Papá, quiero estudiar Letras
03/02/2016
La relación de
los padres con la lectura es muy extraña. Con frecuencia, en los colegios,
manifiestan preocupación porque los niños no leen. Pues bien, si ustedes
tampoco leen, ¿por qué les preocupa tanto que sus hijos no lean? ¿Acaso leer es
una cuestión de etapa? «Ah, yo cuando era joven leía mucho» ¡Listo, ya está
resuelto! Eso es: los padres hoy día no leen porque ya leyeron en el colegio y
en la universidad. Pero sí quieren que el hijo lea, ahora, en este momento
histórico de su juventud, porque leer, claro, es de jóvenes, ¿no?
Pero no sólo llama a la
risa este asunto de los padres (que no leen) preocupados porque sus hijos no
leen; también está el problema de los hijos que leen.
Cuando
un muchacho lee demasiado, los padres comienzan a preocuparse. Piensan que con
tanta insistencia en la lectura, están perdiendo el tiempo. «Ese
carajito no hace más que leer; no hace un carajo útil».
Entonces,
ahí lo tiene usted, si no lee es porque no lee, y si lee, es porque es un
gandul. También puede que piensen que te vas a volver loco, como me dijeron una
vez a mí de carajito unos ciertos tíos por ahí. ¡Qué
grande la influencia de Cervantes, ¿no?!
Pero,
¡un momento! Todavía falta. Lo peor está por asomarse, porque puede que, vea
usted y aguante, llegué un
día en que el jovencito lector decida estudiar Letras. ¡Pues la casa se derrumba y andan
todos desmarañados, llorando por las esquinas y contándole la vaina a las tías
y a los abuelos y cuanto sicólogo se atreviese por el camino! Al muchacho ese
del carrizo se la ha ocurrido estudiar una carrera que lo mantendrá en la
pobreza para el resto de la vida.
¡Qué dolor, qué dolor, mi muchacho va a estudiar
Letras!
Bueno,
en verdad, ¿a cuántos se les ocurre esa vaina? No a muchos, pero pasa. Hoy día
los padres hasta prefieren que el manganzón haga un curso de esclavo, es decir,
de cocinero, que a que estudie Letras.
¿Pero qué se hace con Letras?
Vamos,
la respuesta es inmediata: se es profesor, de universidad o de colegio. En
ambos casos, qué pena, porque un profesor en ningún lado gana nada, ni en la
universidad ni en el colegio.
Y bueno, así estamos.
Yo estudié Letras, y soy profesor universitario, y en
efecto, no soy millonario. Pero como me dijo una vez alguien: Fedosy, si
hubieras querido ser millonario no hubieras estudiado Letras. Así de sencillo,
así de simple. Y es que no todo el mundo ha de ser millonario, y con esto no me
ando confesando comunista. Ni tampoco capitalista, porque mire usted, que en el
capitalismo, los millonarios no son muchos. Tampoco en el llamado socialismo,
porque acá, donde se supone que tenemos uno, cada día somos más pobres, y los
ricos muy pocos, pero estos tan ricos como el más rancio capitalista de
Washington D.C.
El
asunto, creo yo, con o sin país vuelto un desastre, es que uno puede andar
falto de cobres siendo abogado, ingeniero o licenciado en Letras. ¿Qué de qué
depende? No sé. ¿De usted, de su empeño, de sus ganas de salir de abajo e
incluso de su suerte? Mire que tiene una carrera universitaria, y ya tener un
título es mucho, creo yo, y da para bastante.
Yo, se sabe, me licencié en tal cosa como Letras, y así pasé
a trabajar en televisión. ¿Que le vendí mi alma al diablo? Pues mi alma
es mía, amigo mío, y no se meta, porque hay gente que emprende peores patrañas,
como los enchufados, por ejemplo, y esos sí que tendrán sus cuentas pendientes
con el infierno. Yo tuve en buen trabajo en televisión, y gracias a ese trabajo
viajé a México, Guatemala, Belice, Honduras, Argentina, Perú y hasta a la
Antártida. Ah, y luego como escritor (que creo yo es algo más duro y estresante
para los padres que decir que vas a estudiar Letras) he viajado a Estados
Unidos, Perú de nuevo y Colombia, además de haber tenido el placer de patearme
distintas ciudades de mi propio país. Trabajando en televisión conocí
escritores, pintores, investigadores, académicos, artesanos, políticos,
músicos, luchadores sociales, guerrilleros y hasta, lamentablemente,
presidentes. Pero sobre todo, conocí gente de todos los días, gente buena que
camina las calles del mundo. Ahora soy profesor universitario y trabajo con
editoriales y con revistas como El Estímulo y Clímax. ¿Y sabe qué?, todo lo que hago me gusta y lo disfruto. Y
también conozco gente maravillosa.
Como
dijo Aristóteles, tampoco está mal tener algo de bienes de fortuna, y yo,
Licenciado en Letras, hago lo posible (oh qué burgués todo esto) por vivir
bien. Pero, en especial, estoy orgulloso de lo que he hecho y de lo que hago,
de lo que aprendido, de lo que he visto, de lo que he vivido siendo, disculpe
que repita, Licenciado en Letras. Y no, no voy a decir la ridícula frase esa de
Neruda de «Confieso que he vivido» y tal.
El
asunto es ese que uno ama la lectura, y un buen día, decide seguir leyendo,
aprendiendo y hasta escribiendo para el resto de la vida. Hay quienes se ponen
a estudiar Educación, otros Filosofía. Imagínese usted, qué horror, se van a
morir de hambre. Pero peor es morir por malandro, ¿no? Por otro lado, eso de
morirse por ser lector, no está como tan fácil. A menos que usted sea Bluma
Lennon, aquel personaje de La casa de papel, novelita
fabulosa de Carlos María Domínguez. Aquella insigne profesora, recordemos,
muere atropellada por andar descuidada leyendo poemas de Emily Dickinson.
No me ha ido mal con mi carrera de Letras y menos como
escritor.
Y hablo de mí, recuerde, un chico de Puerto Cabello. No me quejo, en serio. Y
no es que me quiera poner como ejemplo. Sólo le cuento, a usted que es padre, o
a usted que es hijo. Sólo eso, muchas gracias.
Papá, estudio
Letras
Aquí estudié yo
Letras entre 1969-1973
Graduándome en la
Promoción “Dr. Domingo MIliani, 1973” UCAB.
Un escrito en respuesta al artículo
publicado por Fedosy Santaella, “Papá, quiero estudiar letras” el pasado 3 de
febrero
CARLOS EGAÑA
El Nacional Papel Literario 5 DE FEBRERO 2016 - 12:01 AM
Recientemente, he tenido el disgusto de leer un artículo de Fedosy
Santaella titulado Papá, quiero estudiar Letras. En el escrito, con
un tono jocoso que recuerda a cualquier papá pana de sitcom gringo, el
autor intenta rescatar la carrera ante los ojos de la sociedad tan prejuiciada
que nos rodea. Menciona sus experiencias, sus éxitos, el gran confort que le ha
dado su vida, para justificar el camino que decidió para sí durante su
adolescencia. Creo, no obstante, que en vez de profundizar en materia, en qué
implica estudiar Letras y en cuál puede ser la función de la carrera, Santaella
apenas raspa una superficie para quedar como otro hombre que lo ha logrado. Y que si él lo logró, cualquiera puede lograrlo.
La verdad es que, si hay algo que he aprendido en las aulas de la
Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) como estudiante de Letras, es que
estudio una carrera inútil. Para cualquier fin práctico, productivo, propio de
nuestra sociedad capitalista, regida por un nietzscheano querer-más,
querer-mucho, querer-rápido, esta carrera no tiene cabida alguna. Y no porque
el estudiante de Letras se vea condenado a la pobreza o a una vida mísera, sino
porque la literatura, como casi todas las artes que han acompañado el quehacer
humano, es un campo cuya funcionalidad ha sido reducida a un nicho mínimo, sin
mayor influencia sobre la actividad social. En una carrera en que se aprende a
abstraer ideas, criticar modelos de pensamiento, apuntalar símbolos y errores
ortográficos, volverse un erudito, quien se gradúa de
ella apenas sale preparado para formar parte de la vida de consumo a la que
pertenecemos. Más bien, la afición por lo aprendido condena al licenciado en
Letras a incrustarse en un uróboros, posteriormente cursando estudios de
posgrado en literatura para luego cursar estudios de doctorado en literatura
para luego dar clases de literatura a un selecto número de supuestos adultos
que después harán lo mismo, o a un conglomerado de púberes que jamás les
interesará leer más que los últimos chismes en Twitter. De nada sirve, en
cualquier sentido práctico, saber que las obras de Masaccio tenían un fuerte
contenido propagandístico, o que las tragedias de Esquilo, en el fondo,
buscaban subyugar al pueblo ático a las injustas leyes que regían en su tiempo.
Quien triunfa económica o socialmente como estudiante de Letras, lo hace a pesar de su elección universitaria y no a partir
de ella. Fedosy se jacta de que trabaja en televisión y de que escribe en
revistas, pero esas son cosas que podría hacer perfectamente un estudiante de
Comunicación Social o algún aficionado cualquiera. Los campos en los que el
licenciado en Letras se ha podido ver lucrándose de alguna forma pueden ser
intervenidos por cualquiera que tenga el talento y la devoción que estos
requieren. Total, este hablará o escribirá de lo mismo que un licenciado en
Derecho o Sociología trabajando en un periódico si quiere adueñarse del mismo
prestigio. ¿O cuántos periódicos de renombre, más allá de su suplemento
cultural, han circulado por las manos de millones por basar sus noticias en
análisis foucaultianos o en la repercusión que ha tenido tal o cual novela en
los modales de tal tipo de ciudadanos?
Es terriblemente normal que un padre
enloquezca al oír que su hijo quiere dedicarse a la literatura, pues no solo su
estudio es un mundo aparte del de su creación (¿cuántos, de los grandes
escritores que han formado cualquier canon de la literatura occidental,
estudiaron literatura?), sino que el futuro estudiante, al renunciar a
incluirse en el modelo universitario vigente, dirigido a formar trabajadores y
técnicos, se enfrenta a los medios de producción que han condicionado el modo
de vivir de los últimos dos siglos. En esta sociedad posmoderna, en la que las
grandes narrativas, los modelos totalizadores de vida, han sido echados a un
lado para que lo instantáneo se establezca como lo único importante (Lyotard
dixit); en esta sociedad en que las ideologías han sido y son constantemente
desenmascaradas y la gente se rige por ellas sabiéndolo (Žižek dixit), el
estudiante de Letras es parte de la peor de las élites: una que, como cualquier
élite, se pretende elevada, pero que no presta ni da. No hay necesidad de
personas que puedan delatar o construir imaginarios si la importancia de estos
ha desaparecido; la capacidad crítica y el conocimiento acumulado quedan como
posibles elementos para chistes entre círculos de amigos, tal vez un comentario
sagaz mientras dos licenciados se fuman un porro y corrigen exámenes de
Castellano.
Tal vez la dignidad de la élite letrada se manifiesta en su
condición de rebelde. Al deslastrarse de las exigencias de la contemporaneidad,
productiva y productivista, e infundirse de la más pura y teórica nada, quien estudia literatura se despega del mundo real y funda un reino
aparte. No hay mayor acto de rebeldía que decirle NO a lo que define una
cuestión y negar su existencia. Lástima que, al incrustarse en el círculo
vicioso de la academia, asumir el rol de profesor de bachillerato o dejarse
llevar por cualquier ámbito que, como dije antes, no tiene tanto que ver con la
carrera como parece, el estudiante de Letras vuelve a formar parte de la
contemporaneidad, a rellenar uno de sus aparentes vacíos. A la larga, la
rebeldía de dedicarse a los libros, al arte, a todo aquello que el hombre ha
vomitado para no ahogarse en sus ansias, se anula cuando estos se dan a
circular por las instituciones que las han causado (y sí, comprendo la ironía
de este pasaje).
Para dotar a las Letras y a las Humanidades la importancia y popularidad
que han podido tener en el pasado, hace falta un cambio en nuestra manera de
concebir el mundo y en el mundo como ahora está concebido. La palabra revolución se hace inevitable si se quiere que la
literatura sea un pilar fundamental de nuestra sociedad: sea como impulsora de
cualquier actividad social, en contra de cualquier tipo de opresión, como
instrumento de aprendizaje o sencillamente como un colchón sobre el que los
hombres puedan intercambiar sus inquietudes y esperanzas. No soy quien propone
tales esquemas, el siglo pasado dio paso a vanguardias y movimientos que
intentaron hacer de estos una realidad. Pero han quedado en la historia como
anotaciones bibliográficas nada más, y sus obras sepultas en los cementerios
que tanto aclamamos, las bibliotecas y los museos. La democracia,
inevitablemente mediocre y antipática a cualquier especie de radicalidad, está
demasiado bien vista –incluso en los círculos donde la mayoría ni siquiera
tiene cabida.
“No me ha ido mal con
mi carrera de Letras y menos como escritor,” escribe Santaella al final de su
artículo. Y lo felicito, aunque no creo que su carrera de Letras le haya
servido para su carrera de escritor o para cualquier cosa en la que se haya
desempañado. Y aunque en su actitud conformista con el tema, ni siquiera
intente explicar el verdadero problema detrás de la licenciatura. Pero me
gustaría responderle una cosa: “Papá, yo estudio Letras. Y los que hemos
entendido la maquinaria detrás de la carrera, sabemos que aunque no nos vaya
mal, jamás nos irá bien. Porque esta sociedad no está hecha para nosotros, y no
le interesa mucho que hagamos algo por ella”.
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