CON MOTIVO DE LOS 460 AÑOS DE LA FUNDACIÓN DE VALENCIA
Señores:
Explicaba Virgilio que “mientras los ríos corran al mar, los
montes hagan sombra a los valles y haya estrellas en el cielo, en la mente del
hombre agradecido debe durar el recuerdo del beneficio recibido”. Esta es una de esas ocasiones. Por siempre mantendré en mi memoria esta
ocasión, este privilegio que se me concede hoy.
Haber sido seleccionado para hablar en una fecha memorable y ante un
selecto auditorio es indudablemente un inmenso honor. Y, en mi caso, considero que la distinción
que se me otorga es doble. Llevar la
palabra en este día en el que Valencia arriba a sus 460 años de fundada implica
que quedo en deuda de gratitud con las personas que integraron el comité encargado
de seleccionar al orador; porque ellos, con una generosidad a más no poder, me
han concedido una preeminencia y me han distinguido por sobre muchas otras personas
que, adornadas con un sinnúmero de méritos, tienen más derecho que yo para
estar frente a ustedes en este podio por diversas razones, pero asomo una sola:
yo no nací en Valencia, ni siquiera en Carabobo. Pero sí soy valenciano, aunque por
escogencia: mi esposa y yo decidimos ser valencianos desde comienzos de la
década de los ochenta. Y bendigo la hora
en la que Eddy y yo tomamos esa determinación.
Porque Valencia fue y sigue siendo generosa, casi pródiga, para conmigo
y con mi familia.
Yo, valenciano de fuera —si se puede decir así— puedo proclamar
a todo pulmón que es falsa la leyenda negra que circula por muchas partes de
Venezuela: que Valencia es una ciudad goda, que es refractaria a la gente que
viene de otros lugares. Por el
contrario, me consta que es una ciudad que acoge con cariño al forastero; en
ella se consigue amistades sinceras y perdurables, a ella uno puede adaptarse
sin dificultad. Si no fuese así, nunca
hubiera podido despegar hacia las alturas de ser la capital industrial del país,
ni llegar a ser uno de los polos de atracción de Venezuela. Pregunto: ¿si fuese verdad esa conseja
malintencionada, hubiesen llegado, y permanecido, los inversionistas y las
cuantiosas inversiones que sirvieron para arrancar las zonas industriales? ¿Se
hubiesen venido y asentado con éxito los miles y miles de andinos, orientales,
maracuchos y llaneros que metieron el hombro junto con los carabobeños para
arrancar y poner a producir los cientos de planteles industriales que brotaron entre
nosotros? ¿Hubiera florecido los sectores
del comercio y los servicios que son concomitantes con el desarrollo de una
región, siendo que una buena parte de sus empresarios llegó de fuera de las
fronteras patrias? Las respuestas a las
interrogantes anteriores es una serie de rotundos “no”. Los ingentes recursos humanos y los
importantes capitales foráneos que llegaron a partir de la segunda mitad del
siglo pasado se quedaron aquí porque encontraron una población abierta, amable,
cordial, emprendedora y capaz. Pero también hay que señalar que cuando
llegaron estos, ya la ciudad tenía cientos de años recibiendo sangre foránea
que venía a dinamizar la sociedad y la economía. Branger, Stelling, Ramos, Degwitz, Salomón,
Cervini, por mencionar unos pocos, no son precisamente apellidos
tacariguas. Son los de personas venidas
de fuera; unos llegaron con caudales; otros solo vinieron con su fuerte
voluntad y sus deseos de progresar y prevalecer. Todos somos testigos de la manera admirable
de cómo lo lograron. Y de cómo las
generaciones que los sucedieron han sabido seguir las enseñanzas de sus
progenitores.
Una cuña que transmitía Radio 810 a comienzos de la década de
los sesenta explicaba que “Venoco lubrica las ruedas del progreso”. Siempre pensé que la frase pudiera ser
modificada y extenderse hasta cubrir a la cumpleañera de hoy: por muchos años,
Valencia entera ayudó de manera excepcional a lubrificar y facilitar el avance
de Venezuela hacia la modernidad.
Todavía lo hace, pero de manera menguada en razón de una política
oficial que ha forzado el cierre o la disminución del ritmo de producción de
muchos establecimientos industriales.
Pongo un ejemplo, ya que antes hable de ruedas: las tres plantas
industriales que producen neumáticos en la Gran Valencia fueron diseñadas para
producir entre todas, en tres turnos, unos 20.000 cauchos por día. Hoy, afectadas por la falta de divisas, por
las luchas inter-sindicales y por los frecuentes cortes de electricidad y de
gas, trabajan un solo turno y la producción diaria no llega a los ocho mil. La escasez de ese renglón la estamos
padeciendo todos en Venezuela. Y para
este tipo de carestías no valen los grandes capitanes de industria que tuvimos
y tenemos entre nosotros. Podemos reunir
en un equipo de trabajo a emprendedores probados como Bruno Bortesi, Pedro
Salom, Ricardo Carrillo, Carlos Sandoval, Janos Magasrevy y Ricardo Barreto y
no se logrará nada. Porque la escasez
está planeada, proyectada y puesta en funcionamiento desde muy arriba en
Caracas. La carestía y sus compañeros de
viaje, la penuria, la privación, la inflación y la mengua forman parte de un
proyecto político que necesita del igualamiento por debajo. Solo cuando cambien los inventores y
propiciadores de este diseño político podrá Valencia volver a ser la capital
industrial y a ser la generadora del impulso hacia el progreso que requiere
Venezuela para poder prevalecer.
Pero pasemos a otro tema menos ingrato. En fin de cuentas, hoy estamos de
celebración.
Valencia no solo ha engendrado y forjado empresarios de
calidad como los que mencioné antes. También
ha sido paridora de hombres y mujeres valiosísimos para el devenir nacional y
regional. Empecemos recordando a los
concejales valencianos del periodo 1959-1963, a esos que, por su obstinada
perseverancia, lograron que en Valencia se desarrollara la primera de sus
muchas zonas industriales. Me refiero a Humberto Celli, Alejandro Izaguirre,
Carlos Suárez, Raúl Villarroel, Luis Núñez Pérez, Víctor Peñalver y José Núñez
Milá.
Menciono también otros nombres de valencianos insignes. Entre los cultivadores de las bellas letras: José
Rafael Pocaterra, Felipe Herrera Vial, Fabián de Jesús Díaz, Otto De Sola, Luis
Augusto Núñez y Luisa Galíndez, por mencionar solo unos pocos. Desde aquí partieron muchos de nuestros artistas
plásticos hacia el triunfo —unos para brillar en la escena nacional y otros
para resplandecer y ser admirados en los salones europeos. Hay que empezar necesariamente por Arturo
Michelena y Antonio Herrera Toro, pero inmediatamente debe continuarse con Andrés
Pérez Mujica, Eulalio Toledo Tovar, Braulio Salazar, Oswaldo Vigas, Luis
Guevara Moreno, Armando Pérez y nuestro querido y bien recordado Vladimir
Zabaleta. En la provincia de lo
espiritual uno tiene que referirse a levitas purpurados como Gregorio Adam,
Francisco Iturriza y Luis Eduardo Henríquez.
Este último merece también aparecer enumerado junto con los hombres de
letras, porque su poesía es sublime como pocas.
En la radio, la prensa y la televisión nacionales brillaron y se
lucieron Abelardo Raidi, Renny Ottolina, Aldemaro Romero, Mirla Castellanos, Jesús
Lossada Rondón y Carlos Tovar Bracho. En
fin, que los recursos humanos de calidad siempre han sido una constante en
Valencia. Y eso que no me pongo a contar
los que han descollado en los deportes, el magisterio, la música y la belleza,
porque si lo hago tendría que sobrepasar el tiempo que se me ha sugerido como
conveniente.
A lo largo de la historia, Valencia ha sido una manifiesta y perseverante demostración de abnegación y
sufrimiento, pero también de firmeza, entereza y fuerte voluntad para superar
esas tribulaciones. En la escena
nacional no hay otra ciudad que hubiese de sufrir tantos asedios.
El primero que la asedió fue Lope de Aguirre en 1561, cuando
no tenía ni diez años de fundada. Y creo
que es la primera vez que el nombre de Nuestra Señora de la Anunciación de la
Nueva Valencia del Rey suena en las cortes españolas: porque es desde aquí que
el Tirano Aguirre le escribe a Felipe II su famosa carta declarándole la
guerra. En esa oportunidad, muchos de
los habitantes, que se habían salvado porque huyeron a las islas del lago de
Valencia, regresaron a volver a construir con paciencia y tesón lo que los
marañones de Aguirre habían destruido.
El segundo sitio fue comandado por Francisco de Miranda en
1811. Sucedió por la insurgencia de los
valencianos en contra de Caracas. No es,
como se dice con frecuencia, que Valencia no fuese partidaria de la
independencia. De hecho, el discurso más
incendiario, el 4 de julio, en víspera de la declaración formal en el Congreso,
fue el de Miguel Peña. Lo que pasaba es
que nuestra ciudad no aceptaba el centralismo excesivo que propulsaba e
intentaba imponer el gobierno desde Caracas.
O sea, muy parecido a lo que sucede ahora. Porque Valencia siempre ha estado a favor de
la federación y la descentralización de potestades, y no quiere dejarse
padrotear por Caracas. Durante ese asedio,
los valencianos resistieron con vigor.
Los muertos pasaron de 800. Pero,
al final, Miranda tomó la ciudad. Quiero
resaltar dos cosas: una, que don Francisco no fue un gobernante despótico
mientras estuvo entre nosotros. Y, dos, que en ese sitio actuaron junto a
Miranda el coronel Simón Bolívar y el teniente Antonio José de Sucre, quien
fungía de edecán del Generalísimo.
Los dos siguientes sitios ocurrieron en el año 14. Y en estas oportunidades quienes cercaron a
la ciudad fueron los realistas. El
tercero lo comienza el general Ceballos, con fuerzas muy superiores, casi de
diez a uno, a las que disponía Urdaneta.
Y a aquel se le suman los efectivos que trajo Boves, quien llega a
reforzar a los realistas. Se lucha
salvajemente; las degollinas estaban a la orden del día. Llegó un momento en que las defensas
patriotas estaban conformadas por un perímetro de unas ocho manzanas alrededor
de la actual Plaza Bolívar. Solo la
fuerte voluntad de los valencianos, que decidieron luchar hasta vencer o morir,
y la llegada de Bolívar con refuerzos, lograron repeler a los españoles,
quienes se replegaron hacia Tocuyito. Se
había salvado Valencia. Nuevamente, los
habitantes debieron empezar a rehacer la infraestructura valenciana y a trabajar para que la ciudad resurgiera cual ave Fénix. Pero por poco tiempo. Después del triunfo de Bolívar en la Primera
Batalla de Carabobo, las exigencias estratégicas hicieron que Mariño se moviese
hacia Villa de Cura y Urdaneta hacia Occidente.
Valencia quedó indefensa. Eso lo
aprovechó Boves. Escalona defendió la
plaza con denuedo pero tuvo que capitular al final, después de 21 días y cuando
le quedaban solo 90 hombres. Hay que
señalar que Boves, luego de haber jurado las condiciones de la capitulación,
violó la palabra empeñada y dio la orden de comenzar las acciones bárbaras y
las escenas dantescas que omito aquí por muy sabidas.
Hay un quinto asedio de la ciudad que casi ningún historiador
comenta. Es 1835 y la excusa de los
atacantes es la llamada “Revolución de las Reformas”. Los militares estaban descontentos con el
gobierno de Vargas, quien les había limitado los inmensos poderes que habían
tenido hasta entonces. El villano en
esta ocasión es Pedro Carujo, el mismo que trató de matar a Bolívar en Bogotá
en la nefanda noche septembrina del
año 28 y que antes de venir a Valencia ya había apostrofado a José María Vargas
en esta asonada. Se pelea muy duro en Valencia. Y aquí, como en La Victoria durante la Guerra
de Independencia, son los estudiantes, los jóvenes civiles quienes, hombro con
hombro con las unidades militares respetuosas del mando civil, ayudan a que la
constitucionalidad sea restituida.
Carujo —a quien habían apresado las tropas leales y que había sido sentenciado
a ser pasado por las armas— le ahorró la molestia al pelotón de fusilamiento:
murió de las heridas recibidas en el combate. ¡Y los valencianos se dedican con
empeño, nuevamente, a rehacer la ciudad, a restablecer el comercio, a hacer
funcionar sus instituciones! Hay una
suerte de compás de tranquilidad que acompaña a Valencia y su progreso desde ese
tiempo hasta los comienzos de este siglo.
La Guerra Federal no dejó dolores; las muchas “revoluciones” del siglo
XIX y los cuartelazos del siglo XX apenas hacen mella en la ciudad y esta
progresa notablemente hasta llegar a ser la tercera en habitantes y un motor de
impulso hacia el desarrollo.
Hasta ahora. Pareciera
que actualmente estuviésemos ante un sexto sitio. Sin los parapetos y las trincheras en las
calles, sin las palizadas en las esquinas, que caracterizaron las cinco
anteriores. Sin las degollinas a los
defensores, sin las violaciones a las mujeres, que caracterizaron a los asedios
previos. Pero sí con un hambre y unos
asesinatos que son cosa de todos los días.
Duele mucho que este asedio esté comandado regionalmente por personas
que, sin dolerle los muy respetables ancestros valencianos de los cuales
provienen, acatan ciegamente las directrices que les mandan de Caracas. Sin recordar cuánto ha luchado Valencia a lo
largo de su historia para gozar de las ventajas del federalismo y la
descentralización, se prestan para emascular a las autoridades locales. Se sienten más obligados con su partido que
con los votantes que sufragaron por ellos.
Se les olvida que el primer acto de
rebeldía de los valencianos fue en 1644.
En esos tiempos, el gobernador se empeñó en impedir la construcción de
un camino, hacia el puerto de Borburata, que era muy necesario para dinamizar
el comercio. La excusa que dio no podía
ser más obcecada: alegó que esa vía facilitaría la llegada de piratas a
Valencia. ¡Pues se hizo el camino! Se impuso la voluntad popular y desde
entonces funcionó la vía que por la Teta de Hilaria baja hasta San Esteban.
Por culpa del
centralismo es que los servicios de agua y electricidad —que la Constitución
dice que son atribuciones municipales— funcionan tan mal. Unos burócratas deciden desde una oficina
caraqueña qué es lo bueno y conveniente para toda la república en esos
rubros. Con la disposición de desechos
sólidos, que también es de la esfera municipal, sucede algo parecido: por un
lado, el gobierno estadal ha conculcado el único vertedero que —con todo y lo
insalubre que es— debe servir a los cinco municipios de la Gran Valencia; por
el otro, algún insípido funcionario caraqueño mete palos en las ruedas de la
carreta e impide que los alcaldes pongan a funcionar otras plantas de reciclaje
que, con técnicas modernas, más sanitarias y más acordes con el mantenimiento
del ambiente, reemplacen a la proterva La Guásima.
Es que, así como
Valencia ha engendrado hombres y mujeres muy valiosos y proceros, también ha
parido algunos áulicos muy famosos por su arrastramiento. Un par de casos históricos, para no tener que
señalar algunos más recientes. Los hermanos
Francisco y Santiago González Guinán eran personas que por su ilustración eran
bien vistos en la ciudad; pero, después, por haberse manifestado excesivamente
serviles en sus relaciones con el gobierno de Guzmán Blanco y los subsiguientes,
se encontraron en una especie de degredo moral entre sus mismos paisanos. Posteriormente, cuando Cipriano Castro se acercaba a Carabobo con los andinos
de la “Restauradora”, el gobierno del presidente Ignacio Andrade decidió pararlo. Para eso, comisionó a su ministro de Guerra;
pero, después, el propio Andrade manifestó su intención de dirigir personalmente
las acciones. Al saber eso, el
valenciano Ramón Tello Mendoza mandó a decorar lujosamente su casa para ofrecérsela
al presidente mientras estuviese en esta ciudad. Pero Andrade nunca vino. Quien llegó fue “El Cabito” —quien aunque no
tenía ni la mitad de los efectivos que el gobierno, ni contaba con las modernas
armas del ejército nacional que se le enfrentaba, fue quien venció en Tocuyito. Tello, con su cara muy lavada, ofreció la
casa al triunfador y le prodigó las mismas atenciones que reservaba para
Andrade. Su obsecuencia oportunista,
tuvo su premio: cuando Castro siguió hacia Caracas y tomó el poder, se rodeó de
lo que se ha dado en llamar “el Círculo Valenciano” y Tello formaba parte de
este. Y llegó a ser Ministro de Hacienda
y Gobernador de Caracas. Para catalogar a este grupo, uso las palabras de un
querido condiscípulo, Eduardo Casanova Sucre, y las tomo de un libro suyo que
no ha visto la luz todavía: ese Círculo era “un grupo de adulantes que no
buscaban otra cosa que su propio provecho. Aunque siempre los ha habido,
posiblemente ningún ‘círculo’ ha sido tan descarado ni tan dañino como el que
rodeó al caudillo tachirense y lo aisló de la realidad. La adulancia es la prostitución de la
política. Y aquel grupo de pelanduscos
ha sido uno de los peores entre los que se han aprovechado entre sonrisas y
elogios, de las debilidades del jefe”.
Creo que ya debo ir rematando porque he abusado del tiempo y
la buena voluntad de los oyentes. Pero
me quedan dos obligaciones por cumplir: explicar algunas cosas que quisiera ver
pronto en la ciudad y agradecer por la condecoración que he recibido.
Yo quiero ver, leer y escuchar lo que diga un nuevo cronista
de la ciudad. En eso, el Concejo está en
mora. Cosa que se ve muy mal en unos
concejales a quienes no se les escapa la buena estirpe de este ayuntamiento:
porque fue a escasos seis días después de la Segunda Batalla de Carabobo, el 30
de junio de 1821, que se creó en esta ciudad el primer Concejo de Venezuela,
del cual ellos son continuadores. Por
esa prosapia de nuestro ayuntamiento es que la plaza del cronista no puede
seguir vacante, y por lo cual me atrevo a reconvenirlos. Ya están por cumplirse dos años de la
lamentable muerte del doctor Guillermo Mujica Sevilla y todavía ese cargo, tan
importante dentro de la administración municipal y de la vida cívica, sigue sin
titular. Si la ciudad es un organismo
vivo y trascendente, alguien debe narrar su biografía. En estos dos años han ocurrido innumerables
hechos, jubilosos algunos, luctuosos otros, meramente importantes otros más, pero
todos dignos de ser rememorados. Para
que no pasen al olvido, sin embargo, es de necesidad que queden anotados en los
fastos municipales. No ha sido por falta
de asesorías que el Concejo no ha tomado su decisión. Consultaron con muchos individuos y
corporaciones. Yo mismo, como miembro de
la Asociación de Columnistas de Carabobo, tuve la oportunidad de sugerir
algunas formas de acción para que la ordenanza respectiva facilitase la
escogencia del mejor para el cargo. En
ese sentido, recuerdo que sugerí que se normasen las edades mínimas y máximas
que debiera tener el candidato en el momento de la selección, porque debe ser
alguien con cierta madurez, que implica experiencia y conocimientos, pero no
valetudinario porque con el tiempo, las facultades se van perdiendo. Fui contrario a que se tipificase el carácter
vitalicio del cargo, porque va en contra del espíritu republicano y de lo de la
alternabilidad que estipula nuestra Constitución; pero que el cronista tampoco debiera
ser de fácil remoción; que ese cargo no debiera estar al arbitrio, los antojos
y los vaivenes de los funcionarios. Viene
a mi mente lo que ocurre en Puerto Cabello: que la persona más apta para ese
cargo, y que lo desempeñaba con acierto, fue defenestrado por el alcalde por
una mera controversia de pequeña política.
En la silla del cronista de Valencia, quisiera ver a alguien de la
estatura de sus antecesores: Rafael Saturno Guerra, Alfonso Marín y Guillermo
Mujica, a una persona con visión amplia, a alguien de poderosa redacción, a un meticuloso
y ordenado funcionario, a alguien conocedor de todos y reconocido por todos.
Yo quiero ver en funciones también, y lo más pronto posible,
a un alcalde metropolitano. Si la mora
en la escogencia del cronista es del Concejo, con “c”, la falta de la normativa
para que entre en funciones este administrador debe imputársele enteramente al
otro Consejo, el que es con “s”; el legislativo. Varias ciudades venezolanas han devenido en
conurbaciones; Barcelona-Puerto La Cruz, Acarigua-Araure, Maracaibo-San
Francisco, pero después de Caracas, la que sigue en complejidad, en la
necesidad de orquestar servicios comunes, en buscar la eficiencia
administrativa, es la Gran Valencia.
Hace ya una década, el Consejo Legislativo decretó una ley en la cual
aparecía la figura del alcalde metropolitano, pero condicionándola a que la
parroquia Miguel Peña fuese elevada a municipio. Cosa que creo que es muy conveniente; porque no
parece sensato que un área que tiene tantos habitantes como la sumatoria de los
pobladores de Cojedes más Vargas, no sea municipio. Hoy —independientemente de que esa parroquia sea
elevada o no al nivel municipal — la complejidad en el manejo de una
conurbación que pasa de los dos millones de habitantes exige la existencia de
un cabildo y un alcalde metropolitanos.
Ya para el final, también me gustaría que el decreto nacional,
inicuo por lo demás, que le conculcó a Valencia su espacio ferial y su plaza de
toros, sea derogado. No existe fundamento
lógico alguno para esa arbitrariedad —excepto esa manía del régimen de colocar
autoridades paralelas a las electas, cuando estas últimas son personas con
ideas y filosofía que no son del agrado de la nomenklatura caraqueña.
De estas cosas es de las que quería descargarme. Ya estoy tranquilo con mi conciencia. Solo me resta arrogarme la representación de
todas las personas que han recibido esta importante presea del día de hoy para
agradecer de manera muy sincera al señor alcalde y a los demás miembros del
Consejo de la Orden Ciudad de Valencia por esa distinción que se nos hace.
En
1803, Napoleón, entonces Primer Cónsul, creó la Legión de Honor, la máxima
condecoración que otorga el gobierno francés todavía hoy. Para lograr eso, el corso tuvo que
enfrentarse a la Asamblea Nacional, la cual había eliminado, pocos años antes y
por aquello de la égalité, todas las
distinciones que otorgaba l’Ancien
Régime. Pero Bonaparte —que tenía
claro que el sueño jacobino de la milimétrica igualdad de los ciudadanos no
pasaba de ser una quimera sustentada por unos pocos teóricos que nunca habían
tenido que dirigir hombres— se enfrentó a los alegatos de los parlamentarios y
les dijo: “Muéstrenme una república, antigua o moderna en la que no hubiese
condecoraciones. Ustedes llaman a esto
bagatelas, quincallería. ¡Bien! Pero es con estos oropeles que uno motiva a
hombres (...) que solo tienen una pasión: el honor. ¡Esta pasión hay que cuidarla y
mantenerla! Por eso hay que dar
medallas”.
Los galardonados —además de agradecer al señor alcalde y a
los miembros del Consejo de la Orden— queremos señalar que sabemos que las
condecoraciones son una recompensa por servicios que se han prestado en el
pasado; pero, también tenemos muy claro que estas distinciones traen aparejadas
unas responsabilidades y un compromiso de cara al futuro; que nos retan a realizar
mayores y mejores ejecutorias en el porvenir.
En este caso, será por la ciudad de Valencia, la laudable y muy estimada
cumpleañera de hoy; por la Valencia a la cual tanto queremos...
Gracias
Relectura de Valencia, una Bitácora de Papel
Presentada obra literaria sobre la historia reciente de la ciudad
Notitarde Valencia, marzo 27 (Prensa-Alcaldía).- Con pétalos de rosas fue presentada la edición literaria titulada Relectura de Valencia, una Bitácora de Papel , cuyo acto se llevó a cabo en el Salón de Actas de la sede municipal con la presencia del alcalde de la ciudad, Miguel Cocchiola, la primera dama Giorgia de Cocchiola y los autores del libro María Cora Páez de Topel y Tulio Hidalgo Vitale.
En ocasión de tal muestra literaria, el mandatario municipal señaló que hay un número importante de personas que con sus trabajos construyeron o le dieron vida a la Valencia de hoy y por tanto son merecedores de reconocimiento, pues a su juicio es de gran valía ser agradecidos e incluso humildes, de modo que éste sería un merecido homenaje a ellos.
Por su parte, los autores Cora Páez de Topel y Tulio Hidalgo Vitale, lograron la publicación tras dos años de trabajo, donde además incorporan escritos de expertos en áreas como religión, arquitectura, cultura, ambiente, entre otros.
Explicó Páez de Topel que es una obra con visión contemporánea de Valencia, con óptica actual.
Por su parte, Hidalgo Vitale expresó que al mencionar relectura se hace referencia a la ciudad 60 años para acá, en la que cabe la reapertura de la Universidad de Carabobo y el vigoroso arranque de la zona industrial el detonante para que la ciudad creciera, no solo en número de habitantes sino en comercio, producción, todo lo que conforma el paquete de lo que es la prosperidad .
En ocasión de tal muestra literaria, el mandatario municipal señaló que hay un número importante de personas que con sus trabajos construyeron o le dieron vida a la Valencia de hoy y por tanto son merecedores de reconocimiento, pues a su juicio es de gran valía ser agradecidos e incluso humildes, de modo que éste sería un merecido homenaje a ellos.
Por su parte, los autores Cora Páez de Topel y Tulio Hidalgo Vitale, lograron la publicación tras dos años de trabajo, donde además incorporan escritos de expertos en áreas como religión, arquitectura, cultura, ambiente, entre otros.
Explicó Páez de Topel que es una obra con visión contemporánea de Valencia, con óptica actual.
Por su parte, Hidalgo Vitale expresó que al mencionar relectura se hace referencia a la ciudad 60 años para acá, en la que cabe la reapertura de la Universidad de Carabobo y el vigoroso arranque de la zona industrial el detonante para que la ciudad creciera, no solo en número de habitantes sino en comercio, producción, todo lo que conforma el paquete de lo que es la prosperidad .
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