo universitario vigente, dirigido a formar trabajadores y técnicos, se enfrenta a los medios de producción que han condicionado el modo de vivir de los últimos dos siglos. En esta sociedad posmoderna, en la que las grandes narrativas, los modelos totalizadores de vida, han sido echados a un lado para que lo instantáneo se establezca como lo único importante (Lyotard dixit); en esta sociedad en que las ideologías han sido y son constantemente desenmascaradas y la gente se rige por ellas sabiéndolo (Žižek dixit), el estudiante de Letras es parte de la peor de las élites: una que, como cualquier élite, se pretende elevada, pero que no presta ni da. No hay necesidad de personas que puedan delatar o construir imaginarios si la importancia de estos ha desaparecido; la capacidad crítica y el conocimiento acumulado quedan como posibles elementos para chistes entre círculos de amigos, tal vez un comentario sagaz mientras dos licenciados se fuman un porro y corrigen exámenes de Castellano.
Tal vez la dignidad de la élite letrada se manifiesta en su condición de rebelde. Al deslastrarse de las exigencias de la contemporaneidad, productiva y productivista, e infundirse de la más pura y teórica nada, quien estudia literatura se despega del mundo real y funda un reino aparte. No hay mayor acto de rebeldía que decirle NO a lo que define una cuestión y negar su existencia. Lástima que, al incrustarse en el círculo vicioso de la academia, asumir el rol de profesor de bachillerato o dejarse llevar por cualquier ámbito que, como dije antes, no tiene tanto que ver con la carrera como parece, el estudiante de Letras vuelve a formar parte de la contemporaneidad, a rellenar uno de sus aparentes vacíos. A la larga, la rebeldía de dedicarse a los libros, al arte, a todo aquello que el hombre ha vomitado para no ahogarse en sus ansias, se anula cuando estos se dan a circular por las instituciones que las han causado (y sí, comprendo la ironía de este pasaje).
Para dotar a las Letras y a las Humanidades la importancia y popularidad que han podido tener en el pasado, hace falta un cambio en nuestra manera de concebir el mundo y en el mundo como ahora está concebido. La palabra revolución se hace inevitable si se quiere que la literatura sea un pilar fundamental de nuestra sociedad: sea como impulsora de cualquier actividad social, en contra de cualquier tipo de opresión, como instrumento de aprendizaje o sencillamente como un colchón sobre el que los hombres puedan intercambiar sus inquietudes y esperanzas. No soy quien propone tales esquemas, el siglo pasado dio paso a vanguardias y movimientos que intentaron hacer de estos una realidad. Pero han quedado en la historia como anotaciones bibliográficas nada más, y sus obras sepultas en los cementerios que tanto aclamamos, las bibliotecas y los museos. La democracia, inevitablemente mediocre y antipática a cualquier especie de radicalidad, está demasiado bien vista –incluso en los círculos donde la mayoría ni siquiera tiene cabida.
“No me ha ido mal con mi carrera de Letras y menos como escritor,” escribe Santaella al final de su artículo. Y lo felicito, aunque no creo que su carrera de Letras le haya servido para su carrera de escritor o para cualquier cosa en la que se haya desempañado. Y aunque en su actitud conformista con el tema, ni siquiera intente explicar el verdadero problema detrás de la licenciatura. Pero me gustaría responderle una cosa: “Papá, yo estudio Letras. Y los que hemos entendido la maquinaria detrás de la carrera, sabemos que aunque no nos vaya mal, jamás nos irá bien. Porque esta sociedad no está hecha para nosotros, y no le interesa mucho que hagamos algo por ella”.


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