Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.

Casa de la Estrella. Donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830.
Casa de la Estrella, ubicada entre Av Soublette y Calle Colombia, antiguo Camino Real donde nació la República libre y soberana de Venezuela en 1830, con el General José Antonio Páez como Presidente. Valencia: "ciudad ingrata que olvida lo bueno" para el Arzobispo Luis Eduardo Henríquez. Maldita, según la leyenda, por el Obispo mártir Salvador Montes de Oca y muchos sacerdotes asesinados por la espalda o por la chismografía cobarde, que es muy frecuente y característica en su sociedad.Para Boris Izaguirre "ciudad de nostalgia pueblerina". Jesús Soto la consideró una ciudad propicia a seguir "las modas del momento" y para Monseñor Gregorio Adam: "Si a Caracas le debemos la Independencia, a Valencia le debemos la República en 1830".A partir de los años 1950 es la "Ciudad Industrial de Venezuela", realidad que la convierte en un batiburrillo de razas y miserias de todos los países que ven en ella El Dorado tan buscado, imprimiéndole una sensación de "ciudad de paso para hacer dinero e irse", dejándola sin verdadero arraigo e identidad, salvo la que conserva la más rancia y famosa "valencianidad", que en los valencianos de antes, que yo conocí, era un encanto acogedor propio de atentos amigos...don del que carecen los recién llegados que quieren poseerlo y logran sólo una mala caricatura de la original. Para mi es la capital energética de Venezuela.

viernes, 27 de marzo de 2015

A Valencia hay que quererla con sentido de pertenencia...Tal como había sido programado este miércoles se llevó a cabo la condecoración y entrega de reconocimientos a 22 personalidades y 17 personas, en el marco de la celebración del 460 aniversario de la ciudad de Valencia. Siendo el General Humberto Seijas Pitaluga el Orador de Orden

Alcaldía de Valencia condecoró a 22 personalidades y 17 instituciones en la celebración de los 460 años de la ciudad


CON MOTIVO DE LOS 460 AÑOS DE LA FUNDACIÓN DE VALENCIA

Señores:

Explicaba Virgilio que “mientras los ríos corran al mar, los montes hagan sombra a los valles y haya estrellas en el cielo, en la mente del hombre agradecido debe durar el recuerdo del beneficio recibido”.  Esta es una de esas ocasiones.  Por siempre mantendré en mi memoria esta ocasión, este privilegio que se me concede hoy.  Haber sido seleccionado para hablar en una fecha memorable y ante un selecto auditorio es indudablemente un inmenso honor.  Y, en mi caso, considero que la distinción que se me otorga es doble.  Llevar la palabra en este día en el que Valencia arriba a sus 460 años de fundada implica que quedo en deuda de gratitud con las personas que integraron el comité encargado de seleccionar al orador; porque ellos, con una generosidad a más no poder, me han concedido una preeminencia y me han distinguido por sobre muchas otras personas que, adornadas con un sinnúmero de méritos, tienen más derecho que yo para estar frente a ustedes en este podio por diversas razones, pero asomo una sola: yo no nací en Valencia, ni siquiera en Carabobo.  Pero sí soy valenciano, aunque por escogencia: mi esposa y yo decidimos ser valencianos desde comienzos de la década de los ochenta.  Y bendigo la hora en la que Eddy y yo tomamos esa determinación.  Porque Valencia fue y sigue siendo generosa, casi pródiga, para conmigo y con mi familia. 

Yo, valenciano de fuera —si se puede decir así— puedo proclamar a todo pulmón que es falsa la leyenda negra que circula por muchas partes de Venezuela: que Valencia es una ciudad goda, que es refractaria a la gente que viene de otros lugares.  Por el contrario, me consta que es una ciudad que acoge con cariño al forastero; en ella se consigue amistades sinceras y perdurables, a ella uno puede adaptarse sin dificultad.  Si no fuese así, nunca hubiera podido despegar hacia las alturas de ser la capital industrial del país, ni llegar a ser uno de los polos de atracción de Venezuela.  Pregunto: ¿si fuese verdad esa conseja malintencionada, hubiesen llegado, y permanecido, los inversionistas y las cuantiosas inversiones que sirvieron para arrancar las zonas industriales? ¿Se hubiesen venido y asentado con éxito los miles y miles de andinos, orientales, maracuchos y llaneros que metieron el hombro junto con los carabobeños para arrancar y poner a producir los cientos de planteles industriales que brotaron entre nosotros?  ¿Hubiera florecido los sectores del comercio y los servicios que son concomitantes con el desarrollo de una región, siendo que una buena parte de sus empresarios llegó de fuera de las fronteras patrias?  Las respuestas a las interrogantes anteriores es una serie de rotundos “no”.  Los ingentes recursos humanos y los importantes capitales foráneos que llegaron a partir de la segunda mitad del siglo pasado se quedaron aquí porque encontraron una población abierta, amable,  cordial, emprendedora y capaz.  Pero también hay que señalar que cuando llegaron estos, ya la ciudad tenía cientos de años recibiendo sangre foránea que venía a dinamizar la sociedad y la economía.  Branger, Stelling, Ramos, Degwitz, Salomón, Cervini, por mencionar unos pocos, no son precisamente apellidos tacariguas.  Son los de personas venidas de fuera; unos llegaron con caudales; otros solo vinieron con su fuerte voluntad y sus deseos de progresar y prevalecer.  Todos somos testigos de la manera admirable de cómo lo lograron.  Y de cómo las generaciones que los sucedieron han sabido seguir las enseñanzas de sus progenitores.

Una cuña que transmitía Radio 810 a comienzos de la década de los sesenta explicaba que “Venoco lubrica las ruedas del progreso”.  Siempre pensé que la frase pudiera ser modificada y extenderse hasta cubrir a la cumpleañera de hoy: por muchos años, Valencia entera ayudó de manera excepcional a lubrificar y facilitar el avance de Venezuela hacia la modernidad.  Todavía lo hace, pero de manera menguada en razón de una política oficial que ha forzado el cierre o la disminución del ritmo de producción de muchos establecimientos industriales.  Pongo un ejemplo, ya que antes hable de ruedas: las tres plantas industriales que producen neumáticos en la Gran Valencia fueron diseñadas para producir entre todas, en tres turnos, unos 20.000 cauchos por día.  Hoy, afectadas por la falta de divisas, por las luchas inter-sindicales y por los frecuentes cortes de electricidad y de gas, trabajan un solo turno y la producción diaria no llega a los ocho mil.  La escasez de ese renglón la estamos padeciendo todos en Venezuela.  Y para este tipo de carestías no valen los grandes capitanes de industria que tuvimos y tenemos entre nosotros.  Podemos reunir en un equipo de trabajo a emprendedores probados como Bruno Bortesi, Pedro Salom, Ricardo Carrillo, Carlos Sandoval, Janos Magasrevy y Ricardo Barreto y no se logrará nada.  Porque la escasez está planeada, proyectada y puesta en funcionamiento desde muy arriba en Caracas.  La carestía y sus compañeros de viaje, la penuria, la privación, la inflación y la mengua forman parte de un proyecto político que necesita del igualamiento por debajo.  Solo cuando cambien los inventores y propiciadores de este diseño político podrá Valencia volver a ser la capital industrial y a ser la generadora del impulso hacia el progreso que requiere Venezuela para poder prevalecer.

Pero pasemos a otro tema menos ingrato.  En fin de cuentas, hoy estamos de celebración.

Valencia no solo ha engendrado y forjado empresarios de calidad como los que mencioné antes.  También ha sido paridora de hombres y mujeres valiosísimos para el devenir nacional y regional.  Empecemos recordando a los concejales valencianos del periodo 1959-1963, a esos que, por su obstinada perseverancia, lograron que en Valencia se desarrollara la primera de sus muchas zonas industriales. Me refiero a Humberto Celli, Alejandro Izaguirre, Carlos Suárez, Raúl Villarroel, Luis Núñez Pérez, Víctor Peñalver y José Núñez Milá.

Menciono también otros nombres de valencianos insignes.  Entre los cultivadores de las bellas letras: José Rafael Pocaterra, Felipe Herrera Vial, Fabián de Jesús Díaz, Otto De Sola, Luis Augusto Núñez y Luisa Galíndez, por mencionar solo unos pocos.  Desde aquí partieron muchos de nuestros artistas plásticos hacia el triunfo —unos para brillar en la escena nacional y otros para resplandecer y ser admirados en los salones europeos.  Hay que empezar necesariamente por Arturo Michelena y Antonio Herrera Toro, pero inmediatamente debe continuarse con Andrés Pérez Mujica, Eulalio Toledo Tovar, Braulio Salazar, Oswaldo Vigas, Luis Guevara Moreno, Armando Pérez y nuestro querido y bien recordado Vladimir Zabaleta.  En la provincia de lo espiritual uno tiene que referirse a levitas purpurados como Gregorio Adam, Francisco Iturriza y Luis Eduardo Henríquez.  Este último merece también aparecer enumerado junto con los hombres de letras, porque su poesía es sublime como pocas.  En la radio, la prensa y la televisión nacionales brillaron y se lucieron Abelardo Raidi, Renny Ottolina, Aldemaro Romero, Mirla Castellanos, Jesús Lossada Rondón y Carlos Tovar Bracho.  En fin, que los recursos humanos de calidad siempre han sido una constante en Valencia.  Y eso que no me pongo a contar los que han descollado en los deportes, el magisterio, la música y la belleza, porque si lo hago tendría que sobrepasar el tiempo que se me ha sugerido como conveniente. 

A lo largo de la historia, Valencia ha sido una manifiesta  y perseverante demostración de abnegación y sufrimiento, pero también de firmeza, entereza y fuerte voluntad para superar esas tribulaciones.  En la escena nacional no hay otra ciudad que hubiese de sufrir tantos asedios. 

El primero que la asedió fue Lope de Aguirre en 1561, cuando no tenía ni diez años de fundada.  Y creo que es la primera vez que el nombre de Nuestra Señora de la Anunciación de la Nueva Valencia del Rey suena en las cortes españolas: porque es desde aquí que el Tirano Aguirre le escribe a Felipe II su famosa carta declarándole la guerra.  En esa oportunidad, muchos de los habitantes, que se habían salvado porque huyeron a las islas del lago de Valencia, regresaron a volver a construir con paciencia y tesón lo que los marañones de Aguirre habían destruido. 

El segundo sitio fue comandado por Francisco de Miranda en 1811.  Sucedió por la insurgencia de los valencianos en contra de Caracas.  No es, como se dice con frecuencia, que Valencia no fuese partidaria de la independencia.  De hecho, el discurso más incendiario, el 4 de julio, en víspera de la declaración formal en el Congreso, fue el de Miguel Peña.  Lo que pasaba es que nuestra ciudad no aceptaba el centralismo excesivo que propulsaba e intentaba imponer el gobierno desde Caracas.  O sea, muy parecido a lo que sucede ahora.  Porque Valencia siempre ha estado a favor de la federación y la descentralización de potestades, y no quiere dejarse padrotear por Caracas.  Durante ese asedio, los valencianos resistieron con vigor.  Los muertos pasaron de 800.  Pero, al final, Miranda tomó la ciudad.  Quiero resaltar dos cosas: una, que don Francisco no fue un gobernante despótico mientras estuvo entre nosotros. Y, dos, que en ese sitio actuaron junto a Miranda el coronel Simón Bolívar y el teniente Antonio José de Sucre, quien fungía de edecán del Generalísimo.

Los dos siguientes sitios ocurrieron en el año 14.  Y en estas oportunidades quienes cercaron a la ciudad fueron los realistas.  El tercero lo comienza el general Ceballos, con fuerzas muy superiores, casi de diez a uno, a las que disponía Urdaneta.  Y a aquel se le suman los efectivos que trajo Boves, quien llega a reforzar a los realistas.  Se lucha salvajemente; las degollinas estaban a la orden del día.  Llegó un momento en que las defensas patriotas estaban conformadas por un perímetro de unas ocho manzanas alrededor de la actual Plaza Bolívar.  Solo la fuerte voluntad de los valencianos, que decidieron luchar hasta vencer o morir, y la llegada de Bolívar con refuerzos, lograron repeler a los españoles, quienes se replegaron hacia Tocuyito.  Se había salvado Valencia.  Nuevamente, los habitantes debieron empezar a rehacer la infraestructura valenciana y a trabajar  para que la ciudad resurgiera cual ave Fénix.  Pero por poco tiempo.  Después del triunfo de Bolívar en la Primera Batalla de Carabobo, las exigencias estratégicas hicieron que Mariño se moviese hacia Villa de Cura y Urdaneta hacia Occidente.  Valencia quedó indefensa.  Eso lo aprovechó Boves.  Escalona defendió la plaza con denuedo pero tuvo que capitular al final, después de 21 días y cuando le quedaban solo 90 hombres.  Hay que señalar que Boves, luego de haber jurado las condiciones de la capitulación, violó la palabra empeñada y dio la orden de comenzar las acciones bárbaras y las escenas dantescas que omito aquí por muy sabidas. 

Hay un quinto asedio de la ciudad que casi ningún historiador comenta.  Es 1835 y la excusa de los atacantes es la llamada “Revolución de las Reformas”.  Los militares estaban descontentos con el gobierno de Vargas, quien les había limitado los inmensos poderes que habían tenido hasta entonces.  El villano en esta ocasión es Pedro Carujo, el mismo que trató de matar a Bolívar en Bogotá en la nefanda noche septembrina del año 28 y que antes de venir a Valencia ya había apostrofado a José María Vargas en esta asonada.  Se pelea muy duro en Valencia.  Y aquí, como en La Victoria durante la Guerra de Independencia, son los estudiantes, los jóvenes civiles quienes, hombro con hombro con las unidades militares respetuosas del mando civil, ayudan a que la constitucionalidad sea restituida.  Carujo —a quien habían apresado las tropas leales y que había sido sentenciado a ser pasado por las armas— le ahorró la molestia al pelotón de fusilamiento: murió de las heridas recibidas en el combate. ¡Y los valencianos se dedican con empeño, nuevamente, a rehacer la ciudad, a restablecer el comercio, a hacer funcionar sus instituciones!  Hay una suerte de compás de tranquilidad que acompaña a Valencia y su progreso desde ese tiempo hasta los comienzos de este siglo.  La Guerra Federal no dejó dolores; las muchas “revoluciones” del siglo XIX y los cuartelazos del siglo XX apenas hacen mella en la ciudad y esta progresa notablemente hasta llegar a ser la tercera en habitantes y un motor de impulso hacia el desarrollo.

Hasta ahora.  Pareciera que actualmente estuviésemos ante un sexto sitio.  Sin los parapetos y las trincheras en las calles, sin las palizadas en las esquinas, que caracterizaron las cinco anteriores.  Sin las degollinas a los defensores, sin las violaciones a las mujeres, que caracterizaron a los asedios previos.  Pero sí con un hambre y unos asesinatos que son cosa de todos los días.  Duele mucho que este asedio esté comandado regionalmente por personas que, sin dolerle los muy respetables ancestros valencianos de los cuales provienen, acatan ciegamente las directrices que les mandan de Caracas.  Sin recordar cuánto ha luchado Valencia a lo largo de su historia para gozar de las ventajas del federalismo y la descentralización, se prestan para emascular a las autoridades locales.  Se sienten más obligados con su partido que con los votantes que sufragaron por ellos.  Se les olvida que el primer acto de rebeldía de los valencianos fue en 1644.  En esos tiempos, el gobernador se empeñó en impedir la construcción de un camino, hacia el puerto de Borburata, que era muy necesario para dinamizar el comercio.  La excusa que dio no podía ser más obcecada: alegó que esa vía facilitaría la llegada de piratas a Valencia.  ¡Pues se hizo el camino!  Se impuso la voluntad popular y desde entonces funcionó la vía que por la Teta de Hilaria baja hasta San Esteban.

Por culpa del centralismo es que los servicios de agua y electricidad —que la Constitución dice que son atribuciones municipales— funcionan tan mal.  Unos burócratas deciden desde una oficina caraqueña qué es lo bueno y conveniente para toda la república en esos rubros.  Con la disposición de desechos sólidos, que también es de la esfera municipal, sucede algo parecido: por un lado, el gobierno estadal ha conculcado el único vertedero que —con todo y lo insalubre que es— debe servir a los cinco municipios de la Gran Valencia; por el otro, algún insípido funcionario caraqueño mete palos en las ruedas de la carreta e impide que los alcaldes pongan a funcionar otras plantas de reciclaje que, con técnicas modernas, más sanitarias y más acordes con el mantenimiento del ambiente, reemplacen a la proterva La Guásima.

Es que, así como Valencia ha engendrado hombres y mujeres muy valiosos y proceros, también ha parido algunos áulicos muy famosos por su arrastramiento.  Un par de casos históricos, para no tener que señalar algunos más recientes.  Los hermanos Francisco y Santiago González Guinán eran personas que por su ilustración eran bien vistos en la ciudad; pero, después, por haberse manifestado excesivamente serviles en sus relaciones con el gobierno de Guzmán Blanco y los subsiguientes, se encontraron en una especie de degredo moral entre sus mismos paisanos.  Posteriormente, cuando Cipriano Castro se acercaba a Carabobo con los andinos de la “Restauradora”, el gobierno del presidente Ignacio Andrade decidió pararlo.  Para eso, comisionó a su ministro de Guerra; pero, después, el propio Andrade manifestó su intención de dirigir personalmente las acciones.  Al saber eso, el valenciano Ramón Tello Mendoza mandó a decorar lujosamente su casa para ofrecérsela al presidente mientras estuviese en esta ciudad.  Pero Andrade nunca vino.  Quien llegó fue “El Cabito” —quien aunque no tenía ni la mitad de los efectivos que el gobierno, ni contaba con las modernas armas del ejército nacional que se le enfrentaba, fue quien venció en Tocuyito.  Tello, con su cara muy lavada, ofreció la casa al triunfador y le prodigó las mismas atenciones que reservaba para Andrade.  Su obsecuencia oportunista, tuvo su premio: cuando Castro siguió hacia Caracas y tomó el poder, se rodeó de lo que se ha dado en llamar “el Círculo Valenciano” y Tello formaba parte de este.  Y llegó a ser Ministro de Hacienda y Gobernador de Caracas. Para catalogar a este grupo, uso las palabras de un querido condiscípulo, Eduardo Casanova Sucre, y las tomo de un libro suyo que no ha visto la luz todavía: ese Círculo era “un grupo de adulantes que no buscaban otra cosa que su propio provecho. Aunque siempre los ha habido, posiblemente ningún ‘círculo’ ha sido tan descarado ni tan dañino como el que rodeó al caudillo tachirense y lo aisló de la realidad.  La adulancia es la prostitución de la política.  Y aquel grupo de pelanduscos ha sido uno de los peores entre los que se han aprovechado entre sonrisas y elogios, de las debilidades del jefe”.

Creo que ya debo ir rematando porque he abusado del tiempo y la buena voluntad de los oyentes.  Pero me quedan dos obligaciones por cumplir: explicar algunas cosas que quisiera ver pronto en la ciudad y agradecer por la condecoración que he recibido.

Yo quiero ver, leer y escuchar lo que diga un nuevo cronista de la ciudad.  En eso, el Concejo está en mora.  Cosa que se ve muy mal en unos concejales a quienes no se les escapa la buena estirpe de este ayuntamiento: porque fue a escasos seis días después de la Segunda Batalla de Carabobo, el 30 de junio de 1821, que se creó en esta ciudad el primer Concejo de Venezuela, del cual ellos son continuadores.  Por esa prosapia de nuestro ayuntamiento es que la plaza del cronista no puede seguir vacante, y por lo cual me atrevo a reconvenirlos.  Ya están por cumplirse dos años de la lamentable muerte del doctor Guillermo Mujica Sevilla y todavía ese cargo, tan importante dentro de la administración municipal y de la vida cívica, sigue sin titular.  Si la ciudad es un organismo vivo y trascendente, alguien debe narrar su biografía.  En estos dos años han ocurrido innumerables hechos, jubilosos algunos, luctuosos otros, meramente importantes otros más, pero todos dignos de ser rememorados.  Para que no pasen al olvido, sin embargo, es de necesidad que queden anotados en los fastos municipales.  No ha sido por falta de asesorías que el Concejo no ha tomado su decisión.  Consultaron con muchos individuos y corporaciones.  Yo mismo, como miembro de la Asociación de Columnistas de Carabobo, tuve la oportunidad de sugerir algunas formas de acción para que la ordenanza respectiva facilitase la escogencia del mejor para el cargo.  En ese sentido, recuerdo que sugerí que se normasen las edades mínimas y máximas que debiera tener el candidato en el momento de la selección, porque debe ser alguien con cierta madurez, que implica experiencia y conocimientos, pero no valetudinario porque con el tiempo, las facultades se van perdiendo.  Fui contrario a que se tipificase el carácter vitalicio del cargo, porque va en contra del espíritu republicano y de lo de la alternabilidad que estipula nuestra Constitución; pero que el cronista tampoco debiera ser de fácil remoción; que ese cargo no debiera estar al arbitrio, los antojos y los vaivenes de los funcionarios.  Viene a mi mente lo que ocurre en Puerto Cabello: que la persona más apta para ese cargo, y que lo desempeñaba con acierto, fue defenestrado por el alcalde por una mera controversia de pequeña política.  En la silla del cronista de Valencia, quisiera ver a alguien de la estatura de sus antecesores: Rafael Saturno Guerra, Alfonso Marín y Guillermo Mujica, a una persona con visión amplia, a alguien de poderosa redacción, a un meticuloso y ordenado funcionario, a alguien conocedor de todos y reconocido por todos.

Yo quiero ver en funciones también, y lo más pronto posible, a un alcalde metropolitano.  Si la mora en la escogencia del cronista es del Concejo, con “c”, la falta de la normativa para que entre en funciones este administrador debe imputársele enteramente al otro Consejo, el que es con “s”; el legislativo.  Varias ciudades venezolanas han devenido en conurbaciones; Barcelona-Puerto La Cruz, Acarigua-Araure, Maracaibo-San Francisco, pero después de Caracas, la que sigue en complejidad, en la necesidad de orquestar servicios comunes, en buscar la eficiencia administrativa, es la Gran Valencia.  Hace ya una década, el Consejo Legislativo decretó una ley en la cual aparecía la figura del alcalde metropolitano, pero condicionándola a que la parroquia Miguel Peña fuese elevada a municipio.  Cosa que creo que es muy conveniente; porque no parece sensato que un área que tiene tantos habitantes como la sumatoria de los pobladores de Cojedes más Vargas, no sea municipio.  Hoy —independientemente de que esa parroquia sea elevada o no al nivel municipal — la complejidad en el manejo de una conurbación que pasa de los dos millones de habitantes exige la existencia de un cabildo y un alcalde metropolitanos.

Ya para el final, también me gustaría que el decreto nacional, inicuo por lo demás, que le conculcó a Valencia su espacio ferial y su plaza de toros, sea derogado.  No existe fundamento lógico alguno para esa arbitrariedad —excepto esa manía del régimen de colocar autoridades paralelas a las electas, cuando estas últimas son personas con ideas y filosofía que no son del agrado de la nomenklatura caraqueña.

De estas cosas es de las que quería descargarme.  Ya estoy tranquilo con mi conciencia.  Solo me resta arrogarme la representación de todas las personas que han recibido esta importante presea del día de hoy para agradecer de manera muy sincera al señor alcalde y a los demás miembros del Consejo de la Orden Ciudad de Valencia por esa distinción que se nos hace.

En 1803, Napoleón, entonces Primer Cónsul, creó la Legión de Honor, la máxima condecoración que otorga el gobierno francés todavía hoy.  Para lograr eso, el corso tuvo que enfrentarse a la Asamblea Nacional, la cual había eliminado, pocos años antes y por aquello de la égalité, todas las distinciones que otorgaba l’Ancien Régime.  Pero Bonaparte —que tenía claro que el sueño jacobino de la milimétrica igualdad de los ciudadanos no pasaba de ser una quimera sustentada por unos pocos teóricos que nunca habían tenido que dirigir hombres— se enfrentó a los alegatos de los parlamentarios y les dijo: “Muéstrenme una república, antigua o moderna en la que no hubiese condecoraciones.  Ustedes llaman a esto bagatelas, quincallería.  ¡Bien!  Pero es con estos oropeles que uno motiva a hombres (...) que solo tienen una pasión: el honor.  ¡Esta pasión hay que cuidarla y mantenerla!  Por eso hay que dar medallas”.

Los galardonados —además de agradecer al señor alcalde y a los miembros del Consejo de la Orden— queremos señalar que sabemos que las condecoraciones son una recompensa por servicios que se han prestado en el pasado; pero, también tenemos muy claro que estas distinciones traen aparejadas unas responsabilidades y un compromiso de cara al futuro; que nos retan a realizar mayores y mejores ejecutorias en el porvenir.  En este caso, será por la ciudad de Valencia, la laudable y muy estimada cumpleañera de hoy; por la Valencia a la cual tanto queremos... 

Gracias

 Relectura de Valencia, una Bitácora de Papel

Presentada obra literaria sobre la historia reciente de la ciudad

Una obra con visión contemporánea de Valencia, con óptica actual . (/)
Presentada obra literaria sobre la historia reciente de la ciudad (2380595)

Notitarde Valencia, marzo 27 (Prensa-Alcaldía).- Con pétalos de rosas fue presentada la edición literaria titulada Relectura de Valencia, una Bitácora de Papel , cuyo acto se llevó a cabo en el Salón de Actas de la sede municipal con la presencia del alcalde de la ciudad, Miguel Cocchiola, la primera dama Giorgia de Cocchiola y los autores del libro María Cora Páez de Topel y Tulio Hidalgo Vitale.

En ocasión de tal muestra literaria, el mandatario municipal señaló que hay un número importante de personas que con sus trabajos construyeron o le dieron vida a la Valencia de hoy y por tanto son merecedores de reconocimiento, pues a su juicio es de gran valía ser agradecidos e incluso humildes, de modo que éste sería un merecido homenaje a ellos.

Por su parte, los autores Cora Páez de Topel y Tulio Hidalgo Vitale, lograron la publicación tras dos años de trabajo, donde además incorporan escritos de expertos en áreas como religión, arquitectura, cultura, ambiente, entre otros. 

Explicó Páez de Topel que es una obra con visión contemporánea de Valencia, con óptica actual. 

Por su parte, Hidalgo Vitale expresó que al mencionar relectura se hace referencia a la ciudad 60 años para acá, en la que cabe la reapertura de la Universidad de Carabobo y el vigoroso arranque de la zona industrial el detonante para que la ciudad creciera, no solo en número de habitantes sino en comercio, producción, todo lo que conforma el paquete de lo que es la prosperidad .

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