EFECTISMO EMOCIONAL Y EXPLOTACION DE LA IGNORANCIA DE LOS NACIDOS EN ESTAS TIERRAS DESPUES DE LOS AÑOS 60 QUE NADIE REFUTA Y SOBERBIAS Y EGOCENTRISMOS NETAMENTE PERSONALES QUE BAJO LA GUIA DE FIDEL CASTRO, MAESTRO DE LA OSCURIDAD, HA SABIDO DESPERTAR DESDE LA OSCURIDAD DEL INCONSCIENTE COLECTIVO QUE EL SABE DEVELAR Y MANIPULAR PORQUE NADIE EN EL PAIS Y MENOS EN VALENCIA ES AUTENTICO Y ESPIRITUALMENTE FORMADO EN VALORES ESENCIALES QUE NO SEA EL PODER Y EL DINERO, LO QUE HACE DE VALENCIA EL EJE DE HOMENAJES E INICIOS DE CAMPAÑA DE CUANTO CANDIDATO SE LANCE AL RUEDO POLITICO, Y EJE ENERGETICO DE TRAICIONES AUN EN EL SIGLO XXI.
Indios: «perros sucios» o «salvajes nobles» S. XVI
Leonardo Bracamonte
Jueves 22 de junio de 2000
Hacia una caracterización general del proceso de conquista de América por el reino de Castilla Siglo XVI.
A modo de introducción
De las múltiples lecturas que resulta del proceso de conquista y colonización de América por parte de los españoles, la idea que termina de ser más sugerente a los fines del objetivo de este trabajo, es la que tiene relación con la noción de ver a aquellos «nuevos territorios» con todo y sus habitantes, como la eventual oportunidad de construir una nueva sociedad. Se trataba pues, partiendo de una visión católica y cristiana, del momento único y quizá irrepetible dado por Dios a los cristianos de intentar, de nuevo, edificar una sociedad sustentada sobre la base de las ideas y valores católicos.
Esta misión teológica — salvacionista llevaba también, y como paso previo a este proyecto social, la idea de la conversión de los habitantes de estas tierras a la fe católica, la única y verdadera. Los actores puestos a conformar lo que sería la hechura de aquel modelo de sociedad, partían, como todo, de intereses a veces contrapuestos, identificarlos será uno de los objetivos de este trabajo. No obstante, la idea de cristianizar y convertir a estas tierras a la fe de Cristo, gozaba de una absoluta mayoría entre los propulsores de la tenida como misión divina. La idea que funge como rectora de todo esta empresa política, en tanto que ampliación de territorios, es la progresiva propagación mundial del evangelio. Lo dicho hasta ahora constituye una constante en las infinidades de cartas y comunicaciones escritas entre los conquistadores. En carta de gobernador de Cuba, Diego Velázquez a Hernán Cortés (1485-1547), la máxima autoridad de la isla puntualiza: «Sabéis que la principal cosa que sus Altezas permiten que se descubran nuevas tierras es porque tanto número de ánimas, como de innumerable tiempo acá han estado y están en estas partes perdidas fuera de nuestra santa fe, trabajaréis como conozcan a los menos haciéndoselo entender, por la mejor orden y vía pudiéredes, como hay un solo Dios creador del cielo y de la tierra, y de las otras cosas que en el cielo y mundo son...» [1] Esto no niega la existencia de otros móviles que impulsaron la conquista, particularmente el conquistador de México Hernán Cortés (1519-1593), resume al dominador como bien enviado a llevar la palabra de Dios en conjunción con la idea del enriquecimiento, tanto personal como para la corona.
La tremenda carga de religiosidad que llevó implícita la etapa de la conquista y colonización en el siglo XVI, guarda relación estrecha con el momento vivido en la Península Ibérica en su proceso de conformación de la nacionalidad española. En efecto, la empresa conquistadora es vista en aquel tiempo como premio y consecuencia, en la consumación de la lucha contra el enemigo musulmán, puesto en papel de dominador por ochocientos años. La empresa americana es impulsada bajo el poderoso efecto, interiorizado como sobrenatural recompensa, de la toma de Granada en 1492. La reconquista no concluye en Granada, al contrario, la conquista de América es percibida por sus propulsores como continuación en la lucha contra el enemigo infiel, en el contexto de una guerra concebida como santa.
Se trata de un factor imposible de subestimar, acaso determinante para la comprensión de la conquista de América, con todo y sus horrores. Los llegados a estas tierras son gentes curtidas en la lucha contra el enemigo hispanomusulman. Asumida por siglos como misión salvacionista, el conquistador no verá en América sino otra faceta del mismo proceso de reconquista de territorios, en manos de gentes que con sus modos, sus costumbres y acaso con su sola existencia; ofendían a Dios y al Rey. Como idea complementaria, los conquistadores como hombres de guerras, aspiraban también a hacerse respetar en su oficio de «guerrear». Así, títulos que implican jerarquía social, honor y fidelidad al rey, aparejado con altos niveles de ambición por enriquecerse, dan luces para la conformación y comprensión del conquistador militar, enrolado voluntariamente, cuyo destino será el nuevo mundo. De ahí la costumbre de llamar a los templos religiosos construidos por los miembros de las culturas autóctonas en México, mezquitas; de ahí el llamar a los habitantes de las indias, infieles, y de tenerlos muchas veces como enemigos. En una carta enviada al rey de España comenta Cortés, en 1519: «E certificó a vuestra alteza que yo conté desde una mezquita cuatrocientos y tantas torres en la dicha ciudad de Churultecal» [2].
Tal es la importancia del papel civilizador del conquistador que el mismo Bernal Díaz del Castillo sostiene el derecho reclamado por ellos de convertir a los tenidos como bárbaros a la fe católica, por encima incluso de los misioneros:
Todas estas cosas por mí recordadas quiso Nuestro Señor Jesucristo que con su santa ayuda nosotros, los verdaderos conquistadores... que lo descubrimos y conquistamos desde el principio... les dimos a entender la santa doctrina: se nos debe el premio y galardón de todo ello, y primero que a otras personas, aunque sean religiosas [3].
Lo que reclama Díaz del Castillo no era asunto de poca monta. El mayor éxito del proceso de conquista y colonización, al margen de los logros y victorias en el campo de la guerra a los indígenas, y al del descubrimiento y explotación de inmensas riquezas de todo tipo, era el éxito desde el punto de vista ideológico. La victoria, pues, fue ideológica en tanto que lo que tuvo como punto de partida en 1492, terminó con la muerte sí de muchos naturales, y con ellos, la desaparición de infinidades de culturas gestadas al fragor de un desarrollo particular, aislados de la cultura europea.
Tomando en cuenta esta última idea del triunfo de la cultura europea sobre las culturas autóctonas americanas, este proceso no tuvo en la realidad una traducción homogénea y sin sobresaltos. Como lo señalábamos al comienzo del trabajo, múltiples fueron los autores que tuvieron una participación destacada en la tarea de sojuzgar al continente. Y múltiples también, los intereses y métodos destinados a ganar para el catolicismo a las Indias.
Indios: «Perros sucios» o «Salvajes nobles»
Todo imperio que se precie de tal, necesita la elaboración de una serie de argumentos que funcionen como explicación-justificación a la dominación por ellos ejercida sobre otras culturas. Y de hecho, lo dicho hasta aquí no dice nada en sí mismo. Pero el que exista una «coartada» ideológica, y que ésta sea puesta en duda por otros también abocados a la empresa de conquistar. Y que de estos se desprenda una discusión que toque hasta lo más profundo de una disputa filosófica en torno al hombre y a Dios, que trascienda los espacios de discusión políticos tradicionales (las cortes) para polemizar en universidades. Y que además, como resultado de estas trifulcas teórico-filosóficas, se vea amenazado el rumbo de la conquista hasta lograr modificar las leyes puestas a impulsar y hacer eficiente el dominio sobre las Indias; resumen todo un período no sólo particular por el hecho de la expansión y la incorporación de territorios por parte del reino de Castilla, sino especialmente peculiar en tanto se trata de un imperio cuestionando su papel de tal. El fuego que producirán estas disputas durará hasta la segunda mitad del siglo XVI, y sus calores persistirán durante todo el período colonial.
El recurso utilizado hasta la llegada de Colón en las Antillas para otorgar legitimidad a la conquista de nuevos territorios, tanto de Portugal como de Castilla, era la figura de las bulas, donde el papa, quien venía interviniendo en el proceso, otorgaba el permiso para tomar las tierras en nombre suyo para el emperador. En particular la bula Inter caetera (1493), consistía en que a cambio de donación de los territorios en el proceso de conquista, los reyes católicos estaban obligados a convertir a los nativos y proteger a la Iglesia Católica, garantizándole movilidad y poder de incidencia en la construcción de la nueva sociedad [4].
El escenario para las primeras disputas, referido a cómo conquistar, tuvo lugar en las Antillas. Allí para 1509, la figura de la encomienda era legalizada por el rey Fernando. Era claro que para los encomenderos, la conquista debía llevarse por caminos muy distintos a los que miembros de la iglesia católica tenían pensado.
En vista de la tremenda brutalidad para con los indios en las Antillas en 1511, el fraile dominico Antonio de Montesinos pronunció un discurso cuyo contenido llegará a los oídos de la corona española.
...todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía con que usáis con estas inocentes gentes... Tened por cierto que en el estado en que estáis no os podéis más salvar que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo [5].
Lo dicho por el dominico conmovió y escandalizó a buena parte de los encomederos y colonos. Estos hombres creín firmemente en que lo que hacían formaba parte de un plan divino concebido por Dios. Resultaba pues contradictorio y más en hombres provenientes del siglo XV, la condena de un dominico, afirmando que estaban los propios encomenderos en pecado mortal por los tratos infringidos a hombres inferiores, lo cual resultaba, para ellos, más que justo, el hecho de colocar a los naturales en situación de sumisión.
Sin embargo, la visión que los conquistadores tenían de su empresa estaba profundamente impulsada por motivos religiosos, la certidumbre de que lo hecho hasta entonces en las Antillas conformaba una prueba de fidelidad y servicio a Dios y al monarca, estba más que probado. Era claro, para ellos, que los indígenas conformaban una clase de hombres alejados de toda razón humana, por lo cual debían convertirse violentamente al cristianismo. En la vida de los indios, antes de que llegara el europeo, pensaban éstos, reinaba la lujuria impulsada por el demonio. Gonzalo Fernández de Oviedo resume el pensamiento de este sector de los conquistadores como sigue:
Ya se desterró Satanás desta isla; ya cesó todo con cesar y acabarse la vida a los más de los indios, y porque los que quedan dellos son ya muy pocos y en servicio de los cristianos [6].
La respuesta del Estado español, a las matanzas que venían ocurriendo en las Indias, fue la elaboración de las leyes de Burgos (1512) Más adelante, en 1513, un jurista, Palacios Rubios, será el encargado de redactar un documento explicativo a los indios, en el que se les mostraba la necesidad, guiada por la razón, de incorporarse a la fe católica y asumirse como súbditos del rey de España, o de lo contrario se les haría una «guerra justa». Lo que resaltamos del documento, porque es lo que al fin estará en cuestión, fue que el papa como heredero directo de Jesucristo, tenía títulos que hablaban sobre el dominio de bienes y de hombres en toda la tierra, tal derecho era de origen divino, y los nativos de las Indias no tienen otra opción que acercarse a escuchar la palabra del único Dios. La impugnación a lo sostenido en el Requerimiento vino de distintas personalidades.
Así por ejemplo, el argumento de que los nativos por ser bárbaros eran carentes de razón, y por tanto era necesario subyugarlos bajo la figura de la encomienda, fue rotundamente rechazado por el dominico Francisco de Vitoria. Desde la Universidad de Salamanca en 1539, sostuvo que, la autoridad civil era inherente a todas las comunidades indígenas en virtud de la razón y de la ley. Para él, ni el papa ni el rey podían reclamar con justeza la propiedad sobre estas tierras y sobre estas gentes. No se pueden anular los derechos legítimos que asisten a los naturales oponiéndoles el derecho natural y temporal del papa. Vitoria propinaba un golpe mortal a la justificación referida al dominio ejercido por los ibéricos en la Indias, alegando ilegitimidad de la comentada donación papal [7].
La postura de Bartolomé de las Casas, en un principio encomendero, sostenía que los nativos, presos de incontables sufrimientos, debían ser liberados, sus propiedades y riquezas devueltas, y sus superiores colocados en los puestos que les correspondían hasta la llegada de los europeos. Sostenía que el hecho de no haber escuchado jamás la palabra de Dios le confería derechos para seguirse conduciendo con autonomía. A los efectos de ganar para la fe católica a los naturales, proponía un proceso de persuasión hasta sumarlos progresivamente al evangelio. Los llamados a realizar esta evangelización serían los misioneros. Los colonos y encomenderos, para Las Casas, no debían intervenir en la empresa. Esto, a los ojos del imperio resultaba una insensatez. La devolución de las inmensas riquezas tomadas de los indios, el respeto a sus autoridades, y el no-aprovechamiento de la mano de obra indígena, y su sustitución por una suerte de dominio basado en la persuasión; implicaba una negación absoluta de los postulados básicos inmanentes a la razón de imperio.
No obstante, un dominico presente en el Consejo de Indias en 1525, Tomás Ortiz, respondía de forma contundente a los incómodos partidarios de los derechos de los indios: «En la tierra firme ellos comen carne humana. Son mas dado a la modorra que cualquier otra nación. No hay justicia entre ellos. Andan desnudos... Son estúpidos y simples... Son incapaces de aprender... Y debo también afirmar que dios nunca ha creado una raza más llena de vicios, compuesta sin la menor mezcla de bondad y de cultura» [8].
La última idea con que concluye la cita, relativa a la creación por Dios de «una raza más llena de vicios» y carente de bondad y de cultura, ponía en aprietos el dogma católico. Es bien sabido que las escrituras sagradas hablaban de que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios... semejantes a Dios, y al mismo tiempo « defectuosos» ? Los calorones se disiparon dentro de la corte cuando uno de los miembros de las Juntas, partidario de la servidumbre natural, fray Bernardo de Mesa, de la Orden de los predicadores, aclaró que si bien era cierta la posibilidad de hacer de los indios hombres cristianos, no era menos cierto también la poca disponibilidad de los naturales hacia la sola probabilidad de salvar sus almas. El panorama quedó esclarecido al explicar que ciertamente los naturales que habitaban en el Nuevo Mundo, fueron creados a imagen y semejanza del Señor, pero teniendo en cuenta a un mundo caído en pecado, en guerras, etc., se hacía comprensible, para ellos, lo que parecía una contradicción.
Al fragor de las disputas sobre cómo tratar a los indios, se pueden distinguir a los bandos enfrentados: los encomenderos colonizadores, y los misioneros. Unos orientados a ver al indígena como «perros sucios», y otros en concebirlos como «salvajes nobles». Gonzalo Fernández de Oviedo, enemigo de Las Casas, veía a los indios como «naturalmente haraganes y viciosos, melancólicos, cobardes, y en general, un pueblo invariablemente mentiroso, son idólatras, libidinosos, cometen sodomía...» [9]. De la lectura de las opiniones vertidas por el historiador oficial de la conquista, resulta comprensible el tratamiento dado por los encomenderos a los tenidos como «perros sucios».
Por su parte, de Las Casas impugnaba la idea sustentada por los colonos y encomenderos, cuyos alegatos hablaban del derecho de los españoles de dominar a los indígenas por el hecho de ser los indios inferiores e ingenuos. De contradecir los designios del monarca, los naturales se exponían a una guerra justa. «Es aquí de notar que el título con que entraban y por el cual comenzaban a destruir todos aquellos inocentes y despoblar aquellas tierras,... era decir que viniesen a sujetarse y obedecer al rey de España; donde no, que los habían de matar y hacer esclavos. Y los que no venían tan presto a cumplir tan irracionales mensajes y a ponerse en las manos de tan inicuos,... llamábanles rebeldes... Y la ceguedad de los que regían las Indias no alcanzaba ni entendía aquello que en sus leyes está expreso y más claro que otro de sus primeros principios, conviene a saber: que ninguno puede ser llamado rebelde si primero no es súbdito» [10].
No era difícil observar serias contradicciones en la política de la corona hacia las Indias. Cuando la discusión tomó niveles de agitación constante, Carlos V regresaba a España después de dos años de ausencia en 1541. Se imponía una reelaboración de la política seguida por la corona, en especial la figura de la Encomienda, donde el papel de la conversión del indio corría por cuenta del encomendero. Ante una atmósfera de pugnas y rivalidades, el emperador reunió una junta especial para la elaborar una estrategia política, con el objetivo de cambiar la relación de las Indias con la corona. Esta junta fue la que elaboró las llamadas Leyes Nuevas del 20 de noviembre de 1542. Este cuerpo normativo legal a implementar en América, recogía en buena medida parte del pensamiento justiciero de Las Casas. Las relaciones de descontento por parte de los encomenderos no sólo se hicieron sentir en las Indias, sino en la propia Corte. La oposición férrea a la iniciativa de Las Casas, partía de los encomenderos y entre ellos se encontraba Hernán Cortés, conquistador de México. No obstante, los argumentos más filosóficos en respuesta al grupo de Las Casas y sus Leyes Nuevas, vinieron de un estudioso aristotélico llamado Juan Ginés de Sepúlveda, cuya obra «Demócrates Alter», escrita en 1544-1545, resumía de manera explícita la doctrina de la servidumbre. La forma como redactó sus reflexiones están basadas en un diálogo entre Demócrates, quien funge como su portavoz y Leopoldo un alemán. Puestos a conversar; comenta Demócrates: «Bien puedes comprender ¡oh Leopoldo! Si es que conoces la costumbre y naturaleza de una y otra parte, que con perfecto derecho los españoles imperan sobre estos bárbaros del nuevo mundo e islas adyacentes, los cuales en prudencia ingenio, virtud y humanidad son tan inferiores a los españoles como los niños a los adultos, las mujeres a los varones,... y estoy por decir de monos a hombres» [11].
Probar que los habitantes del nuevo mundo conformaban un grupo humano inferior al europeo, implicaba la necesaria sujeción de éstos a los ibéricos. De ahí la condena de lo que sólo era una diferencia, en términos culturales. Partiendo de lo diferente como algo condenable, se tenía como inferior a los habitantes del Nuevo Mundo. Sepúlveda tenía como fuente de inspiración en la disputa al pensamiento aristotélico, el cual concluía que la sujeción de unos hombres por otros era natural, ya que era sabido que en la naturaleza existen hombres que son menos inteligentes que otros. En este caso, la servidumbre se justificaba en tanto el dominador se hacía del dominado para servirse de él. Mientras que el de menos sapiencia aprovechaba su situación de servidumbre para aprender algún día a ser un dominador. Extrapolando esto al Nuevo Mundo, los indígenas lejos de afligirse por un hecho visto por Sepúlveda como justo, tal significaba su situación de dependencia y sumisión, debían celebrar la posibilidad inmejorable que tenían para «civilizarse».
La confrontación entre Sepúlveda (perros sucios) y De Las Casas (salvajes nobles), partía de la lectura de dos visiones distintas hacia los habitantes de Nuevo Mundo. Mientras Las Casas propugnaba antes que todo por una política de evangelización utilizando métodos pacíficos, Sepúlveda se pronunciaba por la servidumbre pura y simple de los naturales. Con todo, ya para 1542, la figura del Requerimiento había sido eliminada por lo menos del papel, la sustituía un documento, que con el mismo objetivo de propagar la fe en América, lo hacía desde una concepción diferente del indio. Se trata de «La Carta a los Reyes y Repúblicas del Mediodía y el Poniente» (1543)
En 1573, Felipe II sanciona unas Nuevas Ordenanzas de Descubrimiento y Población, documento cuya orientación fundamental es dar por concluido el proceso de conquista y ocupación, para dar paso al proceso llamado de pacificación y colonización.
Conclusión
Puestos el estudio de aquella disputa histórica, sobre los distintos métodos para someter a los naturales de las indias y convertirlos al catolicismo, una de las conclusiones, siempre provisionales en el campo de la historia, es la participación de actores con distintas motivaciones en la tarea común de hacerse del continente americano. Pero lo realmente trascendental de lo dicho hasta ahora, es que estas diferencias referidas a los métodos para conquistar y evangelizar a toda una humanidad, generó un debáte sobre el indígena y lo indígena que aun hoy no ha cesado. Esas disputas hablan de otra de las conclusiones no menos interesantes, se trataba de un imperio en el difícil trance de pensarse así mismo en su aspiración de dominar, y después cristianizar el mundo. Se trataba de una crisis de conciencia: la de un imperio católico, cuya misión salvadora era tenida como moral, y el trato inhumano dado por ese mismo imperio a gentes, cuya condición de tales, acaso muchos católicos dudaron. No obstante, los diferentes puntos de vista, por más opuestos que se presenten, convergen en la necesidad de dominar y cristianizar al nuevo mundo, donde no hay consenso es en el cómo. Tan conquistador es Bartolomé de Las Casas como Francisco Pizarro. Ambos creen ser parte de un plan elaborado por Dios, donde sólo ellos son los afortunados ejecutores, elegidos en la tarea, siempre polémica, de propagar el evangelio.
Notas
- Bernal Díaz del Castillo. Cap. XIX. Tomado de: El conquistador hispano, señas de identidad. Por Francisco Solano. En: Proceso histórico al conquistador. Madrid: Alianza Editorial. 1988. Pág. 195.[Volver].
- Hernán Cortés. Cartas y relaciones con otros documentos relativos a la vida y empresa del conquistador. Buenos Aires: EMCE Editores. 1946. Pág. 146. [Volver].
- Bernal Díaz del Castillo. Op cit. CCVII. Pág. 195. [Volver].
- Josep M. Barnadas. «La iglesia católica en la hispanoamérica colonial». En: Leslie Bethell, Historia de América Latina. Barcelona. Editorial Crítica. 1990. Pág. 186. [Volver].
- Ibidem. Pág. 187. [Volver].
- Gonzalo Fernández de Oviedo. «Historia General y Natural de las Indias». Madrid: Colección Autores Españoles, Tomo CXVII y CXVIII. 1950. Pág. 124. [Volver].
- Josep M. Barnadas. Op cit. Pág.189. [Volver].
- Tomado de Hanke Lewis. Estudio sobre Fray Bartolomé de Las Casas y sobre la lucha por la justicia en la conquista española de América, Caracas: EBUC. 1968. Pág. 36. [Volver].
- Op cit. Gonzalo Fernández de Oviedo. Tomado de Hanke Lewis. Pág. 31. [Volver].
- Bartolomé De Las Casas. Brevísima relación de la destrucción de las Indias y memorial al Consejo de Indias. En:Ramón Xarau (compilador), Idea y querella de la Nueva España. Madrid. Alianza Editorial. 1973. [Volver].
- Tomado de Zavala Silvio. La defensa de los derechos del hombre en América Latina. Bélgica: UNESCO. Pág. 31. [Volver].
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