La genialidad de Michelena en la Galería de Arte Nacional
Gabino Matos*
El 16 de junio de 2013 se cumplieron 150 años del nacimiento de Arturo Michelena (1863-1898), figura emblemática de la plástica venezolana decimonónica y primer artista criollo en obtener un premio internacional: “Medalla de oro en primera clase”, en la Exposición Universal Internacional, de París (1889), con la obra “Carlota Corday camino al Cadalso”; un lienzo de tema heroico, pintado con ocasión de conmemorarse el centenario de la revolución francesa. Obra que testimonia el profundo dominio de la formalidad academicista y los contenidos heroicos característicos de la Escuela de París, aprendidos en la “Academia Julien” con su maestro Jean Paul Laurens.
Esta exposición deviene en una suerte de catálogo extendido sobre las temáticas abordadas por el pintor, así como una oportunidad pedagógica - si se quiere- para conocer los procedimientos seguidos para configurar sus grandes composiciones, caracterizadas por una calculada estructura y un expresivo manejo de volúmenes, masas y luces, orientados hacia un mismo propósito: lograr la plasticidad que caracteriza su obra pictórica y dibujística. La versatilidad de su genio le permitió abordar con contundencia y sin complejos diversas temáticas a la vez. Destacan bocetos, versiones primeras y complementarias, así como la interpretación inicial de obras definitorias del estilo “micheleniano”. Dibujos preliminares y estudios de masas cromáticas, que alcanzan valor en sí mismos. Tales trabajos, al igual que las grandes obras, ameritan ser estudiadas y analizadas desde la resolución de su plasticidad y el manejo particular de los elementos de expresión. En estas líneas no se comentan obras específicas, más bien se pretende ofrecer ciertos elementos generales que pudieran ayudar al observador no especializado, a tener una comunicación directa, significativa y vivencial con las obras de Arturo Michelena.
El estilo académico de factura neoclásico-romántico, así como la preferencia por temas realistas y nacionalistas, le favorecieron los encargos oficiales, eclesiásticos y particulares. Michelena asumió el academicismo con libertad creativa, lo cual le permitió lograr un desenfadado eclecticismo al fusionar armoniosamente elementos neoclásicos, románticos, realistas y simbolistas, desde una estética propia, de valores y principios plásticos, que permiten ubicar, sin entredichos, la obra de este venezolano en el contexto artístico del París de la segunda mitad del siglo XIX.
“Temáticamente hablando -afirma Juan Calzadilla- podemos referirnos a Michelena como un pintor solicitado por los géneros pictóricos popularizados en su tiempo y promocionados tanto por los salones como por las necesidades icónicas que satisfacían el gusto de las burguesías nacionales, especialmente en el tema del retrato. Pero también por la solicitud del gobierno venezolano para atender el reclamo de la historia, en aras de construir, a partir de los episodios heroicos, las mitologías que contribuyeran a la creación de identidad y soberanías nacionales.”
El lenguaje estético de Michelenase explana en su gran capacidad narrativa, lograda mediante un dibujo vigoroso de precisión lineal, trazo seguro y grafismo definitorio; por las pinceladas libres y expresivas que destacan el modelado tonal y volumétrico de las formas y por su aguda percepción y habilidad creativa para referir los entornos arquitectónicos y paisajísticos que sirven de fondo a sus temáticas. Nuevas lecturas visuales de temas mitológicos, históricos, religiosos y alegóricos cobran vida en el detallismo de las escenas, en la naturalidad expresiva de gestos y emociones de los personajes y en las descripciones miméticas de flora y fauna. Todo ello enriquecido con la magistral resolución de gamas cromáticas y terrosas, así como con los contundentes detalles lumínicos que dan realismo a las escenas.
Los temas realistas se corresponden con la llamada “pintura de género”, orientada a representar escenas cotidianas, dramas humanos, vivencias individuales y situaciones colectivas con el ánimo de retratar las luces y las sombras donde se recorta el acontecer cotidiano. Los temas mitológicos, por su parte, están logrados con audaces composiciones de escorzos difíciles y dinamismos indetenibles, que dejan de lado la representación serena o de movimientos controlados de las pinturas convencionales de temática similar. Las escenas taurinas, tan caras al pintor, revelan una atenta observación y una razonada información previa, concretadas en esa veracidad y convicción argumentativa, que favorecen el verismo que caracteriza poses de personajes, el dramatismo en las escenas, el detallismo del ambiente y la precisión de atuendos y atributos.
Los motivos religiosos han sido una constante en la producción artística de Michelena, incluso desde los dibujos de su infancia. La Iglesia le encomendó encargos diversos. Los relatos bíblicos representados fueron contextualizados en entornos naturales locales y los personajes dispuestos se identifican fácilmente por sus símbolos y atributos, la atención a estos aspectos parecen aludir a cierta dimensión catequética de sus pinturas. Intimismo y orientalismo también fueron pretextos descriptivos y narrativos preferidos por nuestro pintor. Odaliscas, soldados árabes, jinetes al galope, se tornaron pretextos para crear escenas intimistas que recuerdan cierta sensualidad del rococó y el liberal tratamiento que Manet daba a los desnudos.
* De la Asociación Internacional de Críticos de Arte. AICA- Capítulo Venezuela.
Lamentables ausencias
Los retratos, género ampliamente trabajado por el pintor, ya en bocetos o versiones finales, revelan un marcado interés por atrapar los rasgos de la personalidad del personaje, así como la expresión de sus poses y el detalle de accesorios, vestidos y atributos que indican la condición social o jerárquica del representado.Estos sintéticos comentarios sobre la obra de Arturo Michelena, solo pretenden ofrecer algunas pistas perceptivas para aproximarse a la lectura de las obras expuestas en la GAN, algunas de ellas muy poco expuestas al público general; por tanto, conviene detallarlas antes de que sean devueltas a sus sitios de origen. En este sentido, lamentamos la ausencia de obras claves para permitirnos una lectura integrada e integradora de la obra de Michelena, como Diana Cazadora (1896), Pentesilea (1891), La multiplicación de los panes (1897), La última cena (1898) y una de los retratos ecuestres más conocidos y emblemáticos de El Libertador. Circunstancias con las instituciones propietarias, que escapan al propósito de estas líneas, pero que sí nos permite considerar que tales ausencias nos privan de disfrutar una visión de conjunto y contextualizada de la obra pictórica de un artista que asumió el arte como un modo de ser y como una mediación propicia para contribuir con representación de hechos y personajes que conforman los logros y avatares de la historia venezolana. Amén de valorar la amplia producción pictórica de un pintor tempranamente arrebatado a la vida. En Arturo Michelena, las obras parecen identificarse plenamente con la personalidad de su creador, pues semejan un reflejo de su forma de ser y de pensar, así como el sentir de una época que dejó testimoniada en su invalorable producción plástica para el conocimiento, disfrute y apreciación de generaciones posteriores.
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