Para entender cabalmente el discurso de Rómulo Betancourt en la creación del partido del pueblo en 1941 hay que ver lo que almacena el inconsciente colectivo venezolano.
I. La revolución la hicieron los blancos
Inés QuinteroLunes, 8 de agosto de 2011
En distintas épocas y desde las más variadas orientaciones historiográficas, representativos historiadores venezolanos y extranjeros han afirmado que, en el caso de Venezuela, fueron los nobles de Caracas, los llamados “mantuanos”, quienes promovieron y dirigieron los sucesos que dieron lugar a la Independencia. Sobre este punto no hay mayores disensiones
Existe consenso historiográfico respecto a que el movimiento de Independencia en la mayoría de las provincias hispanoamericanas fue promovido y dirigido, en sus inicios, por los sectores privilegiados de la sociedad.
En distintas épocas y desde las más variadas orientaciones historiográficas, representativos historiadores venezolanos y extranjeros han afirmado que, en el caso de Venezuela, fueron los nobles de Caracas, los llamados “mantuanos”, quienes promovieron y dirigieron los sucesos que dieron lugar a la Independencia. Sobre este punto no hay mayores disensiones.
Igualmente se sostiene que los blancos criollos al romper con la monarquía y promover la independencia no tenían como propósito alterar la estructura de poder interna de la sociedad, sino consolidar su hegemonía y lograr el control efectivo de la sociedad, económica, política y socialmente.
Ahora bien, ¿cómo ocurrió?, ¿cómo fue que este sector de la sociedad beneficiario del orden antiguo y defensor irrestricto de la Corona, rompió con la monarquía española, abolió los principios que regían la sociedad antigua, acabó con el orden colonial y erigió en sustitución de ello una República sostenida sobre los principios de la igualdad y la libertad? ¿Cómo vivieron la Independencia y qué consecuencias tuvo para ellos y para el resto de la sociedad esta mudanza fundamental de nuestro pasado? De eso precisamente trata esta exposición.
La Independencia constituye, uno de los procesos más dramáticos y contradictorios de nuestra historia y, aunque parezca paradójico, es el período sobre el cual se ha escrito más y el que se ha visto sometido al mayor número de simplificaciones, tergiversaciones y omisiones, lo que ha dado como resultado que sea también el proceso de nuestro pasado más incomprendido y más superficialmente conocido por la inmensa mayoría de los venezolanos y me atrevería decir que también de los hispanoamericanos.
No obstante, desde hace más de treinta años, e incluso más, ha habido un esfuerzo sostenido por parte de la historiografía profesional de desmitificación y problematización de nuestra Independencia; uno de los propósitos fundamentales de este empeño, entre muchos otros, ha sido desmontar el inconducente culto a los héroes Es dentro de este esfuerzo de desmitificación de nuestra Independencia que se inscribe la presente ponencia.
Desde que se inició el proceso de conquista y colonización de las provincias americanas, se estableció en América una sociedad estamental, sostenida sobre el principio del honor y el valor de la hidalguía como fundamento de la jerarquización social
Los nobles caraqueños, descendientes directos de los conquistadores y del alto funcionariado peninsular que vino a Venezuela, fueron los más irrestrictos defensores y protectores del orden jerárquico y desigual que se estableció en las provincias ultramarinas. Todos ellos actuaron en correspondencia con los valores y principios que normaban las prácticas sociales y políticas de una sociedad estamental.
Se ocuparon de obtener símbolos de distinción, expresión inequívoca e indiscutible de la hidalguía, prosapia y linaje de sus poseedores y de esa manera hicieron visible su condición superior. La posesión de un Tïtulo de Castilla, la pertenencia a las diferentes corporaciones nobiliarias, o la obtención de una Condecoración Real, afirmaban la procedencia social y calidad de las familias y les otorgaba ubicación preferencial en el ceremonial de la época de allí que estuviesen dispuestos a realizar el engorroso trámite y las complicadas diligencias de certificación y demostración de hidalgía que exigían todas estas mercedes reales y a desembolsar significativas sumas de dinero a fin de obtenerlas. La obtención de un título nobiliario podía alcanzar una suma cercana a los 25.000 pesos
También fueron los nobles caraqueños especialmente puntillosos en preservar la calidad de sus estirpes realizando alianzas matrimoniales que permitiesen consolidar sus patrimonios y mantener la pureza de sus linajes. Numerosos expedientes de dispensa matrimonial pueden conseguirse en el Archivo Arzobispal, todos ellos expresan la voluntad de la elite mantuana de contraer matrimonio entre ellos mismos. Pero no solamente estaban atentos a casarse entre ellos sino que además se ocupaban de impedir que cualquiera de sus hijos o sus hijas cometiesen el desliz de pretender unir su existencia con alguien de inferior calidad Para ello contaban con la Real Pragmática de Matrimonio sancionada por la Corona, precisamente par evitar los enlaces desiguales. Son numerosos también los expedientes de disenso matrimonial que reposan en nuestros archivos en los cuales puede advertirse el cuidado que ponían los mantuanos a la hora de impedir un matrimonio desigual.
Para los mantuanos la protección de las jerarquías constituía una obligación. Por su origen, condición y calidad, estaba dispuesto, desde antiguo, que fuesen ellos los conductores de la sociedad. Su mandato social era mantener en obediencia y sujeción a los estratos inferiores. Para ello contaban con la institución fundamental del poder local: el cabildo. El Cabildo era controlado por los blancos criollos de manera hegemónica: de los 19 miembros que tenía el Cabildo, 15 pertenecían a individuos de la clase de los mantuanos, todos ellos emparentados entre sí.
Desde el Cabildo y a título personal fueron particularmente cuidadosos a la hora de impedir cualquier novedad que pudiese atentar contra el orden desigual de la sociedad. Así lo hicieron cuando rechazaron la Real Cédula sobre el trato a los esclavos sancionada por la Corona en 1789 y engavetada unos años después como consecuencia de la férrea oposición orquestada por los dueños de esclavos, no sólo en Venezuela sino en otras importantes provincias ultramarinas.
También expusieron sus reservas y condena a la Real Cédula de Gracias al Sacar que permitía obtener la dispensación de la calidad de pardo a quien llevaba sangre negra en las venas y obtener el distintivo de don a quien no lo era. En este caso no logran que la Corona derogue la Cédula, pero los reparos y la lucha serán sin cuartel.
La Corona desatendió los reparos de los mantuanos, no porque tuviese una apreciación distinta respecto al orden desigual dispuesto por el Altísimo. Para los funcionarios reales, al igual que para los mantuanos, los pardos, mulatos y zambos, mezclas diversas e infectas de la peor de las especies: no debían alternar con los descendientes de los primeros conquistadores. La dispensa permitía exclusivamente otorgar esta gracia a individuos excepcionales que habían dado pruebas de su arreglado proceder. Insistían y eran claros respecto a que la citada Cédula no pretendía igualar a los pardos sino distinguir con la merced a los que se comportaban como blancos o empezaban a parecerlo. Para el Consejo de Indias, el tema de la desigualdad y la protección de las jerarquías, no podía modificarse, de ella dependía la obediencia debida al soberano; máxime en las provincias americanas, donde abundaba esta clase de gente y todo tipo de mezclas inconvenientes.
Este impasse entre criollos y autoridades no modificó la fidelidad que profesaban al monarca ni trastocó la lealtad y protección que debían a la Monarquía y al orden antiguo De hecho, fueron visibles y constantes sus demostraciones de lealtad a la Corona y su disposición de defender, la integridad y estabilidad del Imperio. Así ocurrió cuando fue develada la conspiración de Manuel Gual y José María España en 1797, cuando Francisco de Miranda invadió las costas de Venezuela en 1806 y luego cuando se produjo la crisis de la monarquía en 1808.
Tan pronto en Caracas se tuvo noticia de las abdicaciones de Bayona, la reacción de los mantuanos fue de lealtad a Fernando VII y de repudio a los franceses. Unos meses más tarde promovieron una Junta. Esta iniciativa, interpretada por buena parte de nuestra historiografía como un gesto que expresaba una supuesta vocación independentista, constituyó, más bien, una nueva demostración de lealtad al monarca y de defensa y protección a la integridad del imperio. En la representación que dirigen a las autoridades recurren a los contenidos de las proclamas y pronunciamientos de las juntas que se habían erigido en la península y se remiten a la doctrina fundamental del reino en defensa de la integridad de la Monarquía y de sus pilares constitutivos: la Religión, La Patria y el Rey. Fueron perseguidos, sometidos a prisión, juzgados y finalmente declarados inocentes.
La mayoría de los firmantes estuvo, muy poco tiempo después, comprometido en los sucesos del 19 de abril de 1810; muchos de ellos firmarían, el 5 de julio de 1811, la declaración de la Independencia, el 5 de julio de 1811.
¿Cómo fue que ocurrió este viraje aparentemente inexplicable? Los hechos ocurrieron así.
Desde que tuvieron lugar los sucesos del año 1808 la situación en Caracas fue de inquietud e incertidumbre respecto al futuro de la provincia si finalmente la península era sometida por los franceses.
La delicada situación por la que atravesaba la Corona y los llamados a que los americanos participasen en las instancias de poder de la Monarquía propiciaron que las aspiraciones por un mayor control de la provincia presentes entre muchos de los nobles caraqueños se convirtiesen en acciones tendientes a conquistar nuevos espacios de representación en el sistema político de la Corona.
El 17 de abril de 1810 llegó a La Guaira el barco “El Pilar” procedente de España. Los oficios informaban que Sevilla había caído en manos de los franceses, que la Junta Central había sido disuelta y que se había formado un Consejo de Regencia. Todo esto durante el mes de enero de 1810.
Inmediatamente, las nuevas se esparcieron por la ciudad y como es natural hubo alarma y preocupación. La noche del 18 de abril el cabildo convocó para el día siguiente, una reunión extraordinaria a fin de discutir con el Capitán General la crítica situación de la península.
La reunión del cabildo tuvo lugar el 19 de abril de 1810. La proposición de los capitulares fue que era perentorio la constitución e instalación de una Junta, tal como había sucedido del otro lado del Atlántico. El Capitán General manifestó que no era del mismo parecer y se excusó argumentando que debía retirarse para asistir a la ceremonia religiosa del jueves santo. Cuando el Capitán General trató de ingresar al templo fue conminado a regresar al cabildo. El cabildo, ampliado con nuevos miembros, insistió que no podía reconocerse a la Regencia ya que era una instancia ilegítima y que por tanto debía formarse una junta que representase los intereses de la provincia y que fuese la depositaria de la soberanía. El Capitán General no varió de parecer. El incidente, como es ampliamente conocido, concluyó con la destitución de las autoridades y la constitución de una Junta Suprema conservadora de los derechos de Fernando VII.
El 24 de abril se instaló la Junta Suprema de Caracas como máxima autoridad de la provincia. Los integrantes del nuevo gobierno eran en su gran mayoría los nobles de Caracas, todos ellos, salvo contadas excepciones, cerraron filas a favor de la causa de abril.
Esta compleja e inédita circunstancia generó las más diversas reacciones de uno y otro lado del Atlántico. Era muy difícil que en la península, en medio de la crisis y a punto de perder la guerra, se aceptase la constitución de la Junta Suprema de Caracas. La respuesta fue condenarla, rechazarla y conminarla a que reconociese a la Regencia como autoridad legítima del reino. La respuesta de la Junta de Caracas fue insistir en su determinación, alegando, como lo hizo, su legalidad y pertinencia, en atención a la ausencia de una instancia legítima de poder que gobernase en nombre del Rey.
Esta coyuntura generó la exacerbación de las posiciones de uno y otro bando, no solamente desde la península sino al interior de las provincias que, formando parte de la Capitanía General de Venezuela, se negaron a acatar al gobierno de Caracas y se manifestaron leales a la Regencia: Maracaibo, Coro y Guayana.
El distanciamiento entre la Regencia y la Junta era irremediable. Los acontecimientos ocurridos en los primeros meses del año 1811 confirman la tendencia hacia un distanciamiento definitivo entre las partes.
El 2 de marzo se instaló el Congreso General de Venezuela y quedó disuelta la Junta de Caracas. El Supremo Congreso de Venezuela se convirtió en la máxima autoridad de la provincia y en el depositario legítimo de la soberanía, resultado de una consulta electoral. De sus resoluciones dependería el destino de las provincias. La gran mayoría de los diputados pertenecía a los sectores privilegiados de la sociedad y compartían los principios y valores que sostenían a la sociedad antigua.
En los meses siguientes las deliberaciones del congreso condujeron a la declaración de la Independencia el 5 de julio de 1811, con los votos afirmativos de la absoluta mayoría de los representantes. El movimiento de vocación autonomista que se había iniciado en 1810 devino, quince meses más tarde, en movimiento independentista.
Mientras se atienden las reacciones contra la Independencia que se manifiestan de manera violenta en los días siguientes a su declaración, el congreso se ocupa de discutir el contenido de la nueva carta magna. Los debates ponen en evidencia la presencia de posiciones encontradas respecto a aspectos fundamentales de la sociedad de Antiguo Régimen como lo eran la eliminación de los fueros, la abolición de los privilegios y la sanción de la igualdad de los ciudadanos, expresión de las reservas que existían entre los miembros del congreso respecto a avanzar en dirección a una mudanza que alterase de manera sustantiva las bases de la sociedad antigua. Sin embargo, la constitución se aprueba el 21 diciembre de 1811 y sanciona la creación de un orden republicano en el cual quedaron abolidos los privilegios y los fueros, consagrada la igualdad de los ciudadanos y eliminadas todas las leyes que establecían limitaciones y discriminaciones contra los pardos. Esto ocurrió con el voto afirmativo de todos los miembros del congreso a excepción de los representantes del clero que se negaron a aceptar la eliminación del fuero eclesiástico En muy poco tiempo, se hicieron visibles e irreconciliables las diferencias que desde el año 1808 habían estado presentes entre los nobles criollos respecto a cómo responder frente a las difíciles circunstancias que agitaban a la provincia. La división era inevitable. Cuando habían transcurrido seis meses de la aprobación del estatuto republicano, la nueva república sucumbió.
La ruptura irremediable entre los nobles caraqueños se puso de manifiesto, antes de que concluyera el ensayo republicano y cobró nuevas expresiones en los años siguientes. Hubo quienes decidieron separarse de la causa patriota antes de que concluyese el ensayo republicano y en los años siguientes. Quienes así actuaron no compartían la disolución social, la desaparición de las jerarquías, el influjo de la gente de color y el imperio del desorden que habían traído consigo la Independencia. Se unieron a la causa del Rey con el fin de procurar la restitución del orden antiguo. No lograron su cometido.
A diferencia de éstos, hubo otros que se mantuvieron leales a la causa y fallecieron de manera violenta antes de que concluyera la guerra. Un tercer grupo, más afortunado, sobrevivió a la guerra, fueron funcionarios en el gobierno colombiano y acompañaron a los caudillos triunfantes en la construcción de la República.
Concluida la guerra, no fueron los nobles criollos los protagonistas estelares y mayoritarios del difícil y complejo proceso de edificación de un nuevo orden, tampoco fueron sus exclusivos y únicos beneficiarios. De los trece regidores que tenía el cabildo de Caracas al concluir la guerra, sólo tres eran miembros de la antigua nobleza. El Congreso de 1830 que dio forma a la nueva república tampoco estuvo compuesto por los hombres de la vieja nobleza criolla.
Liquidada la desigualdad, abolidos los fueros y suprimidas las jerarquías, no resultaba factible que los privilegios, la hidalguía y el honor constituyesen factor determinante en la configuración del nuevo orden político y social que postulaba la república. La declaración de la Independencia, la ruptura con la monarquía y la sanción de un régimen republicano, constituían la negación de los fundamentos que sostenían al orden antiguo.
La Independencia, más que modificar de manera sustantiva el estatuto social de los sectores inferiores de la sociedad, alteró de manera irreversible la hegemonía que ejercían los sectores privilegiados en la provincia de Caracas y en el resto del territorio de Venezuela.
Podría afirmarse, entonces, que con la Independencia el mantuanaje caraqueño se extinguió física, política y socialmente. Físicamente, en la medida en que una parte representativa de ella, como ya vimos, falleció, antes, durante y en los años inmediatamente posteriores a la guerra. Políticamente porque luego de concluida la contienda no ocuparon ellos de manera exclusiva, predominante ni determinante las instancias de poder en el nuevo estatuto republicano. Socialmente, porque se vieron en la situación de admitir el ingreso a la cúspide de la pirámide social a los caudillos de la guerra, gente del común, sin blasones, hidalguía, ni limpieza de sangre y a compartir con ellos, otro tipo de consideración social: la de próceres de la Independencia, una nueva forma de estimación y distinción construida por el orden republicano.
Sin embargo, no podría afirmarse de manera categórica que desaparecieron de un todo algunos de los valores y prácticas sociales propias de la sociedad antigua. La nueva elite de la sociedad compuesta por algunos de los sobrevivientes del mantuanaje, por antiguos y nuevos hacendados, comerciantes, profesionales, ilustrados, propietarios y oficiales del ejército patriota se dispusieron a construir las bases de un estado liberal, capaz de contener las tensiones sociales heredadas de la disolución del orden antiguo: se limitó el ejercicio de la ciudadanía a los propietarios y hombres de bien, se mantuvo la esclavitud, no se modificó la estructura económica de la sociedad, no ocurrió un cambio radical en las condiciones de vida de la mayoría de la población y no hubo un reordenamiento más equitativo de la sociedad…. Cada uno de estos aspectos y muchos otros, expresión de las fortalezas y perdurabilidad de aquel orden desigual escapan a los objetivos y conclusiones de esta presentación; sin embargo constituyen asunto de atención para los historiadores y materia constante de reflexión para los venezolanos del presente.
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